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martes, 27 de diciembre de 2016

NO LES TENEMOS MIEDO

Vienen tiempos más peligrosos que los actuales, porque el Nuevo Orden Judeo-Masónico del Anticristo y la Ramera Deuterovaticana están impulsando con furor sus malditos designios. Sabemos que por denunciar y condenar sus errores, crímenes y herejías corremos gran riesgo, pero que quede clara una cosa: NO LES TENEMOS MIEDO:
  • Si nos van a matar, QUE NOS MATEN.
  • Si nos van a encarcelar, QUE VENGAN A ARRESTARNOS.
  • Si nos van a exiliar, TENEMOS LA MALETA HECHA PARA PARTIR, Y NUESTRA PATRIA ES EL CIELO.
  • Si nos excluyen de la sociedad, NUNCA QUISIMOS SER SUS BORREGOS.
  • Si nos van a difamar, NOS IMPORTA MUCHO NI POCO LO QUE PIENSEN DE NOSOTROS.
  • Pueden hacer lo que quieran, pero…
 
LA PERSECUCIÓN DEMUESTRA QUE TENEMOS RAZÓN, Y QUE ELLOS SON UNOS COBARDES.
ELLOS ODIAN LA VERDAD, Y QUIEREN SILENCIARNOS POR ELLO.
DESDE LA TUMBA SE OIRÁ NUESTRA VOZ CONDENÁNDOLOS.
CRISTO VENCIÓ Y VENCERÁ.

domingo, 25 de diciembre de 2016

VATICANO II, EL CONCILIO ANTIESPAÑOL O LA VENGANZA DE LOS REPUBLIQUETOS

Se cumplen 55 años de la convocatoria de Roncalli/Juan XXIII bis al Vaticano II. Concilio concluido por Montini/Pablo VI el 8 de diciembre de 1965. Angelo Giuseppe Roncalli Marzolla, el antipapa Juan XXIII bis (ya hubo un Juan XXIII antes que él, Baltasare Cossa), tenía 77 años al ser electo el 28 de octubre de 1958. Tres meses después, convocó a un concilio único en la historia: borró de un plumazo el Syllabus del Bienaventurado Pío IX bajo la consigna del aggiornamento (puesta al día), y silenció con la Östpolitik el apelo de Nuestra Señora de Fátima a la condena del comunismo. Y aunque murió el 3 de junio de 1963 sin verlo desarrollado, Giovanni Battista Montini Alghisi, devenido Pablo VI, cabeza visible del sector progresista entre los obispos, asesorado por teólogos como el dominico Yves Congar, el jesuita Karl Rahner y los jovencísimos sacerdotes Joseph Ratzinger Tauber y Hans Küng, logró imponerse frente a las resistencias del cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, de un Cœtus Internationális Patrum con liderato de Marcel Lefebvre y Antônio de Castro-Mayer, y separando del aula conciliar a Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc, el desterrado arzobispo de Hue (Vietnam), al cual Montini hizo derrocar en favor de Philippe Nguyên-Kim-Diên, más acepto al modernismo.
   
Casi nadie sabe que el Concilio fue el acta de defunción del nacionalcatolicismo, es decir, la consideración de la Iglesia romana por el Caudillo como “sociedad perfecta” y única religión del Estado, definida así por el Concordato de 1953. En España, la convocatoria del Vaticano II causó disgusto entre la jerarquía nacionalcatólica, y con justa razón, pues se sabía que era la oportunidad de la izquierda republiqueta y separatista (de la cual muchos clérigos se inficionaron) para revanchas. Máxime si se tiene en cuenta que Roncalli (con ancestros en la mancomunidad navarra del valle del Roncal, que en años de la República fue socialista y peneuvista), cuando fue nombrado nuncio del Vaticano, se había relacionado con los republiquetos exiliados en París, y desdeñaba el término “Cruzada” para referirse a la Guerra Civil; y que Montini, hijo de una maestra judía y un diputado del democristiano Partido Popular italiano -que tuvo el descaro de albergar a terroristas socialistas perseguidos judicialmente por el Duce Mussolini-, odiaba personalmente a Francisco Franco (de ahí que el Gobierno les presentaba como peligrosos compañeros de viaje del comunismo, y en los diarios Pueblo -de la Organización Sindical- y Arriba -del Movimiento Nacional-, a Montini le calificaron de “Tontini”).
 
La cuota hispánica dentro del Vaticano II constaba de seis cardenales (entre ellos el Arzobispo Primado de Toledo, Enrique Plá y Deniel), un patriarca (Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid-Alcalá y último Patriarca de las Indias Occidentales), 10 arzobispos y 69 obispos, muchos por encima de los 80 años de edad, que tenían convicción de tener una misión nacional, como en Trento: defender la Inmaculada Iglesia Católica mediante la condena solemne del comunismo y la intensificación de la devoción a la Bienaventurada Virgen María. Pero debieron apurar el cáliz de amargura al encontrar el desprecio de muchos de sus colegas o, mínimo, la curiosidad infantil ante “la Rusia de Stalin pero con muchos curas”, como era tenida la España de postguerra a raíz del inusitado aumento de vocaciones sacerdotales que hubo en la nación luego de la represión antitea de Azaña, Negrín, Aguirre, Largo Caballero y Companys, entre otros. Yves Congar redactó en su diario que el odio al nacionalcatolicismo era tal que “cuando los obispos españoles intervenían en el aula conciliar, los padres conciliares aprovechaban para salir al baño”, porque a él le parecía execrable que “vendiesen la figura de un dictador como el gran salvador del Cristianismo” (así escribió Congar).
 
La mayoría de los obispos españoles execró los cambios modernistas del Concilio, lo que les valió de Rahner que los llamase “monofisistas papales que nos consideran a nosotros (los partidarios de una reforma) como nestorianos episcopalistas” porque “piensan que solo venimos a abolir el Vaticano I”. El arzobispo José María Cirarda, emérito de Pamplona, cuenta en sus memorias que el día antes de la clausura, cuando iba a votarse el Esquema XIII (que sería el documento Dignitátis Humánæ), el obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain, le confesó, pálido, que estaba rezando para que Dios interviniese a fin de impedir la aprobación de dicha declaración. Cirarda le inquirió ¿Cómo podrá hacer Dios tal cosa?, a lo cual Pildain contestó: «Útinam ruat cúppula Santi Petri super nos» (tan solo si la cúpula de San Pedro colapsase sobre nosotros). En unas anotaciones sobre el Esquema XIII (cuya traducción mandó pedir por medio de su embajador en la Santa Sede) advirtióles Franco, con apocalíptica lucidez, sobre las calamidades que ocasionaría a España la libertad religiosa y la concepción gnóstica de la dignidad humana, además del carácter inasumible de la separación Estado-Iglesia que Roncalli y Montini tanto querían. Memorable en este sentido es la intervención del Arzobispo Castrense, Mons. Luis Alonso Muñoyerro:
«España disfruta de la unidad católica desde el siglo VII, desde el rey Recaredo. Por la fuerza de esta unidad, la religión católica está en 22 repúblicas de América y en Filipinas. A ella es deben las victorias sobre los mahometanos en España y Lepanto. Y en nuestros tiempos, una gran victoria contra el comunismo».
Al ser votada la declaración (la votación individual de este texto el 19 de noviembre tuvo un resultado de 1.954 votos positivos contra 249 negativos y 13 nulos. La votación del 7 de diciembre a todos los textos fue de 2.308 “placet”, 70 “non placet” y ocho nulos), los obispos españoles escribieron a Montini diciendo: «Si éste prospera en el sentido en que ha sido hasta ahora orientado, al terminar las tareas conciliares los obispos españoles volveremos a nuestras sedes desautorizados por el concilio y con la autoridad mermada ante los fieles». Y si bien ellos prometían sumisión y defender al Vicario de Cristo (que identificaban como Pablo VI), no aseguraban lo mismo para los fieles:
«No podemos asegurar, en cambio, con tanta firmeza que esta misma sea la reacción de todos los católicos españoles, sobre todo de algunos de los que han dedicado sus mejores esfuerzos a los asuntos públicos. Estarán más o menos acertados en sus posturas acerca de problemas siempre contingentes, pero es indudable que en momentos en que la profesión de la fe católica exigía heroísmos, no vacilaron en mantener una actitud de constante defensa de la Iglesia. Ellos saben perfectamente que la orientación del Estado en lo relacionado con las materias que ahora se discuten fue exigencia de la Santa Sede; saben también que la fidelidad a esas directrices ha costado a España incomprensiones y animosidad internacionales y daños perceptibles incluso de orden material. El habérsele negado muchas ayudas económicas exteriores, precisamente en el momento en que su economía quebrantada por la guerra las necesitaba con urgencia, tuvo ésta como una de sus causas más decisivas... Mucho es de temer que si ven que se condena doctrinalmente por el Concilio una actitud y una norma de conducta que les fue impuesta por la Iglesia, se produzcan hondos sentimientos de desconfianza y hasta acaso de resentimiento contra la Sede Apostólica, que no superarán fácilmente en algunos sectores».
Pero como en todo buen trigo hay cizaña, ese rol lo tuvo Vicente Enrique y Tarancón, entonces obispo de Solsona, y protegido de un Montini que, por puro odio al Caudillo, le nombraría arzobispo de Toledo en 1969. Tarancón se alió con el bando modernista durante el Concilio, y logró imponerse a sus hermanos mitrados, piadosos y convencidos de la Verdad sí, pero mal organizados (tanto que les tocó defenderse como francotiradores, a falta de un liderazgo propio y fuerte –Pla y Deniel tenía 88 años, y Ejio y Garay murió en 1963–). Sumado a ello el impío y sedicioso obispo de Calahorra-La Calzada, Fidel García Martínez, al que le pareció indiferente la República atea, y vio en el Concilio la oportunidad de vengarse de quienes expusieron a la luz pública su mala conducta (García era amante de fiestas en los hoteles de lujo de Barcelona, cabarés y salas de fiestas; y que igual aparecía en la Feria de Sevilla que en París, siempre rodeado de bellas mujeres). La derrota para los obispos españoles, como para el Cœtus, era inevitable. Sólo había una explicación para la derrota: los hijos del Mundo son más astutos que los de la Luz, o más verídicamente: LA CONJURA JUDEOMASÓNICO-COMUNISTA INTERNACIONAL CONTRA LA IGLESIA CATÓLICA SE HABÍA ENTRONIZADO EN LA CÁTEDRA PETRINA. 
 
