miércoles, 26 de junio de 2024

EMERGE SEGUNDO DIARIO DE JESUITA ABUSADOR EN BOLIVIA

Noticia tomada de GLORIA NEWS [Por razones de modestia se suprimieron algunas partes demasiado gráficas, pero de todos modos se recomienda discreción].
   

Entre 1994 y 2005, el jesuita español Luis María “Lucho” Roma Pedrosa fotografió, filmó y abusó sexualmente de más de 100 niñas mientras era “misionero” en Bolivia, informa El País de España el 18 de Junio.
  
Al menos setenta de sus víctimas, la mayoría de ellas de la población indígena guaraní, están identificadas por su nombre en el diario de Roma.
    
Es el segundo diario de un jesuita pedófilo en Bolivia, tras el del también español Alfonso “Pica” Pedrajas Moreno. La investigación contra Roma comenzó en Marzo de 2019 a petición de los jesuitas.
   
Roma, que estaba confinado a una silla de ruedas, falleció meses después en Bolivia, el 6 de Agosto de 2019, a la edad de 84 años. Por ello, los archivos de la investigación permanecieron inéditos hasta ahora.
    
Antes de su muerte, Roma firmó una confesión ante notario: «Confieso, libre y voluntariamente, que en la época en que estuve destinado en la parroquia de Charagua, aproximadamente de 1998 a 2002, me dejé llevar, en algunas situaciones, por actos libidinosos, impropios de una persona religiosa, con niñas de entre ocho y once años, con las que tenía una relación pastoral».
   
   
“Apóstol de los niños”
Luis Roma nació en Barcelona el 12 de Septiembre de 1935. Ingresó en los jesuitas a los 18 años. Dos años más tarde, viajó a Sudamérica como misionero.
   
En 1987, Roma trabajaba como mano derecha del superior provincial, Luis Palomera Serreinat, un amigo de Barcelona. Palomera describió a Roma de esta manera: «Es hermético, poco comunicativo, poco sociable e incluso muy poco amable. (…) Parece mostrar muy poco interés por lo que pasa por los demás. Vive en un mundo muy personal, local, cerebral segmentario (…) trabaja en la sombra».
   
En 1994, el nuevo superior provincial Marcos Recolons y Arquer (actualmente en detención domiciliaria e imputado por encubrimiento en Bolivia) nombró a Roma párroco y director de una nueva escuela en Charagua. Roma «era el apóstol de los niños, llenaba su furgoneta de niñas».
   
Describió con detalle cómo reunía a las niñas en grupos, se duchaba con ellas y les hacía fotos. Días después, volvía para mirar estas fotos y masturbarse.
    
Roma también malversó dinero. Pidió dinero prestado, robó del cepillo parroquial y desvió fondos destinados por los jesuitas a obras humanitarias para comprar “regalos” a las niñas de las que abusaba, por lo que más de una vez sus socios y superiores le reñían. También utilizó fondos malversados para pagar a su socio más cercano conocido como “Bladi”, un joven huérfano proveniente del Hogar de Menores de Tacata que se convirtió en su chófer y compañero.
   
Extractos del diario de “Lucho” Roma
En Noviembre de 1998, Roma anota en su diario «algunos problemas» sin describirlos en detalle. Admite haber pasado por «una época de problemas» a causa de su “pecado”. Se «sentía destruido».
   
Sin embargo, se justifica con la famosa excusa soez de que «Dios me hizo como soy».
   
Hacia las Navidades de 1998 admitió su «falta de madurez» y quiso dejar de abusar de las niñas: «Empaqueté todo ese dichoso material videográfico y me he resuelto no ver ni excitarme ni vivir permanentemente esa lujuria y lascivia». Escribió en 2000 sobre su “obsesión” y su “emocionalidad enfermiza”: «Incluso parece que siento asco».
   
Pero 76 días después, Roma reanudó sus abusos, fotografiando y filmando a niñas en Charagua.
   
El diario termina en Septiembre de 2000 con él reconociendo su naturaleza pedófila: «¿Qué puedo decir de la obsesión? Por el amor de Dios, a veces me asusto» - «¡Me veo como un “anormal”, como un acosador de niñas, como un violador en potencia, como un peligro para las pequeñas!».
   
Los superiores «no sabían nada»
El hermano de Roma, Francisco “Paco”, otro jesuita, también está acusado con credibilidad de pederastia en el Colegio Caspe de Barcelona.
   
El País añade que existen cartas personales que indican que varios superiores en España y Bolivia conocían los abusos de los hermanos Roma en los años ochenta y noventa.
   
En 2006, “Lucho” Roma fue trasladado a Sucre, la capital de jure de Bolivia. Los superiores dijeron que fue por malversación de fondos, no por abusos.
   
En Sucre, un compañero jesuita descubrió el archivo de Roma, pero tardó diez años más en denunciar las fotos, sólo después de dejar a los jesuitas. El superior provincial de entonces, el Osvaldo Chirveches Pinaya, le aseguró que «no sabía nada» de los abusos.

NOVENA EN HONOR A SAN ANTONIO MARÍA ZACCARIA

Traducción y adaptación de la Novena publicada en la Vida de San Antonio María Zaccaria escrita por un padre barnabita y publicada en Milán en 1849, con licencia eclesiástica.


DÍA PRIMERO
 O gran Servo di Dio, voi foste sempre acceso di viva fede, e vi sforzaste di svegliarla ed alimentarla negli altri coi vostri sermoni; deh! fate che noi pure crediamo col cuore per acquistare la giustizia, e ci confessiamo fedeli colla bocca per procurarci la salute.


II. La vostra speranza in Dio, o Venerabile Antonio, oh quanto è di rimprovero alla nostra diffidenza! Ben sapendo che nessuno ha sperato in Lui, e fu confuso, voi sino dai più teneri anni rinunciaste alle ricchezze ed agli agi, e povero di spirito e lontano dal mondo riponeste la vostra confidenza solamente in Dio; deh! c'impetrate che, noncurati i beni di quaggiù, confidiamo unicamente in Dio, che ci può rendere per sempre felici.

III. O Serafino di amore che morto ad ogni terreno affetto, tutto vi sacraste nell'amare lddio e nel promovere la sua gloria; deh! ottenete anche a noi che amando il Sommo Bene con tutto il cuore, con tutta la mente, con tutte le forze, conseguir possiamo la corona della vita che Dio ha promesso ai veri suoi amatori.

IV. Ma quanto grande fu in Voi, o tenerissimo Antonio, la carità verso Dio, altrettanto fu quella che nutriste pel prossimo; la vostra vita fu un incessante esercizio di opere misericordiose; gli ignoranti, i poveri, i tribolati, i pellegrini, gl'infermi furono l'oggetto più caro delle vostre premure; deh! interponetevi presso il Signore, affinchè mossi a compassione delle altrui miserie vi provediamo secondo le nostre forze, e ci meritiamo di essere invitati da Gesù Cristo nel giorno del giudizio a partecipar dei beni preparati ai sovvenitori degli indigenti.

V. O illibatissimo Servo di Dio, che sempre viveste sì casto nei pensieri e negli affetti, sì pudico nelle parole, e nelle opere si immacolato che vi meritaste il titolo di uomo angelico, noi vi preghiamo ad ottenerci il trionfo sul mondo, sulla carne e sul demonio, che per tutto tendono insidie, onde trarci in quel vizio ignominioso, che l'Apostolo non vuole sia pure nominato tra i cristiani.

VI. Voi, o Antonio, tuttora fanciullo apprendeste dalla vostra pia genitrice che l'obbedienza è più accetta al Signore che le vittime, e quindi poneste ogni diligenza per sottomettere la pro

pria all'altrui volontà, e procuraste santificare col merito dell' obbedienza anche le minime azioni; deh! ci ottenete dal Signore il dono di una perfetta sommissione alla sua legge, ai comandi ed ai desiderii dei Superiori, e di eseguire l'altrui volere in tutto che non è peccato, e così conformarci a Gesù Cristo, che fu obbediente sino alla morte, e morte di croce.

VII. Come la santa umiltà fu sempre, o Venerabile Antonio, la virtù a voi più preziosa e diletta, perchè fondamento d'ogni bene, fuga d'ogni pericolo, cognizione della nostra viltà, del nostro nulla; così fate d'impetrare a noi pure quello spirito di cristiana umiltà, per cui, divenuti fanciulli dinanzi a Dio, siamo renduti degni di entrare nel regno de' cieli.

VIII. Appunto perchè umile di cuore, o invitto Eroe, foste paziente nei travagli; voi vi riconosceste vile, abbietto e di nient'altro meritevole che di tribolazioni e di flagelli; e però nelle calunnie sollevate contro di voi gioiste di patire con Cristo; ah! c'impetrate impertanto da Dio la grazia di sopportare con volontà a Lui rassegnata le traversie e gli affanni della

vita, affinchè nella pazienza abbiamo a possedere ora ed in eterno le anime nostre.

IX. Per quanto gravi, o piissimo Antonio, fossero le vostre cure, voi non rimetteste dell'esercizio nell'orazione; anzi in essa trovaste sapienza nelle intraprese, fedeltà nelle tentazioni, fortezza nelle avversità, costanza ed ardore nello zelo per l'altrui salute: e perciò vi preghiamo di ottenere pure a noi che la preghiera sia il pascolo più gradito dell'anima nostra, affinchè possiamo conseguire tutte le grazie a noi necessarie, specialmente la massima di tutte, la finale perseveranza.

Oremus.

Quæsumus Domine Deus, ut quem in Venerabili Antonio Maria ad ecclesiasticorum præsertim disciplinam ac mores fidelium reformandos zelum accendisti; eumdem et in religiosis qui tanti Patris, et in fidelibus qui ejus devoti esse gloriantur, excitare digneris. Per Dominum nostrum, etc.

SAN PELAYO, MÁRTIR DE LA CASTIDAD

San Pelayo nació en Albéos (Galicia) en el año 911, y era sobrino del obispo Hermogio de Tuy, que fue hecho prisionero en la batalla de Val de Junquera entre los reyes cristianos y el emir de Córdoba Abderramán III en el año 920. Pelayo también acabó siendo prisionero del rey musulmán al cambiarse por su tío que quedó en libertad.
   
Durante tres años y medio, Pelayo permaneció como prisionero de Abderramán III. Sus compañeros de cautiverio cuentan que su comportamiento era “casto, sobrio, apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”. Solía discutir también con los musulmanes sobre temas religiosos y pudo vivir en paz en prisión hasta que Abderramán III se encaprichó de él.
    
Durante un banquete, Abderramán III prometió concederle todos los honores si apostataba y se convertía en uno de sus mancebos:
«Niño, te elevaré a los honores de un alto cargo, si quieres negar a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico. ¿No ves cuántos reinos tengo? Además te daré una gran cantidad de oro y plata, los mejores vestidos y adornos que precises. Recibirás, si aceptas, el que tú eligieres entre estos jovencitos, a fin de que te sirva a tu gusto, según tus principios. Y encima te ofreceré pandillas para habitar con ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, sacaré también de la cárcel a cuantos desees, e incluso otorgaré honores inconmensurables a tus padres si tú quieres que estén en este país”.
Pelayo respondió decidido:
«Lo que prometes, emir, nada vale, y no negaré a Cristo; soy cristiano, lo he sido y lo seré, pues todo eso tiene fin y pasa a su tiempo; en cambio, Cristo, al que adoro, no puede tener fin, ya que tampoco tiene principio alguno, dado que Él personalmente es el que con el Padre y el Espíritu Santo permanece como único Dios, quien nos hizo de la nada y con su poder omnipotente nos conserva».
Abderramán III no obstante, más enardecido, pretendió cierto acercamiento físico, tocándole el borde de la túnica, a lo que Pelayo reaccionó airado: «Retírate, perro. ¿Es que piensas que soy como los tuyos, un afeminado?», y al punto desgarró las ropas que llevaba vestidas y se hizo fuerte en la palestra, prefiriendo morir honrosamente por Cristo a vivir de modo vergonzoso con el diablo y mancillarse con los vicios.

Abderramán III no perdió por ello las esperanzas de seducir al niño y ordenó a los jovencitos de su corte que lo adularan, a ver, si, apostatando se rendía a tantas grandezas prometidas. Pero él se mantuvo firme y permaneció sin temor proclamando que sólo existe Cristo y afirmando que por siempre obedecería sus mandatos.

Abderramán ordenó entonces que lo torturaran y, suspendido de las rejas para recibir el suplicio destinado a los esclavos y criminales, que consistía en ser descuartizado en vida; los miembros despedazados del niño santo fueron arrojados al Guadalquivir.

«¡Oh martirio verdaderamente digno de Dios, que comenzó a la hora séptima, y llegó a su cumplimiento al atardecer del mismo día! El santísimo Pelayo, a la edad aproximada de trece años y medio, sufrió el martirio según se ha dicho, en la ciudad de Córdoba, en el reinado de Abderramán, sin duda un domingo, a la hora décima, el 26 de junio en la era de 963 [925]».
  
Sus restos fueron rescatados por los fieles y enterrados en el cementerio de San Ginés y su cabeza en el de San Cipriano de Córdoba, hasta el año de 967, cuando bajo el rey Ramiro III se los trasladó al monasterio de San Pelayo en León; dieciocho años más tarde, para evitar profanaciones, fueron exhumados y llevados al monasterio benedictino de Oviedo para ser sepultados. La historia de Pelayo se propagó enseguida y ya en el 962 había despertado el entusiasmo de la famosa poetisa Hroswitha (Roswita), abadesa de Gandersheim, quien narró los incidentes del martirio en hexámetros latinos.

MES EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL - DÍA VIGESIMOSEXTO

Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía. en 1864.
  
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
  
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA

Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
  
MEDITACIÓN XXVI: EN TORNO A LA ACCIÓN DEL SACERDOCIO A TRAVÉS DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Los estrechos límites que nos hemos impuesto no nos permiten centrarnos en todos los medios que el divino fundador de la Iglesia ha puesto en manos del sacerdocio para fertilizar su acción en la sociedad a la que le fue encomendado gobernar y regenerar. Sin duda, hubiera sido algo útil y consolador mostrar el poder irresistible de la palabra divina en boca del sacerdocio; tanto más porque precisamente por ello esconde en los corazones la primera semilla de la fe. Pero en parte ya hemos hablado de ello en varias meditaciones , especialmente en la 6.ª. En el resto, es fácil comprender la eficacia de la palabra divina, procedente de San Pedro, que convirtió a tres mil personas la primera vez que la hizo oír. Hasta los predicadores de hoy, que recogen frutos tan prodigiosos y abundantes, la palabra de Dios siempre ha iluminado nuestros corazones, mucho menos por la más o menos eminente habilidad oratoria de quienes la anunciaron, que por la gracia especial que trae consigo, y que penetra en el santuario más íntimo del alma. En cuanto a la oración, es un medio tan poderoso en manos del sacerdocio que la Iglesia le impone una obligación rigurosa, imponiéndole el deber diario de recitar el Oficio divino y permitiéndole ascender todos los días a los santos altares. Con la ayuda de la oración, el sacerdocio obtiene del Cielo las bendiciones divinas que fertilizan los esfuerzos de su celo y preparan los corazones para abrirse a la dulce y saludable acción de la gracia. Lo que es especialmente importante meditar es el poder que el sacerdocio ejerce sobre los hombres y sobre la sociedad civil, con el objetivo de regenerarlo mediante el poder maravilloso que ha recibido de Jesucristo para perdonar los pecados, es decir, mediante el sacramento de la Penitencia.
   
