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lunes, 4 de septiembre de 2023

BERGOGLIO ELOGIA AL EUGENISTA Y RACISTA TEILHARD DE CHARDIN

  
En su homilía en el estadio Estepa Arena de Ulán Bator ayer domingo 3 de Septiembre, Francisco Bergoglio citó a su antiguo correligionario Pierre Teilhard de Chardin:
«La Misa es acción de gracias, “Eucaristía”. Celebrarla en esta tierra me ha hecho recordar la oración del padre jesuita Pierre Teilhard de Chardin, elevada a Dios hace exactamente cien años, en el desierto de Ordos, no muy lejos de aquí. Dice así: “Me prosterno, Dios mío, ante tu Presencia en el Universo, que se ha hecho ardiente, y en los rasgos de todo lo que encuentre, y de todo lo que me suceda, y de todo lo que realice en el día de hoy, te deseo y te espero”. El padre Teilhard trabajaba en investigaciones geológicas. Deseaba ardientemente celebrar la Santa Misa, pero no tenía consigo ni pan ni vino. Fue entonces cuando compuso su “Misa sobre el mundo”, expresando su ofrenda de este modo: “Recibe, Señor, esta Hostia total que la Creación, atraída por Ti, te presenta en esta nueva aurora”. Y una oración similar había nacido ya en él durante la Primera guerra mundial, mientras estaba en el frente, ejerciendo como camillero. Este sacerdote, a menudo incomprendido, había intuido que “la Eucaristía se celebra, en cierto sentido —en cierto sentido—, sobre el altar del mundo” y que es “el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable” (Carta enc. Laudato si’, 236), incluso en un tiempo de tensiones y de guerras como el nuestro. Recemos hoy, por tanto, con las palabras del padre Teilhard: “Verbo resplandeciente, Potencia ardiente, Tú que amasas lo múltiple para infundirle tu vida, abate sobre nosotros, te lo ruego, tus manos poderosas, tus manos previsoras, tus manos omnipresentes”».
Afirmación que para algunos se califica como la mayor rehabilitación que se ha hecho de este jesuita, mucho más que la cita en Laudato Si’. Pero un análisis acucioso halla que no es la primera vez que los conciliares citan de una manera u otra a Teilhard, y no precisamente para condenarlo:
  • Teilhard, póstumamente, hizo sentir su influencia en Gáudium et Spes (de la cual un joven Joseph Ratzinger se quejó diciendo que algunos teólogos franceses, con gafas de color de rosa e inspirados por Teilhard, minimizaban la realidad del pecado). Pero además, en su discurso en la Farmacéutica LEO de Roma, Pablo VI Montini dijo:
    «Un célebre científico afirmaba: “Mientras más estudio la materia, más encuentro el espíritu”. Quien escruta en la materia ve que existen leyes; este mundo que parecía opaco e inerte, es una maravilla. Será precisamente la ciencia, que parece alejar a las masas, los hombres modernos y la juventud de Dios, quien los reconducirá a Dios, luego que el mundo sea verdaderamente inteligente y diga: “Debo darme cuenta de lo que veo; yo no he creado esto: el mundo es creado por Uno que ha hecho llover su sabiduría sobre todas las cosas”. Teilhard de Chardin, que ha dado una explicación del universo y, entre tantas fantasías y tantas cosas inexactas, ha sabido leer dentro de las cosas un principio inteligente que debe llamarse Dios. La misma ciencia por tanto obliga a ser religioso, y quien es inteligente debe arrodillarse y decir: “aquí hay Dios”» [Discurso en LEO Pharma de Roma, 24 de Febrero de 1966. En Insegnamenti di Paolo VI, Imprenta Políglota Vaticana, 1966, págs. 992-993].
  • Juan Pablo II Wojtyła, por sí y por interpuesta persona, también ha mostrado sus simpatías por el jesuita francés:
    • El 10 de Junio de 1981, por el centenario del nacimiento de Teilhard, el cardenal Agostino Casaroli Parelli envió, en nombre de Wojtyła, una carta a Paul Joseph Jean Poupard Guéry, in illo témpore rector del Instituto Católico de París (en 1985 sería creado cardenal), elogiándo: Por primera vez, presentamos todo el texto de la carta en español
      «Monseñor,

      La comunidad científica internacional y, más generalmente, todo el mundo intelectual está preparándose para celebrar el centenario del nacimiento del P. Teilhard de Chardin. La asombrosa resonancia de su investigación, como también la claridad de su personalidad y la riqueza de su pensamiento, han marcado profundamente nuestra época.
       
