El Monarca laico del Estado Vaticano dijo en la tradicional aero-rueda de prensa cuando regresaba de su viaje a Polonia lo siguiente:
"A mí no me gusta hablar de violencia islámica porque todos los días leo el diario y veo violencia aquí en Italia; este que mató a la novia, el otro que mató a la suegra, y estos son católicos bautizados, son violentos católicos. Si yo hablo de violencia islámica tengo que hablar de violencia católica, pero no todos los islámicos son violentos; es como en la ensalada de fruta, hay de todo, hay violentos en esta religión.Una cosa es verdad: en casi todas las religiones hay siempre un pequeño grupito fundamentalista, nosotros tenemos; el fundamentalismo llega a matar, pero también se puede matar con la lengua, lo decía el apóstol Santiago, no yo, y también con el cuchillo".
En respuesta a dichas palabras, que no son sino una legitimación al Islam (y una muestra de que Francisco Bergoglio no sabe nada verdadero y la muerte de los Cristianos a manos del Dáesh le vale m...), el columnista italiano Gianluca Veneziano escribió esta carta en L'INTRADEPENDENTE (y aunque hay ciertos pasajes que no hallamos de buen recibo porque son distantes del Catolicismo auténtico y tradicional, la encontramos interesante):
Querido Papa Francisco (sic),
Te escribo para confesarme y hacer coming out: sí, lo admito, soy un extremista católico, uno de los “fundamentalistas” que has señalado ayer respondiendo a las preguntas de los periodistas en el retorno de Cracovia, sosteniendo que “en casi todas las religiones hay siempre un pequeño grupito fundamentalista. También nosotros tenemos”.
Bueno, sí, yo me he radicalizado en el cristianismo.
Creo de hecho fuertemente en la sacralidad de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, considero el aborto y la eutanasia como homicidio, y estoy convencido que la vida es un don que no se pertenece: se pertenece seguramente el su ejercicio, el modo en que la llevamos estando dotados de libre arbitrio, pero no por esto somos sus dueños, y por esto no podemos quitárnosla ni quitársela a otros (a menos siempre que los otros no amenacen la nuestra). Creo también en modo visceral en la vida eterna, estoy seguro que el mensaje disruptivo del cristianismo es este: aquí no termina todo, hay una vida después de la muerte, que de otra manera sería de muy poca cosa nuestro vivir aquí, por breve tiempo. Y pienso por eso que la vida tiene un sentido y un destino: que es guiada por un gran proyecto, por un plan providencial, que hay una inteligencia cósmica que supervisa lo creado y que el todo esté dirigido a la salvación. El que no se encuentra exento da responsabilidad, pero al contrario, quien más cree debe conformar su vida a lo dictado, que la religión es fuente de moralidad, la ética tiene sentido solo si Dios existe, como declaraba Dostoyevski.
Pero no por esto, querido Papa Francisco (sic), el cristianismo es limitante, me inhibe y me frustra y me constriñe a vivir una vida de privaciones, aterrorizado por el pecado. Al contrario, mi vivir plenamente el catolicismo me libera, me hace un hombre alejado de las creencias compartidas, de los ídolos de masa, de los rumores, del cliché políticamente correcto: quien cree en Dios no cree en los sustitutos. Y soy libre porque el cristianismo, reconociendo mi libertad y mi plenitud de individuo, me permite apreciar profundamente la belleza de lo que me rodea, captar la vida en todos sus aspectos, también en lo gaudente y hedonista, no quedar insensible al encanto femenil y al divertimento mundano, de vivir al máximo la sexualidad, de no castrarme, siendo hombre creado y no pareciéndome extraño nada de lo que es humano, conforme a la antropología y a la naturaleza de la cual Él le ha dotado.
Me siento arraigado en el cielo y por eso soy libre. Y no por esto, Papa Francisco, porque estoy firme en mis convicciones, desprecio a quien piensa diversamente, a quien no cree o a quien cree en otro, porque en realidad el estar convencido de aquello en lo que creo me hace más consciente y pronto a confrontar a quien tiene ideas completamente opuestas. Pero estoy tan convencido que, también después de miles de diálogos y encuentros, no me haré persuadir a cambiar de idea o a hacer un revoltijo multicultual, como la indignidad –permíteme definirlo así– que he presenciado ayer en Milán en una iglesia, con católicos y musulmanes en conjunto para simular (porque de esto si trataba) el nacimiento de la Religión Única y del Monodios, batido de tantas creencias, producto de una religión despotenciada y sincrética.
Pero, aunque no entiendo esto, te aseguro Papa Francisco (sic), me obstinaré en garantizar siempre al otro la libertad de creer en su Dios, siempre que ella no viole la mía y no me inhiba en mi libertad. Le garantizaré esto y de hecho le respetaré aún más si ejercitare su derecho en forma consciente y libre. Y no me abandonaré jamás a la violencia para impedírselo, no usaré la lengua ni mucho menos la espada para despreciarlo, sabiendo che cualquiera sea la religión en que cree, su persona será siempre la más sagrada de sus ideas.
No, no entraré a una mezquita para degollar un imán, ni a un centro de oración budista para pegarle fuego a un bonzo, ni me atreveré a odiar a alguno por su fe o porque no la tenga. Ni me considaré artífice de violencia privada, contra una novia, o una suegra, como tú, Papa, dices, solo porque soy “fundamentalista”, visceralmente cristiano, y trato de conformar mi vida –consciente de la imposibilidad de la imitación– a Él. Soy radicalmente cristiano, profundamente humano y feliz. No odio y no degüello a nadie.
Esta es la diferencia radical, querido Francisco. El fundamentalista cristiano ama de manera total. El fundamentalista islámico odia de forma total.
Gianluca Veneziani
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