Actualmente presenciamos que muchas personas escogen (por ignorancia o con alevosía) que sus cadáveres sean cremados, y que la iglesia conciliar (la del Vaticano II) tolera (y hasta apoya) esta práctica. Pero, históricamente, muchos pueblos, culturas y religiones ven la cremación como una profanación. Y la Iglesia Católica, por su parte, ve la cremación como un rechazo tajante a la Fe (señal de Apostasía), negándole al que lo solicita los auxilios mortuorios.
Con todo, este tema despierta muchas preguntas, y por ello hemos publicado este artículo, para mostrar la historia de las prácticas fúnebres, y las razones de por qué los católicos NO ACEPTAMOS la cremación. (Artículo proveniente del web-site de la CONGREGACIÓN MARÍA REINA INMACULADA- Vía TRADICIÓN CATÓLICA).
Con todo, este tema despierta muchas preguntas, y por ello hemos publicado este artículo, para mostrar la historia de las prácticas fúnebres, y las razones de por qué los católicos NO ACEPTAMOS la cremación. (Artículo proveniente del web-site de la CONGREGACIÓN MARÍA REINA INMACULADA- Vía TRADICIÓN CATÓLICA).
PERSPECTIVA CATÓLICA SOBRE LA CREMACIÓN, POR EL PADRE BENEDICT HUGHES, CMRI
La historia del entierro frente a la cremación
Aunque los dos métodos de eliminación de
los muertos se encontraban entre los pueblos primitivos, el entierro
prevaleció en la mayoría de las culturas antiguas. Al menos en práctica,
la cremación era desconocida para los egipcios, fenicios, cartagineses,
persas, chinos, los habitantes del Asia Menor y hasta a los primeros
griegos y romanos. “Los Babilonios — según Heródoto —
embalsamaban a sus muertos, y los persas castigaban con la muerte tales
cosas como el intento de cremación, siguiéndose reglamentos especiales
en la purificación del fuego profanado” (Devlin, p. 481).
En la antigua Persia (y actualmente, en la religión mazdeísta), el fuego es considerado símbolo la presencia de Dios (por lo que para ellos, la cremación de cadáveres representa un sacrilegio).
La práctica del entierro en el Pueblo Escogido.
En particular, los judíos utilizaban exclusivamente la inhumación,
tolerándose algunas excepciones durante tiempos de pestilencia o guerra
(cf. I Reyes, 31:12). Los incidentes de entierro y de respeto por los
restos mortales son frecuentes por todo el Antiguo Testamento. Por
ejemplo, el libro del Génesis menciona los sepelios de Sara, Abrahán y
Raquel; sin embargo, es de particular interés la historia de los últimos
días de Jacob. Consciente de su final próximo, llamó Jacob a José su
hijo para que estuviera a su lado; le manifestó su deseo de ser
enterrado con sus antepasados, en la cueva que Abrahán había comprado, y
le pidió que le jurara cumplir su deseo. Después de su muerte, José
mandó embalsamar a su padre, y luego buscó el permiso del Faraón para
llevar el cuerpo a la tierra de Canaán y enterrarlo. Una gran caravana
compuesta de familiares, viajando en cuádrigas, escoltaron el cuerpo al
lugar de entierro (cf. Génesis, 47-50).
En la Biblia, se destaca la historia de los últimos días de Jacob como ejemplo del respeto que se debe tener ante los restos mortales de una persona (Cuadro “Jacob bendiciendo a los hijos de José”, por Juan Victors)
La muerte de
José es aún más interesante, ya que poco antes de morir hizo que los
jefes de las tribus le juraran que transportarían sus huesos de regreso a
la tierra prometida cuando fuesen liberados de Egipto: promesa que sus
descendientes cumplieron varios siglos después.
El entierro del profeta Eliseo, quien,
según el Cuarto Libro de Reyes, obró numerosos milagros, es aún más
sorprendente. Un año después de morir, el cuerpo de un hombre que había
muerto fue enterrado en el sepulcro de Eliseo, “y al punto que tocó los huesos de Eliseo, el muerto resucitó y se puso en pie” (4 Reyes, 13:21).