      En él, una fuerte intuición poética del valor profundo de la naturaleza, una aguda percepción del dinamismo de la creación y una amplia visión del devenir del mundo se conjugan con un incontestable fervor religioso

      De manera semejante, su deseo incesante de dialogar con la ciencia de su tiempo y su his audaz optimismo sobre la evolución del mundo han dado a sus intuiciones, por la rica variedad de sus palabras y la magia de sus imágenes, una considerable influencia.
        
      Vuelta completamente hacia el futuro, esta síntesis, a menudo lírica y animada con pasión por lo universal, ayudará a restaurar la esperanza a los que están asaltados por las dudas. Al mismo tiempo, la complejidad de los problemas que analizó y la variedad de enfoques que adoptó crearon dificultades que comprensiblemente llamaron a un estudio crítico y sereno, tanto en el plano científico como en el filosófico y teológico, de su extraordinaria obra.
        
      Nu puede haber ninguna duda que las celebraciones en el Instituto Católico de París, el Museo de Historia Natural, la UNESCO y la catedral de Nuestra Señora de París, por su centésimo cumpleaños, son una ocasión para una evaluación alentadora [de su obra], usando una justa distinción metodológica de procedimientos a fin de lograr un riguroso estudio epistemológico.
         
      Lo que nuestros contemporáneos recordarán indudablemente, más allá de las dificultades de los conceptos y de las deficiencias de expresión de su audaz tentativa de síntesis, el testimonio de una vida unificada, la de un hombre conquistado por Cristo en las profundidades de su ser, y que ha tenido la preocupación de honrar al mismo tiempo la fe y la razón, anticipando así una respuesta al llamado de Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid, abrid de par en par las puertas de los inmensos dominios de la cultura, la civilización y el progreso a Cristo”.
        
      Me place, Monseñor, comunicar este mensaje en nombre del Santo Padre a Vd. y a todos los participantes de la conferencia que está presidiendo en el Instituto Católico de París en homenaje al P. Teilhard de Chardin, y asegurarle a Vd. mi leal aprecio.

      Agostino Card. Casaroli».
    • Siete años después, en su carta al director del Observatorio Astronómico vaticano, el estadounidense George Vincent Coney SJ, Wojtyła pregunta teilhardianamente:
      «Así como las antiguas cosmologías del Oriente próximo pudieron ser purificadas y asimiladas en los primeros capítulos del Génesis, ¿no podría la cosmología contemporánea tendría algo que ofrecer a nuestras reflexiones sobre la creación? ¿Puede una perspectiva evolucionista contribuir a ilustrar la teología antropológica, sobre el significado de la persona humana como “imágo Dei”, sobre el problema de la cristología, y también sobre el desarrollo de la doctrina misma? ¿Cuáles son, si las hay, las implicaciones esjatológicas de la cosmología contemporánea, especialmente a la luz del inmenso futuro de nuestro universo? ¿Puede el método teológico progresar haciendo propias las intuiciones de la metodología científica y de la filosofía de la ciencia?» [Carta a George Vincent Coyne SJ, 1 de Junio de 1988].
    • Y en su encíclica Ecclésia de Eucharistía, después de evocar el recuerdo de la parroquia de la Asunción de María en Niegowić, la colegiata de San Florián, la catedral de Wawel en Cracovia y la Basílica de San Pedro, y otros mil lugares, desde capillas de montaña y playas hasta plazas y estadios, dice:
      «Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico.¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación» (Ecclésia de Eucharistía, n. 8).