1.º Si Dios mismo no hubiera investido al hombre de este augusto y misericordioso oficio de reconciliación, a nadie se le habría ocurrido nunca pronunciar en su nombre la absolución de los culpables; finalmente, sólo existía la sabiduría divina, que podía encontrar las condiciones más adecuadas para salvar el honor del Altísimo que perdona, y cuidar de los intereses espirituales del pecador que es absuelto. Por tanto, nada es más importante en el Evangelio que aquellas palabras del fundador de la Iglesia: «Recibe el Espíritu Santo, serán perdonados los pecados de quienes perdonéis; y serán retenidos los que retuviéreis» (San Juan XX, 22-23); palabras solemnes, mediante las cuales el Salvador confirió a los Apóstoles y a sus sucesores el derecho y el poder de romper las cadenas del pecador y restaurarlo a la amistad de Dios. En toda comunidad civil bien ordenada hay magistrados y jueces nombrados por el Soberano para asegurar la ejecución de las leyes; hay tribunales ante los cuales se llama a los criminales; las sentencias se pronuncian en nombre del jefe de Estado, quien las ratifica. ¿Por qué la asociación de almas, en la que reina el orden más maravilloso, no debería tener en su poder medios adecuados para hacer cumplir las leyes imprescriptibles de Dios y gobernarse a sí misma? Sin falta el tribunal de la misericordia, en el que se sienta el sacerdocio por orden de Jesucristo, es sólo un tribunal espiritual y para fuero interno; pero es proporcional a la naturaleza de la sociedad que está llamada a gobernar. Es cierto que en él nunca se emite otra sentencia que la del perdón; nunca nadie arrastrado a él por la fuerza brutal o de mala gana; en él no hay otro testigo, ni otro acusador, que el propio culpable, que se presenta libremente; las audiencias, lejos de ser públicas, se desarrollan a puerta cerrada y en el más profundo secreto; pero ¿qué pasa si la sociedad está contenta con este sistema judicial y si los pecadores lo aceptan de buen grado? Después de dieciocho siglos nada ha cambiado, ni en la forma de los juicios emitidos por el sacerdocio, y nunca una reunión civil se ha desarrollado con mayor regularidad que la cristiana.
  
2.º  ¿Qué poder puede entonces ejercer el sacerdocio sobre los hombres y la sociedad en un tribunal tan indulgente? Consuela desde el principio y da valor al pecador, acoge con la bondad de un padre, más que con la severidad de un juez. Examina cuidadosamente la extensión y profundidad de las heridas del alma enferma que quieres sanar; ilumina sus tinieblas, descubre sus engaños; hacer que las verdades solemnes e importantes que ha olvidado, o sobre las que nunca ha meditado lo suficiente seriamente, brillen con nueva luz en sus ojos; indica los remedios a utilizar, las precauciones a tomar; exhortarla con ternura y benevolencia; le devuelve el sentimiento perdido de su dignidad, arrebatándola de la degradación de sus pasiones; y reconciliarla con Dios, le da paz y felicidad. Una gracia muy especial, esencialmente combinada con el sacramento de la Penitencia, añade la eficacia infalible de su virtud a la acción del ministro de Jesucristo, y cuando el penitente sale del tribunal de misericordia se siente completamente diferente de cómo había entrado: estaba cubierto de confusión, y ahora puede alzar la mirada hacia el Cielo con confianza, y llamar a Dios su Padre; estaba débil, desanimado, el pecado parecía tenerlo atado en tristes ataduras, que lo arrastraban casi a su pesar de abismo en abismo, veía como remedios imposibles los sacrificios que tuvo que hacer para salir de tan deplorable estado: actualmente todo ha cambiado. Espera, no en sus propias fuerzas, sino en la ayuda divina; el hechizo que lo ataba al pecado se rompe, su inclinación al mal se vuelve impotente y el sabio consejo que le fue sugerido ya no le parece impracticable; decide ponerse manos a la obra, reducirse a los caminos de los mandamientos divinos y al camino de la virtud. Había muerto a la vida sobrenatural y resucitó; era una rama seca arrancada del tronco, que es Jesucristo, y la gracia del sacramento la acercó a Él y restableció la circulación del humor vivificante; vive, y desde ahora dará frutos de vida eterna. Después de esto, es fácil comprender el inmenso poder que el sacerdocio ejerce sobre las pasiones humanas, a las que impone un freno saludable, y sobre los hombres a quienes, después de las caídas más deplorables, rehabilita y consuela contra nuevas debilidades. ¿Quizás la experiencia no confirma cada día estos descubrimientos de la razón? Un joven es dócil, sumiso a sus padres, modesto en sus palabras y acciones, paciente en las fatigas, casto y de vida recta: estad seguros de que frecuenta el tribunal de penitencia. Al contrario, cuando veáis a jóvenes tan presuntuosos, afectados, sin respeto a sus familiares, sin pudor en sus discursos, intolerantes al cansancio, sin normas en su conducta y sobre todo en sus costumbres, podéis estar seguros de que no se confiesam. ¿Dónde es posible encontrar hombres concienzudos, leales, de moral reglada, que se esfuercen seriamente en combatir las inclinaciones perversas; hombres desinteresados ​​y dedicados al servicio de los demás? En las filas de quienes se someten a la dirección habitual del sacerdocio. Sólo este tribunal sagrado puede regenerar las almas en todas las condiciones, incluso en las más humildes, hasta el punto de elevarlas a las alturas de las más grandes y nobles cualidades, y a veces hasta el heroísmo. Mostrémonos, si podemos, un San Vicente de Paúl, o incluso simplemente una Hermana de la Caridad, fuera de estos. Sin embargo, no lo convertimos en un crimen contra la humanidad; es demasiado débil, sin esta ayuda divina es que no puede luchar con éxito contra su propia corrupción: por eso Jesucristo ha hecho precepto para los hombres presentarse ante los tribunales de la Iglesia y someter el estado de su conciencia a la jurisdicción del sacerdocio. Sin duda, el hombre dócil que obedece esta ley no estará exento de defectos ni será impecable, porque la perfección no es de este mundo; pero será mejor, o al menos no tan perverso, que aquel que se niega a recurrir nuevamente a la ayuda sobrenatural, a regularse con sus propias luces, y con las únicas fuerzas de su naturaleza caída.
   
3.º Se podría decir que el poder que ejerce el sacerdocio en el tribunal de penitencia es indudable, pero que son muy pocos los hombres que recogen sus frutos preciosos, porque son muy pocos los que se acercan a ellos; y que, en consecuencia, tal poder debe ser muy limitado y casi imperceptible. En primer lugar, suponiendo que el número de los que frecuentan el sacramento de la Penitencia sea tan poco importante como se pretende, respondemos que si se hubieran encontrado so siete justos en Sodoma y Gomorra, estas ciudades habrían encontrado el favor de Dios y no sido destruidas. ¿Acaso se habría considerado sin importancia la acción que estos siete justos hubieran podido tomar, salvando así estas dos desdichadas ciudades y evitando que quedaran reducidas a la nada? Ahora bien, no dudamos en afirmarlo, la salvación de nuestra sociedad civil moderna se debe a quienes buscan la santidad en los sagrados tribunales de la Penitencia; suponer que a otros les va mal, el fervor de sus oraciones, sus virtudes heroicas frenan los castigos, mediante los cuales la justicia divina ciertamente castigaría, sin estos, al mundo por su impiedad y corrupción. Por tanto, la sociedad moderna no debe menos al sacerdocio la misericordia con que el Señor soberano le muestra; sin embargo, estamos lejos de admitir que el número de los que se presentan al santo tribunal sea tan pequeño como otros imaginan. De hecho, quizá no haya familia que no incluya al menos a uno de sus miembros entre esos fieles piadosos que consuelan a la Iglesia con su asiduidad en el cumplimiento de los deberes impuestos por la religión; y tal vez no haya menos familias en otras ciudades, incluso en aquellos países donde domina la herejía, que no incluyen a católicos tan fervientes. Ahora bien, ¿quién puede dudar de la acción que un buen cristiano o una buena cristiana ejerce en una familia en cuyo seno está? Él conoce bien su impiedad, pues se esfuerza con todos los medios a su alcance en desterrar toda práctica religiosa del hogar doméstico. ¿Qué no se ha dicho, incluso recientemente, en ciertos libros sobre la autoridad absoluta y tiránica que el marido debe ejercer sobre su esposa para impedirle sobre todo acercarse al sagrado tribunal de la penitencia? ¡Como si el marido tuviese autoridad sobre la conciencia de aquella que está destinada a compartir su destino! ¿Y a dónde iría entonces esa libertad de religión, esa libertad de conciencia, que tanto revuelo hoy está dando? Se teme el poder del sacerdote; por tanto, este poder existe. Sin embargo, no se ejerce sólo sobre quienes se relacionan directamente con el sacerdocio en el santo tribunal, sino también sobre sus familiares, e incluso sobre sus vecinos. En consecuencia, es mucho más extenso de lo que comúnmente se piensa; y es una gran felicidad para la sociedad civil moderna, que de otro modo no tardaría en disolverse, como ocurrió en Alemania en tiempos de Carlos V, cuando el protestantismo abolió la confesión. Es, pues, oportuno concluir que el santo tribunal de la Penitencia es uno de los medios más poderosos puestos por el divino fundador de la Iglesia en manos del sacerdocio para ayudarle a cumplir la celestial misión de regeneración, que le confió, diciendo: «Vosotros sois la sal de la tierra» (San Mateo V, 13).
   
ELEVACIÓN EN TORNO A LA ACCIÓN DEL SACERDOCIO A TRAVÉS DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
I. ¡Vuestras misericordias son infinitas, oh Dios mío! Conocéis bien el alcance de la fragilidad humana; sabéis que por ligero que sea vuestro yugo, habrá sin embargo en él almas muy viles, que tratarán de escapar de él y quebrantar las leyes, que les disteis sin otro fin que el de conducirlos a la verdadera felicidad; y por eso, en vuestra inefable bondad, os habéis dignado preparar un estanque saludable para estas almas culpables, en el cual lavarse de sus inmundicias; un tribunal de misericordia, en el que la justicia y la paz pudieran intercambiar el beso de la reconciliación. En el colmo de vuestro amor por los hombres, no quisisteis que sus pecados fueran irreparables y sin remedio, que la pérdida de la vida espiritual fuese irreparable. Habéis esparcido ampliamente por la tierra los remedios y medicinas necesarios para la curación de los cuerpos; ¿y podríais haber sido menos queridas las almas, de modo que no les hubiérais preparado remedios iguales para devolverles la salud y la vida? Vos habéis dado a la humanidad hombres eruditos, que estudian con atención los sufrimientos de sus semejantes, y que se proponen con una abnegación incomparable aliviarlos y triunfar sobre ellos: ¿cómo es que no habrías establecido también para las almas enfermas y heridas por el pecado, hombres dotados de una ciencia completamente divina y lo suficientemente poderosos como para levantarlos y curar sus heridas? En efecto, los augustos oficios que el Sacerdocio desempeña en el sagrado tribunal de la Penitencia son precisamente aquellos en los que os dignais aplicar los preciosos frutos de la redención para su sublime ministerio. En ellos fluye cada día esa Sangre adorable que Vos derramasteis en la Cruz, y que quita los pecados del mundo. ¡Qué prodigioso poder habéis confiado a vuestro Sacerdocio! ¡Tiene las llaves del cielo en sus manos! ¡Perdonar en nombre del Altísimo, purificar las almas, devolverles el esplendor de la inocencia, restaurarles la vida… ¿Y a través de qué manos hacéis todas estas maravillas? Ciertamente por las de vuestros sagrados ministros, que han recibido la santa unción y están dotados de un carácter divino. Sin embargo, estos ministros, por sublimes que sean sus cargos y su dignidad, son hombres frágiles y sujetos a las mismas miserias que el resto de los hombres; y en este mismo hecho, Señor, se hacen cada vez más evidentes vuestra sabiduría y vuestra infinita bondad. Sí, son hombres débiles como nosotros, para que puedan creer en nuestra debilidad y compadecerse de las enfermedades de nuestra alma; los Ángeles en lugar de éstos, no habrían podido comprender nuestros fracasos, ni nuestra ingratitud. Pero, oh Salvador mío, ¿podrán estos hombres ser alguna vez dignos de la autoridad divina que les confiáis y nunca podrá encontrarse, ¡ay!, que entre estos pecadores se instalen en vuestro lugar, para absolver a otros pecadores en vuestro nombre? Vuestro amor por las almas no se ha dejado frenar por consideraciones similares. No, después de haber sacrificado por ellos vuestra majestad y vuestra gloria con tanta generosidad en vuestra Pasión, poco os costó perpetuar este sacrificio, puesto que podía conferirles la salvación eterna.

II. Tanto celo nuestro, oh divino Maestro, ¿quedará sin provecho? ¿El dogma de la remisión de los pecados seguirá siendo una letra muerta o estéril en el Evangelio? ¿Sería posible alguna vez que una institución de tu Omnipotencia no lograra el propósito que te habías propuesto? Esto es precisamente lo que afirman, ¡ay!, aquellos que, repugnantes de las humillaciones de la confesión, y más aún de los sacrificios que impone el sacramento de la Penitencia, se alejan del sagrado tribunal. Nosotros, Señor, basta consultar nuestra propia experiencia para convencernos de la eficacia de tal medio de salud puesto en manos del Sacerdocio. Cuando, en la amargura de nuestro corazón, pensamos en los años de nuestra vida que ya han quedado atrás, descubrimos que aquellos en los que tenemos menos errores que deplorar, aquellos en los que hemos disfrutado más de los la felicidad y la paz de una buena conciencia, son precisamente aquellas en las que fuimos más exactos al abordar la confesión. ¿Qué valor, qué fuerza, qué consuelo no hemos sacado de ello? Hay momentos difíciles en la vida de los hombres, en los que el hechizo de la extraña virtud y los horrores del vicio se transforman en atracciones seductoras, todo, dentro y fuera, parece conspirar para pervertir nuestro corazón: los sentidos han languidecido, el alma está sin fuerzas y apenas puede resistir; la mente de acuerdo con el corazón no se atreve a condenar, se cierra en silencio; ¿qué digo? Él parece aprobarlo. En estos encuentros, tan difíciles y tan terribles, las almas que aún viven en la luz de la fe, sólo a los pies del sacerdote encuentran la energía necesaria que estuvo a punto de abandonarlas; y nunca se han ido sin sentirse más tranquilos, más fuertes en la lucha y más seguros de la victoria. De hecho, si tenemos que llorar por nuestros fracasos, rara vez los volvemos a encontrar en los días que siguieron inmediatamente a aquellos en que fuimos a equiparnos con armas para la lucha en el tribunal sagrado; porque en él, oh Dios mío, no sólo concedéis la reconciliación y la paz, sino que os constituís en un misterioso arsenal, donde se depositan los más valiosos auxilios espirituales contra los enemigos de nuestra salud. En nuestras dudas sobre la fe, en las inquietudes y perplejidades de nuestra conciencia, en nuestros escrúpulos, basta una palabra, una bendición de nuestro Padre espiritual para que se disipen instantáneamente. Pero, Señor, ¿por qué no les es dado a los pecadores empedernidos, que finalmente han probado la dulzura de esta misericordiosa institución, protestar en voz alta contra aquellos que afirman que el Sacerdocio, en el tribunal de la Penitencia, sólo ejerce una acción estéril y carente de importantes resultados? Cuántos remordimientos lacerantes han sido calmados; cuántas desesperaciones, cuántas cargas importantes para un alma pecadora se disipan para dar paso a la paz más profunda y a los consuelos más inefables, tan pronto como el sacerdote pronuncia aquellas palabras sacramentales: «Yo te absuelvo…». «Bendice, ¡oh alma mía!, al Señor (exclaman estos pecadores reconciliados, siguiendo el ejemplo del santo Rey David), y bendigan todas mis entrañas su santo Nombre. Bendice al Señor, alma mía, y guárdate de olvidar ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades; quien sana todas tus dolencias; quien rescata de la muerte tu vida; el que te corona de misericordia y gracias; el que sacia con sus bienes tus deseos, para que se renueve tu juventud como la del águila. El Señor hace mercedes, y hace justicia a todos los que sufren agravios. Hizo conocer a Moisés sus caminos, y a los hijos de Israel su voluntad. Compasivo es el Señor y benigno, tardo en airarse y de gran clemencia. No durará para siempre su enojo, ni estará amenazado perpetuamente. No nos ha tratado según merecían nuestros pecados, ni dado el castigo debido a nuestras iniquidades. Antes bien cuanta es la elevación del cielo sobre la tierra, tanto ha engrandecido Él su misericordia para con aquellos que Le temen. Cuanto dista el oriente del occidente, tan lejos ha echado de nosotros nuestras maldades. Como un padre se compadece de sus hijos, así se ha compadecido el Señor de los que le temen. Porque Él conoce bien la fragilidad de nuestro ser. Tiene muy presente que somos polvo, y que los días del hombre son como el heno: cual flor del campo, así florece, y se seca» (Salmo CII). Estos todavía son, ¡oh Dios mío!, nuestros sentimientos y dulces emociones que sentimos cuando recién regresamos de reconciliarnos con Vos. Finalmente, tal vez no veamos todos los días a quienes quieren convertirse y ser mejores, iniciar la obra de su retorno al bien acercándose al sagrado tribunal de la Penitencia; mientras que se extienden aquellos que quieren dar rienda suelta a sus inclinaciones rebeldes.