Y aún posteriormente, el odio de Montini contra la España Católica no cesó: Cuando en 1969 se aprobó la Nueva Misa, Jean Guitton, a pesar de su íntima amistad con Montini, nada más obtuvo un “Eso jamás” de éste cuando pidió conservar el Rito Romano Tradicional para la Francia. Pero a los españoles les fue peor: Mosén Joseph Bachs y Mosén Joseph Mariné, representantes de los cerca de 6000 sacerdotes integrantes de la Hermandad Sacerdotal Española de San Antonio María Claret (que tenían aún el recuerdo de las improvisaciones litúrgicas que se presentaron en las zonas controladas por el bando republicano durante la Guerra), que enviaron sendas cartas a Montini el 5 de noviembre y el 11 de diciembre, sin recibir contestación (la última carta era en respuesta a Aníbal Bugnini, que declaró groseramente que existía la posibilidad de una excepción, privilegio o indulto a favor de aquellos sacerdotes cuya edad o salud les privara de condiciones físicas necesarias para adaptarse a la nueva misa). Bachs y Mariné le replican que lo que le falta a los sacerdotes españoles es la capacidad moral, intelectual y espiritual para aceptar una Liturgia que al decir del hermano Max Thurian de Taizé, “hacía teológicamente posible que las comunidades no católicas pudieran celebrar la Santa Cena con las mismas plegarias que la Iglesia Católica. Y si con el Rito Romano era así, con el Rito Mozárabe (o de San Isidoro) la cosa pintaba peor: Muchos en la Primada Toledana querían abolirlo, y actualmente solo se celebra en ella y otros lugares de España una versión que al mismo Cardenal Cisneros le causaría sumo desagrado de puro modernizada que está.
 
Es dable asegurar que los republiquetos anarco-comunistas masonazos anticlericales, los mismos que asesinaron curas, monjas y seglares con métodos de tortura que ni a Nerón se le hubieran ocurrido, quemaron iglesias, profanaron tumbas, fusilaron Cristos y Vírgenes en plaza pública, etc. (crímenes tan evidentes que el que quiera negarlos no es más que un maldito y estúpido demonio), se revistieron de sotana en el execrable deuterovaticano concilio para vengarse del hombre providencial que un 18 de Noviembre declaró la Cruzada por Dios y por la Patria. Y así mismo, es lamentable presenciar a unos individuos que se beneficiaron del respiro que dio la Cruzada para perseguir a la Iglesia. Que Dios NO LOS PERDONE. Y con más razón debemos rechazar el Vaticano II, no sólo porque es una demolición contra la Fe Católica, sino también porque representa una afrenta al orgullo nacional.

HIMNO “Salve, sancta caro Dei”

Tomado de las Horas de la Bienaventurada Virgen María, compiladas por Matías Bonhomme en Lyon en 1548.
  
Salve, sancta caro Dei,
Per quam salvi fiunt rei,
Servos tuos redemísti. 
Dum in Cruce pependísti
 
Quando mortem occidísti,
Aqua quæ de te manávit.
A peccáto nos mundávit
Quod patrávit primus homo.
Inobœ́diens de pomo.
 
Sancta caro, tu me munda
Sanguis et benígna unda.
Lava me ab omni sorde
Et ab infernáli morte.
 
Per tuam benignitátem,
Confer mihi sanitátem
Et sanctam prosperitátem.
 
Frange meos inimícos:
Fac eos esse amícos.
Et supérbiam illórum
Déstrue rex angelórum.
 
Tu qui es salútis portus
Præsta mihi tuum corpus.
In éxitus meæ mortis.
 
Líbera me, Deus fortis.
A leóne rugiénte,
Draconéque furiénte
Da mihi fidem justórum
Qui regnas in sǽcula sæculórum. Amen.
  
V. Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam.
R. Et salutáre tuum da nobis.

ORATIO
Dómine Jesu Christe, qui hanc sacratíssimam carnem et pretiosíssimum sánguinem de gloriosíssimæ Vírginis Maríæ útero assumpsísti: et eúndem sánguinem de sanctíssimo látere tuo in ara crucis pro salúte nostra effudísti, et in hac gloriósa carne a mórtuis resurrexísti: et ad cœlos ascendísti cum eódem sacratíssimo córpore tuo, íterum ventúrus es judicáre vivos et mórtuos in eádem carne, líbera nos per hoc sacratíssimum corpus tuum quod modo in altári per manus sacerdótis tractátur, ab ómnibus immundítiis mentis et córporis, et ab ómnibus malis et perículis, prætériti et futúris. Qui vivis et regnas Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen.
  
Esta oración fue escrita en el altar cercano al Santo Sepulcro. El Papa Bonifacio VI otorgó a cuantos rezaren devotamente esta oración entre la Elevación y el último Agnus Dei 2000 años de Indulgencia.

MENSAJE DE NAVIDAD

Amados hermanos, ¡Feliz y Santa Navidad para todos vosotros!
  
Este ha sido un año en el cual Dios nos ha manifestado una vez más sus misericordias, especialmente porque este año fue un Año Santo en razón de coincidir este año el Viernes Santo con la Anunciación (porque como habíamos dicho, Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado el 25 de Marzo del año 33). Todo esto en consolación por tantas situaciones difíciles que en el plano espiritual hemos visto y sufrido, pero con la esperanza de que todo cuanto hemos padecido es por causa del Amor a la Verdad y Sana Doctrina Católica, y que cada vez más está cerca nuestra libertad.
  
Pidámosle a la Santísima Virgen María, a quien consagramos anticipadamente el año próximo, que nos siga fortaleciendo en la Fe para poder recibir el galardon inmarcesible de la Gloria Eterna.
 
Frater Jorge Rondón Santos
Año Santo 2016, a 25 de Diciembre.

sábado, 24 de diciembre de 2016

RECUERDOS DE UN PASADO GLORIOSO: APERTURA Y CIERRE DE LA PUERTA SANTA EN AÑO JUBILAR

Según la descripción que hiciera Juan Annio de Viterbo en 1450, el Papa Martín V fue el primero en abrir, en el año 1423, la Puerta Santa en la Basílica de San Juan Lateranense. En aquel tiempo los Años Jubilares se celebraban cada 33 años. En la Basílica Vaticana se atestigua por primera vez la apertura de la Puerta Santa en la Navidad de 1499 y en esa ocasión el Papa Alejandro VI quiso que la puerta se abriese no solamente en la Basílica lateranense, sino también en las otras basílicas: San Pedro, Santa María la Mayor y San Pablo extramuros. Una pequeña puerta, probablemente de servicio, que se encontraba en la parte izquierda de la fachada de San Pedro, fue alargada y transformada en Puerta Santa, conservándose la ubicación aún hoy.
 
El Papa Alejandro VI quería además que las normas del Ceremonial del Año Santo (entonces no definidas con detalle por sus predecesores) fuesen más precisas, en particular lo pertinente a los ritos de apertura y ciere de la Puerta Santa. La composición de los ritos fue confiada por el Papa al obispo Johannes Burckardt, Maestro de Ceremonias Pontificias. La Puerta Santa del Jubileo del año 1500 fue abierta en la noche de la vigila de Navidad de año 1499 y cerrada en la solemnidad de la Epifanía del 1501. (El Ritual predispuesto por Burckardt y aprobado por Alejandro VI, las rúbricas observadas en aquella ocasión y las reformas posteriores, lo tomamos del Compendio de Años Santos e Historia del Jubileo celebrado por el Papa León XII del canónigo Andrea Strocchi, 2 ed., Faenza 1826; y de Istoria delle Cappelle Papali del caballero Moroni -traducido al francés en 1846-).
  
APERTURA
El Papa Alejandro VI, revestido con la Capa pluvial y el Trirregno, fue conducido en la silla gestatoria y portando en su mano izquierda un cirio dorado encendido, seguido en procesión por los Cardenales y demás Prelados de la Iglesia, que llevaban consigo cirios encendidos, hacia la Basílica de San Pedro (que permaneció cerrada y custodiada todo el día). Desde allí el Papa envió sus Legados a las otras Basílicas Papales (un Arzobispo Prelado Doméstico a San Pablo Extramuros, un Cardenal a San Juan Lateranense, y el Arcipreste de Santa María la Mayor). Una vez llegados a la Basílica, el coro entonó el Salmo 99:
Jubiláte Deo, omnis terra: servíte Dómino in lætítia.
Introíte in conspéctu ejus in exsultatióne.
Scitóte quoniam Dóminus ipse est Deus, ipse fecit nos, et non ipsi nos: pópulus ejus et oves pascuæ ejus.
Introíte portam ejus in confessióne, átria ejus in hymnis: confitémini illi.
Laudáte nomen ejus, quóniam suávis est Dóminus.
In ætérnum misericórdia ejus, et a generatióne usque in generatiónem véritas ejus.
℣. Glória Patri, et Fílio, et Spíritui Sancto.
℟. Sicut erat in princípio, et nunc, et semper, et in sǽcula sæculórum. Amen.

Terminado el Salmo, Alejandro VI inició la recitación de los versos, respondidos por el coro:
V. Apérite mihi portas justítiæ.
R. Et ingréssus in eas confítébor Dómino.
V. Hæc porta Dómini. 
R. Justi intrábunt in eam. 
V. Introíbo ad domum tuam.
R. Adorábo in Templum sanctum tuum in timóre tuo. 
V. Hæc est dies quam fecit Dóminus. 
R. Exsultémus et lætémur in ea.
V. Laudáte Dóminum, omnes gentes. 
R. Laudáte eum, omnes pópuli. 
V. Apérite mihi portas justítiæ. 
R. Ingréssus in eas confítébor Dómino.
V. Hæc porta Dómini. 
R. Justi intrábunt in eam. 
V. Introíte in conspéctu ejus. 
R. In exsultatióne. 
V. Dómine, exáudi oratiónem meam. 
R. Et clamor meus ad te véniat. 
V. Dóminus vobíscum. 
R. Et cum spíritu tuo.
  
ORATIO
Deus, qui per Móysem fámulum tuum pópulo Israelítico quinquagésimum annum remissiónis et Jubiléi instituísti, quo síngulos esse líberos voluísti, concéde propítius nobis fámulis Jubiléi annum auctoritáte tua institútum quo hanc portam pópulo contríto aperiri voluísti, fidéliter inchoáre, ut in eo vénia plenæ indulgéntiæ et remissiónis ómnium delictórum obténta, cum dies vocatiónis advenerit, inerrábili glória et perénni felicitáte perfruámur, per D. N. Jesu Christi. Amen

Luego, el Papa se puso de pie y se dirigió hacia la pared de ladrillos que tapiaba la Puerta Santa, y recibiendo un martillo, dio tres golpes contra el muro, y hecho esto regresó a la silla gestatoria. Los obreros continuarán la demolición. Terminados estos trabajos, se levantó de la sede gestatoria y se arrodilló delante de la puerta, donde rezó el Miserére, teniendo la cabeza descubierta y portando en todo tiempo el cirio dorado encendido. Finalizada su oración, entró el primero por la Puerta, seguido por la procesión de Cardenales, dirigiéndose hacia el Altar mayor.
 