  • Benedicto XVI Ratzinger citó a Teilhard en muchas ocasiones. Por ejemplo, en su obra Introducción al Cristianismo, dice:
    «Hay un gran mérito de Teilhard de Chardin al haber repensado estas relaciones –Cristo, Humanidad– a partir de la imagen actual del mundo y, a pesar de una tendencia no del todo inobjetable hacia el enfoque biológico, en general las captara correctamente y en cualquier caso hacerlas accesibles una vez más».
    En El espíritu de la Liturgia/Introducción al espíritu de la Liturgia, usa el concepto teilhardiano de “divinización” para demostrar que «la meta del culto y la meta de toda la creación es la misma: la divinización, un mundo de libertad y de amor»: 
    «Por ejemplo, con el trasfondo de la moderna concepción evolutiva del mundo, Teilhard de Chardin ha descrito el cosmos como un proceso ascendente, como un camino de unificación. Partiendo de las realidades más simples, este camino conduce a unidades cada vez mayores y más complejas, en las cuales la diversidad no queda anulada, sino que se funde en una síntesis creciente, hasta llegar a la noosfera, en la que el espíritu y su comprensión abarcan el todo, fundiéndolo en una especie de organismo viviente. Partiendo de la Carta a los Efesios y de la Carta a los Gálatas, Teilhard considera a Cristo como la energía que avanza con fuerza hacia la noosfera y que, finalmente, lo engloba todo en su “plenitud”. A partir de aquí, Teilhard pudo reinterpretar el culto cristiano a su manera: la hostia transubstanciada es, para él, la anticipación de la transfiguración de la materia y de su divinización en la “plenitud” cristológica. La eucaristía señalaría, por así decirlo, la dirección del movimiento cósmico; anticipa su meta y, con ello, al mismo tiempo, la impulsa» [Introducción al espíritu de la liturgia (Nicolás Tello Inglemo, traductor), 2.ª reimpresión. Bogotá, San Pablo 2006, pág. 23].
    Años después, como Papa, lo citó en sus homilías: En la basílica de San Juan de Letrán, en pleno Corpus Christi:
    «La oración con la que la Iglesia, durante la liturgia de la misa [Novus Ordo], entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el esfuerzo humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo producto nuestro, algo hecho por nosotros; es fruto de la tierra y, por tanto, también don, pues el hecho de que la tierra dé fruto no es mérito nuestro; sólo el Creador podía darle la fertilidad.
      
    Ahora podemos también ampliar un poco más esta oración de la Iglesia, diciendo:  el pan es fruto de la tierra y a la vez del cielo. Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones de lo alto, es decir, del sol y de la lluvia. Tampoco podemos producir nosotros el agua, que necesitamos para preparar el pan. En un período en el que se habla de la desertización y en el que se sigue denunciando el peligro de que los hombres y los animales mueran de sed en las regiones que carecen de agua, somos cada vez más conscientes de la grandeza del don del agua y de que no podemos proporcionárnoslo por nosotros mismos.
      
    Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño trozo de Hostia blanca, este pan de los pobres, se nos presenta como una síntesis de la creación. Concurren el cielo y la tierra, así como la actividad y el espíritu del hombre. La sinergia de las fuerzas que hace posible en nuestro pobre planeta el misterio de la vida y la existencia del hombre nos sale al paso en toda su maravillosa grandeza. De este modo, comenzamos a comprender por qué el Señor escoge este trozo de pan como su signo. La creación con todos sus dones aspira, más allá de sí misma, hacia algo todavía más grande. Más allá de la síntesis de las propias fuerzas, y más allá de la síntesis de la naturaleza y el espíritu que en cierto modo experimentamos en ese trozo de pan, la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo» [Homilía de Corpus Christi en la basílica de San Juan de Letrán, 15 de Junio de 2006].
    Y durante las Vísperas en la catedral de Aosta:
    «La función del sacerdocio es consagrar el mundo para que se transforme en hostia viva, para que el mundo se convierta en liturgia: que la liturgia no sea algo paralelo a la realidad del mundo, sino que el mundo mismo se transforme en hostia viva, que se convierta en liturgia. Es la gran visión que después tuvo también Teilhard de Chardin: al final tendremos una auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva» [Homilía en la catedral de Aosta, 24 de Julio de 2009].
    Y en su obra Luz del mundo, dijo:
    «No es asunto nuestro decidir cuántas posibilidades abriga en sí el cosmos, cuantas se esconden en él y por encima de él. A través del mensaje de Cristo y de la Iglesia el saber sobre Dios se nos acerca de forma creíble. Dios quiso entrar en este mundo. Dios quiso que no quedáramos limitados a presentirlo solo desde lejos a través de la física y de la matematica. Él quiso mostrársenos.Y así pudo hacer también lo que se narra en los evangelios. Pudo así crear también en la resurrección una nueva dimensión de la existencia, pudo colocar, como dice Teilhard de Chardin, más allá de la biosfera y de la noosfera, una esfera nueva en la que el hombre y el mundo llegan a la unidad con Dios» [Luz del mundo: El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos (Roberto Heraldo Bernet, traductor). Herder Editorial, Barcelona 2010, pág. 176].
  • Francisco Bergoglio, en la aludida Laudato si’, dice:
    «El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal» [Laudato si’, n. 83],
    cuya nota al pie indica:
    «El esta perspectiva se sitúa la aportación del P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso en un establecimiento químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan Pablo II, Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2 (2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española (31 julio 2009), p. 3s».
    Y más adelante:
    «En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: “¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo” [Juan Pablo II, Carta enc. Ecclésia de Eucharistía (17 abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado» [Laudato si’, n. 236]
     
Teilhard de Chardin es conocido por, entre otras, su participación en el fraude del Hombre de Piltdown, y que su obra (publicada póstumamente) fue objeto de advertencia por el Santo Oficio en 1962 a causa de su doctrina panteísta y evolucionista (aparte de la condena anticipada en Pascéndi e indirecta en Humáni géneris in rebus). Pero hay algo más y de lo que muy poco se conoce: era defensor de la eugenesia, el transhumanismo y el discrimen racial:
   
El primer ejemplo registrado de las opiniones de Teilhard sobre la superioridad racial aparece una década antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1929, mientras se encontraba en una de sus primeras expediciones científicas en China con su colega Émile Licent (quien se hacía llamar Sang Zhihua/桑志华), Teilhard (De Rì Jìn/德日进) escribe:
«¿Tienen los amarillos [los chinos] el mismo valor humano que los blancos? [El P. Émile] Licent y muchos misioneros dicen que su inferioridad actual se debe a su larga historia de paganismo. Me temo que esto es sólo una “declaración de pastores”. Más bien, la causa parece ser el fundamento racial natural… El amor cristiano supera todas las desigualdades, pero no las niega» [Günther Schiwy, Teilhard de Chardin: sein Leben und seine Zeit (Teilhard de Chardin: su vida y su tiempo), vol. 2. Múnich, Kösel 1981, pág. 105]
Fue hacia esa época cuando Teilhard estaba escribiendo sus obras teológicas más famosas, que él hizo tales declaraciones racistas.
   
