«Ved pues lo que os escribo a todos: no querais amar al mundo, ni las cosas mundanas. Si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad o amor del Padre; porque todo lo que hay en el mundo, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, y soberbia u orgullo de la vida: lo cual no nace del Padre, sino del mundo. El mundo pasa, y pasa tambien con él su concupiscencia o todos sus atractivos. Mas el que hace la voluntad de Dios, permanece eternamente. Hijitos míos, esta es ya la última hora o edad del mundo [1]; y así como habeis oido que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho Anticristos: por donde echamos de ver, que ya es la última hora. De entre nosotros o de la Iglesia han salido, mas no eran de los nuestros o del número de los Verdaderos fieles: que si de los nuestros fueran, con nosotros sin duda hubieran perseverado en la fe; pero ellos se aportaron de la Iglesia, para que se vea claro que no todos son de los nuestros o que también hay entre nosotros falsos hermanos. Pero vosotros habeis recibido la unción del Espíritu Santo [2], y de todo estais instruidos. No os he escrito como a ignorantes de la verdad, sino como a los que la conocen y la saben; porque ninguna mentira procede de la verdad, que es Jesucristo. ¿Quién es mentiroso, sino aquel que niega que Jesús es el Cristo o Mesías? Este tal es un Anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo o no reconoce a Jesús por Hijo de Dios, tampoco reconoce al Padre: quien confiesa al Hijo, tambien al Padre confiesa o reconoce. Vosotros estad firmes en la doctrina, que desde el principio habeis oído: si os mantenéis en lo que oísteis al principio, tambien os mantendréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que nos hizo él mismo, la vida eterna [la cual consiste en la unión con el Padre y el Hijo]. Esto os he escrito en orden a los impostores, que os seducen. Mantened en vosotrĺs la unción divina, que de Él recibísteis. Con eso no teneis necesidad que nadie os enseñe; sino que conforme a lo que la unción del Señor os enseña en todas las cosas, así es verdad, y no mentira. Por tanto estad firmes en eso mismo que os ha enseñado. En fin, hijitos míos, permaneced en Él, para que cuando venga, estemos confiados de ser reconocidos por hijos suyos, y que al contrario no nos hallemos confundidos por él en su venida. Y pues sabeis que Dios es justo, sabed igualmente que quien vive según justicia, o ejercita las virtudes, es hijo legítimo del mismo». (Epístola 1.ª del Apóstol San Juan, cap. II, 15-29/Versión de Mons. Félix Torres Amat).
NOTAS
[1] Varios intérpretes creen que habla aquí San Juan de la ruina del pueblo judaico, destrucción de Jerusalén y su Templo, etc., todo como figura de la ruina universal del mundo. Véase cómo hablaba Jesucristo, Matth. XXIV, v. 24.—Joann. V, v. 43.
[2] Joann. XVI, v. 13.
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