El lobo chilla frente al hacha del verdugo. Por orden del juez, la gallina cambia de lugar y le sientan en el patíbulo, acusada de crímenes y violaciones a los derechos de lobos y manada.
El retratista oficial cambia el semblante airado de la gallina amenazada por el del mismísimo chupacabras. Y el lobo, sin siquiera vestir de oveja, cobra indemnizaciones y engorda a costa del ganado.
La delirante historia se repite, día tras día, no importa dónde haya apaleado el lobo. Pero no vive sólo sediento de sangre: muere de hambre de venganza. Y enseña sus colmillos, con el hocico aún goteando la memoria de sus víctimas.
La granja se alborota y, por no enfadar al lobo, apalea… al rebaño que reacciona.
“Defensores de la grey”, grita el juez, “un paso al frente, de rodillas y a pedir perdón a los lobos”, exige “Indemnización a los lobos y condena a los defensores”, agrega, “Perdón… «agresores»”, se disculpa, mirando temeroso a los lobos en tribuna mientras busca el modo de congraciarse con la tropa de matones.
El rebaño se somete sumiso, confundido y hasta, se diría que casi sintiéndose culpable por haber reaccionado a los lobos y defendido sus tierras y familias. Es que, como todo rebaño, se deja doblegar en nombre del “buen rebaño”.
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Descaradas, rudas y altisonantes fueron las descalificaciones de la izquierda chilena en respuesta a las diplomáticas declaraciones que representan el sentimiento de al menos la mitad de una nación. Una mitad “equivocada” para la versión roja de la historia.
¿El motivo de escándalo? Las declaraciones del nuevo embajador de Chile en Argentina, sosteniendo que, bajo el período de Reconstrucción Nacional tras el holocausto marxista, Chile se puso de pie, creció y contradijo los planes destructivos de la Unión Soviética y sus acólitos. Como en la Francia revolucionaria de 1789, los jacobinos exigieron su cabeza y los girondinos la entregaron en bandeja. Pocos días duró en su flamante cargo el ex senador, hombre de larga trayectoria en la vida pública y de excelente reputación debida a su probidad. Santiago Otero, por cierto, fue electo democrática y popularmente.
Pocos días siguieron a una segunda declaración, honesta y con conocimiento de causa, del ex ministro del Trabajo y autor del exitoso modelo de previsión laboral que hoy mantiene a Chile gozando de buena salud económica, con garantías de un mejor futuro a los trabajadores, liderando indiscutiblemente a la región continental. ¿Motivo del escándalo? Sostener que Allende destruyó al país y su comparación con Hitler.
Indiferentes al sentimiento o creencia de millones de compatriotas, los sectarios rojos exigieron castigos, condenas y purgas. Espuma en la boca, ojos desquiciados y perdida toda serenidad, temiendo acaso las simpatías y consensos en torno al tema, aplicaron la fuerza de su prensa y creadores de opinión para cerrar filas, para crear la sensación de unánime rechazo a la reacción antimarxista. Y aún más a un modelo económico y social que desmiente la doctrina de odio y lucha de clases que hace del empobrecimiento su meta ideal.
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Entretanto, ¿quién era realmente Allende?
La izquierda suele construir su mito sobre una historia falsa, que muchas veces jamás existió. El caso del dictador marxista, tristemente célebre por su horda destructiva, merece un brevísimo encuadre.
Allende, socialista, ateo, masón y suicida, dista mucho de la hagiografía roja que le presenta como un anciano de buen corazón, amante de los niños y de las palomas de la plaza.
Salvador Allende Gossens: Para la izquierda, un héroe. Para Chile y la humanidad: UN CRIMINAL
¿Fue Allende comparable con Hitler? Una visita interesante a los archivos de la Universidad de Chile nos enseña la tesis que Salvador Allende presentó para licenciarse como Médico Cirujano y que luego elevase como Proyecto de Ley presentada mientras era Ministro de Salubridad del Gobierno del Frente Popular (1939-1941) de Pedro Aguirre Cerda. Allende fue, por sus propias palabras, tan furioso antisemita como declarado racista contra árabes y gitanos. Y era un fervoroso creyente en la predeterminación genética de los delincuentes. Consideraba a los revolucionarios como psicópatas peligrosos que había que tratar como enfermos mentales. Propugnó la penalización de la transmisión de enfermedades venéreas y la esterilización de los alienados mentales.
Son los años en que el creador del Partido Socialista de Chile, Marmaduke Grove, pagado por el Ministerio de Asuntos Exteriores (nazi) y los ministros socialistas del gobierno del Frente Popular -entre los que se contaba Allende- eran sobornados directamente por la Embajada nacional socialista en Santiago.