Cuatro años después, cuando el partido nazi comenzaba su ascenso en Alemania, Teilhard reflexionó sobre el momento:
«Odio el nacionalismo y sus aparentes regresiones al pasado. Pero me interesa mucho la primacía que devuelve a lo colectivo. ¿Podría la pasión por “la raza” representar un primer borrador del Espíritu de la Tierra? Es a este último… a quien siempre he entregado mi fe» [Íbid., pág. 261].
En 1936, aclara que su Punto Omega —la unificación divina de todo el universo— descansa específicamente en la desigualdad de razas:
«La unidad filosófica o “sobrenatural” de la naturaleza humana no tiene nada que ver con la igualdad de las razas en lo que respecta a sus capacidades físicas para contribuir a la construcción del mundo… Como no todos los grupos étnicos tienen el mismo valor, deben ser dominados, lo cual no significa que deban ser despreciados. Todo lo contrario… En otras palabras, de una vez y al mismo tiempo debe haber reconocimiento oficial de: (1) la primacía/prioridad de la tierra sobre las naciones; (2) la desigualdad de pueblos y razas. Ahora bien, el segundo punto es actualmente vilipendiado por el comunismo… y la Iglesia, y el primer punto es igualmente vilipendiado por los sistemas fascistas (¡y, por supuesto, por los pueblos menos dotados!)» [Pierre Teilhard de Chardin, Cartas a Léontine Zanta. (Bernard Wall, traductor inglés). Londres, Collins 1969, pág. 117].
Un año más tarde, codificó estas reflexiones relacionadas en un ensayo titulado “Energía humana”, en el que persigue agresivamente un enfoque similar al de la película de ciencia ficción Gattaca en la selección intencional de futuros humanos biológicamente perfectos a través de todos los métodos disponibles:
«Por una serie de razones oscuras, nuestra generación todavía mira con desconfianza todos los esfuerzos propuestos por la ciencia para controlar la maquinaria de la herencia, de la determinación del sexo y del desarrollo del sistema nervioso. Es como si el hombre tuviera el derecho y el poder de interferir en todos los canales del mundo excepto aquellos que lo forman a él mismo. Y, sin embargo, es eminentemente sobre esta base que debemos intentarlo todo, hasta su conclusión» [Pierre Teilhard de Chardin, “Energía humana”, en Human Energy. Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich 1971, pág. 127].
Continúa con una reflexión que sugiere fuertemente, a falta de una palabra mejor, prácticas genocidas en aras de la eugenesia:
«¿Qué actitud fundamental… debería adoptar el ala avanzante de la humanidad hacia los grupos étnicos fijos o definitivamente no progresistas? La tierra es una superficie cerrada y limitada. ¿Hasta qué punto debería tolerar, racial o nacionalmente, áreas de menor actividad? De manera más general aún, ¿cómo deberíamos juzgar los esfuerzos que dedicamos en todo tipo de hospitales a salvar lo que muchas veces no es más que uno de los rechazados de la vida?… ¿Hasta qué punto no debería el desarrollo de los fuertes… tener prioridad sobre la preservación de los débiles?» [Íbid., págs. 132-133].
Además de su naturaleza obviamente objetable, las opiniones de Teilhard resisten dos pruebas inquietantes: primero, las defiende audazmente frente a sus colegas cristianos que no están de acuerdo; en segundo lugar, persiste en esas opiniones a pesar de las impactantes revelaciones después de hacerse conocidos los campos de concentración nazis. Uno de los primeros biógrafos de Teilhard relata un debate público de 1947 con Gabriel Marcel, el famoso existencialista católico francés, donde Teilhard persiste en defender las prácticas eugenésicas forzadas:
«Una vez, en un debate con Gabriel Marcel sobre el tema “Ciencia y racionalidad”, [Teilhard] sorprendió a su oponente al negarse a permitir que incluso la terrible evidencia de los experimentos de los médicos de Dachau modificara su fe en la inevitabilidad del progreso humano. “El hombre”, afirmó [Teilhard], “para llegar a ser un hombre pleno, debe haberlo intentado todo”… Añadió que dado que la especie humana era aún tan joven… la persistencia de tal mal era de esperarse. “¡Prometeo”, gritó Marcel… “No”, respondió Teilhard, “sólo el hombre tal como Dios lo ha creado”» [Mary Lukas y Ellen Lukas, Teilhard. Garden City, NY, Doubleday 1977, págs. 237-238].
La insistencia teilhardiana en una existencia sobrehumana también física continuó reflejándose en un ensayo de 1949 titulado “El sentido de la especie del hombre”, donde vincula estrechamente su concepción de la Noosfera [originalmente según su postulador Vladímir Vernadski, la vida intelectual. Según Teilhard, la noósfera es la evolución de la conciencia colectiva] que atraviesa la humanidad para  con un deliberado “neo-sentido” de la especie que requiere un avance biológico forzado.
«De aquí se deriva, como primera prioridad, una preocupación fundamental por asegurar (mediante una nutrición correcta, una educación y una selección) una eugenesia cada vez más avanzada de tipo zoológico humano sobre la superficie de la tierra. Al mismo tiempo, sin embargo, y aún más marcadamente, debe haber un esfuerzo cada vez más intenso dirigido al descubrimiento y a la visión, animado por la esperanza de que gradualmente, como un solo hombre, vayamos poniendo nuestras manos sobre las fuerzas profundas (físico-químicos, biológicos y psíquicos) que dan el impulso a la evolución… No hay futuro para el hombre, repito, sin el neosentido de especie» [Pierre Teilhard de Chardin, “Activación de la energía”, en Activation of Energy. Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich 1971, págs. 202-203.
En 1951, apenas cuatro años antes de su muerte, continúa enfatizando la necesidad de prácticas eugenésicas tanto públicas como individuales, seleccionando según criterios raciales, así como muchos otros:
«Debemos reconocer… la importancia vital de una búsqueda colectiva de descubrimiento e invención que ya no esté inspirada únicamente por un vago deleite en el conocimiento y el poder, sino por el deber y la esperanza claramente definida de obtener el control (y así hacer uso) de los recursos fundamentales. fuerzas impulsoras de la evolución. Y con ello, la urgente necesidad de una eugenesia generalizada (tanto racial como individual) dirigida, más allá de toda preocupación por problemas económicos o nutricionales, hacia una maduración biológica del tipo humano y de la biosfera» [Pierre Teilhard de Chardin, “La convergencia del Universo”, en L’activation de l’énergie. París, Éditions du Seuil 1963, pág. 308].
Teilhard incluso escribió al director de la UNESCO, discrepando firmemente de la famosa proclama “La igualdad de las razas” y señalando a la UNESCO «la inutilidad científica así como el peligro práctico» de este documento. «Por supuesto, no es una cuestión de “igualdad”, sino de “complementariedad en la convergencia”… lo que no excluye la prominencia momentánea de algunas de sus ramas sobre otras» [Pierre Teilhard de Chardin, Letters from my Friend Teilhard de Chardin: 1948-1955 (Cartas de mi amigo Teilhard de Chardin: 1948-1955). Nueba York: Paulist Press 1980, pág. 59].
   