III. ¡Qué suerte tendrían las familias! ¡Qué maravillosa armonía reinaría entre todos los miembros que los componen, si todos se sometieran regularmente a este juicio de misericordia que Tú, Señor, has establecido en la efusión de tu infinita bondad para con los hombres, no sólo para proporcionarles ¡Un medio fácil para evitar los terribles juicios de vuestra justicia, pero también para extinguir todas las causas de discordia y controversia hasta lo más íntimo! Un asesor o amigo común y corriente no podría agregarle nada; sería igual a nosotros y no tendría autoridad para silenciar nuestras pasiones. En el tribunal de la Penitencia es un consejero seguro y caritativo, un amigo devoto y también un padre, pero ya no es sólo un hombre como nosotros, ya no es nuestro igual. Está revestida de un carácter sagrado, nos habla en tu nombre, oh Señor, tiene derecho a imponer silencio a nuestras rebeliones internas; Es más, ha recibido de Vos el poder de conferirnos una gracia divina que fortalece y fecunda nuestros buenos deseos y nos inspira el valor de ponerlos en práctica. Al hacer el bien de las familias, a través del tribunal de la misericordia, el Sacerdocio hace también el bien de los pueblos; porque en él todos los vicios encuentran su tumba, y todas las virtudes se nutren del estado de ánimo celestial de la gracia, que las sostiene y desarrolla. Allí la injusticia encuentra un juez imparcial, que la obliga inexorablemente a convertir los males adquiridos en bienes; el vengativo no puede obtener el perdón de sus ofensas a Dios, a menos que él mismo perdone a sus hermanos en lo más profundo de su corazón; el hombre enojado aprende a controlar su ira; el orgulloso se ve obligado a humillarse confesando sus pecados; el avaro se desprende poco a poco de los bienes de la tierra, redimiendo sus pecados por la limosna que le fue prescrita; el intemperante se ejercita en la mortificación; el libertino en particular encuentra en esta sana institución el medio más poderoso para domar su carne, y esa gracia que sólo Dios puede dar, y que es la única capaz de engendrar la victoria; el ambicioso finalmente recibe esa lección útil que es, los primeros en la tierra serán los últimos en el reino de los cielos, y los últimos serán los primeros (San Mateo XX, 16). ¿Quién se atrevería a sostener que el ministerio de quien así modera y encadena todas estas pasiones, todos estos excesos, es inútil para la sociedad? ¿De dónde vienen esas revoluciones que hoy trastocan todo el orden social y hacen correr tanta sangre? ¿No será que todas las inclinaciones perversas del hombre han enarbolado la bandera de la independencia, sacudiéndose el yugo de este tribunal benéfico desde temprana edad, en la que se aprende a combatirlas y a triunfar sobre ellas? Quizás sea más honorable para la libertad humana no ser arrestada por sus efectos nocivos sobre la sociedad civil, que por los sargentos y gendarmes de policía, por el Tribunal de lo Penal, por las galeras o por las prisiones; ¿Más que mediante la confesión voluntaria de las propias debilidades, mediante los consejos caritativos de los ministros de Jesucristo y mediante la asistencia divina enviada por el Cielo? ¡Ah! ¡Señor! ¡Qué maravillosa escuela es, pues, la del tribunal de vuestras misericordias! En ella, desde su más tierna juventud, el hombre aprende a conquistarse a sí mismo; en ella está la formación más perfecta de ese espíritu de dependencia, sumisión y respeto a la autoridad, que forma buenos ciudadanos, y es la garantía más segura del orden público. El hombre es demasiado grande, la libertad le es demasiado querida, de modo que fácilmente puede verse reducido a doblegar su voluntad rebelde ante las leyes y bajo un poder puramente humano, es decir, para poder obedecer a sus semejantes; cualesquiera que sean los títulos autorizados de los que se valen, nunca se verá en ellos a nadie más que a sus iguales. Dios tiene ante todo el derecho de poner un freno a la voluntad y a la libertad que ha creado; le conviene dirigirlos por los caminos de sus mandamientos hacia ese fin,
por lo cual nos los dio. Así, en el tribunal sagrado, ya no es un hombre quien habla y manda, es ahora el mismo Cristo, quien dijo: «Quien a vosotros oye, a mí me escucha, y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia» (San Lucas X, 16); ; y cuando otros se someten a él, sólo Dios obedece. De esta manera el sacerdocio ha formado y forma aún a aquellos cristianos heroicos de todas las clases, de todas las condiciones, de todas las edades, de todos los sexos, entre los que se encuentran casi exclusivamente los de corazón casto y desinteresado, y sobre todo los que se consagran al servicio de todas las miserias humanas, y que gastan su persona y sus bienes para hacerse útiles a la comunidad de los hombres. ¿Renuncian tal vez a su libertad por este motivo? ¡Oh! no, Señor, ellos aprecian este don incomparable de vuestra liberalidad; sólo que aprenden a no abusar de ella, y a regular según las luces divinas que os dignáis comunicarles por el ministerio sacerdotal, el uso que quieran hacer de ella. ¡Qué ingratitud, Dios mío, y qué ceguera por parte de los hombres, rechazar y abandonar la práctica de una institución tan sabia y tan específica para procurar el bien de los hombres y de la sociedad civil en este mundo y asegurar su felicidad eterna en el otro! Permitid que, para expiar todas las blasfemias que la impiedad vomita continuamente contra este sagrado tribunal, en el que os mostráis tan misericordioso con los hombres, os bendiga y os dé gracias por siempre; ya que sólo en él puedo encontrar la paz de la conciencia, la vida de mi alma, la prenda más segura de mi reconciliación con Vos, y de la recompensa que tenéis reservada a mi fidelidad.
  
Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
   
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

JACULATORIAS
  • «Restitúyeme la alegría de tu salvador; y fortaléceme con un espíritu de príncipe» (Salmo L, 14).
  • «Lávame aun más de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado» (Salmo L, 4).
PRÁCTICAS
  • Escoge un Confesor piadoso y docto, y a falta de un buen director espiritual, consulta con él, tanto para los ejercicios devocionales como para los asuntos de conciencia, y no lo dejes sin causa grave.
  • Confesar con frecuencia, y sería un excelente consejo confesarte al menos una vez por semana. Cuando hayas cometido algún pecado, arrepiéntete inmediatamente, y proponte enmendarlo, y si es falta grave, confiésalo inmediatamente.
  • Mantente alejado de aquellos que niegan perversamente la necesidad del sacramento de la confesión o desaprueban su frecuencia.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

martes, 25 de junio de 2024

ESTE TÍO ES UN OBISPÓN (AUNQUE NO LO CREÁIS)


Este hombre con camiseta/remera es, aunque no lo parezca, el obispón auxiliar de Boston Robert Philip Reed Keady, de 56 años de edad.
   
El menor de los cinco hijos de los fallecidos William Lawton Reed y Jeanne Louise Keady (que al morir el señor Reed en 1967 se casó con el sargento Charles Joseph Boland) se encontraba recuperando en casa de una infección, tanto como para publicar una foto de sí mismo en Twitter con una camiseta de la película cómica de 1985 “La gran aventura de Pee-wee”.
   

El contexto para la foto es triste: «Decidí ponerme esta, la camiseta de mi sobrino Dan. Él murió hace nueve meses, por una sobredosis de fentanilo».
    
Si Reed (quien se desempeña además como presidente de la cadena de televisión CatholicTV y del Comité de Comunicaciones de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos) quiere evitar más tragedias similares, ¿no debería enseñar la Fe Católica en vez de promocionar una película de la Warner Bros. cuyo protagonista Paul Reubens/Rubenfeld (en hebreo פול רובנס/רובנפלד) fue también protagonista de varios escándalos sexuales? Pero eso sería pedirle a Reed algo que no tiene…

XI MANDA, BERGOGLIO OBEDECE


El Secretario de Estado vaticano y papable Pietro Parolin Miotti había confirmado al margen de la presentación del libro “El cardenal Celso Costantini y China” en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma que el Acuerdo provisional secreto sino-vaticano tendría su renovación a fines del año en curso (si van a renovarlo tan seguido y en los mismos términos como lo hacen, ¿qué les cuesta hacerlo definitivo, aunque no quieran revelar su contenido?).

Pues bien, en virtud de ese acuerdo, el presidente chino Xi Jinping designó el 12 de Junio como nuevo arzobispón de Hangzhou (provincia de Zhejiang) a José Yang Yongqiang (foto), trasladándolo de la diócesis de Zhoucun (provincia de Shandong). Y en virtud de ese acuerdo, Bergoglio simplemente “lo aprobó” [= se plegó a su voluntad] y ordenó su publicación diez días después.
    
Yang Yongqiang es el primer obispón “instalado” tras el Acuerdo secreto sino-vaticano de 2018, y Vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos en China. Junto a Antonio Yao Shun (obispón de Jining), fue uno de los dos delegados enviados por Pekín al Sínodo sobre la Sinodalidad el pasado Octubre, y antes de las votaciones, se devolvieron, no sin antes ir a Nápoles junto a su similar de Hong Kong el cardenal Stephen Chow Sau-yan SJ. Tomará posesión de la catedral de San Pablo el 27 de Junio.

La archidiócesis de Hangzhou, cuyo primer ordinario fue Jean-Joseph-Georges Deymier (Méi Zhàn-kuí /梅占魁) CM, muerto en el exilio en 1956, había estado vacante desde la muerte de Mateo Cao Xiangde (瑪竇 曹湘德) en 2021, quien había sido “instalado” arzobispón el 25 de Junio del 2000 por la Asociación Patriótica, pero “ratificado” por el Vaticano ocho años después. Antes de Cao, estuvieron los obispos patrióticos Matías Wu Guo-huan (瑪弟亞 吳國煥; consagrado el 26 de Abril de 1960 y fallecido en 1990) y Juan Zhu Fengqing (約翰 朱峰青; “instalado” el 27 de Noviembre de 1988 y fallecido en 1997).
   
Hangzhou está a 300 km. al sur de Wenzhou, la capital de la provincia de Zhejiang, una de las provincias donde la presencia cristiana es fuerte desde el siglo XVII y donde la persecución es más fuerte (Wenzhou es considerada “la Jerusalén china” por su gran número de iglesias). Diez años atrás, hubo fuertes choques por el derribo de cruces por parte del gobierno; y el pasado Enero, el obispón de Wenzhou Pedro Shao Zhumin (彼得 邵祝敏) fue arrestado nuevamente por no integrarse a la Asociación Patriótica y oponerse al nombramiento gubernamental del presbítero Ma Xianshi (馬賢石) como administrador diocesano.

SAN GUILLERMO DE VERCELI, ABAD

«Tened un mismo sentir, conservad la paz, y el Dios de la paz y del amor estará con vosotros» (2.ª Corintios XIII, 11).
   

San Guillermo, para dedicarse más libremente a la oración, se retira al Monte Virgen en el reino de Nápoles; pero su reputación de santidad síguelo a su retiro, y lleva a él a gran número de personas que desean practicar, bajo su dirección, los ejercicios de la vida ascética. Llégasele también una mujer para tentarlo. Revuélcase el santo sobre carbones encendidos y Dios no permite que sufra la menor quemadura. Su muerte, predicha por él, tuvo lugar el 25 de junio de 1142.

MEDITACIÓN SOBRE LA PAZ DEL ALMA   
I. Vive en paz con el prójimo; disimula, sufre antes de romper la paz y faltar a la caridad. Si algún acontecimiento viene a turbar esta paz, restablécela lo antes posible: cede algo de tus derechos, en interés de la paz y de la unión. En esto se conocerá si eres imitador de Jesucristo, si amas la paz y la caridad; y esta paz, que conservas con todos, es guerra cruelísima que haces al demonio. «La paz entre vosotros es la guerra contra él» (Tertuliano).
   
II. Con todo, es preciso romper esta paz con el prójimo, cuando ella te obligue a hacer la guerra a Dios. Tienes un amigo peligroso, un pariente que te arrastra al vicio, un inferior que se entrega al libertinaje; es preciso advertirle, aun a riesgo de que se aleje de ti y se haga tu enemigo: vale más romper con los hombres que con Dios. «Ninguna paz con los pecadores, ninguna paz con el vicio. Esa calma sería una tempestad» (San Jerónimo).
   
III. Conserva no obstante la paz de tu alma, al precio que sea. El espíritu de Dios ama a los corazones apacibles y a las almas tranquilas. Si siempre te acuerdas que Dios permite todo lo que te sucede, para su gloria y para tu mayor bien, los acontecimientos, aun los más fastidiosos, no podrán alterar tu paz, ni arrebatar tu dicha. «¿Qué más precioso y más dulce para el corazón, qué más calmo y más tranquilo en la tierra que una buena conciencia?» (San Bernardo).
   
La paz del alma. Orad por la paz en el seno de las familias.
   
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis dado el ejemplo y la ayuda de los santos para abrir a nuestra flaqueza el camino de la salvación, haced que honrando los méritos del bienaventurado Guillermo, abad, aprovechemos sus sufragios y caminemos siguiendo sus huellas. Por J. C. N. S. Amén

MES EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL – DÍA VIGESIMOQUINTO

Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía. en 1864.
  
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
  
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA

Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
  
MEDITACIÓN XXV: EN TORNO AL SACERDOCIO Y LA JERARQUÍA DE LA IGLESIA ROMANA
Cuando Jesucristo, haciéndose hombre, se dispuso a la humanidad, a pesar del estado de decadencia y humillación en que se encontraba, tuvo la intención de regenerarla, rehabilitarla y devolverle la grandeza y nobleza que en los primeros planes de la humanidad. La providencia, en el momento de la creación del hombre, eran sus características naturales. Para realizar esta gigantesca y divina obra, no escatima esfuerzos ni sacrificios; en torno a ella consagró toda su vida y puso el sello definitivo a su amor por los hombres muriendo en la cruz, para que su sangre se convirtiera en fuente eterna de vida para ellos. A la sociedad corrupta que quería restaurar, o más bien rehacer, opuso una nueva sociedad, la sociedad cristiana, es decir, la Iglesia, Él ya le había confiado el depósito de su divina e inmutable doctrina, como medio para regenerar a la humanidad y preservar su vida. Además, antes de que ella ascendiera al Cielo, Él le dejó el sacerdocio y el matrimonio cristiano, otras dos fuentes imperecederas de restauración y de perpetuidad: meditemos primero sobre el Sacerdocio.
   