El acto de sepultar a los muertos denota la esperanza de la resurrección. (Cuadro “El milagro en la tumba de Eliseo”, por Juan Nagel)
La historia de Tobías. También
hay una historia en el Antiguo Testamento que me gustaría narrar
brevemente. Es la historia de un hombre santo llamado Tobías, relatada
en el libro bíblico que lleva su nombre. Durante el Cautiverio Asirio,
Tobías sepultaba secretamente los cadáveres de sus compatriotas, algo
que sus captores paganos habían prohibido so pena de muerte. Y aunque
Dios probó la fidelidad de Tobías (perdiendo éste la vista), como lo
había hecho con Job, al final fue recompensado de manera extraordinaria
por su caridad: el Arcángel Rafael se le apareció bajo la guisa de
hombre a fin de guiarlo en un largo viaje, protegerlo de toda desgracia,
encontrarle una esposa y librarla a ésta del demonio, recuperarle una
deuda y, por último, regresarlo sano y salvo a su padre, quien a su vez
le restauró la vista. Asombrados por su fortuna, Tobías y su padre le
ofrecieron a su bienhechor la mitad de sus riquezas, no sabiendo aún que
era ángel. San Rafael se reveló a sí mismo, diciendo: “Cuando tú
orabas con lágrimas, y enterrabas a los muertos, y te levantabas de la
mesa a medio comer, y escondías de día los cadáveres en tu casa, y los
enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tus oraciones” (Tobías,
12:12). Esta obra corporal de misericordia —de proveer entierros
convenientes a costa de la vida— es lo que le trajo a Tobías y a su
familia tales favores.
La caridad de Tobías al enterrar a los muertos, le alcanzó justificación y gracia ante Dios
La práctica de los romanos. Desde
la fundación de su ciudad hasta alrededor del año 100 a.C, los romanos
practicaron exclusivamente la inhumación. Luego comenzaron a utilizar la
cremación, especialmente para prevenir que sus enemigos exhumaran a los
soldados muertos y profanaran sus cuerpos. La cremación, sin embargo,
estaba reservada para los romanos más ricos; el pueblo pobre continuó
con el sepelio, ya que no podían adquirir las piras funerarias. Después
del año 63 a.C., se fundaron colonias judías en Roma, y a estos judíos
se les permitió tener sus propios cementerios. Eventualmente llegaron
también allí los cristianos, y, después que Nerón comenzó a perseguirlos
en el 64 d.C., empezaron a excavar fascinantes laberintos subterráneos
conocidos como catacumbas. Existen 60 catacumbas en las proximidades de
Roma y muchas de ellas tienen hasta tres o cuatro niveles de
profundidad. (Aunque las catacumbas romanas son las más conocidas,
también hay en Nápoles y Milán, y en partes de Francia, Grecia, Iliria, África y Asia Menor). Si se conectaran una con otra, las asombrosas
catacumbas romanas se extenderían por cientos de kilómetros, una hazaña
de una magnitud increíble, especialmente dados los tiempos de
persecución. Aun cuando las catacumbas sirvieron como lugares de
escondite y para el culto cristiano, su principal uso era como
cementerio para salvaguardar las tumbas cristianas contra la
profanación, especialmente desde que los cadáveres de cristianos fueran
algunas veces quemados en burla de su creencia en la vida futura.
Los primeros cristianos usaban las Catacumbas principalmente para darle sepultura a los mártires, y salvarlos de la profanación de los paganos
Con la conversión de Constantino en el
siglo cuarto, cesaron las persecuciones. Gradualmente, conforme el
cristianismo se expandía por el imperio, se descontinuaron las prácticas
paganas de la cremación, y cesó totalmente hacia el siglo quinto de ser
una forma aceptable para la eliminación de los cadáveres. Desde
entonces la cremación no existió en occidente hasta el siglo XIX, cuando
los librepensadores revivieron la práctica para atacar al cristianismo.
