Traducción del artículo publicado en ET NOS CREDIDIMVS CARITATI.
¡COSAS ASOMBROSAS! ¡CÓMO EL SOL BAILÓ EN FATIMA AL MEDIODÍA!
Las apariciones de la Virgen – Lo que constituyó la señal del cielo – Muchos miles de personas afirman que se produjo un milagro v Guerra y paz
Lucía, 10 años; Francisco, de 9 años, y Jacinta, de 7, que en el páramo de Fátima, en el municipio de Vila Nova de Ourem, dicen haber hablado con la Virgen María
OUREM, 13 de octubre
Cuando me bajé, después de un largo viaje, para las dieciséis horas de Ourem, en la estación Chão de Maçãs, donde también desmontaban religiosos de tierras lejanas para presenciar el “milagro”, le pregunté, de repente, a un chico de los “char-á-bancs” [carruaje con bancos] de la carrera si ya había visto a la Señora. Con su sonrisa sardónica y su mirada de reojo, no dudó en responderme:
– ¡Allí sólo vi piedras, carros, automóviles, caballos y personas!
Por un fácil error, el tren que nos llevaría a Judá Ruah y a mí al pueblo no apareció y decidimos caminar valientemente unas dos leguas, ya que no había sitio para nosotros en la diligencia y estuvieron, durante un largo rato, abarrotados los vagones que esperaban a los pasajeros. En el camino nos topamos con los primeros ranchos que se dirigían hacia el lugar santo, a más de veinte kilómetros bien medidos.
Casi todos los hombres y mujeres van descalzos: ellos con sacos en la cabeza, cubiertos por los zapatos; Se acercaban unos a otros con gruesos palos y cautelosamente equipados con un paraguas. Generalmente decían que estaban ajenos a lo que pasaba a su alrededor, con un gran desinterés por el paisaje y por los demás viajeros, como inmersos en un sueño, rezando el rosario con una melodía triste. Una mujer irrumpe en la primera parte del Avemaría, el saludo; los compañeros, a coro, continúan con la segunda parte, la súplica. Con paso seguro y rítmico, recorren el polvoriento camino, entre pinos y olivos, para llegar antes de que caiga la noche al lugar de la aparición, donde, al aire libre y a la fría luz de las estrellas, planean dormir, custodiando los primeros lugares junto a la preciosa encina – para que hoy puedas verla mejor.
A la entrada del pueblo, mujeres del pueblo, a quienes el ambiente ya ha contagiado con el virus del escepticismo, comentan, en tono burlón, sobre el caso del día: – Entonces, ¿vas a ver a la santa por la mañana? – Yo no. ¡Si ella todavía viniera aquí!
Y ríen a carcajadas, mientras los devotos continúan indiferentes ante todo lo que no sea el objetivo de su peregrinación. En Ourem, una posada sólo es posible gracias a una extrema bondad. Durante la noche, los más variados vehículos se reúnen en la plaza del pueblo llevando a creyentes y curiosos, sin faltar las ancianas vestidas de oscuro, ya encorvadas por el peso de los años, pero brillando en sus ojos el fuego ardiente de la fe que las animaba en ese momento el acto valiente de abandonar por un día el rincón inseparable de su hogar. Al amanecer, nuevos ranchos aparecen intrépidos y atraviesan, sin detenerse un momento, el pueblo, cuyo silencio rompen con la armonía de las canciones que voces femeninas, fuertemente armadas, entonan en violento contraste con la rudeza de los tipos…
Sale el sol, pero el cielo amenaza con tormenta. Las nubes negras se concentran precisamente en las afueras de Fátima. Nada, sin embargo, detiene a quienes allí convergen por todos los caminos y utilizando todos los medios de transporte. Coches de lujo pasan vertiginosamente haciendo sonar sus bocinas; las carretas de bueyes avanzan lentamente por un lado del camino; las galeras, las victorias, los carruajes cerrados, los carros en los que se improvisaban asientos, están lo más apiñados posible. Casi todos se llevan con sus comidas más o menos modestas a su boca cristiana la ración de esquisto para los irracionales que el “poverelo” de Asís llamaba nuestros hermanos y que desempeñan su tarea con valentía... Piensa en uno o dos conejillos de indias, ves un carro adornado con boj; sin embargo, el aire festivo es discreto, los modales son serenos y el orden absoluto… Los burritos se apiñan al borde de la carretera y los ciclistas, muy numerosos, hacen maravillas para no chocar con los coches.
