En las revelaciones de
Paray-le-Monial,
en el siglo XVII, los jesuitas fueron elegidos para ser los apóstoles
del Sagrado Corazón. Pero la demanda de Paray-le-Monial fue mal
recibida en la
Compañía de Jesús, al menos en
Francia y Roma. (…)
Sin embargo, en España, gracias a una serie de acontecimientos
providenciales, los miembros más prominentes de la Compañía se
embarcaron en el plan divino revelado en Paray-le-Monial. Ciertamente, el Padre Bernardo de Hoyos estaba predestinado y preparado por una serie de gracias extraordinarias, en el noviciado, para hacer triunfar la causa del Sagrado Corazón. Algunas
de las apariciones y visiones con que fue favorecido, le revelaron los
tesoros inagotables de la misericordia y la gracia escondida en el
Sagrado Corazón.
Durante el reinado de Felipe V, se le manifestó la “gran promesa” del Sagrado Corazón: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes”. Así fue cómo España fue preservada del jansenismo.
Veremos a continuación cómo el reinado del Sagrado Corazón siguió su
curso durante los siglos siguientes, los eclipses temporales que
sufrió, y qué principios e imperativos doctrinales condicionan hoy su
restauración. (…)
EL REINADO DEL SAGRADO CORAZÓN, INSTAURADO Y RESTAURADO.
El Padre Hoyos conocía las promesas hechas a Santa Margarita María en
favor de los que honraran el Sagrado Corazón, y dieran un lugar a su imagen en sus hogares. Por ello hizo imprimir grabados que fueron por primera vez enviados a la Corte, donde fueron recibidos con reverencia. (…) Después , se propagaron rápidamente por el país, así como una Novena en honor del Sagrado Corazón, la cual fue enviada a los miembros de la Corte y a los obispos de los reinos de España. (…)
El Padre Cardaveraz, que fue uno de los directores espirituales del Padre Hoyos, escribió: “ El
demonio hace todo lo posible para lograr nuestra negligencia este
apostolado, porque Nuestro Señor atendiendo a nuestras súplicas,
comunicará a los hijos de Ignacio el fuego que consume su Corazón, y
que consumirá el mundo”. (…)
CELOSOS MISIONEROS
Puede asegurarse que los grandes predicadores españoles de la Compañía
respondieron con ardor a la llamada del Padre Cardaveraz. (…) Puédese juzgar el éxito de su ministerio por el testimonio del Padre Calatayud: “Durante
los catorce meses que duraron las misiones populares sólo en la
provincia de Asturias, fueron fundadas ciento dos cofradías del Sagrado
Corazón” (…). Fundada en Madrid en septiembre de 1736, la Congregación del Colegio Imperial de los Jesuitas tuvo representantes de la más alta nobleza del reino,
e insufló su ardor y su vida en otras congregaciones del Sagrado
Corazón. Los nobles, príncipes y princesas, la Reina y el Rey dieron su
nombre y se alistaron en las cofradías. Felipe V fue el primero que se inscribió. (…)
Los jesuitas no estuvieron solos en la labor: los amigos que contaban
entre el episcopado hicieron de la causa del Sagrado Corazón su causa
personal. Además, sólo tres años después de la muerte del Padre Hoyos, los
obispos reunidos en concilio enviaron una petición al Papa para obtener
su permiso para celebrar en sus diócesis, el Oficio y Misa del Sagrado
Corazón. (…)
El Papa Clemente XII fue renuente a la celebración
litúrgica del Sagrado Corazón, y rechazó esta petición. En 1745 los
obispos de la provincia de Tarragona renovaron de nuevo sus instancias con el nuevo Papa, Benedicto XIV.
A pesar de la persistente negativa de los Papas, la “gran promesa” ya se había logrado: “Durante diez años, desde 1735 hasta 1745, el Sagrado Corazón reinó verdaderamente en España ya ganada a su amor”.
SEPULTADOS CON CRISTO
El rey Fernando VI y la Reina, Doña Bárbara, y la reina madre Doña Isabel Farnesio, se inscribieron en la Cofradía del Sagrado Corazón.