1.º Cree que «en el Nuevo Testamento hay un sacerdocio externo y visible» y que en la Iglesia católica hay «una jerarquía de institución divina, que se compone de Obispos, sacerdotes y ministros» (Concilio de Trento, sesión XXIII). Los libros sagrados mencionan a obispos, sacerdotes y diáconos. Además, los Padres, doctores y concilios de las Iglesias latina y griega, de Oriente y de Occidente, han sostenido constantemente la existencia de esta jerarquía como dogma católico , como institución de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, el Salvador estableció un sacerdocio en su Iglesia, por lo que él mismo quiso ser el primer sacerdote, para comunicarle sus propios poderes y así hacerla más venerable. El antiguo testamento también tenía sacerdocio, pero era sólo la sombra y figura del de la nueva ley. Jesucristo era un hombre, como lo eran los sacerdotes de la tribu de Leví, ya que era propio ser hombre compadecerse de las debilidades humanas; pero él era, para el mismo , Dios para santificar a los hombres. No recibió su sacerdocio por nacimiento ni por sucesión; Jesucristo no sucedió a nadie: lo recibió inmediatamente de su Padre. Los sacerdotes de la ley antigua ofrecían sacrificios principalmente por sí mismos para purificarse; pero esto no sucedió con Cristo. Como Dios, impecable, incluso la santidad misma, no tenía necesidad de expiarse a sí mismo, se ofreció sólo por los pecados del pueblo; no sólo por los pecados del pueblo judío, como practicaba el antiguo sacerdocio, sino por todos los pueblos de la tierra y por todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, hasta el fin de los tiempos, para que Jesucristo sea sacerdote para siempre: «Dios lo ha jurado, y nunca retirará su juramento» (Salmo CIX). Por otro lado, como dice San Pablo, porque «Cristo dura para siempre, tiene un sacerdocio que no pasa» (Epístola a los Hebreos VII, 24). Ahora bien, el Salvador es sacerdote eterno en un doble sentido: en primer lugar, porque presentándose ahora para nuestro beneficio ante Dios (Ibíd, cap. IX, 24), y «mostrándole sus llagas que continuamente hablan a favor de nuestra causa, puede salvar perpetuamente a quienes por Él se acercan a Dios; viviendo siempre para suplicar por nosotros» (Ibid., cap. VII, 25). Por eso, dice el gran Apóstol: «Teniendo un gran Pontífice, que entró en el Cielo, Jesús Hijo de Dios, retengamos nuestra confesión... Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia; para obtener misericordia y encontrar gracia para la ayuda adecuada» (Ibíd., cap. IV, 14, 16). El Salvador es sacerdote para siempre también porque ha creado sucesores en su sacerdocio, encargados de continuar hasta la consumación de los siglos la obra de la redención, que él comenzó ofreciendo él mismo el sacrificio de la cruz y fundando su Iglesia. El sacerdocio ejercido por el Papa, por los Obispos y por los sacerdotes no es, por tanto, más que la continuación del mismo sacerdocio de Jesucristo y, por tanto, es completamente el mismo.
  
2.º El sacerdocio, para cumplir la misión que le fue impuesta, fue investido desde el principio por el divino fundador de la Iglesia de la magistratura destinada al gobierno de esta nueva asociación. A su cabeza estaban Pedro y sus sucesores, como líderes espirituales de todo el cristianismo; y a medida que el Evangelio extendió sus conquistas, se crearon nuevos Obispos para gobernar las iglesias que se fundaran. Hacia el siglo IV, algunos obispos comenzaron a ser investidos de una autoridad de jurisdicción superior a los demás, y al Episcopado, en cuanto a la que ya incluía la plenitud del Sacerdocio, era imposible añadir, nada más en cuanto al poder del orden. Inicialmente fueron llamados obispos de la primera sede, luego metropolitanos; después fueron llamados Arzobispos; estos ordinariamente tenían sufragáneos, es decir, otros obispos que dependían de ellos. Los titulares de las sedes de las principales ciudades se convirtieron posteriormente en Patriarcas, y tenían bajo su jurisdicción a los Metropolitanos y Obispos. Este nombre se aplicó a los obispos de Roma, de Jerusalén, de Antioquía, de Alejandría y más tarde de Constantinopla. Así cada nación tenía su Patriarca. El de los latinos residía en Roma, y ​​éste, bajo el nombre de Papa, por excelencia, era considerado como Patriarca universal. La de los judíos conversos vivió en Jerusalén, la de los sirios en Antioquía, la de los egipcios en Alejandría y, finalmente, la de los griegos en Constantinopla. El grado extremo del sacerdocio, el que contiene el mayor número de quienes trabajan por la salvación de las almas, es el de simples sacerdotes. Éstos reciben su jurisdicción del Obispo, en cuya diócesis ejercen su ministerio; se constituyen como curas, para gobernar las parroquias de las que se componen las diócesis, o como vicarios para ayudar a los curas en el ejercicio de sus oficios. Otros se dedican más especialmente a la predicación, y van a llevar la palabra divina a diversos lugares, ya sea para ayudar a los pastores de almas, a quienes las multiplicadas ocupaciones parroquiales dejan demasiado poco espacio para prepararse a anunciarla; y despertar la fe y el fervor con una serie de instrucciones: estos son los misioneros. Finalmente, antes de alcanzar el sacerdocio, el levita es separado de los fieles comunes primero para la ceremonia de tonsura, que lo introduce en las filas de los clérigos; luego, pasa sucesivamente por las cuatro órdenes menores, que corresponden a otros tantos oficios diferentes. Estas cuatro órdenes menores son las siguientes: Ostiarios, a quienes en los primeros siglos de la Iglesia correspondía abrir y cerrar las puertas del lugar santo, y tener en su custodia los vasos y ornamentos sagrados; Lectores, que leen los libros sagrados en las reuniones de fieles; Exorcistas, cuyo ministerio consistía en expulsar demonios del cuerpo de quienes estaban poseídos por ellos; finalmente, los Acólitos: estos llevaban candelabros coronados por antorchas encendidas, se posicionaban a ambos lados del libro de los Evangelios mientras se realizaba la lectura solemne y llevaban el pan y el vino del sacrificio al Subdiácono. Después de haber recibido sucesivamente las cuatro órdenes menores, quien aspira al sacerdocio debe ser ordenado primero Subdiácono y luego Diácono. En la Iglesia latina estas dos órdenes se consideran mayores y sagradas. Es oficio del subdiácono preparar el pan y el vino para la Misa, cantar la Epístola y ministrar al diácono en el santo sacrificio. Su ordenación le da el poder de verter gotas de agua en el cáliz, después de que el diácono haya vertido en él el vino. Es especialmente responsable de la limpieza de los vasos sagrados y de todos los manteles del altar. Además, los subdiáconos están obligados a observar la ley del celibato y a recitar el oficio divino. Si bien todas estas órdenes se remontan a la más alta antigüedad, ya que San Ignacio mártir, que había sido discípulo de San Juan Evangelista, las menciona todas en una de sus cartas escritas a los habitantes de Antioquía, sin embargo no son de institución divina, como el diaconado, el sacerdocio y el episcopado, de los cuales son, por así decirlo, noviciado. El diaconado es, por tanto, un orden sagrado superior al subdiácono e inferior al sacerdocio. El diácono canta el Evangelio en las misas solemnes, vierte el vino en el cáliz e inmediatamente presenta al sacerdote el pan y el vino que desea consagrar. Aún recibe, en virtud de su orden, el poder de tomar la Sagrada Eucaristía y distribuirla a los fieles. Para dar una idea general de la organización y jerarquía de la Iglesia, basta decir unas palabras sobre el Cardenalato. Esta dignidad, establecida por la disciplina eclesiástica, es la más eminente después del papado. «Los Cardenales, dice Barbosa, son los consejeros, los hijos del Papa, las luminarias de la Iglesia: son lámparas encendidas, padres espirituales, los pilares de la Iglesia, sus representantes». Pero su prerrogativa más augusta es, sin duda, la que les da el derecho de nombrar al Papa y de supervisar el gobierno de la Iglesia, en tiempos de sede vacante.
   
3.º Con el gobierno de la sociedad cristiana, Jesucristo encomendó también al sacerdocio el depósito de la legislación y la doctrina evangélica, así como los medios necesarios para asegurar el cumplimiento de los deberes que éstas imponen . Por lo tanto, el soberano Pontífice y todo el Episcopado, que son los únicos que poseen el sacerdocio en toda su plenitud, han sido siempre considerados en la Iglesia como los únicos custodios y guardianes de la ley de Dios y de las verdades de la fe. Los mismos simples sacerdotes no pueden ejercer válida y legítimamente su ministerio a menos que hayan sido ordenados regularmente por Obispos que estén en comunión con la Santa Sede, pero también hayan recibido su misión de la autoridad episcopal o papal. Es justo que los sucesores de los Apóstoles les dijeran: «Id, enseñad a todas las naciones...». ¡Con qué integridad y valentía el cuerpo docente de la Iglesia no siempre ha conservado el precioso depósito de la doctrina cristiana en toda su pureza! ¡Cuántos mártires la han sellado con su sangre! Fiel a la voz del divino Maestro, la Santa Sede hace anunciar en todas partes el Evangelio con un celo incomparable y envía hombres apostólicos para difundirlo incluso en las zonas más remotas. Sin embargo, no bastaba con hacer conocer a los hombres la verdad y las leyes según las cuales debían regular su conducta. También era necesario dotarles de medios suficientemente potentes, para que pudieran contrarrestar y superar su inclinación al mal, para poder seguir la luz divina que brillaba en sus ojos. Jesucristo previó esto al instituir los sacramentos; y es precisamente el sacerdocio al que encomendó la tarea de administrarlos, cuando dijo a sus Apóstoles: «Id, enseñad a todo el pueblo y bautizad... Todos los pecados que habéis perdonado, os serán perdonados, etc». De este modo el sacerdocio se convierte para la sociedad cristiana, es decir, para la Iglesia, en fuente viva de regeneración, de perpetuidad y de vida: siendo el sacerdocio de la Iglesia el mismo que el de Jesucristo, es eterno. Sin embargo, el Salvador no quiso que, como ya ocurría en la ley antigua, perteneciera a una sola familia o a una tribu, que podría haberse extinguido con el paso de los siglos; no quería que fuera hereditario en absoluto. Él mismo elige y llama a este eminente ministerio a quienes quiere, y sólo mediante la invocación del Espíritu Santo y la imposición de manos el sacerdocio desde los Apóstoles hasta la consumación de los siglos seguirá multiplicándose, perpetuándose y permanecerá. en el seno de la Iglesia para ser su alma hasta el fin de los tiempos.
   
ELEVACIÓN EN TORNO AL SACERDOCIO Y LA JERARQUÍA DE LA IGLESIA ROMANA
I. Os adoro, oh mi Salvador, como gran sacerdote de la ley nueva, como sumo sacerdote, como fuente primera del sacerdocio y de todos los poderes divinos que éste posee. No descendisteis a la tierra, no os hicisteis hombre, sino para realizar la obra de la redención. Pero para proporcionarlo era necesario, por un lado, reconciliar a Dios con la humanidad y, por otro, dotar a la debilidad humana de medios eficaces para evitar el pecado y no incurrir más en la ira divina. En una palabra, era necesario que fueseis sacerdote, porque no se pertenece más que al sacerdote, y es su deber esencial, ser mediador entre Dios y los hombres, para unir los vínculos entre ellos, por los cuales fueron atados primero, y que ha roto el pecado, Esto fue precisamente lo que anunció el Rey Profeta cuando, mirando al Mesías en las nubes de un futuro lejano, exclamó: «Tú eres un sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec» (Salmo CIX, 4). Y, sin embargo, toda vuestra vida, oh Señor, ha sido un continuo sacrificio, del cual erais el mismo sacerdote y víctima; y después de haber abandonado la tierra, proseguís vuestro ministerio sacerdotal en el cielo, ofreciéndoos sin interrupción a vuestro Padre por los hombres como víctima eterna de propiciación y de salvación. Siempre unido al sacerdocio, que habéis confiado a vuestros Apóstoles y a sus sucesores, infundís en él el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas; le añadís el coraje y el heroísmo del sacrificio y de la caridad; le comunicáis vuestro divino Espíritu; desde lo alto de vuestra gloria ratificáis sus sentencias, perdonad a quienes ellos absuelven, y cuando os suplica, según el mandamiento que Vos mismos le habéis dado, que descendáis sobre los altares que han erigido en vuestro honor, obedecéis con una docilidad incomparable a la pobre voz de quien os llama. Queréis que vuestros ministros sean considerados como Vos, y que su palabra sea recibida con el mismo respeto que la vuestra: «Quien os escucha, a mí me escucha, y quien os desprecie, a mí me desprecia» (San Lucas X, 16). Y por boca de vuestro Profeta ya habíais dicho: «Quienes os toquen, tocan la pupila de mis ojos» (Zacarías II, 8). ¡Qué misericordia de vuestra parte, mi divino Salvador, haber revestido de tan sublime dignidad a seres tan frágiles como los hombres para hacer más fácil nuestra salvación! Vos, por así decirlo, estáis encarnado de nuevo en todos los sacerdotes; porque representan vuestro sacerdocio. Por tanto, desde ahora los tendré en la más profunda veneración; y aunque viera en ellos algo que pudiera revelar la debilidad de la humanidad, imitaría a aquel gran monarca que dijo que si veía a un sacerdote culpable de pecado, lo cubriría con su manto real, para alejarlo de los ojos de los pueblo esas miserias y esas debilidades, que son inseparables de la fragilidad, que es la triste herencia de los hijos de Adán.

II. Cuando considero, oh Señor, el orden maravilloso que habéis introducido en el gobierno de vuestra Iglesia; esa santa jerarquía, que durante más de dieciocho siglos ha permanecido inmóvil en todos sus grados; cuando contemplo la humilde docilidad de todos los que ocupan los diversos órdenes, y empiezo a comparar la constitución de este imperio de las almas, que se extiende por todo el mundo, con la de los reinos de la tierra, que en el mismo espacio de con el tiempo han sufrido tantas transformaciones, a merced de agitaciones, disturbios políticos y, con demasiada frecuencia, las guerras internas más sangrientas; no puedo dejar de reconocer que vuestra sabiduría y vuestro espíritu presiden este gobierno divino, y que cumplís fielmente la promesa hecha a tu Iglesia, de estar siempre con ella hasta la consumación de los siglos. Los hombres suelen recurrir en su ayuda la vigilancia de una policía en la sombra, los tribunales, la fuerza bruta, los castigos más rigurosos en vuestra Iglesia, el celo, la caridad, la conciencia y el poder moral proporcionan todos los elementos necesarios para la conservación del orden y la disciplina. No diremos, sin embargo, que la sociedad cristiana haya vivido siempre en profunda paz; no le faltaron asaltos y tormentas. También los falsos hermanos se han complacido muchas veces en desgarrarle el pecho y tratar de esparcir la cizaña del error entre el buen grano de la verdad; pero Vos, oh divino Maestro, mandasteis a los vientos y a las tormentas, y pronto los enemigos de vuestra Iglesia se desvanecieron como polvo en el viento, y volvió la calma más perfecta. ¡Oh sí! ¡Que vuestro gobierno es igualmente dulce y poderoso! Su líder en la tierra no es más que un anciano pobre, débil y desarmado; sus ministros no llevan espada; y hasta sus más feroces adversarios tiemblan ante él, y caen en pedazos a sus pies. Nunca ninguna autoridad fue más profundamente respetada. ¡Ah! Señor, esto sucede porque le has revelado el secreto de esta divina administración; le dijiste: «Ama y apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas».