En medio del repudio nacional e internacional, Allende encontró simpatía y eco en sus aliados socialistas de los años 30 en la Alemania nacional socialista acaudillada por Adolfo Hitler.
No hay malas interpretaciones posibles. No sólo lo dejó propuesto y escrito reiteradamente, sino que además sus propias declaraciones a la prensa lo confirman. Así, para explicar su Proyecto de Ley, Allende declara al periódico La Nación, con palabras que Hitler podría haber declamado: se trata de "un trípode legislativo en defensa de la raza", consistente en tratamiento obligatorio de las toxicomanías, de las enfermedades venéreas que transformarían en delito su contagio, y proceder a la esterilización de los alienados mentales. El entonces Ministro y futuro mandatario proponía crear un Tribunal de Esterilización que fuese inaccesible a la familia del enfermo y dotado de competencia para dictar sentencias inapelables. En el artículo 23 de su Ley propuesta establece que
"todas las resoluciones que dicten los tribunales de esterilización (...) se llevarán a efecto, en caso de resistencia, con el auxilio de la fuerza pública".
No es extraño que éste proyecto y la "Ley para precaver una descendencia con taras hereditarias" implementada por el Tercer Reich en 1933 se considerasen “hermanas”. Es más: enuncian el mismo listado de enfermedades punibles y contienen artículos idénticos. Sólo hay una salvedad a favor de los nazis: Allende era mucho más duro y radical que Hitler.
No era para menos. Marx escribía en “La cuestión judía”: “Nosotros reconocemos, pues, en el judaísmo un elemento antisocial presente de carácter general”. Y Stalin, tan antisemita como el Hitler que enviaba a los judíos a los campos de concentración, les deportaba a la tortura y muerte lente de los Gulag.
Allende encantaba al Führer. En su tesis para recibirse como Médico y así prestar el juramento hipocrático, el líder marxista sostiene: "Los hebreos se caracterizan por determinadas formas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, la usura". Para Allende la “cuestión judía” va más allá de un problema de intereses y creencias: se trata de una cuestión racial fundada en principios genéticos por los que había que exterminarles. Años más tarde el criminal de guerra nazi Walter Rauff -el inventor del método de exterminio en camiones de gas y acusado de ser el responsable directo de la muerte de más de 100.000 personas- fue su protegido bajo el mandato allendista, al punto de rechazar el petitorio de Simón Wiesenthal de cooperar con la justicia y entregarle a los tribunales para su juicio por crímenes no prescritos.
Walter Rauff, Jefe de regimiento de la Schutzstaffel nazi. Criminal de guerra protegido por Allende.
En cuanto a los revolucionarios, resalta
"la influencia perniciosa que sobre las masas pueda ejercer un individuo en apariencia normal y que, en realidad, al estudiarlo nos demostraría pertenecer a un grupo determinado de trastornos mentales (...) este tipo de trastornos colectivos tienen a veces caracteres epidemiológicos, y es por eso que cuando estallan movimientos revolucionarios en ciertos países, éstos se propagan con increíble rapidez a los estados vecinos".
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El Allende real dista del Allende mítico como la luz de las tinieblas.
El verdadero Salvador Allende: TIRANO APOLOGISTA DEL ODIO Y DE LA DESTRUCCIÓN
El Allende real era un predicador del odio y de la destrucción cruenta de todo aquel que no pensase como él. Como mandatario antidemocráticamente acomodado en el poder, obró como enemigo de la libertad y de la honestidad pública. Mintió asegurando el respeto por la Constitución y las leyes para, días después de firmar un juramento de Garantía, burlarse de la ingenuidad de los burgueses. Fue un monstruo que trabajó incansablemente por convertir a su nación en un satélite del horror soviético en plena guerra fría, volviéndola una Cuba andina.
Los estrategas de la propaganda marxista trabajaron al “buen rebaño” pintándole a su gusto: “hombre de buenas intenciones desviado por el radicalismo de la época”. Pero basta ver sus declaraciones, su personalidad y sus hechos para comprender, sin lentes rosa, su espantosa verdad.
Allende, tras intentonas frustradas de alcanzar la Presidencia por la vía democrática de Mayo del ‘68, el terror policial soviético -por sí mismo o sus aliados– accede al poder gracias a la alianza implícita con los democratacristianos y la jerarquía eclesiástica izquierdista. Alcanza apenas un 32.6% de los votos y una minoría en el Parlamento.