Sin embargo, bajo su sucesor, Carlos III, tuvo lugar
el destierro de los jesuitas, promulgado el 2 de abril de 1767, con la
denuncia del culto del Sagrado Corazón de Jesús: “Descubrimos en las
asociaciones del Sagrado Corazón, elementos de una vasta conspiración
que intentaría de acuerdo con los expulsados poner en peligro el trono.
Por lo tanto las manifestaciones públicas del culto del Divino Corazón
quedan prohibidas”.
Suprimida la Compañía en Portugal en 1759, en Francia en 1764, la
Compañía fue disuelta finalmente por el mismo Papa en 1773. Por no haber
respondido a las demandas de Paray-le-Monial, los jesuitas sufrieron
un castigo terrible. La devoción de los jesuitas españoles al Sagrado
Corazón no les ahorró la persecución. (…)
Sin duda, la advertencia que Nuestro Señor hiciera a Santa Margarita María: “Mi
Divino Maestro no me dijo que sus amigos no tendrían que sufrir nada,
sino que quiere que ellos obtengan su mayor felicidad en gustar su
amargura”.
Igualmente el Padre Hoyos escribió: “Dios siente una
especial satisfacción al ver que la Compañía iza el estandarte de su
Nombre y le imita en el sufrimiento, en las tribulaciones,
contradicciones y persecuciones que todos verán. Jamás faltará a la
Compañía la persecución, y si algún día no la padeciera, que tenga un
gran temor porque ella no faltó jamás a su Capitán”.
RENOVACIÓN DE LA DEVOCIÓN POR FERNANDO VII
Después de los disturbios, desórdenes, y problemas causados por Napoleón en la Península, los descendientes de Felipe V reanudaron esta devoción. Carlos IV, después de su abdicación, y Fernando VII durante su encarcelamiento en Valençay, recapacitaron. Tanto el padre como el hijo volvieron sus ojos al Sagrado Corazón de Jesús y pusieron toda su confianza en Él.
“En su detención en Valençay, Fernando se
obligó con un voto a fundar, una vez alcanzada la libertad, una
cofradía del Sagrado Corazón en la capital del reino. Restaurado,
contra toda esperanza, en el trono de sus padres, en 1814 llevó a cabo
su promesa de fundar una cofradía del Sagrado Corazón en la iglesia del
Real Monasterio de la Visitación de Madrid. El mismo Rey asistió a su inauguración, con la reina y la familia real.
Pero Fernando VII fue más allá: pidió al Papa Pío VII el que aprobara formalmente para la Iglesia de España la devoción al Sagrado Corazón. Era, como dijo, la forma más eficaz para reactivar la devoción de sus súbditos.
El Santo Padre se apresuró a aceptar la petición del monarca y
aprobó esta devoción para toda la Iglesia de los dominios españoles,
ordenando que la fiesta se celebrara el viernes después de la octava de Corpus Christi, con el rito de segunda clase”.
Además, Fernando VII revocó por real decreto todas las medidas
adoptadas en contra de la Compañía de Jesús. (…) Durante su reinado, las
nuevas cofradías religiosas consagradas a la adoración de la Eucaristía y del Sagrado Corazón experimentaron un desarrollo extraordinario.
Este culto llegó a ser un culto público; el Estado español era un Estado oficialmente católico. Aunque la Constitución de 1812 era liberal en algunos aspectos, sin embargo, especifica: “La
religión de la Nación española es y será por siempre la católica,
apostólica y romana, la única verdadera religión. La Nación la
protegerá por medio de leyes sabias y justas, y prohibirá el ejercicio de
cualquier otra religión”.
ALFONSO XIII, CONSAGRADO AL SAGRADO CORAZÓN
Este rey fue favorecido en su infancia con un milagro del Sagrado Corazón.
A la edad de cuatro años, en 1890, sufrió una indigestión tan perniciosa que
los médicos consideraron que perdería la vida. La madre priora de un
convento de Madrid, a sabiendas de que estaba para morir, envió a su
madre la reina regente, María Cristina, un escapulario del Sagrado Corazón,
para que se lo impusiera a su Majestad. Además le animaba a consagrarlo
al Corazón de Jesús, en el caso de que obtuviera la salud. La reina impuso el escapulario a su hijo. Contrariamente a todos los pronósticos, disminuyeron los dolores, y quedó sano.