III. ¡Cuántas maravillas y cuántas maravillas, oh mi Salvador, en el gobierno de vuestra Iglesia! Para perpetuar vuestro sacerdocio en la tierra, no habéis dado preferencia a una familia, bajo ninguna circunstancia, no hay una clase privilegiada, os dirigís a todos los hombres: grandes o pequeños, pobres o ricos, simples o dotados de una alta inteligencia, que se eleva, cuando sois Vos quien les da la ciencia de los santos y de los poderes sublimes, por cuya eficacia intrínseca sólo su ministerio reconoce sus éxitos. Os deleitáis de invitar a hombres de corazón y de buena voluntad. ¿Y qué les prometes como recompensa por negarse a sí mismos? Trabajos multiplicados, sufrimientos y sacrificios de toda especie, desprecios, afrentas, etc., en una palabra, les prometéis que serán tratados como Vos mismo fuisteis tratado; y, sin embargo, ¿han fracasado alguna vez los obreros apostólicos? Habéis investido del carácter más eminente, del ministerio más delicado y difícil, a hombres débiles y sujetos como los demás a todas las miserias de la humanidad; y durante mil ochocientos años han sabido dirigir con éxito y sin ejemplo la sociedad cristiana dispersa por la tierra, y salvar a vuestra Iglesia de los innumerables naufragios, de los que nunca deja de estar amenazada. Entonces, ¿qué medios les habéis proporcionado para subyugar la ferocidad de los pueblos bárbaros, subyugar las mentes rebeldes y llenas de prejuicios, triunfar sobre la tiranía y la fuerza bruta? No han recibido de Vos ni siquiera uno de los medios humanos utilizados por los conquistadores, por los príncipes de la tierra, por los legisladores y por los moderadores de los pueblos. La oración, la acción de la palabra divina que hacen oír, el poder de reconciliar a los pecadores con Dios, el de hacer descender a los altares la santa víctima y distribuirla como alimento a las almas fieles, éstas son las únicas armas con las que habéis concedido ellos para usar. ¿Cómo es posible que con medios tan débiles a los ojos del mundo hayan podido obtener tantas victorias, triunfar sobre todos los esfuerzos de las potencias del siglo unidas contra vuestra Iglesia? ¡Ah! Señor, Vos lo dijisteis: «He aquí yo estoy con vosotros hasta el fin de los siglos», ¿y quién podrá resistiros? ¿Quién puede derrocar al que Vos sustentáis?
  
Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
   
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

JACULATORIAS
  • «Oh Jesús, que por el Espíritu Santo os ofrecisteis como hostia inmaculada a Dios, que vuestra Sangre limpie nuestra conciencia de las obras muertas para servir al Dios vivo» (De la Epístola a los Hebreos IX, 14).
  • «Os rogamos, oh Señor, que os dignéis preservar al Señor apostólico y a todas las órdenes eclesiásticas en la santa religión» (De la liturgia de la Iglesia).
PRÁCTICAS
  • Respetar a los ministros de Jesucristo; obedecer a los superiores eclesiásticos, observar exactamente las leyes de la Iglesia, especialmente las que se refieren a la santificación de los domingos y demás días festivos, así como al ayuno y otras abstinencias.
  • No despreciar, sino temer intensamente las censuras de la Iglesia, y huir de aquellos que, siguiendo las huellas de los protestantes y de los incrédulos, pregonan perversamente que el tiempo de la excomunión ha pasado y que estas armas ahora se han vuelto embotadas.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

lunes, 24 de junio de 2024

LA IRA COMO VIRTUD O VICIO, SEGÚN LA RECTA RAZÓN

Sermón predicado por el Rvdo. P. Pío Vázquez SSM el Domingo 23 de Junio de 2024 (V Domingo después de Pentecostés).
  

GÄNSWEIN YA ES NUNCIO EN LITUANIA

Noticia tomada de GLORIA NEWS.
   

Francisco Bergoglio nombró hoy a Georg Gänswein Gromann como nuncio para Lituania, Estonia y Letonia. También lo nombró Arzobispón Titular de Urbisaglia (Italia):
Nombramiento del nuncio apostólico en Lituania, Estonia y Letonia
El Santo Padre ha nombrado nuncio apostólico en Lituania, Estonia y Letonia a Su Exc. Rvdma. Mons. Georg Gänswein, arzobispo titular de Urbisaglia, prefecto emérito de la Casa Pontificia.
Gänswein fue durante mucho tiempo el secretario privado de Benedicto XVI y es ex Prefecto Emérito de la Casa Papal.
   
Así, se confirma el nombramiento prometido de Gänswein para los Estados Bálticos. Gänswein cayó en desgracia con Bergoglio y estaba desempleado desde Febrero de 2023.

LA ESPIRITUALIDAD DE LUCRECIA BORGIA, BELLA Y CALUMNIADA

La primera inscripción que a los ojos aparece,
Con luengo honor a Lucrecia Borgia nombra,
Cuya belleza y honestidad antepone
Debe a su antigua patria Roma.

Ludovico Ariosto, Orlando Furioso, XLII, 83


Traducción del artículo publicado en AVVENIRE (visto en RADIO SPADA).

Anche le 747 lettere della Borgia provenienti dagli archivi di Modena e di Mantova smentiscono le maldicenze che condizionarono la sua storia e la sua memoria. Ne emerge una vita di sincera fede.

Il nome di Lucrezia Borgia ha fatto a lungo indignare i cultori di storia o presunti tali e arrossire le signore e le signorine bennate: bellissima, certo, ma anche debole e immorale strumento nelle mani del padre Rodrigo (cioè di papa Alessandro VI, che l’aveva avuta al tempo del suo cardinalato) e del crudele fratello Cesare; ma giudizi ancora più duri la descrivevano come viziosa, perversa e famosa per i veleni che sapeva distillare e propinare. Alla ‘leggenda nera’ che riguardava lei e tutta la sua famiglia aveva contribuito con decisione la penna di uno storico peraltro celebre, Ferdinand Gregorovius, che vi aveva riversato tutto il suo odio protestante nei confronti del papato. Dopo di lui, il citare i Borgia come esempio di crudeltà e di corruzione divenne per lungo tempo consueto. La storia, si sa, non è un tribunale: non ha la funzione né di assolvere, né di condannare. Ma gli storici e soprattutto i ‘cultori della materia’ che con impegno si assumono tale ruolo sono molti. Tuttavia negli ultimi tempi, studi più accurati e non condizionati dal pregiudizio (va citato fra gli altri il prezioso contributo di Gabriella Zarri) hanno dimostrato come quel fosco ritratto fosse frutto di calunnie.

I molti studi usciti attorno al 2019 in occasione del cinquecentenario della morte della duchessa di Ferrara, spentasi con esemplare, pia serenità il 24 giugno 1519 non ancor quarantenne per un’infezione post partum, hanno restituito alla storia un’immagine ben diversa di una donna e di una governante che, dopo una giovinezza per molte ragioni difficile, aveva saputo mostrare doti di grande equilibrio e di profonda religiosità. Lucrezia scrisse migliaia di lettere di proprio pugno a persone e lei vicine; e ne dettò moltissime più ufficiali per ragioni cancelleresche. Non le possediamo tutte: anzi, ne abbiamo una parte a quel che sembra modesta. È stato comunque messo insieme e pubblicato ora, a cura di Diane Ghi- lardo, un corpus di 747 missive tratte principalmente dagli Archivi di Stato di Modena e di Mantova ( Lucrezia Borgia, Lettere 1494-1529, a cura di Diane Ghilardo, con la collaborazione di Enrico Angiolini; Tre Lune, pagine XLI+754, euro 38,00). Si tratta di un panorama comunque molto ampio, che ci pone fra l’altro dinanzi a importanti questioni storiche, paleografiche e diplomatistiche.

Ad esempio la questione del linguaggio cifrato, studiato sui documenti modenesi e analizzato in questo libro da un affascinante saggio di Patrizia Cremonini, direttrice dell’Archivio di Stato di Modena. Appositi ‘cancellieri cifristi’ si occupavano di redigere volta per volta codici cifrari ai destinatari dei documenti interessati. Le notizie che si possono ricavare da questi documenti sono molteplici: e vanno dalle grandi questioni politiche del momento – il quarto di secolo delle ‘guerre d’Italia’ e dell’avvio della Riforma (e qui certe informazioni di scarso conto, sulla salute dei figli o sulla buona educazione, possono nascondere notizie fondamentali di tipo diplomatico o militare) – ai problemi, agli affetti e alle cure familiari, alle questioni relative all’alimentazione e alla buona salute (veleni a parte, la duchessa una sua competenza in cose botaniche e farmaceutiche ce l’aveva sul serio) sino alla vita spirituale e devozionale, vivissima e sincera in quanto accompagnata da concreti esempio di pietas e di generosità nei confronti dei poveri e degli ammalati.

Molto allontanatasi dal modello morale paterno, aveva scelto come confessore frate Tomaso Caiani, savonaroliano, del quale condivideva l’aspirazione a un rinnovamento della Chiesa e al quale domandava il conforto necessario a sopportare le voci malevole e calunniose che sul suo conto correvano. Vivissimi i suoi interessi culturali: buona esperta di latino classico e anche di greco, Lucrezia, non per nulla amica del Bembo, era molto interessata anche al volgare italico e alle sue potenzialità come lingua scritta. Le sue ultime lettere sono indirizzate alle persone che più le erano vicine: alla cognata Isabella d’Este, al marito duca Alfonso I, al nipote Federico II Gonzaga. I sentimenti che vi sono espressi sono ispirati a una sollecitudine sincera e a una delicatissima discrezione.

Commovente la sua ultima lettera, inviata il 22 giugno 1519 a papa Leone X che pure – in quanto vecchio collaboratore di Giulio II – non aveva mai avuto buoni rapporti né con i Borgia, né con gli Este. Lucrezia narra con rispettosa familiarità al pontefice le sue ultime vicende di salute e con serena lucida consapevolezza gli narra della sua difficile gravidanza che negli ultimi due mesi le aveva procurato disturbi e dolori molto gravi sino al parto, avvenuto il 14 di quel mese. La duchessa era quindi da appena sei giorni madre di Isabella Maria, che le sarebbe sopravvissuta solo di pochi mesi in quanto sarebbe morta nel marzo del 1521, a meno di due anni di età. Sentendosi vicina alla fine della sua esperienza terrena («Cognosco il fine de la mia vita e sento che fra poche ore ne sarò fuori, havendo però prima ricevuto tuti li sancti sacramenti de la Chiesa »), raccomanda alle preghiere del papa la sua anima e la vita del marito e dei figli. Morì come una santa nel primissimo mattino del 24 giugno, nella sua stanza del palazzo ducale affacciata sul ‘cortile grande’. Venne sepolta vestita dell’abito francescano nel suo diletto monastero del Corpus Domini.

Fonte: avvenire.it

Santissimo Padre e Beatissimo signor mio.
   
Con ogni possibile reverenza d’animo bacio i santi piedi di Vostra Beatitudine, e umilmente mi raccomando alla sua santa grazia. Dopo che per una difficile gravidanza ebbi molto sofferto per più di due mesi, partorii, come a Dio piacque, il 14 di questo mese, sul far del giorno, una bambina; e speravo, liberatami col parto, che anche il mio male si dovesse alleviare. Ma è successo il contrario; sicché m’è forza cedere alla natura. E tanto é il dono che il nostro Creatore clementissimo m’ha fatto, che ho coscienza della fine della mia vita, e sento che fra poche ore, avendo però prima ricevuti tutti i Santi Sacramenti della Chiesa, ne sarò fuori. In questo punto come cristiana, benché peccatrice, mi son ricordata di supplicare Vostra Beatitudine che per sua benignità si degni darmi del tesoro spirituale qualche suffragio, dispensando all’anima mia la sua santa benedizione. Di che la prego devotamente. E alla sua santa grazia raccomando il mio consorte e i miei figliuoli, tutti servitori di Vostra Beatitudine.

In Ferrara, il 22 giugno 1519, nella 14.ma ora.

Di Vostra Santità umilissima serva 
Lucrezia d’Este.

EL PAPADO CONTRA LA FRANCMASONERÍA

TRADITIONAL CATHOLIC

Porque los Francmasones controlan los medios, no comprendemos la calamidad que ha tocado la humanidad. A través de los siglos, solo el Catolicismo ha reconocido que la Francmasoneríe es del Satanismo y han mené une vaillante aunque infructuosa acción de retaguardia. Con este motivo, traemos la traducción de la conferencia «La Papauté et la Franc Maçonnerie», pronunciada por Monseñor Ernest Jouin el 8 de Diciembre de 1930. Mons. Jouin fue autor de Théocratie Occulte y prologuista de una edición de Les Protocoles des Sages de Sion.
  
El Papado y la Francmasonería, esos son los dos poderes activos alrededor del mundo, y cada uno está buscando dominarlo. La solución de la lucha que toma lugar entre ellos es de suma importancia en el momento presente, porque estamos enfrentando no solamente las encrucijadas de la historia sino también una transformación radical de la humanidad en sí misma. O el Catolicismo romano nos eleva nuevamente al nivel de la Civilización Cristiana, o la Judeo-masonería nos hunde en el camino de la barbarie y el paganismo decadente. El mundo entero oscila entre los dos; Cristianismo y Paganismo. El 8 de Diciembre de 1892, el Papa León XIII escribió a la Jerarquía episcopal Italiana: «Es necesario combatir a la Francmasonería con esas armas de la fe divina que en eras pasadas derrotaron al paganismo».
  
Además, el Papado y la Judeo-masonería son tan plenamente conscientes de los partidos diametralmente opuestos que ellos asumen que de esto debe surgir el futuro político, económico, intelectual y religioso de los individuos y de las naciones. Es un hecho y la mejor prueba de esto es su irreducible antagonismo entre sí.
   
¿Qué es, de hecho, la Judeo-masonería hoy sino la concentración y la movilización de todas las fuerzas del mal? Esta Secta con su triple afirmación de ser Contra-Iglesia (contra la Iglesia), Contra-Estado (contra el Estado) y Contra-Moral (contra la moral tradicional) blasona ser por encima de todo y para todos los tiempos el enemigo de la Iglesia Católica; una de sus mejores llamados es el de Tigrotto, uno de los jefes de la Alta Véndita que, en 1822, proclamó: «El Catolicismo debe ser destruido en todo el mundo». Con Tigrotto también el plan anticatólico es expresado así: «Conspiremos solamente contra Roma». ¿No es esto expresado en una forma idéntica en el Alemán «Los Von Rom» (Fuera de Roma) o en el Inglés: «No Popery» (No al Papismo)?
  
Monseñor Charles-Louis Gay, habiéndole sido asignado por el Concilio Vaticano el deber de escribir un «Memorando sobre las Sociedades Secretas», dio la siguiente definición notable de la Francmasonería:
«Es evidente que en un sentido general, esta doctrina de la Francmasonería no solamente es una herejía, ni siquiera la todalidad de todas las herejías, que encuentran en ella un puerto; es un hecho que la Masonería va más allá de los límites constitutivos de lo que generalmente se circunscribe a la palabra “herejía”, por eso permite jugar plenamente la comisión de la perversión indignante. La Francmasonería es de hecho el abismo de todos los errores, el pozo de perdición».
  