La oposición cristiana a la cremación
La oposición de los cristianos
primitivos a la cremación fue inspirada por motivos religiosos, ya que
la destrucción del cuerpo con fuego simbolizaba la aniquilación y la
concepción materialista de que la muerte es el fin absoluto de la vida
humana. En verdad, sus perseguidores paganos quemaban frecuentemente los cadáveres de mártires cristianos para burlarse de su creencia en la resurrección del cuerpo.
El cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Además, los cristianos primitivos comprendían la dignidad del cuerpo
humano, y su destrucción por medio del fuego les parecía una seria falta
de reverencia a lo que había sido templo del Espíritu Santo. Ungido en
el Bautismo, la Confirmación y la Extremaunción, y alimentado con el
alimento divino de la Sagrada Eucaristía, nuestro cuerpo queda
santificado. San Pablo declara: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros…? Glorificad, pues, a
Dios en vuestro cuerpo…” (I Co. 6:19-20).
A través de los Sacramentos, los cristianos obtenemos la gracia santificante, haciéndonos Morada del Espíritu Santo
Huelga decir que la destrucción por
fuego no impide que Dios, en el día de la resurrección, reúna los
elementos que hayan constituído un particular cuerpo humano. Sin
embargo, este hecho no excusa una falta de respeto hacia los cuerpos de
los difuntos. San Pablo compara el entierro del cristiano con la
siembra: “Lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción;
lo que se siembra en deshonra, resucitará en gloria; lo que se siembra
en debilidad, resucitará en poder; lo que se siembra en cuerpo animal,
resucitará en cuerpo espiritual” (I Co. 15:42-44). Cristo resucitó,
ciertamente, de entre los muertos después de su entierro, “y ha venido a
ser como las primicias de los que durmieron” (I Co. 15:20).
San Pablo, al hablar de la resurrección de los muertos, lo hace considerando que el entierro cristiano es como la siembra de una semilla corrupta que dará un cuerpo incorruptible
La palabra cementerio. La misma
palabra “cementerio” (en latín cœmentérium) es de origen cristiano, tomada del griego κοιμητήριον (koimeterion), que significa dormitorio. Nuestro uso de esta palabra,
entonces, indica la fe que tenemos en la resurrección del cuerpo, el
cual duerme en el cementerio hasta aquel triunfo final. Los fieles de
varios países tienen otros términos para cementerio; por ejemplo, en
Inglaterra, en tiempos de catolicismo, se llamaba “el acre de Dios”
[N. del T. Acre: medida inglesa de superficie.]; mientras que en Italia
al cementerio se le llama “campo santo”. Estos términos expresan esa
verdad de nuestra fe tan bien parafraseada por San Agustín: “La muerte
no es muerte para nosotros, sino sólo un sueño; a los que llamamos
muertos, guardan vigilia hasta su resurrección”.
En palabras del “Doctor de la Gracia” San Agustín, la muerte es sólo un sueño del cual despertaremos en el día de la resurrección
La tradición católica
En los escritos de los Padres de la
Iglesia, encontramos referencias de los entierros como expresión de
nuestra fe. Hasta Juliano el Apóstata: “…observando cómo consideraban los
cristianos el entierro de los muertos una obra corporal de misericordia,
…identificó el cuidado religioso de sus muertos como uno de los medios
por los cuales obtenían tantos conversos; y, por tanto, como una de las
primeras cosas a suprimirse si se iba a erradicar el cristianismo” (Rumble, p. 7).
¿No alabó Nuestro Señor la buena obra de María, quien ungió su cabeza y pies, al decir “esto lo ha hecho para mi entierro”?
Además, como dice San Agustín en La Ciudad de Dios, el evangelio ha
coronado con eterna alabanza a los que bajaron el cuerpo de Jesús de la
Cruz y diéronle honroso entierro. ¿Y qué de las bendiciones otorgadas a
las mujeres santas que fueron temprano el día primero de la semana para
ungir el cuerpo de Nuestro Señor?