En llegando, se arrodilló brevemente. Puesto de pie, dijo el Pater noster en baja voz:
Pater noster, qui es in Cœlis, sanctificétur Nomen tuum. Advéniat Regnum tuum. Fiat Volúntas tua, sicut in Cœlo et in terra. Panem nostrum quotidiánum da nobis hódie, et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris.
℣. Et ne nos indúcas in tentatiónem.
℟. Sed líbera nos a malo.

V. Dóminus vobíscum. 
R. Et cum spíritu tuo.

ORATIO
Actiónes nostras, quǽsumus, Dómine aspirándo prǽveni, et adjuvándo proséquere: ut cuncta nostra orátio, et operátio a te semper incípiat, et per te cœpta finiátur. Per Dóminum.

Finalizado el acto, se dirigió al Trono Pontificio para presidir el rezo de las Vísperas.
 
CLAUSURA
A causa de la gran afluencia de peregrinos que hubo en aquel año, atraídos no sólo por la Indulgencia, sino por la piedad y fervor que inspiraba el Sumo Pontífice, se había dispuesto el 16 de Diciembre de 1500 mediante el Breve Commísum nobis Coélitus que la clausura del Año Jubilar se realizase después de las segundas Vísperas de la Epifanía de 1501, y el Papa estaba aquejado por la gota, fueron delegados los cardenales Francesco Borgia (Arzobispo de Cosenza) y Giovanni Battista Ferrario (Obispo de Módena) para presidir la ceremonia.

En esta ocasión, los cardenales delegados salieron con antorchas encendidas por la puerta principal de la Basílica Petrina mientras el coro cantaba el himno Hostis Heródes ímpie. Una vez entrada la procesión por la Puerta Santa, fue exhibido a los fieles el Velo de Verónica, donde Nuestro Señor imprimió su Santa Faz. Los dichos cardenales entraron los últimos. Posteriormente, uno de los dos cardenales puso de un lado del umbral de la Puerta Santa un ladrillo de oro, y el otro cardenal colocó uno de plata al otro extremo. Los obreros terminaron de erigir la pared. Y después de recitadas algunas oraciones, el Año Jubilar de 1500 fue oficialmente clausurado.

De Alejandro VI viene la piadosa costumbre papal de extender un año más (Año Santo) los beneficios de la Indulgencia jubilar a todo el mundo Católico, y no sólo a los peregrinos presentes en Roma, como se estilaba anteriormente. Con todo, el ritual de clausura fue reformado por su sucesor Clemente VII en 1525, de la siguiente manera:

Después de recitadas las primeras vísperas de la Vigilia de la Navidad, el Papa rindió adoración a la Santa Faz, la Santa Cruz y a la Lanza (adoración que se tributa en el sentido de ser instrumentos de la Pasion de Cristo, huelga señalar). A continuación, Clemente VII pronunció la antífona Cum jucunditáte exhíbitis et cum gáudio deducímini, nam et montes et colles exsílient exspectántes vos cum gáudio, allelúja. Antífona que fue seguida, mientras el Papa salía procesionalmente por la Puerta Santa, por el canto del Salmo 126 entonado por el coro:
Nisi Dóminus ædificáverit domum, in vanum laboravérunt qui ædíficant eam.
Nisi Dóminus custodíerit civitátem, frustra vígilat qui custódit eam.
Vanum est vobis ante lucem súrgere: súrgite postquam sedéritis, qui manducátis panem dolóris.
Cum déderit diléctis suis somnum: ecce heréditas Dómini fílii: merces, fructus ventris.
Sicut sagíttæ in manu poténtis: ita fílii excussórum.
Beátus vir, qui implévit desidérium suum ex ipsis: non confundétur cum loquétur inimícis suis in porta.
℣. Glória Patri, et Fílio, et Spíritui Sancto.
℟. Sicut erat in princípio, et nunc, et semper, et in sǽcula sæculórum. Amen.

Posteriormente, el Papa bendecía las piedras, los ladrillos y la mezcla con que sería tapiada la Puerta Santa diciendo
℣. Adjutórium nostrum in nómine Dómini.
℟. Qui fecit Cœlum et terram.
V. Sit nomen Dómini benedíctum.
R. Ex hoc nunc, et usque in sǽculum.
V. Lápidem, quem reprobáverunt ædificántes.
R. Hic factus est in caput ánguli.
V. Dómine, exáudi oratiónem meam.
R. Et clamor meus ad te véniat.
V. Dóminus vobíscum.
R. Et cum spíritu tuo.
 
ORATIO
Summe Deus, qui summa, média, ímaque custódis, qui omnem creatúram intrínsecus ambiéndo cóncludis, sanctífica et bénedic has creatúras lápidis, calcis, et sábuli. Per Christum Dóminum Nostrum. Amen.

El Papa asperja con agua bendita los materiales de construcción y los inciensa. Depuesta la mitra, el Papa se ciñe un mandil de estofa blanca, y estando de rodillas sobre una almohada blanca bordada en oro dispuesta en una grada cubierta de terciopelo rojo, recibe del Cardenal Penitenciario una espátula de plata sobredorada con mango de marfil, con la cual toma de un cubo, sostennido por el maestro de ceremonias, algo de mortero, que esparcirá en medio del suelo mezclado con algunas medallas de oro y plata acuñadas durante su pontificado:
Al colocar el primer mortero, en medio del umbral: In fide et virtúte Jesu Christi, Fíli Dei vivi, Al verter el mortero en el lado derecho del umbral: qui Apostolórum Príncipi dixit: Tu es Petrus, Al colocar el tercer mortero a la izquierda: et super hanc Petram ædificábo Ecclésiam meam. 
 
Luego pondrá tres ladrillos (uno de oro con su escudo papal y la inscripción N. Papa, Pont. Max. Anno Jub. xxxx., y otros dos de plata con las armas de la Basílica Vaticana y las de la Fábrica de San Pedro respectivamente) diciendo:
Al colocar el primer ladrillo: Collocámus lápidem istum primárium, Al colocar el segundo: ad claudéndam portam Sanctam Al colocar el tercero: ipso tantummodo síngulo jubilǽi anno  reseréndam. Y signa los tres ladrillos: In nómine Patris, et Fílii , et Spíritus Sancti. Amen.
 
Luego de esto, el Papa retorna a su trono y depuesto el mandil blanco, se lava las manos. El Penitenciario Mayor, tomando una espátula de hierro con mango de madera plateada dispone otro mortero y ladrillos sobre los puestos por el Papa (previamente se colocaron sobre éstos una pequeña tabla cubierta con tela blanca nueva); siendo seguido por cuatro penitenciarios menores con casulla y delantal, que con sendas espátulas de hierro con mango de madera pintada pondrán mortero y ladrillos hasta cierta altura, continuando el trabajo doce muratori. Mientras los obreros concluyen el muro y el Papa se lava las manos, se entona el himno Cœléstis Urbs Jerúsalem, de las Vísperas de la dedicación de la Iglesia:
 
Cœléstis Urbs Jerúsalem
Beáta pacis vísio,
Quæ celsa de vivéntibus
Saxis ad astra tólleris,
Spónsæque ritu cíngeris
Mille Angelórum míllibus.
 
O sorte nupta próspera,
Dotáta Patris glória,
Respérsa sponsi grátia,
Regína formosíssima,
Christo jugáta príncipi,
Cœli corúsca cívitas.
 
Hic margarítis emícant
Paténtque cunctis óstia:
Virtúte namque prǽvia
Mortális illuc dúcitur,
Amóre Christi pércitus,
Quísquis torménta sústinet.

Scalpri salúbris íctibus,
Et tunsióne plúrima,
Fabri pólita málleo,
Hanc saxa molem cónstruunt,
Aptísque juncta néxibus
Locántur in fastígio.
 
Alto ex Olympi vértice
Summi Paréntis Fílius,
Ceu monte deséctus lapis
Terras in imas decídens,
Domus supérnæ, et ínfimæ,
Utrúmque junxit ángulum.
 
Sed illa sedes cœ́litum
Semper resúltat láudibus,
Deúmque Trinum et Únicum
Jugi canóre preedicat:
Illi canéntes júngimur
Almæ Siónis ǽmuli.

Hæc templa, Rex cœléstium,
Imple benígno lúmine:
Huc o rogátus ádveni,
Plebísque vota súscipe,
Et nostra corda júgiter
Perfúnde cœli grátia.

Hic impétrent fidélium
Voces, precésque súpplicum
Domus beátae múnera,
Partísque donis gáudeant:
Donec solúti córpore
Sedes beátas ímpleant.

Decus Parénti débitum
Sit usquequáque Altíssimo,
Natóque Patris único,
Et ínclyto Paráclito,
Cui laus, potéstas, glória,
Sit per ætérna sǽcula.

Finalizado el himno, el Papa se depone la mitra y recita los siguientes versos y la oración:
V. Salvum fac pópulo tuo, Dómine.
R. Et benedic hereditáte tuæ.
V. Esto nobis, Dómine, turris fortitúdinis.
R. A fácie inimíci.
V. Mitte nobis, Dómine, auxílium de sancto.
R. Et de Sion tuére nox.
V. Dómine, exáudi oratiónem meam.
R. Et clamor meus ad te véniat.
V. Dóminus vobíscum.
R. Et cum spíritu tuo.
 
ORATIO
Deus, qui in omni loco dominatiónis tuæ clemens et benígnus exáuditor exsístis, exáudi nos, quǽsumus, et præsta, ut inviolabilis hujus loci sanctifícatio; et benefícia tui múneris in hoc Jubilǽi anno univérsitas fidélium impetrásse lætétur. Per Christum Dóminum nostrum. Amen.
 
Concluida la oración se apagan los cirios y el Papa comienza el Te Deum, seguido por el coro. Luego el Auditor de la Rota presenta la cruz papal y otorga la bendición apostólica:
℣. Sit nomen Dómini benedíctum.
℟. Ex hoc nunc, et usque in sǽculum.
℣. Adjutórium nostrum in nómine Dómini.
℟. Qui fecit Cœlum et terram.
Benedícat vos omnípotens Deus, Pa ter, et Fí lius, et Spíritus Sanctus. Amen.

Todas estas ceremonias fueron observadas fielmente por los Papas hasta 1950, que fue el último Año Jubilar previo a la debacle deuterovaticana.
 
FUENTES:
Gaetano Moroni, Istoria delle Cappelle Papali (trad. francesa por Augustin Manavit). París, 1846.
Fray Domingo Quirico Comerma OP, Noticias acerca del Jubileo del Año Santo. Barcelona, 1826.
Giovanni Battista Leoni, Cartas familiares. Venecia, 1592.