Este abismo de todos los errores (Abýssus Errórum) es justamente comparado al “pozo abismal” mencionado en el Apocalipsis (abýssus pútei, cap. IX, 1-3), cuyas emanaciones oscurecen la luz del sol y envenenan el aire. Es esta Secta maldita cuya perversión fue estigmatizada por el Papa Pío IX cuando la llamó «la Sinagoga de Satanás». Debido a su enorme extensión y su muy visible colusión hodierna con la Finanza Judía Internacional, la Francmasonería se ha convertido de hecho en la «Sinagoga de Satanás». Como tal, ha provisto fondos para la Revolución Rusa instalada en Moscú, ha llevado el Comunismo de Oriente a Occidente, tomado el liderazgo de los gobiernos de los Estados, sus distintos departamentos administrativos o ministerios, y de sus parlamentos y, en consecuencia, es tal poder mundial que para cualquier mente pensante, parece que, hoy, hay en la tierra solamente dos grandes poderes, a saber: la Judeo-masonería al servicio de la Judería mundial, y la Iglesia en las manos del sucesor de San Pedro. Estos dos poderes están en guerra, frente a frente como si pensaran luchar un duelo interminable, como claramente lo expresa la inscripción en piedra de del Gran Oriente Masónico y Consejo Supremo de Francia: «La lucha que tiene lugar entre el Catolicismo y la Francmasonería es una lucha a muerte, sin tregua ni misericordia» (Boletín del Gran Oriente de Francia 1892, pág. 183, y en el memorando No. 85 del Consejo Supremo, página 48).
  
Con tan notoria línea de acción, uno puede positivamente afirmar que la Judeo-masonería es el único enemigo de la Iglesia. Ello puede ser detectado en todos los ataques anticatólicos conducidos por los Francmasones o incluso por Católicos cuya fe ha decrecido debido al temor, la pasión o sus propios intereses, contra clérigos o laicos.
   
En su encíclica “Humánum Genus”, el Papa León XIII escribió: «Hay varias sectas que, si bien diferentes en nombre, ritos, forma y origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de hecho con la secta masónica, especie de centro de donde todas salen y adonde vuelven». Además, en su carta al pueblo Italiano fechada a 8 de Diciembre de 1892, el Papa León XIII escribe: «Recordemos que la Cristiandad y la Francmasonería son esencialmente incompatibles, a tal punto que unirse con una significa divorciarse de la otra. Por tanto, exxpongamos a la Francmasonería como enemiga de Dios, de la Iglesia y de nuestra Patria».
   
En el momento presente (1930), es un hecho que las dos ciudades de San Agustín, la Ciudad del Bien y la Ciudad del Mal están separadas, buscando cada una gobernar el mundo. La Ciudad del Mal gobernada por Satanás es llamada Judeo-masonería, que proclama insistentemente a todos, Católicos, Protestantes, Ortodoxos, a los Librepensadores, Comunistas y Paganos (de hecho, a todo el mundo) que: «Luchar contra el Papado es una necesidad social y constituye el deber constante de la Francmasonería» (Congreso Internacional Masónico realizado en Bruselas en 1904, página 132 del informe). La Ciudad de Dios y de Jesucristo es la Iglesia Católica, que por más de 19 siglos, según la enseñanza del Romano Pontífice, Ella repite al mundo su credo inmutable: «Creo en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia».
  
Tal es el asunto de mi conferencia. Desde un punto de vista general, presentaría una sólida apreciación de las obras que algunos Papas hicieron con respecto a la Secta de la Francmasonería desde el tiempo en que aparición en el siglo XVIII. Se mostraron sus actividades anti-religiosas y anti-sociales, como también su licenciosidad y sus objetivos que, desde el comienzo, fueron sospechosas de excomunión. Se mostró también su prodigioso desarrollo llevando a la situación que ya hoy esbozo, nominativamente, la dualidad de fuerzas: una, las fuerzas del mal, las fuerzas del mal concentradas en la Judeo-masonería; y la otra, las fuerzas del bien, concentrada en un rebaño bajo el báculo del único pastor (representante de Jesucristo) quien, desde 1738 ha constantemente renovado el llamado a la defensa de la Iglesia contra Su enemigo mortal (incluso cuando en muchas ocasiones el llamado fuera inútil). Rodeada por Guetos y Logias Masónicas, en el curso de una lucha que ha devenido en universal, los Papas han reiterado su llamado a la defensa, y han mostrado claramente el lugar y el deber de los Católicos (todo tan frecuentemente el el lugar ha sido dejado abandonado y el deber ha sido traicionado en una forma vergonzosa). Sin embargo, incluso si en nuestro tiempo somos testigos de la confirmación terrible de estas verdades, es necesario recordar que fueron proclamadas por distintos Papas.

PAPA CLEMENTE XII (1730-1740)
Fundada en 1717, la Masonería especulativa moderna tomó su forma actual siguiendo la publicación por James Anderson, un clérigo anglicano, de las “Constituciones” en 1723. Quince años después, el 28 de Abril de 1738, el Papa Clemente XII en su Constitución Pontificia “In Eminénti” condenó la Francmasonería como ser Contra-Iglesia y Contra-Estado. Esta fue la réplica Pontificia. El rechazo a atenderla, parcial o general, por la Iglesia y el Estado de esos tiempos, parécenos la causa primordial de todas nuestras tormentas políticas y religiosas del presente.
  
Así decía el Papa Clement XII:
  • «Reflexionando nosotros sobre los grandes males que ordinariamente resultan de esta clase de asociaciones o conventículos, no solamente para la tranquilidad de los estados temporales, sino también para la salud de las almas, y que por este motivo de ningún modo pueden estar en armonía con las leyes civiles y canónicas».
  • «Para cerrar el camino muy ancho que de ahí podría abrirse a las iniquidades, y que se cometerían impunemente, y por otras causas justas y razonables conocidas de Nos... hemos concluido y decretado condenar y prohibir estas dichas sociedades, asambleas, reuniones, agregaciones o conventículos llamados de francmasones, o conocidos bajo cualquiera otra denominación, como Nos los condenamos, los prohibimos por Nuestra presente Constitución valedera para siempre».
  
La condenación por el Papa Clemente XII no solamente se extiende a las Sectas Masónicas, sino que se aplica también a todos los laicos que, aunque no sean miembros de las Sociedades llamadas Francmasónicas, las favorecen de cualquier manera, así:
«Nosotros les ordenamos en absoluto que se abstengan enteramente de estas clases de sociedades [...], esto bajo pena de excomunión en que incurren todos contraviniendo como arriba queda dicho, por el hecho y sin otra declaración de la que nadie puede recibir el beneficio de la absolución por otro sino por Nos o por el Pontífice romano que entonces exista, a no ser en el artículo de la muerte».
   
La Constitución “In Eminénti” fue propagada por todos los Estados Papales por el Edicto del Cardenal Giuseppe Firrao del 14 de Enero de 1739.
  
PAPA BENEDICTO XIV (1740-1758)
El Papa Benedicto XIV, el 16 de Marzo de 1751 publicó la Constitución “Próvidas”, en la cual inserta en su totalidad In Eminénti, la Bula que había sido escrita por su predecesor Clemente XII, para hacer más evidente que la condenación de la Francmasonería era irrevocable y que sería aplicada para el futuro tan bien como en el presente.
  
Como materia fáctica, Benedicto XIV ya había denunciado a la Masonería como Contra-Moral en conexidad con la Orden de la Felicidad (Ordre de la Félicité) de Aviñón, una sociedad secreta de libertinos; entre sí los miembros de esta sociedad hablaban solamente en un tipo de lenguaje jergal usualmente usado por los marineros. El Papa lo menciona dos veces en su correspondencia. Aquí transcribo unas pocas líneas de su carta del 25 de Marzo de 1744, dirigida al Cardenal Pierre Guérin de Tencin, que era el Embajador Pontificio en la Corte del Rey Luis XV:
«Hemos recibido de Aviñón la noticia de que en Nimes y también en Montpellier los Francmasones dieron un gran entretenimiento a fin de ganar prosélitos. Mujeres y hombres de la Sociedad de Aviñón fueron allí e, indudablemente, a su regreso organizarán una Logia Francmasónica como ya una vez habían intentado bajo el nombre de la Sociedad de la Felicidad; ellos hubieran tenido éxito si no fuera por el celo del Arzobispo. Deseamos que le protestes esto, en Nuestro nombre, a Su Majestad Cristianísima, para que no autorice en Sus estados la Secta de los Francmasones, que otros Príncipes han extirpado de sus propios países». (De la correspondencia del Papa Benedicto XIV por Émile de Heeckeren).
  
Además, en su Constitución “Próvidas”, Benedicto XIV enumera seis razones que llevaron al Papa Clemente XII a atacar las sociedades secretas, las cuales son:
  1. el Interconfesionalismo (o interfé) de los Francmasones;
  2. su secreto;
  3. su juramento;
  4. su oposición a la Iglesia y el Estado;
  5. el entredicho pronunciado en varios Estados por los Jefes de tales países; y
  6. su inmoralidad, que el Papa caracteriza así:
    «Las dichas sociedades y agregaciones tienen mala reputación cerca de los hombres prudentes y honrados, y a juicio de éstos nadie se alista en ellas sin haber incurrido en nota de vicio y perversidad».
  
Desde el comienzo, antes del siglo XVIII, bajo los esfuerzos de la Francmasonería que nos hundió en los horrores de la Revolución Francesa, la Secta ha sido desenmascarada por los Papas y expuesta ante los ojos de los Católicos con su odiosa triple vergüenza de Contra-Moral, Contra-Estado, y Contra-Iglesia. Dejemos que un Francmasón, H∴ Charles-Mathieu Limousin, en el primer número de su Revista Masónica llamada “L’ACACIA” de Octubre de 1902, usando el seudónimo de Hiram, da la siguiente definición característica:
«La Francmasonería es una asociación... una institución... como se dijo... pero no es eso totalmente. Quitémonos los velos, arriesgándonos incluso a evocar innumerables protestas. La Francmasonería es una iglesia: Es la Contra-Iglesia, Contra-Catolicismo: Es la otra iglesia, la iglesia de la herejía, del librepensamiento; la Iglesia Católica es considerada como la iglesia arquetipo, la primera iglesia, iglesia del dogmatismo y de la ortodoxia».
   
PAPA CLEMENTE XIII (1758-1769)
I wish to add that during the 18th century Pope Clement XIII condemned highly placed Masons in an ordinance of January, 1759, against the work of Helvetius and this Pope published on Sept. 3rd, 1759, his constitution "Ut Primum" directed against the "Encyclopedie" of Diderot and d'Alembert .
  
Finally, in his Encyclical of November 25th, 1766, "Christianæ Republicæ Salus," Pope Clement XIII denounced the peril incurred by Church and State through the published works of so-called philosophers. It meant that all Voltairian and Masonic works were being anathemized in the following terms:
  • "The enemy of all Good," said the Pope, "has sown the evil seed in the field of the Lord and the evil grain has grown rapidly, to such an extent, that it threatens to destroy the harvest. It is time to cut it down."
  • "In our days nothing is free from the attacks of those who are impious. God Himself becomes the object of their insolent audacity, they represent Him as a being who is mute, inert, devoid of a sense of providence or justice; they lower Him down to the level of animals. As far as they are concerned, matter is all or at least dominates everything. Even those among them who are opposed to such gross errors, but too frequently in our days, are not afraid, in their pride, to scrutinize our mysteries and to submit everything to nothing but their own reasoning power."
Clement XIII exposes all the sores of Masonry which at the time of the French Revolution had reached the state of gangrene, such as Materialism, Nationalism, Deism and even Atheism which is most imperfectly veiled by the "Grand Architect of the Universe," a notion which, after all, is only the spontaneous evolution of the universal religion promised in the "Constitutions" of Anderson.
   
In a last but anxious appeal the Pope entreats all the Bishops in the Catholic world to link their efforts with his own and to beseech all Christian Princes to take in hand the defense of the Sorrowing Church, "Gementis Ecclesiæ Causam Exposcite." Listen attentively, 23 years before 1789 (year of the French Revolution) the Church was in tears, due to the threats held out by Freemasonry; who can vouch for the assumption that 23 years remain to us before the Judeo-Masonry of the 20th century will add to the tears being shed by the Church -- blood tears similar to those shed during 1793? But this time it will not be in France only, but throughout the whole world. Is this not the time to speak again of the Sorrowing Church?
  
PAPA PÍO VI (1795-1799)
During the last quarter of this 18th century during which Masonry had spent 72 years to prepare for 1789 and the bloodshed which was to last many years, Peter's Seat had been occupied by Pius VI, who was destined to die in exile. His first Encyclical of December 25, 1775, is the acknowledgment of the tears he has shed, "Nostrarum Vim Lacrymarum Exquirit," those tears caused by the so-called philosophers, fanatical enemies of the Church, professors of lies. "Magistros Mendacissimos," leaders of sects of perdition who, with their erroneous beliefs, penetrate into the seats of the Academies, in the houses of the notables, in the Courts of Kings, and what is still more horrible, even penetrate in the Lord's Sanctuary, "Etiam in sanctuarium insinuant."
   
Alas! Those "Sects of Perdition" at the hour of the Revolution dragged along too many members of the regular and secular Clergy whose names appear on the lists of Masonic lodges: "Corruptio optimi pessima." What of the situation today?
  
Pope Pius VII (1800-1823)
Let us now enter into the 19th century. The wars of the French Revolution and of the Empire spread and favored the creation of Masonic lodges (mostly Military lodges ) and the rapid European expansion of Masonic subversive ideas.
   
Pope Pius VII became one of its glorious victims. It was therefore, in full knowledge of the subject, that on September, 1821, in his Encyclical "Ecclesiam a Jesu-Cristo the Pope applied to the Carbonari the following text: "They come under the guise of sheep although they are, in truth, none but ravening wolves." Thus, the Pope reiterated against the Freemasons the condemnations pronounced by Clement XII and Benedict XIV because they propagandize "religious indifference which is, of all, the most pernicious"; They also grant to everyone full liberty to inaugurate for himself his own religion according to his ideas and inclinations; to also profane and sully Our Savior's Passion in some of their odious ceremonies; to hold in contempt the Sacraments of the Church to which in a horrible sacrilegious manner they substitute sacraments of their own invention and they treat with derision the Mysteries of the Catholic Religion. Lastly, urged by a particular hatred toward the Apostolic See, because of its supremacy, Freemasons form conspiracies of the darkest and most sinister kind, in order to overthrow it. 
  
To what does Pope Pius VII refer when he makes use of the words "they hold in contempt the Sacraments of the Church"; if not to the Masonic 180 degree of the Rose Croix, which is an odious parody of the Sacrament of the Eucharist? What is it that the Pontiff stigmatises when he alludes to the substitution of Masonic sacraments to those of the Church and its ensuing horrible sacrileges if not to the "black mass" and the theft of consecrated hosts which Masons of the highest grades carry on their person as "Sacred Deposit" during the ceremony which precedes the orgy in the course of which they will profane It in the lowest, voluptuous ignominy?
   
Why should we thus administer such blows to this "Anti Papism"? It is because it is the unbroken chain of Freemasonry and because the Pope is, on earth, the representative of Jesus Christ whose Cross is trampled upon by Masons, and because in the course of their rites, at the 300 initiation grade, they throw upside down the Pope's tiara and figuratively pierce his heart. Such things occur at the initiation of the degree of Knight Kadosh. Pope Pius VII was well informed.
  