Seis meses más tarde, durante la novena al Sagrado
Corazón, en la parroquia de San Martín, el 10 de junio de 1890, la reina
solemnemente consagró a sus tres hijos al Corazón de Jesús.
En Madrid, durante el Congreso Eucarístico Internacional en 1911,
Alfonso XIII, que siempre llevaba el escapulario del Sagrado Corazón,
realizó la consagración de España a Jesús ante la Eucaristía. Además,
el Congreso reprobó la laicidad señalando que “las naciones tenían
obligación de dar en homenaje a Nuestro Señor Jesucristo la reparación y
adoración de la Nación, reconociendo los derechos de su soberanía sobre
las personas, recibidos en heredad de su Padre Celestial”. Se trataba de luchar contra la apostasía oficial de los poderes públicos, antaño cristianos, es decir puestos en sumisión a Dios, y que hoy, bajo pretexto de neutralidad, ignoran sus leyes, en tanto que naciones, e intentan expulsarlo de la vida pública.
La decisión de construir un monumento al Sagrado Corazón, cerca de Madrid, en el cerro de los Ángeles,
centro geográfico de la península, respondía a este deseo. (…) Alfonso
XIII dio su apoyo, a pesar de las presiones y amenazas de la masonería
de Madrid. (…)
El 30 de mayo de 1919, después de la bendición del monumento
por el nuncio apostólico, el Rey, que entonces tenía treinta y tres
años, rodeado por los miembros del gabinete, representantes de las
Cortes y de los órganos del Estado, pronunció solemnemente, ante una
multitud inmensa, un acto de consagración de España al Sagrado Corazón . (…)
El 19 de noviembre de 1923, en Roma, durante una audiencia papal, Alfonso XIII, acompañado por el general Primo de Rivera, hizo un discurso magnífico ante el Papa Pío XI, presentándose a sí mismo como heredero de los Reyes Católicos:
“En la historia española, fluye libremente, Santo Padre, la savia
de la fe. Si la cruz de Cristo ya no se levantara sobre nuestro país,
¡España dejaría de ser España!”. (…)
Tras recordar la consagración nacional al Sagrado Corazón, continuó: “Al
pedir respetuosamente vuestra bendición para España, mi familia y los
valientes soldados que luchan en África por la justicia y la
civilización, solemnemente os prometemos que si un día, Su Santidad
decidiera hacer una Cruzada contra los enemigos de nuestra santa
Religión, España y el Rey, fiel a vuestras órdenes, no desertarían del
puesto de honor que se les asignan por sus gloriosas tradiciones, del
triunfo y la gloria de la Cruz, que no sólo es el símbolo de la fe,
sino también de ¡la paz, la justicia, la civilización y el progreso!”.
Pero ante esto el Papa, declinando su ofrecimiento de la Cruzada, le dio una amonestación paternal invitándole a enrolarse en la vía del liberalismo: “En
el noble y grande pueblo español, existen también hijos desgraciados,
incluso los más amados por Nos, que se niegan a acercarse al Divino
Corazón. Dígales que no les excluímos, sino que por el contrario,
nuestros pensamientos y nuestro amor son para ellos”.
La Cruzada “contra los enemigos de nuestra santa religión”, propuesta por Alfonso XIII, la emprendería con éxito el General Franco, quince años después. (…)
ESTADO CATÓLICO DEL GENERAL FRANCO
Francisco Franco recibió de su madre y de sus
maestros una educación profundamente católica. Fueron muchos los
soldados de su ejército que fueron a la lucha con el detente del
Sagrado Corazón en el pecho.
Los rojos, que habían tomado el Cerro de los Ángeles, se
encastillaron allí y llegaron en su funesto juego a disparar a la
estatua del Sagrado Corazón que presidía el cerro. El 7 de agosto de
1936, destruyeron el monumento con dinamita. Sin embargo, el saqueo, la
profanación y el sacrilegio provocaron en el pueblo una reacción
saludable. Mons. González García, el santo obispo de Palencia, escribía al párroco de Torrelobatón, el 5 de septiembre de 1936: “Gracias
a Dios, vemos en todas partes un gran renacer religioso, pero en esta
parroquia de Torrelobatón, es todavía mayor que en otras partes la
devoción y amor por el Sagrado Corazón de Jesús. Esto no podía ser de otra manera ya que son Uds. los hermanos del Santo Padre Hoyos”. (…)
En los territorios reconquistados, el general Franco restableció la
dichosa cooperación de Iglesia y Estado con perfecta armonía de los dos
poderes. El historiador Claude Martin hizo un balance de las medidas de reparación adoptadas por el Caudillo: “Él
restauró la Iglesia en la posición privilegiada de la antigüedad,
declaró el catolicismo la religión del estado, hizo regresar a los
jesuitas expulsados de España por la República, hizo obligatorio el
estudio de la religión en las escuelas y universidades, derogó la ley de
divorcio y restauró el valor legal del matrimonio religioso. El estado
implantó la subvención de los clérigos.
