Tomado de SANTO SACRIFICIO DE LA MISA.
A LA DESPEDIDA DE CRISTO, NUESTRO BIEN, DE SU MADRE SANTÍSIMA
Los dos más dulces esposos,
los dos más tiernos amantes,
los mejores madre e hijo,
porque son Cristo y Su Madre,
tiernamente se despiden,
tanto, que sólo en mirarse
parece que entre los dos
se están repartiendo el cáliz.
«Hijo –le dice la Virgen–
¡ay, si pudiera excusarse
esta llorosa partida,
que las entrañas me parte!
A morir vas, Hijo mío,
por el hombre que criaste:
que ofensas hechas a Dios,
sólo Dios las satisface.
No se dirá por el hombre
quien tal hace que tal pague,
pues que vos pagais por él
al precio de vuestra sangre.
Dejadme, dulce Jesús,
que mil veces os abrace,
porque me deis fortaleza
que a tantos dolores baste.
Para llevarnos a Egipto
hubo quien me acompañase,
mas para quedar sin Vos,
¿quién dejáis que me acompañe?
Aunque un ángel me dejéis,
no es posible consolarme:
que ausencia de un Hijo Dios
no puede suplirla un ángel.
Ya siento vuestros azotes
herir vuestra tierna carne;
como es hecha de la mía,
hace que también me alcance.
Vuestra cruz llevo en mis hombros,
y no hay pasar adelante,
porque os imagino en ella,
y, aunque soy vuestra, soy madre».
Mirando Cristo a María
las lágrimas venerables,
a la Emperatriz del cielo
responde palabras tales:
«Dulcísima Madre mía,
vos y yo dolor tan grande
dos veces le padecemos,
porque le tenemos antes.
Con vos quedo, aunque me voy:
que no es posible apartarse
por muerte ni por ausencia
tan verdaderos amantes.
Ya siento más que mi muerte
el ver que el dolor os mate:
que el sentir y el padecer
se llaman penas iguales.
Madre, yo voy a morir
porque ya mi Eterno Padre
tiene dada la sentencia
contra mí, que soy su imagen.
Por el más errado esclavo
que ha visto el mundo ni sabe,
quiere que muera Su Hijo;
obedecerle es amarle.
Para morir he nacido:
Él me mandó que bajase
de sus entrañas paternas
a las vuestras virginales.
Con humildad y obediencia,
hasta la muerte ha de hallarme.
La cruz me espera, Señora.
Consuéleos Dios; abrazadme».
Contempla a Cristo y María,
alma, en tantas soledades,
que ella se queda sin hijo,
y Él sin madre se parte.
Llega, y dile: «Virgen pura,
¿queréis que yo os acompañe?».
Que si te quedas con Ella,
el cielo podrá envidiarte.
LOPE DE VEGA. Obras Escogidas: Poesía y prosa, Ed. Aguilar, Madrid, 1946.
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