En la elección anterior el centroizquierdista Eduardo Frei fue presentado como alternativa al izquierdismo de Allende. El pueblo chileno no deseaba el comunismo y le elige como medida desesperada para impedir el acceso al poder de los paniaguados de la Unión soviética. Sin embargo los planes de Frei eran, precisamente, sentar las bases para el comunismo e hizo todo cuanto estuvo en sus manos para lograrlo: colectivizar, destruir las instituciones tradicionales, implantar un sistema socialista de Gobierno y alterar la cultura en su favor. Para esto el clero izquierdista prestó una cooperación invaluable, sembrando la doctrina de la lucha de clases, igualitarismo y resentimiento contra la propiedad privada y las elites tradicionales. Tristemente célebres fueron sus prédicas a favor del comunismo, sus condenas a la reacción católica anticomunista y su silencio ante las evidencias del horror que se preparaba. Fueron los años de la “Iglesia Nueva” y del “Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo”. No contentos con esto, fueros esas mismas sagradas investiduras y sus órdenes las que dieron los primeros pasos a favor del terror rojo, anticipándose a las medidas colectivizando sus tierras, arrasando con los patrimonios católicos e imponiendo una cultura y doctrina nueva. Más hizo el clero, hay que reconocerlo, que muchas otras fuerzas rojas a favor del comunismo. Y no podía ser menos: el poder político izquierdista era frontal y declaradamente rechazado por la población. El prestigio y autoridad del clero era difícilmente contestado por el pueblo sencillo y devoto que acataba impotente y sin comprender la magnitud del mal conjurado.
Frei y sus acólitos pactaron con Allende su ascenso, transfiriendo a éste la votación popular para respaldarle, dejando al candidato conservador fuera de escena. Allende usurpa el poder, carente de representación popular democrática, cuando aún ardían las hogueras revolucionarias de Mayo del ’68 y eran paridas la Baader Meinhof en Alemania, la ETA en España y las Brigadas Rojas en Italia, el Ejército Rojo japonés y los Tupamaros de Uruguay, mientras los Montoneros y el ERP ensangrentaban a Argentina. Chile, infectado con el violentismo político del MIR y otras organizaciones castristas que hacían de la apología del crimen su vía de acceso al poder y destrucción de la legalidad e institucionalidad vigente, no era una excepción. La izquierda chilena, autoproclamada marxista-leninista, legitimaba en sus congresos de 1965 y1967 el uso de la fuerza como acceso al poder: “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico, y su ulterior defensa y fortalecimiento. Sólo destruyendo el aparato democrático-militar del Estado burgués puede consolidarse la revolución socialista”. Este marco y esta base en plena Guerra Fría y la fidelidad a la ex URSS - su madre y mentora - es lo que explica mejor a Allende que el mito que se puede contar a los niños 30 años después de los hechos.
Chile nunca tuvo fuerzas armadas inmersas en el trajín político. Su proverbial estabilidad democrática (1834-1970) tuvo pequeños incidentes que involucrasen el uso de las armas. El quiebre de su doctrina de primacía del poder civil por sobre el militar fue dado por el mismo Frei, al nombrar al izquierdista General Prats a cargo de las fuerzas armadas. No es casual que Allende le confirmase en el cargo y le enviase en su representación a la Unión Soviética para suscribir un acuerdo con el Presidente de Ministros rusos, Aleksei Kosyguin. El 23 de agosto de 1970 trescientas esposas de oficiales manifestaron su repudio al apoyo de Prats a Allende. Considerado “traidor” al papel que debían representar sus armas, por su entusiasta y decisivo apoyo a Allende, renunció para ser sucedido por Augusto Pinochet, General de la República que no representaba ninguna amenaza aparente para el nuevo gobierno rojo y gozó de la confianza de Allende. Cabe decir que Pinochet actuó contra la tradición militar cuando el país fue desbordado -como veremos a continuación- por el terror rojo y Chile no pudo soportar más los siniestros planes y efectos del allendismo.
Allende autoproclamaba no ser el presidente de todos los chilenos. Ésa era su política excluyente y antidemocrática. Basta acudir a las fuentes de prensa y declaraciones gubernamentales de la época. Contrariaba así el estilo consensual de la tradición aliancista de los mandatos anteriores.
Allende, tras firmar la Garantía de respeto a la legalidad y Constitución que se le obligó a firmar para otorgarle la Presidencia -habidas cuentas de su ideología e intenciones– se burló de la ingenuidad burguesa y declaró que gobernaría “por resquicios legales”. Algo que hoy en día es moneda corriente en la política roja mundial. Echó mano a jurisprudencias anteriores para intervenir a la industria y el comercio, creando conflictos a través de sus grupos armados para justificar las confiscaciones. El organismo contralor rechazó la medida y ordenó la restitución a los propietarios. La colectivización de las tierras fue rechazada legalmente por los dueños y con orden judicial acudían a la policía para proceder a la expulsión de los violentistas invasores. Pero la policía de Chile, respetuosa de la ley, respondía con una orden gubernamental de no intervenir en los conflictos.