Alrededor de las diez, el cielo se nubló completamente y no pasó mucho tiempo antes de que empezara a llover copiosamente. Las cuerdas de agua, azotadas por un fuerte viento, golpearon los rostros, empapando el macadán y dejando a los caminantes despojados de sombreros y cualquier otra protección hasta los huesos. Pero nadie se impacienta ni desiste de continuar y, si algunos se refugian bajo las copas de los árboles, cerca de los muros de las fincas o en las casas lejanas que bordean el camino, otros continúan la marcha con impresionante resistencia, ¡fijándose en algunas damas cuyos vestidos pegados a sus cuerpos, debido a la fuerza y persistencia de la lluvia, moldean sus formas como si acabaran de salir de la ducha!
Pero el grueso de los peregrinos, miles de creaturas que llegaron desde muchas leguas alrededor y a las que se juntaron fieles venidos de varias provincias, gente del Alentejo y el Algarve, el Miño y la Beira, se congregan en torno de la pequeña encina que, a decir de los pastorcitos, la visión escogió como su pedestal y que podría considerarse como que el centro de un amplio círculo en cuyo borde otros espectadores y otros devotos se acomodan. Visto desde la carretera, el conjunto es simplemente fantástico. Los prudentes campesinos, bajo sus enormes paraguas que parecen carpas cobijándolos, reducían sus parcas meriendas acompañándolas, muchos de ellos, con la guarnición espiritual de los himnos sacros y las decenas del rosario.
La “hora antigua” es la que vale para esta muchedumbre*, que era, según cálculos desapasionados de personas cultas y completamente extrañas a influencias místicas, de treinta a cuarenta mil personas… La manifestación milagrosa, la señal visible está a punto de producirse, afirman muchos peregrinos… Y uno asiste a un espectáculo único e increíble para aquellos que no lo han presenciado. Desde lo alto de la carretera, donde se amontonan los carros y donde se hallan centenares de personas que no han tenido aliento para adentrarse en el barro, se ve a toda la inmensa multitud volverse hacia el sol, que se muestra liberado de nubes, en el cenit. El astro recuerda a una placa de plata sin brillo y es posible fijar la vista en el disco sin el mínimo esfuerzo. No quema, no ciega. Se diría que está ocurriendo un eclipse. Pero he aquí que un alarido colosal se levanta, y a los espectadores que se encuentran más cerca se les oye gritar: “¡Milagro, milagro! ¡Maravilla, maravilla!”.
Nadie teme enterrar los pies en la arcilla empapada, para tener la dicha de ver de cerca la encina sobre la cual levantaron un tosco pórtico en el que bambolean dos linternas… Se alternan los grupos que cantan las alabanzas a la Virgen, y una liebre despavorida, que salta fuera del matorral, apenas si desvía las atenciones de media docena de zagales que la alcanzan y abaten a palos...
¿Y los pastorcitos? Lucía, de 10 años, la vidente, y sus pequeños compañeros, Francisco, de 9, y Jacinta, de 7, aún no han llegado. Su presencia es notada tal vez media hora antes de la indicada, que es la de la aparición. Conducen a las jovencitas, coronadas con diademas de flores, al sitio en que se levanta el pórtico. La lluvia cae incesantemente pero nadie desespera. Carros con los atrasados llegan a la carretera. Grupos de fieles se arrodillan en el lodo y Lucía les pide, les ordena, que cierren los paraguas. Se transmite la orden, que es obedecida inmediatamente, sin la menor renuencia. Hay gente, mucha gente como que en éxtasis; gente conmovida, en cuyos labios secos la oración se paralizó; gente pasmada, con las manos en posición de oración y los ojos burbujeantes; gente que parece sentir, tocar lo sobrenatural…
La niña afirma que la Señora le habló una vez más, y el cielo, aún caliginoso, comienza, de súbito, a clarear en lo alto; la lluvia cesa y se presiente que el sol va a inundar de luz el paisaje que la mañana invernal tornó aún más triste…
Ante los admirados ojos de este pueblo, cuya actitud nos traslada a los tiempos bíblicos y que, presa de espanto, descubierta la cabeza, mira hacia el cielo azul, el sol ha temblado, ha realizado unos movimientos bruscos nunca vistos, fuera de todas las leyes cósmicas; el sol “ha danzado”, según la expresión típica de los campesinos… Subido sobre el estribo del coche de Torres Novas, un anciano cuya estatura y fisonomía suave, y a la vez enérgica, recuerdas las de Paul Déroulède, reza, vuelto hacia el sol y con grandes voces, el credo, desde el principio hasta el fin. Pregunto quién es y me dicen que es el Sr. João María Amado de Melo Ramalho da Cunha Vasconcelos.