"ESTO FIDÉLIS" (Permaneced fieles)

Tomado de STAT VERITAS, vía APOSTOLADO EUCARÍSTICO
 
   
La fidelidad es una virtud social que tiene una afinidad profunda con la virtud de verdad y, en consecuencia, se vincula, tal como ella, con la virtud de justicia.
  
Parece muy oportuno rememorar qué es esta virtud, a fin de animarnos a desarrollarla, a mantenerla en nosotros y a manifestarla en nuestra vida individual y social.
  
La fidelidad es la voluntad de tener un compromiso dado. Es ser verdadero hacia sí mismo y verdadero hacia los demás, que tienen sus propios compromisos. También es ser justos, pues uno se compromete hacia otra persona o aún hacia Dios o la Iglesia, o a una sociedad. Los compromisos pueden ser numerosos. Hay unos, irrenunciables, que nos comprometen por la eternidad; hay otros que nos comprometen para esta vida de aquí abajo. En cambio, hay otros que pueden ser anulados, pero jamás unilateralmente, lo cual constituiría una injusticia hacia personas con las cuales uno se comprometió y, en definitiva, hacia Dios.
  
Así, el bautismo nos compromete por toda la eternidad, y ese compromiso debe procurarnos bienes que aseguran la vida eterna. Bautizados, nunca nos está permitido renegar de nuestro compromiso. El casamiento compromete para la vida de aquí abajo y los que lo han contraído deben permanecer fieles, sin que ninguna autoridad de este mundo pueda dispensarlos de estos compromisos. Con esto se puede medir la gran importancia de la virtud de la fidelidad.
  
Numerosas pueden ser las promesas y compromisos diversos. Numerosas también pueden ser las circunstancias que, sea por sí mismas, sea por aquellos con los cuales uno se comprometió, resuelvan el compromiso. Pero nada es tan odioso, deshonrante y nocivo para la vida social, como una promesa o un compromiso que no se cumple sin que medie alguna circunstancia legítima, o que un asentimiento de las personas interesadas haya autorizado su anulación.
  
Se asiste hoy a un desprecio de la virtud de fidelidad que molesta gravemente a la vida religiosa, cuando se trata de compromisos realizados con Dios, y con la vida social, cuando se trata de compromisos para con el prójimo.
  
Las numerosas infidelidades de los sacerdotes, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, causan un grave escándalo a la humanidad entera. El sacerdote consagrado, santificado por la unción sacramental y la imposición de las manos del Obispo, está dedicado al culto de Dios y a la santificación de las almas. Está comprometido por esa doble unción a cierta doble finalidad. Aún si la Iglesia pudiera suspender el ejercicio de ese compromiso, no sería menos verdadero que estos sacerdotes han sido infieles a lo que habían prometido solemnemente delante de Dios y de la Iglesia. Esa ruptura no es, ciertamente, un ejemplo para los que se han comprometido en los lazos del matrimonio.
  
La infidelidad en la vida religiosa se produce cuando uno pide la ruptura de los votos perpetuos: cierto, puede haber motivos legítimos para hacer ese pedido, pero ¿no es verdad, desgraciadamente, que estos motivos tienen generalmente por causa infidelidades reales? No sucede lo mismo con los votos temporales, que por su naturaleza son caducables. Pero hoy se asiste a menudo a una desestimación de los votos, que se manifiesta por la impaciencia de ser relevado de ellos antes de que éstos lleguen a su término. Esto provocará, sin duda, una modificación en el régimen de los votos temporarios. ¿Pero se puede pensar que la estima será más grande? Quizás en el retraso en la preparación y en la profesión de los compromisos podría encontrarse una solución parcial. Pero también probablemente sea en una fe más grande y en una mejor comprensión del ideal religioso que se encuentre la verdadera solución.
  
Desgraciadamente, las infidelidades a nuestras constituciones, las cuales nos hemos comprometido a observar, son más y más frecuentes. Por cierto, los capítulos generales extraordinarios son invitados a revisar estas constituciones y modificarlas según algunos principios enunciados por el Concilio y por los decretos. Para eso se preparan todas las sociedades religiosas. Si una cierta tolerancia puede existir sobre algunos aspectos poco importantes de estas constituciones, uno queda estupefacto al ver a veces con cuánta inconsciencia, para no decir con qué desprecio, se consideran los compromisos tomados solemnemente ante la Iglesia y ante Dios. Algunos superiores se creen verdaderos legisladores y que tienen ellos solos la autoridad del capítulo general. Que no se hagan ilusiones; en esos casos la víctima siempre es la autoridad, y por consiguiente, Dios, en cuanto Dios pueda ser víctima de nuestras faltas y de nuestras infidelidades. Pues el desprecio de los compromisos por parte de quienes tienen responsabilidades no puede dirigirse más que contra estas autoridades. No tener en cuenta las constituciones ahora, vale para el futuro. No habrá más razones para obedecer a las futuras constituciones que a las de hoy.
  
Los superiores que obran así se arriesgan a causar graves infortunios a quienes en su comunidad son fieles a sus compromisos. Los privan de gracias particulares vinculadas a esta fidelidad. Entonces, hay que ser muy circunspecto y prudente en esta manera de obrar, so pena de recibir los reproches que Dios destina a los servidores infieles.
  
Esta tendencia actual a la infidelidad es desastrosa, tanto hacia la unión con Dios, como en relación a la vida de familia en la congregación misma. Es que la fidelidad es vecina de la sencillez, mientras que la infidelidad es vecina de la duplicidad. ¿Cómo se puede tener relaciones de filiación verdadera y confiada con Dios, si nuestra actitud es falsa y doble? ¿Cómo puede reinar una atmósfera de confianza entre los miembros de una sociedad sin la fidelidad a una palabra dada?
  
Es tiempo de que cada uno se examine sobre esta linda virtud de fidelidad que hace honor a aquel que la posee, que le procura una reputación de lealtad y le adquiere a justo título la confianza de su prójimo y, sobre todo, la confianza de Dios. “Euge, serve bone et fidélis, quia super parva fuísti fidélis, supra multa te constítuam”. Tal será la palabra con la cual el Señor nos acogerá, si hemos sabido ser fieles en todas las cosas.
  
‡ Monseñor Marcel Lefebvre
Carta Pastoral n° 37
(“Avisos del mes”, septiembre-octubre de 1967)

miércoles, 21 de diciembre de 2016

LA FALSEDAD DE GARABANDAL

Todas las «apariciones» modernas que dicen ser de la Santísima Virgen son fraudes demoníacos destinados a apartar a las gentes de la verdadera Fe y a mantenerlas en la falsa secta del Vaticano II. De esto advirtió Nuestro Señor:
“Entonces si alguno os dijere: «Aquí está el Cristo, o allí», no les creáis. Porque han de levantarse falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes signos y milagros, capaces de engañar (si es posible) aún a los elegidos. Por eso os lo digo de antemano. Si por tanto ellos os dicen: «Mira que está en el desierto», no salgáis; o «Mira que está en el armario», no les creáis”. (Mateo 24, 23-26)
San Pablo advierte que
“Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: «Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema»”. (Gálatas 1, 8-9)
Esta advertencia también vale sobre la Santísima Virgen, San José o cualquier ángel o santo. Por su parte, María Julia Jahenny, la vidente estigmatizada de Bretaña, recibió un mensaje en 1891 diciendo que
Antes del período en que vengan los castigos anunciados en La Salette, una cantidad ilimitada de falsas revelaciones surgirá del Infierno como un enjambre de moscas; una última tentativa de Satanás para ahogar y destruir la creencia en las verdaderas revelaciones por las falsas”.

Ciertas personas afirman que Padre Pío aprobaba las «apariciones de Garabandal», pero las pruebas de esto no son claras (ya ahondaremos sobre eso). Y aún si fuera cierto que Padre Pío aprobó Garabandal, ello no prueba, sin embargo, que fuesen verdaderas esas apariciones. Muy por el contrario, Padre Pío JAMÁS ESTUVO ALLÍ, ni se arrogó el poder juzgar sobre el asunto, sobreseyendo a los obispos legítimos y válidos. Inclusive, algunos han forzado un nexo entre Fátima y Garabandal (cosa que ni la Virgen dijo, ni la auténtica Sor Lucía de Fátima -que JAMÁS puso un pie en ese lugar- afirmó en sus escritos).
  
Imagen de Nuestra Señora de Garabandal, como supuestamente apareció ante las “videntes”

Nosotros pensamos francamente que Garabandal fue una falsa aparición y, esto, por un cierto número de razones. No entraremos, como han hecho en otro lugar, en la polémica de si la Virgen portaba velo o no sobre la cabeza, por ser una discusión bizantina -cuando los turcos estaban tomándose la ciudad de Constantinopla, los sabios de la ciudad discutían sobre el sexo de los ángeles-.
  1. Primeramente, uno de los mensajes de las apariciones dice así: “el Papa va convocar de nuevo el Concilio y será un gran evento en la Iglesia”. Esto significa que Garabandal aparentemente hace referencia al Vaticano II como un “gran evento” bueno en la Iglesia y que Pablo VI es el “Papa” –afirmaciones que desde el punto de vista Católico son totalmente falsas– y, si fue declarado en el mensaje, ello prueba sin duda alguna que Garabandal fue una falsa aparición cuyo origen es atribuible al demonio.
  2. En segundo lugar, la mayoría de los que han tenido visiones y apariciones celestiales (Bernardita Soubirous, la verdadera Hermana Lucía de Fátima, y otros muchos) siguieron una vida religiosa. Pero de las “videntes” de Garabandal (Mari Loli -María Dolores- Mazón González, Conchita -Concepción- González González, Jacinta González González y Mari Cruz González Madrazo), ninguna de ellas siguió una vocación religiosa, sino que se casaron y tuvieron hijos:
    • Conchita González (que ha revelado los mensajes) quería entrar al convento, pero “Jesús” le habría dicho que retornara al mundo. Ella se casó en Nueva York y reside en Long Island (NY), con cuatro hijos. Sus parientes no fueron al matrimonio.
    • Jacinta González se casó en Garabandal, pero se fue a vivir a Los Ángeles (California), donde adoptó una hija.
    • María Dolores Mazón se casó en Brockton (Massachussets), donde murió en 2009. Tuvo tres hijos.
    • Mari Cruz González se casó en Puentenansa (Cantabria) y reside en Avilés (Asturias). Tiene cuatro hijos.