Pope Leo XII 1823-1829
Soon after his election as Pope on March 13, 1825, Leo XII published his Encyclical "Quo Graviora" condemning the Society called Freemasonry, as well as all other Secret Societies. In this Encyclical he first of all, republished the Constitutions of Popes Clement XII, Benedict XIV and Pius VII. Their appeal had remained fruitless as far as the various governments were concerned and Pope Leo XII wrote:
"We have endeavored to discover the state, number and influence of secret societies and We easily have been able to acknowledge that, if only due to the number of new sects which have joined them, their audacity has increased. The Sect known under the name of "L'universitaire" has especially drawn Our attention: It has established a center in several Universities where young men, instead of receiving the correct teaching are perverted by a few teachers who are initiates of certain Mysteries which might be called Mysteries of Iniquity and are trained to commit crimes."
Let us note that Pope Leo XII was afraid of the masonic penetration in public school teaching and seemed to foresee the devastation that the "One School" would rapidly inflict upon both the Church and society at large.
Leo XII, in summing up the harm caused by clandestine sects, so evident in works written by their members, wrote:
"They have dared publish works on Religion and Affairs of State, they have exposed their contempt for authority, their hatred of Sovereignty, their attacks against the Divinity of Jesus Christ and the very existence of God: They openly vaunt their materialism as well as their codes and statutes which explain their plans and efforts in order to overthrow the legitimate Heads of State and completely destroy the Church.
"What is definitely ascertained is that those different sects, despite the diversity of their names, are all united and linked by the similarity of their infamous plans."
Thus speaking, Pope Leo XII, considered he was accomplishing his duty as Supreme Pontiff and he wrote further, this page, which thoroughly throws light on our actual situation:
"Let us use the words of our predecessor, Pope Clement XIII, in his Encyclical Letter of September 14, 1758, addressed to all Patriarchs, Primates, Archbishops and Bishops of the Catholic Church, in which he said:
'I entreat you to become penetrated of the Strength of the Spirit of God, His Intelligence and His Virtue, in order to escape being likened to the mute dogs who, unable to bark, leave Our flocks exposed to the voracity of beasts roaming the fields. Let nothing stop Us, in the fulfillment of Our duty which enjoins Us to suffer all kinds of combats for the Glory of God and the salvation of souls. Let Us constantly keep before Our eyes the picture of HIM who, during HIS lifetime, was also exposed to the opposition of sinners. If we allow ourselves to be shaken by the audacity of evildoers it will be the end of eposcopal strength, the end also of the sublime and divine authority of the Church: moreover, let us abandon even the thought of being Christians if we have reached the point of trembling before the threats or the traps laid for us by perverts'."
Leo XII ends this magnificent Encyclical anathematizing Freemasons and writing:
"Those men are like those to whom, according to Saint John, the Apostle, hospitality and greetings should be denied. (Second Epistle of St. John, V. 10). They are the same men whom our Fathers, without hesitation, termed the first-born of the devil."
Pope Pius VIII 1829-1830
Successor of Leo XII, Pope Pius VIII, in his Encyclical "Traditi", published at the time of his advent on May 21, 1829 renewed all the condemnations of his predecessors, repeating as I showed above, that all Masonic Sects are issued from the "Well of Perdition." It was under his short reign as Pontiff that a new Lodge of "Alta Vendita" was discovered in Rome, having been formed in 1828 and headed by Joseph Picilli as Grand Master. Following Leo XII, Pius VIII most particularly mentions the Sect called "Unitsersitaire," saying:
"Its aim is to corrupt youth in schools."
and he applies to Masons those words of Saint Leo the Great:
"Their law is untruth: their god is the devil and their cult is turpitude."
Pope Gregory XVI 1831-1846
On August 15, 1832, Gregory XVI, addressing all the Episcopal Hierarchy of the Catholic world, in his Encyclical: "Mirari Vos" wrote:
"Truly indeed we can say that this is the hour granted to the power of darkness to grind the elect as wheat."
"Evil comes out of Secret Societies, bottomless abyss of misery, which those conspiring societies have dug and in which heresies and sects have, as may be said, vomited as in a privy all they hold of licentiousness, sacrilege and blasphemy.
Just 18 days before his death, on may 13, 1846, Pope Gregory XVI put in the hands of Cretineau Joly, the documents of the Italian Alta Vendita which this author published in 1858 in his book: "L'Eglise Romaine en face de la Revolution" ( the Roman Church facing the Revolution). It would indeed be of the highest kind of interest to have a faithful and complete copy of those manuscripts which are, doubtless, in the Vatican.
Pope Pius IX 1848-1878
Let us proceed further. The chief work of Judeo-Masonry planned by Cavour, Mazzini and Garibaldi was reaching its goal under the Pontificate of Pope Pius IX, with the downfall of Papal temporal power. According to the theories of those sectarians of Masonry, such a loss was sure to entail also that of spiritual power; accordingly the new Pope fixed the responsibility for the conspiracy upon the Secret Societies when, in the Encyclical following his advent, he wrote on November 9, 1846:
"Venerable Brethren, you also are fully aware of the monstrous errors and devices employed by the children of this century to pursue a merciless war against the Catholic Religion, the Divine Authority of the Church and its laws in order to trample upon the rights of both the Ecclesiastical and Civil power: such is the aim of the guilty machinations against Saint Peter's Roman See, upon which Christ established the inexpugnable foundation of His Church. Such is the aim of those Secret Societies issuing from darkness for the eventual ruin of Religion and States, and which, on several occasions, have already been anathemized by preceding Roman Pontiffs in their Apostolical Letters. We confirm the importance of such Letters and wish them to be followed with great care."
Moreover, from Gaete, the place of his exile, in his allocution: "Quibus Quantisque" addressed to the Consistory of April, 1849, Pope Pius IX renewed the identical condemnation in the following terms:
"Those abominable sects of perdition which are as fatally destructive of the salvation of souls as of the welfare and peace of secular society have been condemned by Roman Pontiffs, Our predecessors; We have also personally condemned them Ourselves in Our Encyclical Letter of November 9, 1846, addressed to all the Bishops of the Catholic Church, yet today in virtue of Our Supreme Catholic Authority - We, once again, condemn, forbid and anathematize them."
The Constitution against Freemasonry and the Secret Societies of which Pope Pius IX speaks are those of Popes Clement XII, Benedict XIV, Leo XII and Pius VIII; he adds his own of November 9, 1846 (Qui Pluribus) in his letter to Monseigneur Darboy, October 26, 1865, concerning the funeral service of Marshall Magnan, Supreme Master of the Order of Freemasons; he adds also, his communication to the Bishop of Olinda (Brazil) of May 29, 1873.
The renewed sentences of anathema by Pope Pius IX strike most particularly the satanism of secret societies. In his Encyclical of November 2l, 1873, the Pope writes of them as the synagogue of satan, and addressing its members he had already castigated them (Consistory of December 9, 1854) using to this effect, the words of Christ:
"You are of your father the devil and the works of your father you will do."
What are those works? Satan is a liar and a murderer from the beginning of the world, Our Lord tells us. Pope Pius IX denounced the great lie of the so-called White Freemasonry, in his Allocution of September 15, 1865 "Multiplices inter" when he says:
"And now, in order to satisfy the desire and solicitude of Our Fatherly Heart, there remains for US only to warn and exhort the Faithful who might have associated themselves to Sects of this kind to obey wiser inspirations and to leave those evil assemblies so as to avoid being dragged in the abyss of eternal ruin.
"As to all the other faithful, being full of solicitude for their souls, WE strongly exhort them to beware of the perfidious discourses of sectarians who, under a disguise of honesty, are inflamed by an ardent hatred of the Religion of Christ and of all legitimate authority: they have but one thought with the sole aim of exterminating, all Divine and human rights. Let them all be fully conscious of the fact that the affiliates of such sects are as the wolves who, as Our Lord predicted, come disguised with sheeps hide to devour the whole flock: Let the faithful know that such affiliates must be numbered among those with whom the Apostle forbade us to associate, telling us also to even avoid greeting them."
Pope Pius IX equally denounced the satanic homicide of Red Masonry in a letter to the Bishop of Olinda (Brazil) in the following words:
"The Satanic spirit of the Sect was particularly evidenced, in the past century, during the course of the Revolutions of France which shook the entire world. Such upheavals proved that the total dissolution of human society could be expected unless the forces of this ultra criminal Sect were crushed."
That letter was dated May 29, 1873; the latest Masonic and Satanic Revolution at that time was that which in Italy had resulted in making Pope Pius IX "the prisoner of the Vatican." It seems as though the Holy Pontiff was foreseeing such an issue when he uttered his complaint concerning the dual failure of the previous Pontifical condemnations of Masonry. (September 15, 1865).
First he referred to the failure of the anti-Masonic endeavor thus:
"However, the Apostolic See's efforts have not been crowned with the success that might have been expected. The Masonic Sect of which we speak has been neither defeated nor overthrown: just the reverse, the Sect has developed to such an extent that, in these days of great difficulty, it shows itself everywhere and with impunity and raises a more audacious countenance."
Secondly, the Pope outlined the failure of the Catholic side, thus:
"Venerable Brethren, We feel deep sorrow and bitterness, when We see that when, according to the Constitutions of Our Predecessors, action is necessary to condemn this Masonic Sect, many of those whose functions and sacerdotal duty should make them ultra vigilant and ardent over such an important cause have, alas! shown themselves indifferent and as though asleep. If some among them believe that the Apsotolic Constitutions, published under sentence of anathema against the Occult Sects and their adepts and initiates carry no strength in those countries where civil authorities tolerate them, they are most assuredly laboring under a serious mistake."
"As you well know, Venerable Brethren, We have prohibited and We again today prohibit and condemn this false evil doctrine. In fact let Us ask whether the Sovereign power 'To feed and lead the universal flock' which was vested in Saint Peter by Jesus and through which the Roman Pontiffs received the Supreme Authority that they must exercise in the Church depends from civil power -- can such civil power constrain and restrain them in anything whatever? Due to those circumstances and fearing that injudicious people and above all, youth, might be led astray, and in order that silence on Our part might induce anyone to lend protection to error, We have resolved, Venerable Brethren, to raise Our Apostolic Voice -- therefore, We hereby confirm before you the Constitutions of Our Predecessors and in virtue of Our Apostolic Authority We hold up to reprobation and We condemn this Masonic Society and all other societies of the same order which, although different in appearance, but pursuing the same aim against the Church or legitimate Civil Power are constantly being formed. It is Our order that all Christians of any standing whatsoever, of any rank or high appointment and over all the earth should be informed that the said Societies are forbidden and reproved by US, and incur the same sentences and condemnations as those that are specified in the former constitutions of our predecessors."
Among the reproved societies must be included such Leagues as: the League of Human Rights (Ligue des Droits de L'homme) and the League for Education (Ligue de l'Enseistnement ) .
Pope Leo XIII 1878-1903
Pope Leo XIII, successor of Pius IX, upon instructions from the Holy Office, dealt, first of all, with the Brazilian Masonic question on July 2nd, 1878. Then later, addressing the whole Church, on April 20, 1884, Pope Leo XIII published his magnificent Encyclical "Humanum Genus." Taking up once again Saint Augustine's pages concerning the two cities which, on earth, constitute the Kingdom of God and the Kingdom of Satan, the Pontiff reviews the considerable development which Freemasonry has taken and writes:
"Today evil doers all seem allied in a tremendous effort inspired by and with the help of a society powerfully organized and widely spread over the world, it is the Society of Freemasons. In fact those people no longer even try to dissimulate their intentions, but they actually challenge each other's audacity in order to assail God's August Majesty.
"It is now publicly and overtly that they undertake to ruin the Holy Church, so as to succeed, if it is possible, in the complete dispossession of Christian nations of all the gifts they owe to Our Savior Jesus Christ.
"As a result, in the space of a century and a half, the sect of the Freemasons has made incredible progress. Making use at the same time of audacity and cunning, Masonry has invaded all the ranks of social hierarchy, and in the modern States it has begun to seize a power which is almost equivalent to Sovereignty.
In order to strengthen those enlightened observations, Leo XIII refers to his predecessors and writes:
"This peril was denounced for the first time by Pope Clement XII in 1738, and the Constitution promulgated by that Pope was renewed and confirmed by Benedict XIV; Pius VII followed in the footsteps of those Pontiffs, and Pope Leo XII including in his Apostolical Constitution 'Quo Graviora' all the deeds and decrees of the preceding Popes on that subject, ratified and confirmed them for ever. Popes Pius VIII, Gregory XVI and on several occasions Pope Pius IX spoke in the same manner."
Whereas he approved and confirmed all the Pontifical condemnations issued against Freemasonry from those of Clement XII in 1738, Leo XIII moreover more amply exposed the reason for such actions and gives as his motive for acting thus:
"It is because of the fundamental aim and spirit of the Masonic sect which has been exposed in full light through the evident manifestation of its deeds, the acquired knowledge of its principles, its rules, its rites and its commentaries to which have been added the testimonies of its own adepts . . .
"It is exceedingly important to bring to the notice of all peoples to what extent events confirmed the wisdom of our predecessors. Their foresight and paternal soticitude did not always attain the desired success. This failure must be ascribed on the one hand either to the dissimulation and cunning of men members of this pernicious sect or, on the other hand, to the imprudent lightness of character of those who should, however, have been highly interested in watching it attentively"
Leo XIII refers frequently to the hypocrisy which is the basis of "White Freemasonry" and mentions the fatal evolution of its revolutionary aims which turns it into "Red Masonry."
Upon being attentively studied this Encyclical most strikingly reveals the triple Masonic character, namely that its aims are:
  1. Counter-Morality
  2. Counter-State
  3. Counter-Church
1. Counter Morality
The Pope defines the Masonic point of view on morality thus:
"The only thing which has found grace before the members of the Masonic sect and in which they request that youth should receive the proper teaching is what they call 'Civic Morality', independent morality, free morality, in other words a morality in which religious beliefs find no room. This morality is insufficient and its effects are its own condemnation.
"Furthermore there have been found in Freemasonry several sectarians who have maintained that all means are to be systematically used, in order, to saturate the multitudes with licentiousness and vices; because in their opinion peoples would naturally fall into their hands and become the instruments needed for the accomplishment of their most audacious evil projects. Such counter-morality is that of civil marriage, of divorce, of free love and of irreligious education for youth.
"It aims at the complete destruction of the main foundations of justice and honesty. In this way Freemasons make themselves the auxiliaries of those who wish that, like an animal, man had no other rule of conduct than his own desires -- Such a scheme can only dishonor human kind and ignominiously cast him into perdition."
2. Counter State
On this subject Pope Leo XIII foresaw that Freemasonry, "the power which is almost equivalent to sovereignty," and which already occupied the place of "State within the State," would soon form the Super State. It is from such a situation that there was issued the Masonic dogma of separation of Church and State; thence, issued also the anti-religious laws which Brother Bethmont, member of Parliament of the department of Charente Inf'erieure and former President of the Cour Des Comptes, in 1878 was explaining to Monseigneur Pie, Bishop of Poitiers. The prelate then said to him: "Sir, I believe you want to inaugurate anew the fight against the Church; have you any hope of succeeding there, where Nero, Julian the Apostate and your great ancestors of the 1793 French Revolution failed? -- He replied:
"Your Eminence, at the risk of seeming too bold, I will say that those ,you have mentioned did not quite know how to act. We shall do much better. Violence against the Church leads nowhere, we shall use other means. We shall organize a persecution which shall be both clever and legal; we shall surround the Church with a network of laws, decrees and ordinances which will stifle it without shedding one drop of blood."
Who, may I ask, is making those closely woven nets of laws, decrees and ordinances? The State, of course, but it is a Masonic State, an irreligious State under the power of a Super State which at the present moment is the Ruler of the World.