A aquellos que descendieron de la Cruz el cuerpo de Jesús y le dispusieron un lugar digno para su sepulcro, se les concedió ser los primeros en contemplar la gloria de su Resurrección
Suelo consagrado. La reverencia
debida al cuerpo de los difuntos también se evidencía en el ritual de la
Iglesia para la dedicación de un cementerio, ceremonia llevada a cabo
por el Obispo o su delegado. La elaborada ceremonia consiste de
oraciones y cantos, durante la cual se rocía el suelo con agua bendita,
santificándolo como digno lugar de descanso para los cuerpos de los
fieles. El suelo consagrado se localiza normalmente cerca de la iglesia,
indicando el respeto que se le merece. Además, la ley eclesiástica
ordena que se coloque una barda o barrera alrededor del cemeterio,
segregándolo del suelo no consagrado y para mantener a los animales
fuera, no sea que se profane la santidad del cemeterio.
Los fieles siempre han deseado ser
enterrados en suelo bendecido por un sacerdote católico. El serle negado
un entierro católico o ser enterrado en suelo no consagrado es
considerado una de las mayores desgracias que le puede acaecer a uno. Es
por eso que el sacerdote, cuando lleva a cabo un entierro en un
cementerio no católico, siempre bendice la tumba individual como parte
de la ceremonia.
Resurgimiento del paganismo
Como ya se dijo, la práctica de la
cremación no fue revivida sino hasta el siglo XIX. Veamos cuáles fueron
las fuerzas que ocasionaron este cambio:
La edad de la razón. Los filósofos librepensadores del siglo XVII inauguraron un movimiento que llegó a conocerse como la “Edad de la Razón”,
pero que de hecho no fue sino el renacimiento del paganismo. El camino
fue allanado por los filósofos ingleses como Hobbes (fallecido en 1679) y
Locke (m. 1704) y por la inauguración de la Francmasonería en Londres
en 1717. Voltaire, filósofo francés, viajó a Londres para iniciarse como
francmasón en 1726 y, junto con Rousseau y Diderot, promovió la causa
del liberalismo secular en Francia, atacando violentamente a la Iglesia
y sus costumbres. Ésto dio fruto en la Declaración de los Derechos del
Hombre, promulgada durante la Revolución francesa. Como resultado, se
confiscaron y profanaron iglesias, se suprimieron órdenes religiosas, y
el sacrificio de la Misa fue sustituída por el culto de la “razón”.
Durante la Revolución francesa (inspirada y dirigida por la francmasonería), se atacó inmisericordemente las costumbres cristianas (entre ellas la inhumación de los cadáveres), tratando de remplazarlas con la filosofía paganizante de la Ilustración
De este movimiento surgió el Gobierno
Republicano ateo de Francia, que, en 1797, propuso el renacimiento de la
cremación como substituto del sepelio cristiano. Y aunque hubo
incidentes aislados de su uso, sin embargo, el movimiento no sería
popular por más de 75 años. Las costumbres no cambian fácilmente, pero
ya había nacido un movimiento. Se formaron sociedades para fomentar la
cremación de tal manera que se impresionara a la gente con la idea de
que todo se acaba con la muerte. La cremación se consideraba un símbolo
apto para el concepto naturalista de la aniquilación.
El movimiento crematorio. Para
justificar el movimiento crematorio, fueron utilizados varios
subterfugios: a la gente se le dijo que sería más sanitario, y que el
entierro podía causar contaminación de suelo, aire y agua, afirmaciones
que han sido probadas equivocadas. El verdadero motivo detrás del
movimiento, sin embargo, puede verse en una cita tomada de una
publicación masónica:
“Los hermanos de las logias deberán emplear todos los medios posibles para esparcir la práctica de la cremación. La Iglesia, al prohibir la incineración de los cuerpos está… meramente buscando preservar entre la gente las antiguas creencias de la inmortalidad del alma y de una vida futura: creencias hoy derribadas por la luz de la ciencia” (citado por M.A. Faucieux en Revue des Sciences Ecclesiastiques, 1886).