La Corte Suprema, ante la agresiva y reiterada violación de las leyes y prescripciones de la Constitución, envió una carta al presidente que comenzaba “por enésima vez le advertimos…” y por primera vez en la historia nacional el poder ejecutivo dejó sin contestar una carta del poder judicial. Allende respondió con declaraciones donde afirmaba que la Corte Suprema no era superior al poder que él poseía en sus manos.
El Poder Legislativo no sufrió menos atropellos y violaciones. El Senado y Diputados enviaron sendas cartas de protesta por la conculcación de sus derechos y disposiciones como representantes democráticos de la voluntad de los electores. Pero Allende, pequeño Stalin latinoamericano, ordenaba disposiciones anticonstitucionales que los representantes populares se negaron a aprobar.
Las fuerzas armadas hicieron llegar, por manos de los Generales en retiro, un respetuoso recordatorio de que las armas pertenecen a la Nación y que no son un beneficio personal de la Presidencia. Se oponían, por tanto, a convertirse en una Guardia Pretoriana roja, en tanto su papel consistía en resguardar la ley, el orden y los intereses superiores de la Patria. En tanto no acatase ese respeto a la Constitución, las armas nacionales se considerarían en “estado deliberante”.
Si Allende fue elegido por una minoría, fue sobretodo inconstitucional. La prueba está en la delirante insistencia en su constitucionalidad para revestir su proceder dictatorial.
Allende se esforzó por hacer de Chile una “Cuba andina”, y “hermana menor” de la Unión Soviética. Son dichos de él mismo.
Allende inició su escalada de terror un 4 de noviembre de 1970. Una semana más tarde (12) liberaba a sus secuaces terroristas más radicales, dejando sin efecto los dictámenes judiciales y pocos días después (21) modificó la Constitución para confiscar el cobre, nacionalizándolo. Una semana más tarde (31) pasa por encima de las disposiciones constitucionales y nacionaliza la banca y, a los pocos días anuncia la creación de tribunales populares, modelo dolorosamente recordado por las naciones que sufrieron las “checas” particulares.
En las revoluciones liberales y marxistas, es muy frecuente ver tribunales populares que buscan eliminar a los supuestos “enemigos de la revolución”.
Pero sus colegas no estaban contentos y, siguiendo el modelo soviético, le acusaban de ser “demasiado burgués” en sus confiscaciones y colectivización. El grupo terrorista MCR, desprendido del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), insulta a Allende llamándole “blando” en su reforma agraria y llama a la toma de propiedades sin mediar sentencias. En marzo Allende declara a Regis Debray que reformará la justicia para acelerar el proceso de sovietización.
Jules Regis Debray, filósofo y periodista francés, conoció de primera mano los planes de sovietización que Allende traía para Chile
Precursor de los dictadores contemporáneos, no se contentó con controlar la banca y el poder judicial: avanzó sobre la libertad de expresión, apoderándose de la prensa e impidiendo las transmisiones de televisión regional. En sus propias palabras: "La obligación del periodista revolucionario no es servir a la verdad, sino a la revolución".
En mayo decretó la confiscación y desalojo de empresas textiles, que fueron asaltadas por bandas armadas. Al mes siguiente, el mismo Frei que hizo de Kerensky chileno, exigió la disolución de las checas. El gobierno apoyó e impulsó la confiscación popular, particularmente de tierras agrícolas.
El clima e intención de Allende fue, el 1 de julio de 1972, explicitado por el ministro de Justicia: “La revolución se mantendrá dentro del derecho mientras el derecho no pretenda frenar la revolución”.
Al mes siguiente, el Congreso del partido Socialista declara: “este estado burgués no sirve para la construcción del socialismo (...) es necesario destruirlo y conquistar todo el poder”.
Continuando la doctrina roja características de donde quiera se haya hecho del poder, el país comenzó a sufrir el flagelo del empobrecimiento, desabastecimiento y del hambre. El pueblo, acostumbrado a los frutos de una economía creciente y rica en producción, se rebeló. La humillación que significó la imposición de un cartón acreditativo de pertenencia a las “Juntas de Apoyo Popular” (JAP) para acceder a comida, vestimenta, medicamentos e insumos, superó a una ciudadanía caracterizada por su carácter pacífico. El mercado negro –provisto muchas veces por el mismo gobierno– era el único medio de acceso a bienes elementales como artículos de aseo, carne o combustible
Durante el año 1972 la población se levantó activa en protestas y manifestaciones de rechazo. El repudio antiallendista llenó las calles pese a las razzias bolcheviques de grupos armados revolucionarios que agredían violentamente a los manifestantes. Cadenas, palos, bombas molotov e incluso patatas con incrustaciones de hojas de afeitar eran lanzadas contra mujeres, trabajadores y niños. Pero no fueron sólo los ciudadanos comunes. Los trabajadores, supuestamente representados por la izquierda, también se rebelaron. Los mineros de la mina de cobre de Chuquicamata –la mayor mina a tajo abierto del mundo- o los del carbón, los envasadores de refrescos, los fabricantes de electrodomésticos y hasta cincuenta mil pequeños propietarios de comercios de la capital se opusieron al gobierno de izquierda. La violencia de agosto dio el punto de quiebre. Los grupos armados se enfrentaban a tiros con las fuerzas policiales y las confiscaciones “populares” aumentaron. El masivo paro de transportistas demostró la cohesión nacional en contra de Allende, quien declaró “subversiva” la protesta.