Luego lo veo dirigirse a quienes lo rodeaban, que permanecían con el sombrero en la cabeza, rogándoles con vehemencia que se descubrieran ante tan extraordinaria demostración de la existencia de Dios. Idénticas escenas se repiten en otros puntos y una señora grita, bañada en lágrimas angustiosas y casi asfixiantes:
– ¡Qué vergüenza! ¡Hay todavía hombres que no se descubren ante tan estupendo milagro!
Inmediatamente las gentes se preguntan unos a otros si han visto alguna cosa y qué es lo que han visto. La mayor parte confiesan que lo que han visto es el movimiento o la danza del sol; otros afirman haber visto el rostro sonriente de la Virgen, o juran que el sol ha dado una vuelta sobre sí mismo, como si fuese una rueda de fuegos de artificio que ha descendido hasta quemar la tierra con sus rayos… Alguien dice, en fin, que ha visto cómo cambiaba sucesivamente de color…
Son cerca de las las quince.
El cielo se cubre de nubes y el sol sigue su curso con el esplendor habitual que nadie se atreve a afrontar de frente. ¿Y los pastorcitos? Lucía, la que habla con la Virgen, anuncia, con gestos dramáticos, en el regazo de un hombre, que la lleva de grupo en grupo, que la guerra ha terminado y que nuestros soldados van a regresar… Semejante noticia, sin embargo, no aumenta la alegría de quienes escuchan. La señal celestial lo era todo. Hay una intensa curiosidad por ver a las dos niñas con sus guirnaldas de rosas, hay quienes intentan estrechar las manos de las “santas”, una de las cuales, Jacinta, está más a punto de desmayarse que de bailar", pero lo que todos esperaban –la señal del cielo– fue suficiente para satisfacerlos, para radicalizarlos en su fe de carbonero: los vendedores ambulantes ofrecen retratos de niños en postales y otras notas que representan a un soldado del Cuerpo Expedicionario Portugués “pensando en el auxilio de su protectora para la salvación de la Patria” e incluso una imagen de la Virgen como figura de la visión…
Era muy buen negocio eso y seguramente entraron más céntimos en los bolsillos de los vendedores y en el baúl de las limosnas para los pastorcillos que en los tendidos y manos abiertas de los leprosos y de los ciegos que, empujándose con los peregrinos, lanzaban al aire sus gritos desgarradores…
La dispersión se realiza de forma rápida, sin dificultad, sin sombra de desorden, sin necesidad de que ninguna patrulla de guardia la regule. Los peregrinos que retroceden más rápido, corriendo camino abajo, son los que llegaron primero, a pie y descalzos con los zapatos en la cabeza o colgados de los postes. Ellos, con alma lausperena, llevarán la buena nueva a los pueblos que no han sido completamente despoblados. ¿Y los sacerdotes? Algunos llegaron al lugar sonriendo, haciendo fila más con los espectadores curiosos que con los peregrinos ávidos de favores celestiales. Tal vez uno u otro no podría ocultar la satisfacción que tantas veces se expresa en los rostros de los triunfantes…
Queda a los competentes hablar de su justicia sobre la macabra danza del sol que hoy, en Fátima, hizo hosannas explotan del pecho de los fieles y quedan naturalmente impresionados –lo cual me aseguraron– los librepensadores y otras personas sin preocupaciones de carácter religioso que acudieron en masa al ahora célebre páramo.
AVELINO DE ALMEIDA: “O Século”, Lisboa (edición matutina) 37 (l2.876) 15 de octubre de 1917, p. 1, columnas. 6-7; pág. 2, col. 1.
CUESTIÓN ÚNICA
* La “hora antigua” [A hora antiga] alude a que el gobierno republicano adoptó con el Decreto Ley del 26 de Mayo de 1911 el meridiano de Greenwich para fijar la hora legal en Portugal continental, abandonando la hora según el meridiano de Lisboa (que tenía una diferencia de 36 minutos y 44,68 segundos). El Milagro del Sol ocurrió a las 13:00h en la “hora nueva” (12:23:15h en el estilo antiguo).
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