Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGÉSIMOSÉPTIMO – ARCÁNGEL SAN RAFAEL. HISTORIA BÍBLICA
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que la Sagrada Escritura hace mención de tres Arcángeles dando a conocer sus importantísimas apariciones, en las que han venido a desempeñar las más altas misiones en favor de la humanidad; y cómo la Iglesia ha autorizado el culto que los fieles siempre han tributado a estos espíritus celestiales, ya instituyendo fiestas en su honor, ya erigiéndoles suntuosos templos o ya declarándolos patronos de la Cristiandad; muy justo será que consagremos cuatro días a la consideración de sus maravillosas apariciones, siquiera sea brevemente, por exigirlo así los reducidos límites de una meditación pequeña. Comenzaremos, pues, por referir la aparición del glorioso Arcángel San Rafael. Tobías era un hombre honrado y temeroso del Señor, enemigo de la idolatría y adorador del verdadero Dios: daba sepultura a los cadáveres de las víctimas del furioso Senaquerib. Volvió un día fatigado de enterrar a los muertos y se recostó a descansar. Dios permitió que mientras dormía cayera sobre sus ojos el estiércol caliente de un nido de golondrinas, lo cual le originó una completa ceguera. A esta siguieron otras pruebas y padecimientos que supo tolerar con santa resignación, teniendo el consuelo de ver a su hijo del mismo nombre empapado en los mismos bellos sentimientos. Creyendo era llegada ya la hora de partir de este mundo, llamó a su buen hijo, y después de haberle dado los más saludables consejos, concluyó diciéndole: «Te hago saber que di prestados a Gabelo diez talentos de plata, y tengo en mi poder el documento: procura el modo de ir allá y recobrar esa cantidad, restituirle el recibo firmado de su mano». «Yo haré cuanto me mandares», repuso el joven, «pero ni el me conoce a mí ni yo a él. Tampoco sé el camino de esa tierra». «A vista del recibo te pagará sin duda; y en cuanto a la dificultad del camino, ve ahora mismo, busca un compañero fiel que te conduzca pagándole su salario, porque conviene cobrar este dinero antes de mi muerte». Apenas salió a la calle Tobías, se encontró con un gallardo mozo en traje de caminante a quien comunicó sus deseos, a los cuales accedió gustoso dicho mancebo. Despidióse Tobías de su padre después de haber recibido sus bendiciones y emprendieron ambos juntos el viaje hacia Ragés, ciudad de la Media donde habitaba Gabelo.
PUNTO 2º. Considera cómo en la primera jornada se libró Tobías de ser devorado por un pez, pues al caer de la tarde quiso lavarse los pies en un rio; más al entrar en el agua, se lanzó contra él un pez de enorme magnitud: despavorido el joven dio un gran grito llamando en su auxilio a Azarías (éste fue el nombre que tomó su compañero de viaje): «No le tengas miedo», dijo éste llegándose a la orilla; «tómale de las agallas y sácalo fuera». Obedeció resueltamente y lo arrastró hasta sacarlo a tierra. «Ahora, dijo Azarías, desentráñalo y guarda el corazón, la hiel y el hígado, que tienen propiedades medicinales, pues si se pone sobre las brasas un pedacito del corazón del pez, su humo ahuyenta todo género de demonios, y la hiel sirve para curar los ojos enfermos de nubes o cataratas». Después de quince días de camino llegaron a una pequeña población donde vivía un hombre llamado Raguel, pariente de Tobías y de su propia tribu, que tenía una hija cuyo nombre era Sara, la cual había tenido hasta entonces siete maridos, a quienes el demonio había dado muerte la misma noche de las bodas. Al entrar a esta población, preguntó Tobías a su compañero: «¿En dónde te parece que posemos?». «En casa de Raguel», respondió Azarías, después de haberle dado a conocer el parentesco y de haberle manifestado que convenía se casase con Sara, agregando no se dejase dominar de los apetitos sensuales; sino que en la noche de las bodas quemara en su aposento el hígado del pez, y ésta y las dos siguientes las pasase en oración con su esposa. Llegaron por fin a la casa de Raguel, quien los recibió con el más cordial agasajo, habiéndose reconocido como parientes en medio de los más dulces trasportes de júbilo. Tobías, siguiendo el consejo de Azarías, pidió a Sara por esposa. Quedó sobrecogido el buen padre al oír semejante propuesta, recordando la suerte de los siete maridos anteriores; pero Azarías le persuadió de que ésta era la voluntad de Dios. Verificóse el matrimonio. Observó Tobías lo prescrito por su santo amigo, y al humo del hígado el demonio huyó. Indescriptible fue el gozo de Raguel al saber que su yerno viva y había pasado aquella noche terrible con la paz y sosiego de los justos; celebró las bodas con inusitada pompa; dio a Tobías la mitad de todos sus bienes y le nombró heredero de la otra mitad después de su muerte y de la de Ana su esposa. Viendo Tobías que aún faltaba alguna parte del camino para llegar a casa de Gabelo, rogó a Azarías fuese a cobrar el dinero de su padre, quien accedió gustoso a su súplica, marchando a Ragés, recobró el dinero regresando inmediatamente. El plazo de la permanencia de Tobías al lado de sus suegros, tocó a su término, y fue preciso marchar con sentimiento general de todos; cerca del término de la jornada, Azarías dio la última instrucción a Tobías diciéndole: «Cuando entrares en casa adora luego al Señor tu Dios, y dale gracias por los beneficios recibidos; al dar a tu padre el ósculo de paz, úngele los ojos con la hiel del pez y luego caerán las