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Con mano de hierro e indiferente al clamor popular, el dictador socialista afianzó su poder e inició una gira por la Unión Soviética, Cuba, México y Argelia, donde aprovechó de reiterar su apología del crimen y fraternidad con las dictaduras comunistas. Moscú expresó internamente su preocupación por el costo político nacional e internacional de la cubanización de Chile expresada personalmente por Allende y sus secuaces.
Entre 10.000 y 15.000 guerrilleros revolucionarios provenientes de todo el mundo estaban asentados en Chile a principios de 1973. Fidel Castro, cómodo en el clima sovietizado viaja a Chile y permanece casi un mes, escoltado por el general Pinochet, mientras tramaba con Allende la imposición de la nueva Rusia sudamericana. El pueblo, indignado con la estadía y enfrentado a la miseria gritaba, hambriento: “¡Fidel! ¡A la olla! ¡Aliñado con cebolla!” y “¡Si no se va Fidel, no va a comer ni él!”.
En mayo de 1973 Allende declara que “En un período de revolución, el poder político tiene derecho a decidir en último recurso si las decisiones judiciales se corresponden o no con las altas metas y necesidades históricas de transformación de la sociedad, las que deben tomar absoluta precedencia sobre cualquier otra consideración. En consecuencia, el Ejecutivo tiene derecho a decidir si lleva a cabo o no los fallos de la justicia”.
El 26 del mismo mes la Corte Suprema denuncia la violación de los derechos constitucionales y de la legalidad practicadas por el gobierno. Y se pronuncia con énfasis: “Chile se encuentra en un estado inminente de desaparición de la legalidad”.
La radicalización del allendismo llegó a su paroxismo a poco más de dos años de iniciado el terror rojo en Chile. En junio de 1973 el diputado socialista Mario Palestro llama públicamente a la “violencia revolucionaria”, proponiendo a las checas marchar a las zonas “no populares” donde “serían fusilados quienes no sean obreros ni campesinos”.
Por su parte, el principal ideólogo del Partido Comunista, Volodia Teitelboim, afirma que si la guerra llegara “probablemente significaría la pérdida de numerosas vidas humanas, probablemente entre 500.000 y un millón”.
En medio de este clima de terror, el poeta Pablo Neruda, homenajeado con el Premio Nobel, cantaba alabanzas:
“Unión Soviética, si juntáramos
toda la sangre derramada en tu lucha,
todo lo que diste como una madre al mundo
para que la libertad agonizante viviera,
tendríamos un nuevo océano
grande como ninguno
viviente como todos los ríos,
activo como el fuego de los volcanes araucanos.
toda la sangre derramada en tu lucha,
todo lo que diste como una madre al mundo
para que la libertad agonizante viviera,
tendríamos un nuevo océano
grande como ninguno
viviente como todos los ríos,
activo como el fuego de los volcanes araucanos.
En este mar hunde tu mano
hombre de todas las tierras,
y levántala después para ahogar en él
al que olvidó, al que ultrajó,
al que mintió y al que manchó,
al que unió con cien pequeños canes
del basural de Occidente
para insultar tu sangre,
Madre de los libres...”
hombre de todas las tierras,
y levántala después para ahogar en él
al que olvidó, al que ultrajó,
al que mintió y al que manchó,
al que unió con cien pequeños canes
del basural de Occidente
para insultar tu sangre,
Madre de los libres...”
No amedrentaba el bardo. Despreciando el sufrimientos de cientos de millones de personas y la esclavización de naciones enteras, escribía:
“Stalinianos. Llevamos este nombre con orgullo.
Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.
En sus últimos años la paloma
La Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus hombros
y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.
Así vieron la paz pueblos distantes”.
Stalinianos. Es esta la jerarquía de nuestro tiempo.
En sus últimos años la paloma
La Paz, la errante rosa perseguida, se detuvo en sus hombros
y Stalin, el gigante, la levantó a la altura de su frente.
