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lunes, 8 de julio de 2024

RECUERDOS DE RUINI SOBRE WOJTYŁA

    
Ruini, en silla de ruedas (y en el momento de redactar este artículo, hospitalizado en el Gemelli por un infarto cardíaco), habló sobre la muerte y lo que hay más allá. Cuando el periodista Antonio Polito le preguntó sobre el Infierno, el ex vicario para la Diócesis de Roma y dos veces presidente de la Conferencia Episcopal Italiana respondio:
«Sí, lo creo, y hoy más que hace un tiempo. Por dos razones: la primera es la insistencia de Jesús. Si bien el Evangelio es la “Buena Noticia” de la salvación, muchas veces se presenta la condenación eterna para quien sigue el mal. La segunda razón es un episodio que concierne a la vida de Juan Pablo II. Un día el pontífice usó una frase que parecía aceptar la teoría del teólogo von Balthasar, el cual había dicho que esperaba que el Infierno estuviese vacío. Más tarde, sin embargo, el cardinal Re me refirió que Wojtyła no se reconocía en esta ambigüedad y había pedido a la Curia que nunca citara la frase que había utilizado, porque estaba convencido de que el infierno existía y que estaba repleto de condenados». 
Ruini se refiere a la frase dicha por Wojtyła en la Audiencia General del 28 de Julio de 1999:
«La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si y cuáles seres humanos han quedado implicados efectivamente en ella»,
frase que se hace eco de «Aunque la condenación eterna sea una posibilidad real, podemos esperar que todos se salven, y es muy improbable que alguien se condene» del teólogo ex-jesuita Hans Urs Von Balthasar. Bueno, así literalmente con esas palabras no lo dijo, pero por lo que se concluye de sus elucubraciones, «la idea es esa»:
«La Iglesia, que ha declarado santos a tantos hombres, nunca se ha manifestado sobre la condenación de uno solo. Ni siquiera sobre la de Judas, que de alguna manera se convirtió en el exponente de que todos los pecadores son conjuntamente culpables. ¿Quién puede saber la clase de arrepentimiento que hubiera podido tener Judas cuando vio que Jesús era condenado?» (Von Balthasar, Tratado del Infierno, 64).
Y frente a las amenazas que Cristo hizo sobre la realidad de la condenación eterna, von Balthasar opone
«Nosotros no negamos en absoluto que la serie de amenazas pierdan su fuerza; negamos tan sólo que la serie de amenazas quite su fuerza a las citadas expresiones de carácter universal. Y no afirmamos más que esto: que las expresiones nos dan derecho a esperar a favor de todos los hombres» (Ibid., pág. 149)
Pero mal se puede reparar con un comentario privado el daño hecho en público. Si, como el cardenal Giovanni Battista Re le dijo a Ruini, «Wojtyła no se reconocía» en la ambigüedad (o por su verdadero nombre, HEREJÍA) balthasar-speyrana de un Infierno vacío, lo que debía hacer Wojtyła era rectificarse PÚBLICAMENTE (bien fuese en el Ángelus del domingo 1 de Agosto o en la Audiencia general del miércoles 4), no “esconderlo bajo la alfombra” como lo hizo al pedirle a la Curia que no citaran nunca la frase de marras. Y ¿para qué esconderlo, si después Bergoglio volvió a sacarlo de todos modos?
   
Más adelante, habiendo hablado del limbo (que desde 2007 –en tiempos del Ratzinger– no existe según los conciliares, siguiendo esa “esperanza” balthasariana), del pecado original y de calificar el declive de la Fe católica en Occidente como «declive de la esperanza», Ruini dice:
«Desde este punto de vista, la Italia no es diferente a muchos países europeos. También es culpa nuestra, de la Iglesia, quiero decir. No podemos excluirnos: tuvimos un poco de concurrencia, por así decir. No habíamos contrastado lo suficiente a nuestros adversarios en el plano de las ideas. Antes del Concilio, si bien entre debilidades y sectarismos, aún había um esfuerzo para afirmar la verdad de la fe. Con el Concilio se buscó reducir ciertamente la zanja con los no creyentes, pero estábamos tal vez ilusionados que aquel foso fuese más pequeño de lo que era, y que por la otra parte había la misma intención de saltarlo. Habíamos bajado la guardia, nos mostramos indefensos. Sobre todo cuando en la teologóa fueron asimilados principios que eran incompatiblies con la fe cristiana». 
Polito le pide un ejemplo, a lo que responde
«Para favorecer el diálogo interreligioso habíamos aceptado la idea que Cristo podía no ser el único camino para la salvación. Cuando Juan Pablo II en el 2000 afirmó la unicidad del Salvador, fue discutido, y se escribio que aquellas eran ideas de Ratzinger y no suyas. Pero fue precisamente el Papa quien pidió al cardenal, que después devendría sucesor suyo con el nombre de Benedicto XVI, escribir para él una formulación clara e inequívoca: planeaba pronunciarla en el Ángelus para poner fin a toda duda. Después de haberla leído, le preguntó a Ratzinger una última vez: “¿Este texto es bastante claro y pondrá fin a las discusiones?”. Y en cambio, ni bien lo pronunció volvieron a discutir». 
Aquí Ruini se refiere a la declaración “Dóminus Jesus”, que Wojtyła leyó el 1 de Octubre de 2000 y que pretendía aclarar la constitución “Lumen Géntium” en cuanto que Jesús es el único camino de salvación. Pero como dice el dicho, «No aclares, que oscureces»: el carro de las discusiones y ambigüedades surgidas por causa de “Nostra Ætáte”, “Unitátis Redintegrátio”, “Ut unum sint” y la misma “Lumen Géntium” ya había avanzado demasiado; y sobre todas cosas, la declaración “Dóminus Jesus” mantiene la herejía de que la Iglesia de Cristo “subsiste en” la Iglesia Católica, y de ella forman parte también los ortodoxos y veterocatólicos como “Iglesias particulares” y los protestantes como “comunidades cristianas”, cuando la doctrina católica enseña que la Iglesia de Cristo ES la Iglesia Católica, y que los herejes y cismáticos deben volver a ella.

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