When Leo XIII adjures his Venerable Brethren to unite their zeal to his own efforts in order, "to annihilate the impure contagion of the poison which flows in the veins of human society and causes a state of total infection," it is with a feeling of fear that one brings to mind the death sentence pronounced against humanity in the "Protocols of the Elders of Zion."
"When we introduced into the State organism the poison of Liberalism its whole political complexion underwent a change. States have been seized with a mortal illness -- bloodpoisoning. All that remains is to await the end of their death agony."
Thus, while States are gravitating toward a Universal Republic, the Super-State becomes an infrangible dictature, which according to its will grinds them down or else thoroughly infects them; that Super State is called Judeo-Masonry.
3. Counter Church
Hence the supreme aim of the Sect, as it has been pointed out by the Popes, is none other than the complete destruction of the Church and the Papacy. Pope Leo XIII persistently underscores this rigorous consequence and says:
"Since the proper and very special mission of the Catholic Church consists in the safeguarding of the incorruptible purity of the doctrines revealed by God, as well as that of established authority for their teaching and other God given help for the salvation of mankind; it is inevitable that the major antagonism and most violent attacks of the Sect should be directed against the Church . . . Therefore, even at the cost of a lengthy and opinionated labor the Sect's purpose is to reduce to naught the teaching, and authority of the Church among the civilian population. . .
"The enmity of the sectarians against the Apostolic See of the Roman Pontiff has increased its intensity . . . until now the evil doers have reached the aim which had, for a long time that of their evil designs, namely, their proclamation that the moment has come to suppress the Roman Pontiff's sacred power and to completely destroy this Papacy which was divinely instituted."
Lastly, Leo XIII concludes in unmasking the Satanism of Judeo-Masonry:
"The facts which we have reviewed throw sufficient light upon inner constitution of Freemasons and show clearly the road they are following in order to reach their goal. Their chief dogmas are so completely and manifestly opposed to sane reason that it is difficult to imagine deeper perversion. In reality is it not the peak of madness and of the most audacious impiety to be so presumptuous as to want to destroy the religion and the Church created by God Himself: and assured of His perpetual protection; and after 18 centuries to want to replace it with the customs and institutions of pagans?
"Still no less horrible nor easy to bear to witness the repudiation of those gifts which, in His mercy, Jesus Christ bestowed first on individuals, then to human beings grouped both in families and in nations. Even the enemies of Christianism acknowledge the supreme value of those gifts.
"There is no denying that in this foolish and criminal plan it is easy to understand the implacable hatred and passion for revenge which animate Satan toward Jesus Christ. We refuse to follow the dictates of such iniquitous masters that bear the names of Satan and of all evil passions."
Pope Pius X 1903-1914
Pope Pius X, successor of Pope Leo XIII, gave his greater attention to Sillonisme and to Modernism, but, nevertheless he did not forget the destructive work of Freemasonry. He requested the Polish people to abstain from joining any conspiracy schemed by the malevolent Sects.
Later he extended words of consolation to the faithful of France in the following words:
"And now it is to you, Catholics of France, that We speak; may Our words reach you as a testimony of the tender feeling of Our love for your country and as a consolation in the midst of the terrible calamities through which you must pass. You are well aware of the self-assigned aim of the impious sectarians who hare subjugated you under their yoke. With cynic audacity they themselves proclaimed their aim which was 'Uproot Catholicism in France.' They want to extirpate from your hearts, namely its last root, the Faith which covered your ancestors with glory; the Faith which brought prosperity and greatness to your Fatherland amidst all other nations; the Faith which will be your support in the hours of your tribulation, which maintains calm and peace in your homes and opens for you the way toward eternal happiness. It is this Faith which you yourselves feel has to be defended."
Lastly, Pius X loudly affirms that as he has lifted his voice:
"It is not the Church who first raised the standard, she did so only because war had been declared against her.
"For the last 25 years she has only had to bear the struggle. Such is the Truth. Declarations, a thousand times published and republished in the Press, in congresses, in Masonic conventions, in the very halls of Parliament, are proof in themselves that attacks against the Church have been led progressively and systematically. Such facts cannot be denied and against them mere words cannot prevail . . ." (From letter of Pope Pius X to France, January 6, 1907.)
Fundamentally just as did his predecessors, Pius X denounces the maneuvers of the Counter-Church, moreover in his Letter of condemnation of the SILLON, he deliberately designates the Masonic lodges in the following terms:
"We all but too well know the dens of darkness wherein those pernicious doctrines are elaborated . . . Clear minds should not be seduced by them." (From letter of Pius X to the French Episcopate August 25, 1910.)
Pope Benedict XV 1914-1922
War, Armistice, Peace, all took place under the Pontificate of Benedict XV. In connection with our own viewpoint on Judeo-Masonry, we must point out the Papal condemnation of Ludovic Keller's book: "Le Basi Spirituali Della Massone-Ria E La Vita Publica" (The spiritual foundations of Masonry and the life of the people) published in 1915. That book was condemned on June 15, 1916. Moreover, the letter from the Holy Office of the Vatican to the Ordinaries called upon their vigilant attention because of special new machinations being directed against the Faith by anti-Catholic associations. The association particularly indicated is the Y.M.C.A. (Young Men's Christian Association) which on many occasions has been singled out as being fundamentally Masonic in the "Revue Internationale Des Societes Secretes." The letter from the Holy Office of November 5, 1920 particularly mentions that according to its declaration of principles, the Y.M.C.A. "Intends to purify and spread a more perfect knowledge of real life placing itself above all churches and outside and religious jurisdiction." Such anticlerical transcendentalism is none other than the manifestation of Judeo-Masonry.
Furthermore, on the inside cover of our Revue Internationale Des Societes Secretes are reproduced the two letters addressed to me by the Holy See, which are an affirmation of the viewpoint which Pope Benedict XV held on Masonry, the same viewpoint carrying the same condemnations already pronounced by his predecessors since Pope Clement XII.
The two letters from the Vatican are herewith reproduced.
1. From Pope Benedict XV to Monseigneur Jouin:
"Beloved Son-Greetings and Apostolic Blessing. The eminent virtues which, in the course of your long sacerdotal career, you have shown with such resplendent light added to the high consideration in which you are held by Our Venerable Brother, Jauvier Granito di Belmonte, Cardinal of the Holy Roman Church, Bishop of Albano, as also by the Cardinal Archbishop of Paris, have prompted Our decision to honor you with a great homage.
"We do know that you fulfill the obligations of your sacred ministry in the most exemplary manner; that you have the most ardent solicitude for the eternal salvation of the faithful and that with constancy and courage you have upheld the rights of the Catholic Church -- and have done so even at the peril of your own life. You have worked against the enemies of religion and We know that you spare neither work nor expenses to spread among the people your great works on those questions . . ."
2. From His Eminence Cardinal Gasparri (State Secretary of His Holiness) to Monseigneur Jouin on June 20, 1919.
"The Sovereign Pontiff with his paternal benevolence has accepted the homage of your new study on 'La guerre Maconnique' (The Masonic War).
"It is with unerring judgment that in the work which you have undertaken, you have endeavored to project light, by means of documentation and irrefutable proofs, upon the inept and essentially anti-Catholic doctrine of Freemasonry, a doctrine issued from deism born of the Reformation, a doctrine which, as it is today clearly evident, leads fatally to the very denial of God, to social atheism, to irreligious teaching and impiety and is greatly detrimental to nations; it aims at removing from every association every trace of religion and every church mediation.
"Above all, in spite of all lies which oftentimes deceive the Catholics themselves, you have carefully and most particularly clearly shown the identity of Freemasonry evident everywhere and always, and the continuity of the plans set by the Sects and whose master design is the destruction of the Catholic Church.
"His Holiness takes pleasure in congratulating you and encouraging your work whose influence can, indeed, be so fruitful. It can induce the faithful to be vigilant and help them to fight efficaciously against everything tending to the destruction of the social order as well as of religion.
"As evidence of the celestial gifts bestowed upon you and as a testimony of his paternal benevolence, the Holy Father, from his heart bestows upon you the Apostolic Blessing.
"Thanking, you also for the copy of your book which you graciously sent me, and with my personal congratulations, I pray you to believe, Monseigneur, in the assurance of my complete devotion.
Pope Pius XI 1922
For the first time the word "Laicism" (which means irreligious teaching) is to be found in a Pontifical document; it is the fatal and sought for result of both the Masonic doctrine and its direct action. This fact allows me to add to the list of all the Sovereign Pontiffs who denounced and condemned Judeo-Masonry; the name of our present Pope, Pius XI, in his Encyclical "Maximam grasissimamque" of July 18, 1924, the Pope most clearly has lifted his voice against "Laicism" (irreligious teaching) in the following terms:
"Whatetier Pius X did condemn, We likewise condemn it. Every time that the word 'Laicite' (irreligious teaching) is used to convey a feeling or an intention contrary or foreign to God or religion, We condemn it. We fully reprove this 'Laicism' and We openly declare that it must be reproved."
In my own case, during the private audience which on November 16, 1923, he granted me, His Holiness, Pius XI, asked me to continue my fight against Freemasonry because, said he:
"Masonry is our mortal enemy."
Later, as I was recollecting the kind words addressed to me by Pope Benedict XV in the decree "Proestantes":
"With constancy and courage you have upheld the rights of the Catholic Church and have done so even at the peril of your life." and adding that so far I had not yet become the victim of Freemasons, His Holiness replied in a paternal manner:
"Did not Saint Augustine, who is the patron of your parish in Paris, speak of the martyrs of the pen? (The Parish of which Monseigneur Jouin was head for many years and until his death was called Saint Augustine.)
Such a denunciation of "Laicism" as well as the encouragement given me to continue the fight against Masonry confirm the Pontifical condemnations pronounced since Pope Clement XII; it also follows the inspired words of Pope Leo XIII:
"In the realm of spiritual salvation, there is no middle way: one either follows the road to perdition or else fights without limit to the very end."
Therefore, our conclusion is contained in just two words: unity of purpose and viewpoint and unity of action shown by the Sovereign Pontiffs in regard to Freemasonry. Fifteen years after the publication of the Constitutions of Anderson in 1723, there appeared the constitution "In Eminenti" of Pope Clement XII April 28, 1738. Is there in the history of the Church a heresy which met with such a swift condemnation? Another fact equally remarkable is that all the Popes based their ulterior condemnations on this Pontifical act of Clement XII showing clearly that there was but one Voice, but one cry of disapproval when it came to pronounce the anathema against Secret Societies and striking their members with the most rigorous censure which the Church can apply.
Even though incomplete, here follows a list of documents as proof of the above:
  • Clement XII: In Eminenti -- April 28, 1738
  • Benedict XIV: Providas -- March 16, 1751
  • Clement XIII: A. Quodie -- Sept. 14, 1758
  • Clement XIII: Ut Primum -- Sept. 3, 1759
  • Clement XIII: Christianae Reipublicae Salus -- Nov. 25, 1766
  • Pius VI: Inscrutabile -- Dec. 25, 1775
  • Pius VII: Ecclesiam a Jesu Christo -- Sept. 14, 1820
  • Leo XII: Quo Graviora -- March 13, 1826
  • Pius VII: Traditi -- May 21, 1829
  • Gregory XVI: Mirari Vos -- Aug. 15, 1832
  • Pius IX: Qui Pluribus -- Nov 9, 1846
  • Pius IX: Omnibus Quantisque -- April 20, 1849
  • Pius IX: Multiplices Inter -- Sept 25, 1865
  • Leo XIII: Humanum Genus -- April 20, 1884
  • Leo XIII: Letter to Italian Episcopate -- Dec. 8, 1892
  • Leo XIII: Letter to the Italian People -- Dec. 8, 1892
  • Pius X: Vehementer -- Feb 11, 1906
  • Pius X: Letter to France -- Jan 6, 1907
Add to this the condemnation of the Y.M.C.A. by the Holy Office, Nov. 5, 1920 and also the decree through which I was made a Prelate, signed by Pope Benedict XV, followed by the Letter of Cardinal Gasparri, praising my book: Guerre Maconnique (Masonic War). Then again remember the Encyclical of His Holiness Pius XI against irreligious teaching in schools and his encouragement to me to continue my anti-Judeo-Masonic fight, and you will thus have before you a chain whose links are inseparably united.
It is this unity of viewpoints which demonstrates that the Papacy has but one voice and is the judiciary power of those Societies which actually form the whole of Judeo-Masonry.
As to the unity of action of the Popes, it is also worthy of attention. Ever since 1738 all the Sovereign Pontiffs have denounced, stigmatized and condemned the great harlot of the 20th century, that "Well of Perdition," "Bottomless Abyss of Misery which was dug by those conspiring Societies in which the Heresies and Sects have, it may be said, vomited as in a privy, everything they held in their insides of Sacrilige and Blasphemy." (Leo XIII.)
Ever since 1738 all the Sovereign Pontiffs denounced, stigmatized and condemned the enemy of the State which, according to Pope Leo XIII, already during the past century, possessed a power almost equivalent to "Sovereignty" and which, toady, calls itself the Super-State.
Ever since 1738 all the Sovereign Pontiffs denounced, stigmatized and condemned the enemy of the Church, the Counter-Church, whose proclaimed aim is to:
"Decatholicize the world"
It seeks to rebuild on the ashes of the Christian civilization the pagan barbarism, and to build on the ruins of the Papacy the world domination of Israel; furthermore, as a sign of its victory, it wants to erect over the overthrown throne of Jesus Christ the very throne of Satan.
Ever since 1738 all the Sovereign Pontiffs denounced, stigmatized and condemned what has hitherto become the world evolution of Judeo-Masonry which, now, on earth, admits that it has but one adversary, namely, the Catholic Church, whose agony it is now witnessing.
However, the Popes equally deplore the indifference of those Catholics who fail to see Their silent tears and fail to heed Their heart-rending appeals; they constitute a race of people indifferent and asleep, a string of Mute Hounds, afraid, of whom Pope Clement XIII, said:
"If We allow ourselves to be shaken by the audacity of evil-doers, then the Episcopal strength is come to an end; the sublime and divine authority of the Church no longer exists; it is then useless to look upon ourselves as Christians if we have sunk so low as to tremble before the threats of the snares of the evil-doers."
Being anxious to be neither indifferent nor asleep, nor again a Mute Hound in the Church Militant, but to be on the contrary, even though from afar, linked to the dogs of the Lord, the "Dominicani" of whom in the 13th century spoke Jeanne d'Aza, mother of Saint Dominique, at the time of the Church struggle against the Albigenses; in order also not to be counted among the cowards who flee from the battlefield and whom, when in 1870 the Germans invaded France Saint Bernadette said: "I fear only the bad Christians" for such reasons I founded the "Revue Internationale Des Societes Secretes." I, today also want to thank all the companions who in this struggle, both in work and in prayer have allied themselves with my humble but persevering efforts.
Yes! let us of the league of St. Michael remain united in prayer for the conversion of Masons and Jews. Let us be united in our efforts to respond to the concordant voice of the Sovereign Pontiffs, in order to destroy, inasmuch as lies in our possibilities, the Judeo-Masonic Sect. When will this be? In God's own hour which seems to be very close. What can be done against this world power? Everything!
In the strength of Him who bears on His shoulder the invincible sign of His power; we can accomplish everything in the power of Him who Christianized the world and which, in the end, Judeo-Masonry, can neither de-Christianize nor re-Paganize -- Yes! we can accomplish everything in the strength of Him whose Holy Sepulchre or the dome of Saint Peter in Rome cannot be darkened by the shadows cast by the Masonic Lodges -- the Kabbalistic mysteries of the Ghettos will not alter a single iota of the Gospel or of the Credo; the accumulation of gold in the hands of high finance will ever fail to buy the conscience of Christ's representative in the Vatican.
Vade Sátana! Get thee behind me Satan with thy legions of rebellious angels, with thy early workers of iniquity the Judeo-Masons!
Christ is near! To-day He comes! Tomorrow He will be here!
Let us therefore say, according to the words of Saint Augustine: Dicámus In Fide, let us say in the full energy of our faith; Dicámus In Spe: let us say in the strength of our hope; Dicámus Flagrantíssima Caritáte: Let us say in the burning fervor of our charity:
If God is with us, who can prevail against us? (Si Deus Pro Nobis, Quis Contra Nos?)
God is with us in this fight, which is our fight, the fight of the Papacy against Judeo-Masonry.