Así vieron la paz pueblos distantes”.
Y agrega en “Las uvas y el viento”
“Junto a Lenin
Stalin avanza
Y así, con blusa blanca
Con gorra gris de obrero
Stalin,
Con su paso tranquilo
Entró en la Historia acompañado
de Lenin y el viento...”
Stalin avanza
Y así, con blusa blanca
Con gorra gris de obrero
Stalin,
Con su paso tranquilo
Entró en la Historia acompañado
de Lenin y el viento...”
Neftalí Reyes Basolalto, alias “Pablo Neruda”, fungía como bardo de la dictadura de Allende, al mejor estilo del estalinista culto a la personalidad.
El 22 de agosto la Cámara de Diputados declara: “es un hecho que este gobierno había decidido, desde el principio, conquistar el poder absoluto (...) para implantar un estado totalitario”. Faltaron dos votos para procesar a Allende. Al día siguiente -por una mayoría de dos tercios- llama a Allende a respetar la Constitución y las leyes y “restituir la normalidad democrática del país”.
Allende, a esa altura de su breve mandato, había nacionalizado la mayoría de las empresas de cierta importancia, comenzando por su intento castrista de colectivizar la banca para controlar el crédito y asfixiar a los enemigos de su revolución. Se confiscó -por orden de los partidos socialista y comunista- cada empresa que pusieron en mira, ante la mirada impotente de las fuerzas policiales, amordazadas y maniatadas por el dictador, y del mismo modo se tomó posesión de las tierras agrarias, confinándolas a la improducción y hambruna consiguiente.
Su política monetaria apuntó a la destrucción de la economía de la población, emitiendo billetes sin respaldo para aniquilar el ahorro privado.
Antes del fin de agosto el Colegio de Abogados declara en un informe que, conforme al artículo 43 de la Constitución Nacional, Allende se encuentra incapacitado para ejercer la Presidencia de la Nación.
A principios de septiembre de 1973 la inflación superaba el 1.000%, fenómeno inconcebible en la historia de una Nación tradicionalmente respetada por su estabilidad económica y acento comercial. El déficit público alcanzaba el 50% del PIB.
La respuesta del dictador rojo no fue el acostumbrado desprecio por las instituciones y dejar sin respuesta los llamados de los organismos públicos y de representación popular. Esta vez Allende responde agresivamente violando totalmente la Constitución, al proyectar un referéndum a celebrarse en dos semanas, el 11 de septiembre. Esperaba con esto el “respaldo legal” para disolver el Congreso y convocar a elecciones populares.
Las fuerzas armadas -al margen del conflicto hasta el momento- reaccionaron resguardando la Constitución y la legalidad nacional tal como ordena su juramento de armas. Las brigadas armadas de la “Unidad Popular” (UP) estaban siendo entrenadas personalmente por agentes cubanos y el escandaloso ingreso en masa de guerrilleros de diversas nacionalidades, respaldadas por armamento de guerra, preparaban un golpe sangriento que diese cumplimiento a las exigencias socialistas de cubanizar a Chile.
Ese domingo 9 de septiembre, en medio de la angustia popular y la intolerable carencia de alimentos, combustibles e insumos de toda especie, los responsables de las fuerzas armadas intercambiaron una misiva para restaurar el orden y garantizar la convivencia cívica para el martes 11 de septiembre a las 6 de la mañana.
Estados Unidos, temeroso de la cubanización del país pero receloso de intervenir, obró a última hora, cuando la situación era insostenible. En la mañana del 10 de septiembre buques norteamericanos anclaron sigilosamente al sur de la nación, para proveer auxilio en caso de ser necesario. A las cuatro de la tarde un grupo de navíos chilenos marchó al encuentro de la pequeña flota de refuerzo apostada en el sur y el convoy ingresó a Valparaíso bajo la protección de la noche. A las tres de la madrugada, desembarcaron las tropas de elite, tomando posesión de las comunicaciones, arrestando en su domicilio al Almirante Moreno y confinando a los activistas de riesgo en los barcos. Coordinadas a la perfección, las tácticas antisubversivas tuvieron lugar con precisión en las otras regiones del país, donde se procedió a detectar, confinar o ejecutar a los elementos más peligrosos.
Santiago, capital de Chile, fue abordada con otra táctica militar, centrada en el impacto estratégico y mínimo de derramamiento de sangre, pese a estar desde constituido, hacía tiempo, el “cordón de hierro” en torno a la capital por las brigadas revolucionarias armadas.