Finalmente, apenas dos años antes de su muerte, el jesuita escribe una carta mordaz a un amigo, desahogando sus frustraciones por el fracaso de la Iglesia en abrazar plenamente la eugenesia. «¿Por qué no existe una “Comisión Científica”… junto con una “Comisión Bíblica”?», escribió, añadiendo que una comisión científica tipo podría alentar al mundo a abrazar tres importantes ideas eugenésicas: «lo óptimo en lugar de lo máximo en la reproducción»; «una separación gradual de la sexualidad de la reproducción»; y, en horribles palabras finales, «el derecho absoluto… a intentarlo todo hasta el final, incluso en materia de biología humana» [Íbid., pág. 172].
  
En conclusión, los postulados de Teilhard, además de heréticos, naturalistas y panteístas, deben ser rechazados por la comunidad científica y la sociedad en general, por promover la discriminación racial y la eugenesia en cuanto ideas responsables de genocidio. Y por otra, se ve en los elogios que los jerarcas del Vaticano II hacen de él que esa NO ES LA IGLESIA CATÓLICA.

Referencias consultadas:
  • https://www.laciviltacattolica.it/articolo/il-sacerdote-e-la-maturazione-universale-pierre-teilhard-de-chardin-su-eucaristia-e-cosmo/
  • https://religiondispatches.org/pierre-teilhard-de-chardins-legacy-of-eugenics-and-racism-cant-be-ignored/
  • https://www.traditioninaction.org/ProgressivistDoc/A_020_CasaroliTeilhard.htm

1 comentario:

  1. Muy bueno el análisis, querido hermano. Ahora me pregunto si John Tong Hon y Stephen Chow Sau-yan SJ seguirían igual de contentos que en la foto sabiendo lo que decía ese sujeto.

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