    Dos de las videntes están enfadadas mutuamente. Mari Cruz y Jacinta son las únicas que viajan a Garabandal de tiempo en tiempo.
  3. La aparición primera de Garabandal, supuestamente de San Miguel Arcángel, ocurrió el 18 de Junio de 1961 a las 18:00h (coincidencialmente, un 18 de Junio, pero de 1968, fue la fecha en que se aprobó el Rito Montiniano de Ordenación, que es tan nulo como el Rito Anglicano codificado por Tomás Cranmer; y la fecha y hora es sospechosa: 18=6+6+6), cuando las videntes estaban robando manzanas –conducta que, a nuestro entender, Dios no premiaría con una visita suya, ni de Su Santísima Madre, ni de cualquier otro personaje celestial; además de que la manzana es un símbolo sumamente siniestro-. Incluso se dice que en una ocasión, se rió cuando Conchita le pidió un “milagruco”. No creemos que haya sido San Miguel quien se apereció allí, mucho menos riéndose, porque en realidad San Miguel Arcángel es un guerrero, y como tal su presencia es solemne y causa temor reverencial cuando se aparece:
    • Aparición a San Josué antes de la batalla de Jericó.
    • Aparición a San Juan Evangelista para revelarle el Apocalipsis.
    • Aparición a San Lorenzo Mayorano en Monte Gargano.
    • Aparición a San Auberto en Mont-Saint-Michel.
    • Aparición a Santa Juana de Arco en Donremy.
    • Aparición al indígena Diego Lázaro en Tlaxcala.
    • Aparición al papa León XIII el 20 de Octubre de 1884.
    • Aparición a los pastorcitos de Fátima antes de aparecerse la Virgen.
     
    La supuesta aparición de la Virgen no aceptaba que le presentaran objetos benditos, porque quería bendecirlos ella misma.
  4. La «profecía» anunciando que el Cielo nos enviará un aviso que algunos sentirán en sí mismos al mismo tiempo. ¡Teóricamente el aviso habría tenido lugar después de haber sido previsto en vida del antipapa Juan Pablo II! En efecto, a inicios de Junio de 1963, la “vidente” Conchita anunció: «Después de la muerte de Juan XXIII, quedarán solamente tres Papas y después vendrá el fin de los tiempos». Ratzinger-Benedicto XVI es el cuarto antipapa después de Juan XXIII y el Clown blanco Francisco I es el quinto antipapa después de Juan XXIII…
      
    Para colmo de males, el supuesto “Gran Aviso”, según Conchita, será un Juicio en miniatura, y habría quienes morirán de la impresión durante el mismo. Pero nada sucedió. Luego variaron la fecha hasta el 13 de Noviembre de 2016. NADA PASÓ.
  5. Conchita afirmó que luego del Aviso sucedería el Gran Milagro (ella revelaría la fecha con ocho días de antelación), y que cuantos enfermos estuvieren en el lugar serán sanados, sin importar la religión que profesen. A este propósito conviene citar lo que le escribió a Joey Lomangino (el cual era ciego a causa de un accidente inflando una llanta de camión):
    “Día de San José, 1964. Querido Joey, Hoy en una locución en los Pinos, la Virgen me dijo que te comunicara que la voz que tú oíste era de ELLA. Que tú recibirás nuevos ojos en el día del gran milagro. También me dijo que el Hogar de Caridad que fundarás en Nueva York dará gran gloria a Dios. Conchita González”.
    Pero acontece que Joey murió el 18 de Junio de 2014 a las 10:30h, y sin recibir “los nuevos ojos” que “la Virgen” le prometió por medio de Conchita... (¿No os recuerda el caso de Clemente Domínguez, el del Palmar de Troya? Él perdió los ojos por un accidente de tráfico, y hasta su muerte sostuvo que la Virgen le restituiría la vista).
      
    Joey Lomangino, el “Apóstol” de las falsas apariciones y mensajes de Garabandal
      
    Aparte, se decía que el cadáver del Padre Luis María Andreu Rodamilans SJ (muerto el 9 de Agosto de 1961. Un día antes habría visto a la Virgen y el Gran Milagro, según Conchita) sería exhumado y encontrado incorrupto ese mismo día del Milagro. Pero quince años después, cuando el Seminario de Oña fue convertido en hospital siquiátrico, llevado a cabo el proceso de exhumación, sus restos fueron trasladados a un osario.
      
    Padre Luis María Andreu Rodamilans SJ (de rodillas aparentemente), presenciando uno de los éxtasis de las “videntes”.
      
    Y como el tema de Rusia no puede faltar en ninguna aparición moderna que blasone ser “apocalíptica”, en Garabandal se dice que Rusia se convertirá en el Milagro. Cosa supremamente falsa, porque GRACIAS A LA CONSAGRACIÓN HECHA POR PÍO XII EN 1952, RUSIA SE CONVIRTIÓ DE SUS PERSECUCIONES A LA IGLESIA.
      
    Miles de personas se congregaron en Garabandal para asistir al “Gran Milagro” profetizado para el 13 de Mayo de 2010, pero ninguna vio nada. Nada pasó. ¿Qué hicieron luego los garabandalistas? ¡Calcular otras fechas! (ahora dicen que el 13 de Abril de 2017). La credulidad de la gente es desesperante…
  6. Cinco obispos en continuidad (legítmos y válidamente consagrados antes de 1968) declararon que NO CONSTABA LA SOBRENATURALIDAD de los fenómenos y las supuestas apariciones de Garabandal. Y el Santo Oficio confirmó la conclusión a que el obispo Vicente Puchol llegó sobre el particular en forma definitiva (así los garabandalistas lo quieran negar), cual es:
    NO HA EXISTIDO NINGUNA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN, NI DEL ARCÁNGEL SAN MIGUEL, NI DE NINGÚN OTRO PERSONAJE CELESTIAL; NO HA HABIDO NINGÚN MENSAJE; TODOS LOS HECHOS ACAECIDOS EN DICHA LOCALIDAD TIENEN EXPLICACIÓN NATURAL”.
    Además, en 1966, las cuatro jóvenes se retractaron de sus pretensas apariciones y mensajes señalando que era una puesta en escena a raíz de una jugarreta infantil. Mari Loli pidió muchas veces ayuda, y confesó:
    “Me sentía con remordimientos de conciencia porque sentía que había cometido un grave pecado y me preguntaba qué me pasaría si muriera en ese instante, iría al Infierno. En tal estado oré toda la noche: ‘Señor, ayúdame a confesar mis pecados’. Durante esos días los estudiantes hicieron un retiro y como sabe Ud., al final todos se sentían muy felices, cantando y escribiendo sobre su hermosa experiencia espiritual. Pero me dije: ‘que afortunados son al hallarse en estado de gracia, mientras yo estoy en pecado mortal’. Tuve que confesar que no vimos a la Virgen, ‘en una noche insomne, lloré y lloré pidiendo a Dios que me ayudara a confesar todo esto’”.
  7. La actitud de las “videntes” también dejaba mucho que decir: caminaban al revés, supuestas levitaciones en poses inmodestas, insensibilidad al fuego y a objetos punzantes. Una de las “videntes” afrimó que al ver a “la Virgen con el Niño”, tenía miedo de que se le fuera a caer y no fijaba en Él su mirada (hechos que sugieren una influencia satánica). Aunado a lo anterior, el deseo de publicidad que tenían las videntes.
 
Creemos que el propósito de las falsas apariciones de Garabandal era enfocar a la gente en un castigo físico –un gran aviso, un milagro y el “Cometa de Redención”– y distraer a la gente del verdadero ataque de Satanás: ¡LA GRAN APOSTASÍA CANONIZADA EN EL DEUTEROVATICANO CONCILIO Y SUS ANTIPAPAS, TODO ELLO A COSTA DEL OCULTAMIENTO Y RIDICULIZACIÓN DE LA PROFECÍA DADA POR NUESTRA SEÑORA EN LA SALETTE Y FÁTIMA! 
  
Además, ¿quiénes son los adeptos de Garabandal? ¡Los “conservadores” y neocones de la Iglesia Deuterovaticana que están escandalizados de los abusos doctrinales que se presentan por su causa, pero desconocedores obstinados de la Sana Doctrina Católica y con una fe inmadura y veleidosa, se obstinan en aceptar una inexistente “hermenéutica a la luz de la Tradición” para el Vaticano II y que gustan de parafernalia y extravagancias para sustentar su retorcida y herética opinión! Entonces, personas esperan por lo que ellos piensan será el “verdadero” castigo (esperando algo físico) y a la vez permanecen en la falsa secta, el verdadero castigo (uno espiritual, la secta del Vaticano II) ya estaría sobre ellos y ya casi ha alcanzado su consumación.

martes, 20 de diciembre de 2016

EL JUS PUNIÉNDI DE JAVIER ECHEVARRÍA EN LA OBRA

Javier Echevarría Rodríguez será recordado entre muchas razones porque maquinó con Álvaro del Portillo la erección como Prelatura personal por parte de Juan Pablo II del hasta entonces Instituto secular Opus Dei. El cardenal español Fernando Sebastián Aguilar relató en el libro ‘Memorias con esperanza’ (editorial Encuentro. 1916), que dicho premio causó “el disgusto” entre los obispos españoles “primero, por no haber sido consultados, y segundo, por considerar que el Opus Dei no reunía las cualidades que el Derecho canónico atribuye a las prelaturas personales”.
 
A fines de expresar su rechazo ante esa decisión pontifica, fueron a Roma Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo y presidente de la Conferencia Episcopal Española, y el propio Fernando Sebastián, secretario general de la misma. Wojtyla los dejó esperando cuatro días, hasta que se convenció de que los emisarios españoles no se irían hasta ser atendidos. Al salir de la visita a un Juan Pablo II simpatizante del Opus frente al jesuitismo modernista post-V2, don Gabino le dijo a Sebastián: “Con estas aventuras no vamos a ganar muchos amigos en Roma”. Y eso exactamente fue lo que sucedió: Díaz Merchán nunca fue creado cardenal, y Sebastián lo ha sido a los 84 años (y por ende, sin derecho al sufragio en un cónclave), por decisión de Francisco Bergoglio. Ello se puede considerar un castigo del Opus, que manda mucho en el Vaticano porque ellos fueron los que le dieron un “donativo” de un millón de dólares para salvarlo de la quiebra producida por el escándalo del Banco Ambrosiano, y como contraprestación solicitaron la Prelatura y la “santificación” del fundador de la Obra, José María Escriba y Albás (nombre real de Josemaría Escrivá de Balaguer).
  