En la capital se operó directamente sobre Allende, quien despertó a las seis de la mañana con avisos telefónicos advirtiéndole que el ejército se dirigía directamente al Palacio de La Moneda. Una hora después, rodeado de la guardia personal ofrecida por Castro para su seguridad, llama a su esposa para despedirse. A las nueve de la mañana se dirige a los auditores de las dos únicas radios -de las 29 que había- que aún no estaban bajo control del ejército. Allí rajó sus vestiduras proclamando su amor y respeto por la Constitución y las leyes, y deploró la “traición de sus generales”. Y confió que, no pudiendo detener el operativo militar, sus sucesores se encargarían de revertir el retroceso revolucionario.
Concluido el discurso recibió un llamado del vicealmirante Carvajal otorgándole todas las garantías para que pudiese retirarse del palacio -y dirigirse fuera del país- si renunciaba. Allende se negó. Una segunda llamada le advirtió que a las 11 de la mañana el Palacio sería atacado por la aviación. Pese a que las fuerzas armadas retrasaron casi una hora el ataque para dar oportunidad a la renuncia, minutos antes de las doce del mediodía dos aviones Hunter Hawk dispararon. Los misiles estratégicos ingresaron por las ventanas específicas señaladas por la Comandancia para dar un efecto psicológico. El Palacio permaneció íntegro, salvo las llamas de un incendio. El Regimiento de blindados N° 2, actuó contra el Palacio. Los partidarios de Allende huyeron y se refugiaron, ofreciendo escasa resistencia, impactados por un operativo bélico que hacía gala de una táctica perfecta y fuerte cohesión de los hombres.
Aunque la izquierda chilena alega que el Palacio de Gobierno de Chile fue bombardeado sistemáticamente, EN REALIDAD SÓLO FUE ATACADO POR DOS MISILES; Y HUBO UN INCENDIO QUE NO GUARDA NINGUNA RELACIÓN
Resulta interesante releer el trabajo de investigación de Alain Ammar, experto en Latinoamérica, en su libro “Cuba Nostra, les secrets d´Etat de Fidel Castro”, en su análisis de las declaraciones de dos agentes de inteligencia cubanos: Daniel Alarcón y Juan Vives. El primero, alias “Benigno”, fue terrorista militante junto del Che Guevara en Bolivia. En la obra Ammar devela un impactante secreto respecto a la muerte del tirano chileno: asegura que Allende ni se suicidó ni murió bajo las balas de los “golpistas”, sino que en verdad fue ajusticiado en manos de uno de los agentes de sus guardaespaldas castristas.
Según la inteligencia cubana, Allende fue asesinado ¡POR SU PROPIO GUARDAESPALDAS proporcionado por los Castro!
La impactante declaración se oye de labios del sobrino de Osvaldo Dorticós Torrado, presidente funcional a Castro en los primeros días del golpe sangriento en Cuba. Vives, ex agente secreto del dictador caribeño, recuerda a Allende corriendo por los pasillos del segundo piso del Palacio de Gobierno, preso del miedo gritando: "¡Hay que rendirse!". Pero antes de que tomase una medida, el agente de Fidel y encargado directo de la seguridad del mandatario chileno, Patricio de la Guardia, esperó que Allende regresase a su gabinete y le disparó una ráfaga de ametralladora en la cabeza y acomodó entre las manos del mandatario un fusil regalado por Castro. La posición del cuerpo y trayectoria de los proyectiles fueron confirmadas posteriormente por el médico personal del dictador chileno. De la Guardia regresó al primer piso del Palacio -ya en llamas- y, reuniéndose con el resto de agentes castristas se dirigieron sin mayores problemas a la embajada cubana donde se asilaron. Ya en Cuba estuvo implicado junto con su hermano -Tony- en la parodia judicial del General Ochoa, pero no fue fusilado con los demás, presumiblemente por temor a que un documento comprometedor respecto a la muerte de Allende –depositado en un banco panameño- fuese develado en caso de la muerte del ex agente.
Esa jornada histórica no sólo destacó por el impecable asalto aéreo al Palacio de Gobierno. Ese 11 de septiembre fue marcado sobretodo por el mayoritario apoyo popular, que festejó en calles y viviendas el fin de los mil días más negros y dolorosos de su historia. La resistencia armada continuó los años siguientes en manos de guerrilleros que causaron bajas civiles y militares, obligando a las nuevas autoridades a reforzar las medidas de prevención, donde, sin duda, pudieron cometerse excesos al calor de las amenazas de la época y la herida abierta por los años anteriores. Sin embargo, el compromiso del gobierno militar de restaurar la legalidad y retornar a manos civiles el poder fue una garantía que se cumplió cabalmente a través de elecciones democráticas.
El gobierno del General Augusto Pinochet Ugarte, si bien cometió algunos excesos para prevenir el aumento del caos social generado por los socialistas, trajo a Chile más seguridad, restableció la prosperidad y la paz del país como garantía de un Estado fuerte dirigido por el Derecho y la Ley.