La cremación lleva implícita la filosofía hedonista py paganizante del “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
El primer crematorio de tiempos modernos
se construyó en Milán (Italia) en 1874. Al lector puede que le
sorprenda el hecho de que un país católico fuera el primero en tener un
crematorio. No obstante, un conocimiento de la historia moderna de
Italia nos provee fácilmente de la respuesta. En 1870 Mazzini y
Garibaldi, ambos masones del Gran Oriente, tuvieron éxito en la captura
de Roma y redujeron al papa Pío IX a prisionero en el Vaticano.
No es de extrañarse que José Mazzini (sentado) y José Garibaldi (ambos masones del grado 33º, R.E.A.A.) apresaran al Papa y establecieran una monarquía anticatólica en Italia (y en consecuencia, que se impusiera la cremación).
Con ello se estableció un gobierno profundamente anticatólico en Italia. Después de la construcción del primer crematorio, se establecieron otros por toda Europa y América.
Las leyes de la Iglesia
La autoridad de la Santa Madre Iglesia
no tardó en responder al movimiento crematorio. El 19 de mayo de 1886,
la Santa Sede expidió una fuerte condenación a todo intento por revivir
la práctica pagana de la cremación. El decreto prohibía estrictamente a
los católicos dar instrucciones para la cremación de sus propios cuerpos
o los de otros. Además, se les ordenó a obispos y sacerdotes instruir a
los fieles que la cremación es un abuso detestable, y a alentar a los
católicos a abstenerse de ella.
El 16 de diciembre del mismo año, la
Santa Sede promulgó otro decreto que es todavía más enfático. Ordena que
cualquier católico que haya sido cremado como efecto de su propia
voluntad, previamente expresada, han de reshusársele los ritos de un
entierro cristiano.
Finalmente, el 27 de julio de 1892, se
volvió a emitir otro decreto, el cual prohibía a los sacerdotes
administrar los últimos sacramentos a quien haya hecho arreglos para
cremar su cuerpo, a menos que se arrepintiera de su desafío a las leyes
de la Iglesia y haya cancelado tales arreglos. El Código de Derecho
Canónico (de 1917) expresa estos decretos en los cánones 1203 y 1240.
Código de Derecho Canónico, 1917. Canon 1203: Los cuerpos de los fieles han de ser enterrados, y la cremación está condenada. Si alguno ha ordenado en manera alguna cremar su cuerpo, será ilícito ejecutar su deseo; y si esta orden ha sido adjuntada a un contrato, a un último testamento o a cualquier otro documento, debe considerarse como inexistente.
Código de Derecho Canónico, 1917. Canon 1240 § 1: Las siguientes personas quedan privadas de un entierro eclesiástico, a menos que antes de morir hayan dado señales de arrepentimiento: [...] 5° Las personas que han dado instrucciones para la cremación de sus cuerpos.
Preocupaciones modernas
Aunque la Iglesia repetidas veces
condenó la incineración, ello no descarriló el movimiento crematorio. Al
contrario, se ha esparcido hasta el punto de que su práctica es muy
común en nuestros tiempos. En una consulta reciente, un director de
funerales le dijo al autor que en su funeraria hay tantas cremaciones
como entierros.
Razones para la cremación. ¿Por
qué tanta gente opta por la cremación, una práctica tan contraria a
nuestra naturaleza humana? Ciertamente, una de las razones son los
gastos. Una pequeña indagación hecha en una casa funeraria local
proporcionó la siguiente información: un funeral normalmente cuesta
$3,000 [dólares], mientras que la cremación tan sólo cuesta $865
[dólares]. ¡Qué diferencia! Además, mucha gente no se molesta en comprar
una parcela y vigilar que se conserve. Sin duda, la culpa también la
tiene nuestra falta de caridad por el difunto en nuestra época
materialista. Uno se maravilla de la belleza de tantos cementerios en
países europeos, donde la cultura católica ha inspirado a las
generaciones futuras a cuidar por las tumbas de sus antepasados. Hoy
muchos no quieren molestarse con dicha tarea. (Para contrarrestar
algunos de los argumentos suscitados en tiempos modernos, la Santa Sede emitió otro decreto en 1926).
El Cementerio de la Recoleta (Buenos Aires, Argentina) constituye uno de los ejemplos del cuidado y respeto a la memoria de los difuntos
La cremación no es intrínsecamente mala.