Se cree que Echevarría manejó con mayor discreción y prudencia que sus antecesores Escriba y Del Portillo ese jus puniéndi, aunque en 1994 se quejó de que el Opus ha sido objeto de campañas e insidias, y ante el diario El País se jactó de afirmar que “Las polémicas, promovidas en España por una minoría, están superadas”, y de que ni siquiera tenían obispos en España. Quizá sea cierto entonces que no tengan obispos, pero La Obra nunca ha dejado de tener ministros u otros altos cargos en el Estado español (que desplazaron a la Falange de los puestos clave en la España nacional, y pudieron incluso frenar una investigación del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo), siendo el último y más señalado entre ellos el hasta hace un mes ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. De ahí que las noticias sobre el poder del Opus han desaparecido, o casi, de la vida pública española.

domingo, 18 de diciembre de 2016

LA MARCHA DE LO DEIFORME A LO INFORME POR LO DEFORME EN EL ARTE

Traducción por Héctor el Cruzado para ESPADA CATÓLICA del artículo publicado por Leo Daniele para INSTITUTO PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
   
LA MARCHA DE LO DEIFORME A LO DEFORME, Y DE AHÍ A LO INFORME
  
  
¿Qué lugar debe ocupar el arte entre las actividades humanas? Según San Buenaventura, existe una semejanza entre el Creador y la criatura. Es esta similitud la que nos permite elevarnos hasta Dios por medio de las criaturas, y es en este gran anhelo de elevación que se debe encontrar el lugar del arte [1]. Como afirma Plinio Corrêa de Oliveira en un texto famoso,
Dios estableció misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos, perfumes, sabores, y ciertos estados de espíritu”[2].
Pío XII enseñó:
El hombre en todas sus acciones debe manifestar, en alabanza y gloria del Creador, la perfección infinita de Dios, e imitarlo lo más posible. Por esto, el hombre en su actuar, destinado por su naturaleza a lograr este fin supremo, debe conformarse al divino arquetipo y orientar todas sus facultades de alma y de cuerpo en esta dirección, ordenándolas rectamente entre sí y dominándolas debidamente para conseguir su fin”[3].
Notemos la consecuencia: negar, socavar, mancillar esta similitud es cortar el hilo que permite elevarnos a Dios. Y el odio militante a Dios sólo puede conducir a este deseo de cortarlo. Pero en un momento dado del siglo XIX, esta concepción del arte comenzó a ser socavada radicalmente.
 
Así, ya Chateaubriand (1768-1848) observó:
Este amor a lo feo que nos domina, este horror al ideal, esta pasión por los mancos, estropeados, estrábicos, desdentadados; esta ternura por las verrugas, por las arrugas, por los escupitajos, por la formas triviales, sucias, comunes, son una degradación del espíritu. Este (amor) no nos fue dado por la naturaleza, de la cual tanto se habla”[4].
 
En ese entonces, el fenómeno estaba sólo empezando, y por su parte Baudelaire (1821-1867) declaró: “El arte moderno tiene una tendencia esencialmente demoníaca”[5].
 
Gilles Lipovetsky comenta: “De ningún modo contrario con el orden de la igualdad, el modernismo es la continuación por otros medios de la revolución democrática”[6]. Se trata de “un proceso de des‒sublimación de las obras, correspondiendo exactamente a la desacralización democrática de la instancia política”[7]. Es “la cultura de la igualdad”[8].
 
Picasso afirmó: “Un cuadro era una suma de adiciones. Los míos son una suma de destrucciones”[9].
 
Se habla de una “vuelta al ruido como música”. ¡Suena casi como promover el retorno del mal olor como perfume! Nuestros cinco sentidos tienen diferentes grados de tolerancia para este tipo de aberraciones: la visión y la audición parecen ser más tolerantes que los otros sentidos. Esta tolerancia fue lo que permitió una circulación al arte moderno, aunque sólo limitado al binomio iniciados/bobos, y los segundos, tal como los conocemos, aplauden cualquier cosa si es sugerida por los medios de comunicación o por la moda
   
Dije mas arriba que pocos, fuera de los iniciados/bobos, fueron los que apreciaron el arte moderno. La circulación que consiguió entre el público, se debió al hecho de ser presentado como un símbolo de la modernidad. “Este se convirtió en el emblema de los que querían demostrar que eran cultos y civilizados”[10]. Si no fuera por esta razón, no habría conseguido la audiencia que alcanzó.
 
Este fue el camino desde lo deiforme a lo deforme, que consistió en la apología y la promoción de todo cuanto colisionaba con el verdadero concepto de belleza. Fue un primer paso.
 
Luego vino el arte postmoderno, en el que se buscó no simplemente lo deforme, sino lo amorfo, lo amébico.
 
Se completó el ciclo: deiforme → deforme → informe.
 
La diferencia de orientación entre el modernismo y el postmodernismo en el arte puede ser vista en cualquier cuadro de Picasso. En ellos existe algo impactante, agresivo ‒de algún modo dramático‒ que puede ser comparado a una estridencia, una disonancia. El arte postmoderno es diferente: nada dramático. Por ejemplo, en una Bienal en São Paulo fue expuesto como una obra de arte un metro de un albañil.
 
Walcyr Carrasco dijo: “Las exposiciones de vanguardia se transformaron en un parque de diversiones para los intelectuales”[11].
 
Reducir todo lo que debería ser a imagen de Dios a algo sin forma, sin color y sin sabor, es chocar de frente con la finalidad de la Creación. En cierto modo, por lo tanto, constituye un gran insulto a Dios.
 
Esta integración a través del pastiche es algo más grave que la agresión directa, pues quien hace esto realiza un homenaje de un tal o cual reconocimiento de su importancia. El desprecio de lo bello, que muestra el postmodernismo, va más allá que la agresión: es una gran ofensa, la venganza suma.
  
No pudiendo aniquilar el orden del ser, trata de reducir todo a una nebulosa “Inánis et vácua”, como dice el libro del Génesis: “La Tierra, sin embargo, era informe y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”[12]. El moderno muestra aquí un vertiginoso amor al pasado, no a un pasado cualquiera, sino al de antes de la creación del mundo.
 
Caminamos hacia una mezcla repugnante ex-deiforme, después deformado, y finalmente sin forma. Aquí nos encontramos.
 
NOTAS
[1] Ver Hexǽmeron, col. 12, n. 14 y 15.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”. Cap. 10-2.
[3] Encíclica Músicæ Sacræ Disciplína de 25 de Diciembre de 1955.
[4] Essai sur la littérature anglaise, II.
[5] L’Art Romantique, XIX, IV.
[6] Op. cit., p. 125.
[7] Op. cit., p. 127.
[8] P. 128.
[9] Conversations avec Christian Zervos, en Cahiers d’Art, 1953.
[10] Hobsbawm, op. cit., p. 183.
[11] Catolicismo, Nº 530, Febrero de 1995.
[12] Gen. I, 2.

sábado, 17 de diciembre de 2016

EL INFALIBILISMO ad líbitum DE FERNANDO OCÁRIZ BRAÑA (OTRO CASO DE ALERGIA ANTISEDEVACANTISTA)

Este artículo escrito por Arnaldo Xavier da Silveira para BONUM CERTAMEN (en una posición a la cual NO ADHERIMOS por obvias razones teológicas, personales ni editoriales), fue traducido en 2012 por Antonio Moiño Munitiz para AMOR DE LA VERDAD. Lo traemos a actualidad porque según fuentes confidenciales, Fernando Ocáriz Braña, encargado por el Vaticano para los diálogos con el fellayanismo, sería el próximo prelado del Opus Dei.
   
“EL GRAVE ERROR TEOLÓGICO DE MONS. OCÁRIZ”
 
En el Osservatore Romano del 2 del pasado diciembre, Mons. Fernando Ocáriz Braña, Vicario General del Opus Dei, un experto de la Santa Sede en las discusiones teológicas con la Sociedad de San Pío X, ha publicado un artículo titulado “Sobre la adhesión al Concilio Vaticano II” . El artículo expresa plenamente la posición ahora dominante en ciertos círculos, que aceptan el Concilio Vaticano II, incluso en los pasajes citados como contrarios a la tradición, invocando para ello una infalibilidad del Magisterio ordinario, o la obligación de un asentimiento “interno regulado por la virtud de la ‘obediencia’”. 
  
Fernando Ocáriz Braña, Vicario General de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. Fue ordenado en 1971 con el rito Montiniano (por tanto, desde la Oración y Creencia tradicional, NO ES SACERDOTE CATÓLICO)
 
El asentimiento interno según Mons. Ocáriz
El ilustre prelado escribe:
“El Concilio Vaticano II no definió ningún dogma, en el sentido de que no propuso mediante acto definitivo ninguna doctrina. Sin embargo, el hecho de que un acto del Magisterio de la Iglesia no se ejerza mediante el carisma de la infalibilidad no significa que pueda considerarse ‘falible’ el sentido de que transmita una ‘doctrina provisional’ o bien ‘opiniones autorizadas’. Toda expresión de Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el ‘carisma de la verdad’ (Dei Verbum, n. 8), ‘revestidos de la autoridad de Cristo’ (Lumen géntium, n. 25), ‘a la luz del Espíritu Santo’ (ibid.).

Este carisma, autoridad y luz ciertamente estuvieron presentes en el Concilio Vaticano II; negar esto a todo el episcopado cum Petro y sub Petro, reunido para enseñar a la Iglesia universal, sería negar algo de la esencia misma de la Iglesia (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Mystérium Ecclésiæ, 24-VI-1973, nn. 2-5)”.
  
Poco después, Monseñor Ocáriz añade:
“Las afirmaciones del Concilio Vaticano II que recuerdan verdades de fe requieren, obviamente, la adhesión de fe teologal, no porque hayan sido enseñadas por este Concilio, sino porque ya habían sido enseñadas infaliblemente como tales por la Iglesia, mediante un juicio solemne o mediante el Magisterio ordinario y universal. […] Las demás enseñanzas doctrinales del Concilio requieren de los fieles el grado de adhesión denominado ‘religioso asentimiento de la voluntad y de la inteligencia’. Un asentimiento ‘religioso’, por lo tanto no fundado en motivaciones puramente racionales. Tal adhesión no se configura como un acto de fe, sino más bien de obediencia no sencillamente disciplinaria, mas enraizada en la confianza en la asistencia divina al Magisterio y, por ello, ‘en la lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe’ (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum veritátis, 24-V-1990, n. 23). Esta obediencia al Magisterio de la Iglesia no constituye un límite puesto a la libertad; al contrario, es fuente de libertad. Las palabras de Cristo: ‘Quien a vosotros escucha, a mí me escucha’ (Lc 10,16) se dirigen también a los sucesores de los Apóstoles”.
  
Cerca del final, mons. Ocáriz dice:
“En cualquier caso, siguen siendo espacios legítimos de libertad teológica para explicar de uno u otro modo la no contradicción con la Tradición de algunas formulaciones presentes en los textos conciliares y, por ello, para explicar el significado mismo de algunas expresiones contenidas en esas partes”.
  