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El operativo militar del 11 de septiembre dejó un saldo de apenas doscientos muertos. Según fuentes de la izquierda, durante todo el período militar, desde el pronunciamiento de 1973 hasta las elecciones democráticas de 1989, sufrieron muerte cerca de 3.000 personas, de ambos bandos.
A un mes del pronunciamiento cívico militar, el dirigente kerenskista democratacristiano y luego primer presidente de la República tras las elecciones convocadas por el entonces Presidente Pinochet, declara al diario La Prensa, el 19 de octubre de 1973:
“La verdad es que la acción de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros no vino a ser sino una medida preventiva que se anticipó a un autogolpe de Estado, que con la ayuda de las milicias armadas con enorme poder militar de que disponía el gobierno y con la colaboración de no menos de diez mil extranjeros que había en este país, pretendían o habrían consumado una dictadura comunista”.
Eduardo Frei, quien llevó al poder a Allende e implantó las bases de la revolución socialista en Chile, escribía -al mes siguiente- al presidente de la Democracia Cristiana Internacional,
“Trataron de manera implacable de imponer un modelo de sociedad inspirado claramente en el marxismo-leninismo. Para lograrlo aplicaron torcidamente las leyes o las atropellaron abiertamente, desconociendo los Tribunales de Justicia (…). En esta tentativa de dominación llegaron a plantear la sustitución del Congreso por una Asamblea Popular y la creación de Tribunales Populares, algunos de los cuales llegaron a funcionar, como fue denunciado públicamente”.
Eduardo Frei Montalva (que en su mandato 1964-1970 abriera el camino al radicalismo comunista de Allende), terminó reconociendo que aquél era un tirano estalinista.
Sus palabras fueron posteriormente confirmadas por el Partido Democratacristiano:
“Cuando nos asesinaron a Pérez Zujovic pedimos que el Ejército se hiciera cargo de la investigación, enfrentamos a la UP propiciando una ley de Control de Armas y pidiendo a través de la Cámara de Diputados que las Fuerzas Armadas intervinieran, nuestros líderes Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin Azócar declararon que era imprescindible su actuación, una vez ya producida”.
No es de extrañar el posterior resumen que hizo el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR:
“Desde 1965 optamos por la vía armada, asaltamos bancos y pusimos bombas, organizamos nuestros frentes campesinos, de trabajadores y estudiantiles, nos tomamos cientos de fábricas y fundos, nos juntamos con el PS en el GAP, admiramos como los socios de la VOP asesinaban a Pérez Zujovic, tratamos de infiltrar el Ejército, resistimos desde el 73 y especialmente el 74, nos rehicimos más adelante para asesinar a numerosos militares y funcionarios del régimen de Pinochet”.
Una revisión, como se ve, coherente con la proclamada por el Partido Comunista de Chile, que declaraba:
“Desde mediados de los ‘60 organizamos nuestros cuadros paramilitares, apoyamos la invasión armada de Checoeslovaquia el ‘68, fundamos brigadas de choque e hicimos acopio de armamento desde el ‘70, nos tomamos cientos de fábricas y fundos, mantuvimos diarios que predicaban el odio día a día, resistimos desde septiembre de 1973, organizamos el Frente Manuel Rodríguez, introdujimos decenas de miles de armas el 86, atentamos contra Pinochet y asesinamos a numerosos militares y funcionarios de su régimen”.
Fuertes palabras que fueron corroboradas por el Partido Socialista, desde donde militaba Allende, en una revisión histórica:
“Desde 1965 en Linares y 1967 en Chillán optamos por la vía armada, organizamos nuestras milicias paramilitares y nuestras brigadas de choque, nos vinculamos con el MIR en el GAP, amparamos a miles de cubanos castristas, recibimos enormes ayudas de Fidel, nos tomamos cientos de fábricas y fundos [haciendas], tratamos de infiltrar la Armada, resistimos desde septiembre de 1973, retornamos en masa para organizar la protesta urbana en los ‘80, asesinamos numerosos militares y funcionarios del régimen de Pinochet”.
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Sin embargo, 30 años después, la izquierda restaurada en su sitial de poder, reescribe la historia, omite los hechos y pinta una apología allendista totalmente desconectada de la realidad. Esa leyenda áurea, a falta de trovadores soviéticos de la bajeza de un Pablo Neruda, contó esta vez con un apoyo mucho más precioso: milicias periodísticas y asesores de imagen y comunicaciones que triunfaron incruentamente sobre la población.
Declarar que Chile vivió mejor sin Allende, o que por su política y pensamiento Allende fue otro Hitler, es decir poco a la hora de hablar, con seriedad, de la historia.