En esta materia, dijo el Caudillo a las Cortes en 1953, no hay engaños ni fraudes. Si
somos católicos, nos salen al paso las obligaciones que se derivan de
este hecho. En las naciones católicas, las cuestiones de fe pasan a ser
de primera importancia para el Estado. La salvación o perdición de las
almas, el aumento o disminución de la verdadera fe son problemas de
capital importancia que no pueden dejarnos indiferentes”.
A comienzos de los años 40, los obispos españoles recibieron las advertencias de nuestro Señor, por medio de la Hermana Lucía de Fátima, para reformar la moral del clero. La Virgen Peregrina de Fátima recorrió la Península y recibió “un apoteósico y extraordinario homenaje”
en Madrid en mayo de 1948. A las puertas de la capital, que entonces
tenía 800.000 habitantes, Nuestra Señora recibió la aclamación de un
millón y medio de fieles. El 26 de mayo, Nuestra Señora fue llevada a la
residencia del Generalísimo Franco, donde fue recibida por todo el
personal civil y militar en la capilla del palacio. (…)
El Cardenal Cerejeira, Patriarca de Lisboa, dijo en su discurso del 30 de mayo, en la ceremonia de clausura: “Fátima
es al culto al Corazón Inmaculado de María, lo que Paray-le-Monial
fue para el culto del Sagrado Corazón. Fátima, en cierto sentido, es la
continuación, o más bien, la conclusión de Paray-le-Monial: Fátima une a
estos dos corazones que Dios ha unido en la obra divina de la
Redención”.
Después de las lluvia de gracias, en todas las regiones de España, el
Caudillo, el 12 de octubre de 1954, hizo a los pies de la Virgen del Pilar una admirable consagración de la nación española al Inmaculado Corazón de María.
Este acto de consagración afirmó la soberanía de los
Sagrados Corazones de Jesús y María en el Estado español, y contiene por
ello, implícitamente, un rechazo de la doctrina de la libertad religiosa, doctrina que se basa en dos principios: primero, la dignidad trascendente y el derecho inalienable de
todo ser humano a que sus creencias religiosas no sufran ningún
impedimento en actos públicos, y por otro lado, la incompetencia del
Estado en materia religiosa.
De acuerdo con la enseñanza constante de la Iglesia universal, el
concordato firmado en 1953 entre la Santa Sede y el gobierno español
oficialmente desaprobaba la libertad religiosa. (…)
Ciertamente, si quien quiera trabajar con eficacia por el reinado del
Sagrado Corazón, primero tiene que rechazar la impía doctrina
convertida en el “nuevo dogma” del Concilio Vaticano II, a saber, el derecho social a la libertad en materia religiosa, y todo lo que sigue, en particular la teoría del Estado democrático, neutral, indiferente a Dios y servidor de la libertad individual.
“La Suprema Verdad es Cristo, escribió el abate Georges de Nantes. Él
es nuestra justicia, nuestro derecho, la belleza suprema. Pero Cristo
Jesús es una Persona, Persona divina encarnada, y por lo tanto, sujeto
incomparable de los derechos sociales más amplios” (CRC No. 218, enero de 1986, pág. 3).
Por lo tanto, principalmente a través del reconocimiento
explícito y de la solemne proclamación de los derechos sociales de
nuestro amado Salvador, la Iglesia y el Estado, felizmente concertados,
pueden restaurar o crear, en nuestras naciones, el Reinado de su Divino
Corazón.
Extracto de Il est ressuscité!, Volumen 4, No. 25, agosto de 2004, págs. 15-20