Los caminos de Dios no son los nuestros
Jesucristo podría, por supuesto, haber dado a San Pedro y a sus sucesores el carisma de la infalibilidad absoluta. Esta podría, en teoría, cubrir cualquier pronunciamiento doctrinal de los papas y concilios, además de las resoluciones canónicas, litúrgicas, etc. E incluso podría cubrir las decisiones pastorales y administrativas. El problema no es si la asistencia del Espíritu Santo con un alcance absoluto y general, sería en principio posible. Por supuesto que sí.
 
En realidad, sin embargo, Nuestro Señor no quiso dar a San Pedro, al Colegio de los Obispos con el Papa, a la Iglesia en fin, la asistencia en términos tan absolutos. Los caminos de Dios no siempre son los nuestros. La barca de Pedro está sujeto a tempestades. En resumen, la teología tradicional dice que consta en la revelación que la asistencia del Espíritu Santo de Dios no fue prometida, y por lo tanto no fue asegurada, sin restricciones en todos los casos y circunstancias.
  
Esta asistencia garantizada por nuestro Señor cubre sin restricciones las definiciones extraordinarias, tanto papales como conciliares. Sin embargo, las monumentales obras teológicas, sobre todo las de la edad de plata de la escolástica, ponen de manifiesto que puede haber errores e incluso herejías, en los pronunciamientos papales y conciliares no garantizados por la infalibilidad.
 
La doctrina es más matizada de lo que quieres, Mons. Ocáriz
El documento sostiene, como absoluto e incondicional, el principio de que incluso las enseñanzas no infalibles del Magisterio papal o conciliar necesariamente requieren el asentimiento interno de los fieles. Ahora bien, los grandes autores neoescolásticos establecen salvedades importantes a esta teoría, demostrando que no se puede tomar de modo tan simplista, como una norma que no admite excepciones.
 
En efecto,
  • Franz Diekamp declara que la obligación de adherirse a la enseñanza infalible del Papa “puede comenzar a cesar” en el caso rarísimo de que un experto, después de un examen diligentísimo, “llegue a la convicción de que el error se introdujo en la declaración” (Theologíæ Dogmáticæ Manuále, I, 72).
  • Christian Pesch SJ admite tal asentimiento “hasta que se aclare que hubo un error positivo en el decreto de la Curia Romana o del Papa” (Prælectiónes  Dogmáticæ, I, 314 / 315).
  • Benedictus Merkelbach OP enseña que la doctrina propuesta de forma no infalible, accidentalmente y en circunstancias excepcionales, puede admitir la suspensión del asentimiento interno (Summa Theologíæ Morális, I, 601).
  • Hugo Hurter dice que ante declaraciones no infalibles, puede ser legítimo “el miedo al error, el asentimiento condicional, o la suspensión del juicio” (Theologíæ Dogmáticæ compéndium, I, 492).
  • Sixto Cartechini SJ sostiene que el asentimiento interno a las decisiones no infalibles se puede negar si los fieles “tienen la evidencia de que algo ordenado es ilegal, pudiendo en esta hipótesis suspender el asentimiento (…) sin miedo y sin pecado ” (Dall’Opinione al Dogma, 153-154)
  • El abad Paul Nau OSB explicó que el asentimiento puede ser suspendido o negado si hay “una oposición entre un preciso texto de encíclica y otros testimonios de la tradición” (Une source doctrinale: les encycliques, 84).
  
Absolutizando indebidamente el concepto de ayuda divina
Aquí está el grave error, con consecuencias muy graves e incluso gravísimas, en que incide el ilustre y venerando Vicario General del Opus Dei. Él entiende que el Magisterio, asistido por el divino Espíritu Santo, sería omnímodamente y necesariamente inmune a cualquier desviación doctrinal. Ahora bien, así como el Magisterio Ordinario de todos los tiempos, aunque asistido por el Espíritu Santo, no siempre está garantizado por la infalibilidad, así también el Magisterio de hoy en día aunque cuenta con la ayuda divina, sin embargo no está asegurado por la exención absoluta de error. Por lo tanto, algunas enseñanzas del Magisterio Ordinario pueden diferir de la Tradición, incluso en casos graves. Es lo que lógicamente fluye de la carta apostólica “Tuas Libénter”, en la que Pío IX describe las diversas condiciones necesarias para que el magisterio ordinario goce de infalibilidad, condiciones que el Vaticano I, no las distingue claramente ya que resume toda esta doctrina con la expresión “Magisterio Ordinario universal” (esta cuestión requeriría un estudio más profundo que, tengo la intención de desarrollar en el corto plazo).
  
Las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II que se señalan como divergentes de la tradición –la libertad religiosa, la colegialidad, ecumenismo, etc.– pueden ser una enseñanza diferente (“si quis áliter docet”, I Timoteo 6, 3), sin que se pueda decir que ha fallado la ayuda del Espíritu Santo y que se ha herido la indefectibilidad de la Iglesia.
  
“Todos los días hasta el fin del mundo”
Así que no podemos decir, sin más, que existe infalibilidad absoluta en los pronunciamientos papales y conciliares. Sea en nombre de la infalibilidad del magisterio, bien en nombre de la obediencia de los fieles a Pedro, o en nombre de una aceptación de supuesta seguridad ante la aceptación de todos los pronunciamientos del Magisterio auténtico no infalible, o en nombre de cualquier otra doctrina teológica o parateológica que pueda ser excogitada, la verdad es que en la revelación nada garantiza que los pronunciamientos no infalibles sean infalibles de una forma o de otra. Aquí, de nuevo, la tesis del eminente mons Ocáriz se alejan del buen camino
  
Examinemos con lupa esta cuestión. No hay duda, que hay documentos de la Sede Apostólica y de la teología tradicional que dicen, sin distinción, que todas las enseñanzas doctrinales de los papas y los concilios deben ser acogidas por los fieles, aunque no sean infalibles, y por tanto no dotados del carisma de la infalibilidad. Aquí se incluyen las sutilezas de la hermenéutica en general y en particular en la exégesis de lo sagrado: Así como no podemos tomar de manera monolítica el “No matarás” del Decálogo, porque esto implica excepciones, por ejemplo, en caso de defensa propia, así no se puede tomar como principio absoluto siempre y en todos los casos, la aceptación sin rechistar de la enseñanza del carisma de la infalibilidad. El interés de los préstamos fue prohibido, después fue admitido, y se sometió a miles de vicisitudes. La aceptación de los ritos chinos tuvo las mismas vacilaciónes.
  
La otra cara de la moneda: el Papa hereje y el papa cismático
Esta moneda tiene dos caras. Si, por un lado, la doctrina tradicional admite la posibilidad de error en la enseñanza no infalible del Supremo Magisterio, sin lugar a dudas, por otra parte, en paralelo, también admite, sin ningún tipo de connotación sedevacantista, la posibilidad de un Papa hereje y un Papa cismático.
 
Acerca de un Papa hereje, San Roberto Belarmino, San Francisco de Sales, Francisco Suárez, Domingo de Soto Domingo, Marie Dominique Bouix, Matteo Conte da Coronata y muchos otros entre los más grandes maestros de la escolástica admiten la teoría de que un Papa puede caer en la herejía. Pietro Ballerini, cuyos estudios fueron importantes para la definición de infalibilidad en el Concilio Vaticano I, veía en la hipótesis de un Papa herético “un peligro inminente para la fe, entre todos el más grave”, ante el cual cualquier fiel debería “resistirle en su cara, refutarlo, y si fuere necesario, interpelarlo e instarlo al arrepentimiento”, “para que todos pudiesen guardarse de él”. (De potestáte ecclesiástica Summórum Pontíficum et Concilórum generálium, 104-105).
 
Acerca del Papa cismático, es indiscutible que la edad de plata de la escolástica y neoescolástica dejó en claro que, en períodos de crisis religiosa profunda, es en principio posible que un Papa, sin perder su puesto de inmediato, se separara de la Iglesia, incidiendo en el entretanto en el cisma. Esto es lo que sucede si el Sumo Pontífice “subvirtiera todas las ceremonias eclesiásticas”, “desobedeciera la ley de Cristo”, “ordenara lo que es contrario al derecho natural o divino”, no “tuviera en cuenta lo que fue ordenado, por los concilios universales o por la Santa Sede, especialmente en relación al culto divino”, “no observara el rito universal del culto eclesiástico”, o “dejara de observar con pertinacia lo que se estableció para el orden común de la Iglesia”, lo que finalmente, pudiera permitir a los fieles e incluso obligar en conciencia “a resistirle a la cara”. Tanto es así, que en estos casos el Cardenal Cayetano dice, sin ninguna connotación sedevacantista, que “ni la Iglesia estaría en él, ni tampoco él en la Iglesia” (II – II, q. 39, a. 1, n. VI).
 
Someto respetuosamente estas razones al reverendo vicario general del Opus Dei y, en la medida que la Iglesia lo prescribe, a la Sede de Pedro, columna y baluarte de la verdad, objeto de todo mi amor y devoción desde la época en que como congregante mariano aprendí a venerar la sagrada doctrina de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. También las someto a los teólogos tradicionales de nuestros días. Por las brillantes razones que muchos de estos vienen proclamando, y por las mías propias, considero que no hay nada en la teología dogmática que nos obligue moralmente a asentir a las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II [énfasis del traductor] que, incluso en palabras de mons. Ocáriz, “fueron y siguen siendo objeto de controversias sobre su continuidad con el Magisterio precedente, o bien sobre su compatibilidad con la Tradición”.
  
COMENTARIO DE FRAY EUSEBIO DE LUGO OSH
Me temo que tanto uno (Ocáriz) como otro (da Silveira) coinciden en sus errores, y por las mismas razones. Está visto que esta cuestión sobre la posibilidad de que el Papa pueda errar cuando enseña a toda la Iglesia sobre la Fe y las costumbres es una de las más importantes y controvertidas de los últimos siglos, por la multitud de implicaciones que conlleva.
  
Reservándome para un estudio más largo, como promete el mismo autor, me limitaré a unos breves comentarios:
  
Recordar en primer lugar que si bien las verdades de Fe son en sí mismas inmutables, su comprensión por parte de los cristianos puede pasar por visicitudes bastante variadas. Por ejemplo, el culto a las imágenes nos viene de los tiempos apostólicos, y sin embargo, llegado a cierta época, por influencia judaica, esa necesidad del culto de las imágenes fue olvidada u oscurecida en el alma de muchos cristianos. Sin llegar a negarla, muchos se vieron contaminados por las posiciones heréticas de los iconoclastas, y sostuvieron que las imágenes eran adecuadas para la instrucción de los iletrados, pero que no debían ser veneradas. Llegaron incluso a crear imágenes voluntariamente feas o repulsivas para evitar que se les diera culto y veneración. Y aunque luego la Iglesia venció, restableciendo plenamente la veneración a las imágenes, quedaron miasmas de la antigua herejía que previnieron ciertas mentes contra ellas hasta el día de hoy.
 