Es importante que los católicos entiendan que la cremación no es
intrínsecamente mala, y por tanto puede ser tolerada por la autoridad
eclesiástica por razones graves. Por el contrario, la Iglesia la condena
por causa de su simbolismo y porque fue promovida por los enemigos de
la fe con el propósito de expresar y avanzar la creencia materialista en
la aniquilación. Además, el entierro conviene más a la dignidad del
cuerpo y está en armonía con el amor y respeto por nuestros amigos y
parientes fallecidos.
En la Iglesia posconciliar. Hoy
la preponderancia de la cremación casi no estaría tan pronunciada si no
fuera por el Concilio Vaticano II. De hecho, la moderna Iglesia
posconciliar, en su Código de Derecho Canónico de 1983, permite
específicamente la cremación (“a menos que haya sido escogida por razones que son contrarias a la enseñanza cristiana”
canon 1176, §3). Consecuentemente, su práctica no está ya prohibida a
los miembros de la Iglesia posconciliar. Este hecho es sólo una prueba
más de que la Iglesia moderna no es de Dios, no es católica.
Conclusión
Los católicos han valorado por mucho tiempo los ritos del entierro cristiano; podríamos decir que esta apreciación es parte del Sensus Cathólicus,
y es algo que asimilamos a través de una vida devota de nuestra fe.
Como yo soy misionero, frecuentemente los fieles me preguntan si un
sacerdote estará allí con ellos cuando mueran, es decir, si tendrán un
funeral católico. Y las mismas veces me sorprendo al ver el alivio que
sienten cuando les aseguro que les proveeremos de un sacerdote para su
funeral y, si es posible, estar ahí en sus últimos momentos.
No olvidemos también que un funeral
católico es una gran bendición para los fieles que permanecen atrás. La
hermosa Misa de Difuntos; la bendición y la insensación del ataúd; las
maravillosas melodías gregorianas del Subveníte, el Líbera Me, y el In Paradísum;
y las oraciones finales en el lugar de entierro: todas estas cosas son
una gran bendición y consolación para los fieles que las atestiguan. No
sólo nos recuerdan de las grandes verdades de la eternidad, sino que
demuestra el amor materno de la Iglesia, la cual cuida de sus hijos
desde nuestro nacimiento hasta la tumba.
En tanto que poseemos muchos beneficios
como miembros de la Iglesia católica, el Cuerpo Místico de Cristo,
ciertamente uno de los mayores es el entierro cristiano, pues estamos
junto con nuestros semejantes en oración por el reposo de nuestra alma y
del sacerdote, el representante de Cristo, quien bendice nuestros
restos mortales antes de ser bajados a la tierra para allí pagar nuestra
deuda común por el pecado de Adán (“Recuerda hombre que polvo eres y al polvo regresarás”),
y para esperar el glorioso día de la resurrección, cuando nuestros
cuerpos mortales, ahora glorificados, se reúnan con nuestras almas, para
nunca más separarse. Estas son las verdades que vienen a la mente
cuando atestiguamos un entierro católico.
Fuentes
- Bouscaren, T. L. (1934). Canon Law, vol. I. Milwaukee: Bruce Publishing Co.
- Code of Canon Law in English Translation, The. (1983). Londres: Collins Liturgical Publications.
- Coriden, J. (1985). The Code of Canon Law, Texto y Comentario. Nueva York: Paulist Press.
- Devlin, W. (1908). “Cremation,” The Catholic Encyclopedia, vol. 4. Nueva York: Robert Appleton Company.
- Holy Bible, New Catholic Edition of the. (1957). Nueva York: Catholic Book Publishing Co.
- O’Sullivan, P. (E. D. M.). (1954). St. Philomena the Wonderworker. Lisboa: The Catholic Printing Press.
- Rumble, L., M.S.C. (1960). Is Cremation Christian? San Pablo: Radio Replies Press Society.
- Woywod, S., O.F.M. (1957). A Practical Commentary on the Code of Canon Law. Nueva York: Joseph F. Wagner, Inc.
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