cataratas y verá la luz del cielo y se gozará en tu vista». Apenas supieron se acercaba Tobías, salieron a su encuentro sus buenos padres, el anciano tropezando aquí y allí hasta dar con los dos jóvenes; el hijo fidelísimo después de darle un tierno abrazo, ungió con la hiel los ojos del ciego, y al punto comenzaron a desprenderse unas telas blancas que el mismo quitó con sus dedos y vio de nuevo la luz del Sol. Su primera palabra fue de gratitud a Dios. Pasaron siete días de santo regocijo en los que Azarías tomaba parte, haciéndose objeto de la admiración y amor de todos. Agradecido el joven Tobías dijo a su padre: «¿qué recompensa podremos dar a este mancebo, digna de tantos beneficios? Él me condujo y devolvió sano y salvo, cobró el dinero a Gabelo, me ha dado esposa, ahuyentó de ella el demonio, devolvió la alegría a sus padres, me arrebató de las fauces del monstruoso pez y a ti también te restituyó la vista, y, en fin, por medio de él nos vemos colmados de todos los bienes. ¿Cómo podremos dignamente recompensarle? Por mi parte te pido que le ruegues se digne admitir la mitad de lo que trajimos». Parecióle bien al anciano, e inmediatamente le llamó aparte y le suplicó aceptase aquella ofrenda. Entonces, Azarías en un tono de extraordinaria majestad les habló de esta manera: «Bendecid al Dios del Cielo y alabadle ante todos los vivientes porque ha derramado su misericordia sobre vosotros… Cuando orabas con lágrimas y dejabas de comer por enterrar a los muertos, cuando escondías en tu casa los cadáveres, y de noche los enterrabas, yo presenté al Señor tu oración… Ahora me ha enviado el Señor a curarte y a librar del demonio a Sara esposa de tu hijo, pues yo soy el Ángel Rafael, uno de los siete que asisten ante el trono del Señor». Al oír tales palabras ambos Tobías, se turbaron y temblando cayeron postrados en tierra; más el Ángel les reanimó diciéndoles: «No temáis, la paz sea con vosotros… bendecidle y publicad sus maravillas», y desapareció de su presencia sin que pudieran verle más. Tres horas permanecieron postrados en tierra sobrecogidos de santo estupor sin poder hablar palabra; más volviendo en sí el santo anciano elevó al Señor un himno profético. Consideremos en esta tierna y bellísima historia que cada uno de nosotros tiene su Azarías o Rafael que ejerce con sumo amor y solicitud los oficios de ayo y protector, tan ajenos de su altísima dignidad.
JACULATORIA
Glorioso Arcángel San Rafael que librasteis a Tobías de tantos peligros, interceded por mí para que me vea libre de mis enemigos visibles e invisibles.
PRÁCTICA
Sed muy devotos del Arcángel San Rafael y pedidle que, como a los Tobías joven y anciano, os libre de los peligros de alma y cuerpo y os alcance la luz de una fe viva con que podáis creer los misterios de la religión y practicar las obras de misericordia. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
ORACIÓN
Arcángel soberano, dichoso San Rafael, que sois uno de los siete Príncipes supremos que asisten como refulgentísimas lámparas delante del trono de Dios, vos que por especial prerrogativa divina reunís en vuestro ser los altos títulos y blasones de Auxiliador, de Nuncio, de Médico divino, de Compañero fuerte, de Favorecedor, de Orador y de Intercesor, os suplico humildemente ejerzáis para conmigo estos benéficos y caritativos oficios, a fin de que cumpliendo en todas mis acciones la voluntad de Dios, merezca poseerle para siempre. Amén.
EJEMPLO
Refiere el P. Constantino la siguiente historia acaecida en el siglo XII. Era Hildegunda una jovencita de singular piedad e inocencia, natural de Colonia. Quiso su padre llevarla consigo a Jerusalén en peregrinación, y para más precaverla de los peligros, la vistió con traje de varón, y la llamaba José. Muere su padre en el camino, un perverso criado la despoja de todo cuanto tiene y la deja sola y destituida de todo humano socorro; mas el Ángel del Señor la devuelve incólume a Colonia, aunque sin manifestársele todavía visiblemente. Prosiguió disfrazada con aquel traje extraño a su sexo, pero no a su carácter resuelto y varonil. Apremiada por la necesidad hubo de emprender un viaje a Roma: al atravesar un sombrío bosque, se le junta un ladrón que iba perseguido por la justicia, y sus agentes prenden a José, pues el verdadero facineroso se había escapado, dejando al joven sus alforjas, sujetáronle a la prueba del fuego, para averiguar la culpabilidad o la inocencia, y consistía en tomar en las manos un hierro hecho ascua: si el interesado recibía lesión, era condenado como culpable, si no, quedaba absuelto y reconocida su inocencia. Esto último sucedió a nuestra joven por favor del santo Ángel; más la familia del verdadero ladrón, creyéndose injuriada por la declaración de Hildegunda, se apodera de ella y la suspende en un árbol para ahorcarla; el Ángel la tiene suspensa en el aire, para que nada sufra, mientras que unos pastores, inspirados por él, llegan a cortar la soga. Estos, temerosos de los lobos que acometían sus rebaños la dejan de nuevo maniatada y sin poderse mover, pero su ayo fidelísimo no la abandona, le desata las ligaduras, la hace montar en un caballo blanco como la nieve, y en breves momentos la lleva sana y salva hasta Verona. Tres años sobrevivió aquella virgen extraordinaria, recogida en un monasterio, dando ejemplo de las más perfectas virtudes.
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.
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