Otras veces ocurre que verdades de Fe creídas desde el principio van apagándose en la conciencia cristiana cuando los teólogos no consiguen encontrar fórmulas para explicarlas adecuadamente. Es el caso de la Inmaculada Concepción, que fue una verdad absolutamente clara en el Oriente del primer milenio, como lo atestigüan los textos litúrgicos, pero que luego se fué olvidando, por no conseguir explicar su relación con la Redención universal. Lo mismo le pasó a santo Tomás, que empezó sosteniéndola, más tarde dudando, para, al final de su vida, volver a aceptarla.
  
Con la infalibilidad pontificia ha pasado algo parecido: Todos los cristianos del primer milenio sostuvieron en pacífica posesión que los sucesores de Pedro eran inmunes al error, sin necesidad de precisar más.
 
Pero cuando los teólogos se vieron obligados a precisar las formas y condiciones del Magisterio y su infalibilidad, empezaron los problemas, y esta importante verdad empezó a oscurecerse en numerosos espíritus. Los mismos defensores de la infalibilidad se vieron afectados por las objeciones de sus enemigos, y poco a poco, fueron aceptando, aunque a regañadientes, la posibilidad de que el papa pudiese enseñar el error a toda la Iglesia. Esos son los teólogos de la segunda escolástica cuyos argumentos repiten sin cesar los partidarios de la falibilidad del papa.
  
Apuntar además que éstos tienen disculpas porque los herejes procuraron probar a través de la falsificación de la historia que se habían dado casos de papas herejes e incluso de papas que habían intentado enseñar el error a la Iglesia, siendo incluso condenados como herejes por sus sucesores. Los sostenedores actuales de esas fábulas ya no tienen esa disculpa, porque ya hace mucho tiempo que buenos historiadores han demostrado la falsedad de esas calumnias.
  
Los Papas pueden enseñar de varios modos, pero siempre son infalibles.

Se distinguen dos modos principales:
  • El Magisterio extraordinario o solemne, cuando el Papa quiere expresar o definir de manera más precisa y obligar a los fieles de modo más estricto a guardar una determinada verdad de Fe.
  • El magisterio ordinario, de todos los días, por medio de Enciclicas, Bulas, y otros documentos dirigidos a la Iglesia.
Si ese Magisterio es compartido con el resto de los obispos dispersos por el mundo, se le llama Magisterio Ordinario y Universal.
 
Desgraciadamente, ciertos teólogos, imitando los retruécanos de galicanos y jansenistas, intentaron distinguir entre un Magisterio Ordinario Infalible, y otro, de menor entidad, falible, que llamaron Magisterio meramente auténtico.
  
Esto fue posible porque los mismos eclesiásticos fueron perdiendo el sentido sobrenatural, que nos indica que es el Espíritu Santo el que impide que el Papa pueda enseñar el error, así como el sentido de la autoridad, que sabe que es Dios quien gobierna, a pesar de la fragilidad de las autoridades que Él asiste.
  
Los teólogos se dividieron entre aquellos que negaban la infalibilidad del Magisterio ordinario universal, para restringirlo solamente a las definiciones solemnes, aquellos que siguieron afirmando que el Papa era siempre infalible en su enseñanza, mientras que otros tomaron una vía media.
  
Así vemos que Mons. Ocáriz admite que tanto el Magisterio extraordinario como el ordinario son infalibles, pero admite un tercero que no es ni carne ni pescado: No sería de suyo infalible, pero tampoco sería falible: Aquí tenemos nuestro magisterio meramente auténtico. De lo más curiosa es la afirmación de que los tres tipos de Magisterio pueden coincidir en los textos de un mismo Concilio, por lo que tendríamos que hacer encaje de bolillos para saber cuál es cada uno.
  
Mantiene esa contradicción por unos motivos bien concretos:
  • Tiene que afirmar que el Concilio no ha podido equivocarse, si quiere seguir forzando la adhesión de los fieles, pero al mismo tiempo, debe dejar una puerta abierta a que pueda reconocerse algún error en el Concilio, sin que pueda decirse que la autoridad infalible ha errado.
  • Puede así reclamar obediencia al Concilio y a los Papas conciliares, sin cerrarse ninguna salida…
El señor da Silveira no parece haber entendido la postura media, diplomática, adoptada por Mons. Ocáriz, sino que lo coloca en el grupo de los sostenedores de lo que él llama infalibilidad “absoluta” del Papa. Por lo dicho más arriba, comete un grave error teológico, aunque opuesto al que él achaca a Mons. Ocáriz.
 
Los dos saben que con la tesis tradicional, que ellos llaman absoluta, los errores presentes en el magisterio conciliar y posconciliar llevarían a negar la legitimidad tanto del Concilio como de las presuntas autoridades conciliares, y eso es lo que quieren evitar a toda costa, como dice Silveira, “sin ningún tipo de connotación sedevacantista”, eso es lo que les obsesiona.  
  
Y como se han dado cuenta de que los católicos se tragan cada vez menos aquello de que el magisterio conciliar no tiene ninguna discontinuidad (en cristiano: error o herejía), van aceptando la presencia de esas discontinuidades, pero precisando que no afectarían la infalibilidad, y por lo tanto legitimidad, de los prebostes conciliares, porque pertenecerían a ese famoso magisterio meramente auténtico no infalible…
  
Eso arregla a Roma, que no pone en peligro ni su pretensión de seguir siendo la Iglesia de Cristo, y no una falsificación usurpadora de la verdadera Iglesia de Cristo, y también arreglaría a la FSSPX, que podría volver al seno de la Iglesia conciliar, sin reconocer que lleva enseñando una doctrina gravemente errónea sobre la infalibilidad de la Iglesia desde hace decenios, mientras persigue a los que perseveran en creer y enseñar la verdad siempre creída, así como en sacar las consecuencias prácticas que se imponen.
  
Según Mons. Ocáriz, resulta que el Magisterio puede renunciar a su infalibilidad, sin llegar a ser falible. Han suprimido el limbo de los niños, y lo han trasladado al ámbito de las enseñanzas doctrinales, ellas también Ni-Nis: Ni infalibles, ni falibles…diría Perogrullo. Pues en mi pueblo, o lo uno o lo otro…
  
Supone además que la infalibilidad es como una prenda de ropa, que se puede poner o quitar a voluntad. Pues no. No está en manos del Papa o del Concilio renunciar a lo que fundamenta su poder de obligar en conciencia a los fieles. Si éstos asienten con mente y voluntad a lo propuesto por sus pastores, es porque saben que los ampara Dios que ni se engaña ni nos engaña. De otro modo ni siquiera la Iglesia podría pretender ligar nuestra conciencia.
  
Como la generalidad de los teólogos después de 1870, parece haber olvidado que el Papa no es infalible sólo en sus declaraciones solemnes, sino también en su Magisterio ordinario, así como en otros actos en los que se pone en juego la Fe y el bienestar espiritual de los cristianos. Por lo que no existe un Magisterio Pontificio auténtico pero falible.
  
El Papa es igualmente infalible bien sea que se exprese mediante una definición solemne, como la de la Inmaculada Concepción de 1854, o bien se exprese en unas Bulas como las de Sixto IV a fines del S. XV.
 
Lo que cambia es el valor de obligación de la doctrina expresada: Alguien que negase la Inmaculada Concepción en el s. XV no podía ser declarado hereje, el que negara la definición de 1854, sí.
  
En cuanto a los Obispos, nunca son infalibles de por sí, es el Papa el que puntualmente y en algunas raras ocasiones los asocia a ese carisma que él posee como cosa propia, por ejemplo, cuando aprueba las Actas de un Concilio ecuménico. Podría ocurrir que el Papa convocara un Concilio, en su transcurso los obispos se rebelaran contra él no queriendo aceptar sus correcciones; todos caerían en el error, menos el Papa, que se mantendría, sólo, en la verdad.
  
Los teólogos dan a veces la impresión de caer en una especie de positivismo, cuando no de rabinismo teológico, en el que solo existirían los textos del Magisterio, sin otra cosa que permitiese interpretarlos rectamente.
 
Tenemos todo el Humus de la Tradición y la Escritura, y tenemos las advertencias y condenaciones de todos los Concilios y Papas anteriores. Ellos mismos nos mandan infinitas veces rechazar enérgicamente a los contradictores de sus decretos. Por lo que si en el V2 aparecen afirmaciones claramente contradictorias, nuestro deber es rechazarlas, no por opinión subjetiva, sino por obediencia. Es verdad que muchos textos del Concilio son voluntariamente ambiguos, y cuesta más descubrir su discontinuidad con la doctrina católica, pero también lo es que otros textos son claramente revolucionarios. Pero si advertimos que los mismísimos principios rectores de esa asamblea no son católicos, es todo lo demás lo que debe ser rechazado.
  
El mismo Ocáriz reconoce que existen novedades. Y lo nuevo se define como lo que antes no existía. Y si no existía, mal puede demostrar continuidad con lo anterior. Menos puede aún si es nuevo precisamente porque lo contradice. En la doctrina católica, no hay generación espontánea. Ni la colegialidad, ni la libertad religiosa, ni la revolución litúrgica pueden reivindicar precedente alguno en 2000 años de historia de la Iglesia. Al revés, fueron condenadas muchas veces.
  
Quizás pudiera caber la posibilidad de que el Magisterio enseñara una novedad absoluta, siempre que ésta fuese compatible con la Tradición, por ejemplo, cuando tratase de fecundación in vitro, cosa que las generaciones pasadas ni imaginaron. Pero lo que no puede hacer jamás es enseñar algo contrario a esa Tradición y claramente condenado.
   
Si ésto ocurriera, el Papa Pablo IV nos ha dado la solución: Los presuntos Pastores han resultado no ser tales, sino usurpadores. Y en el caso del Papa, nunca ha sido legítimo. No hablan en nombre de Dios, sino del Enemigo. La prueba está precisamente en que intentan obligarnos a renunciar al principio de no contradicción, como veíamos al principio. E intentan esclavizar nuestra mente exigiendo una sumisión indebida. Es peor aún que un abuso de autoridad, es demostrar que la han perdido, o que jamás la han tenido.
  
El mismo Pablo IV es claro: Debemos rechazar ese falso Magisterio y esas falsas autoridades sin ninguna angustia de conciencia, firmemente asentados en lo enseñado y no susceptible de ser corrompido, hasta que podamos volver a tener verdaderos Papa y obispos, que no podrán sino condenar a los usurpadores.