domingo, 2 de diciembre de 2018

SANTA BIBIANA, VIRGEN Y MÁRTIR

«El mundo está crucificado para mí, y yo estoy crucificado para el mundo». (Gálatas 6, 14).
 
Santa Bibiana de Roma

La iglesia romana de Santa Bibiana existía ya en el siglo V. El “Liber Pontificális” afirma que fue dedicada por el Papa San Simplicio y que en ella se hallaban los restos de la santa. Sin embargo, no sabemos nada cierto acerca de la época y las circunstancias de su martirio. Los datos que dan sobre ella y su familia el Martirologio Romano y las lecciones del Breviario, están tomados de una leyenda posterior que no merece ningún crédito. Según dicha leyenda, Santa Bibiana fue martirizada en tiempos de Juliano el Apóstata. Había nacido en Roma. Era hija de Dafrosa y Flaviano, el prefecto de la ciudad. Sus padres eran muy buenos cristianos. Los perseguidores arrestaron a Flaviano, le quemaron el rostro con un hierro candente y le desterraron a Acquapendente, según se lee en el Martirologio Romano, el 22 de este mes. Después de la muerte de Flaviano, Dafrosa, que se mostró tan fiel a Cristo como su marido, estuvo encarcelada algún tiempo en su propia casa y finalmente fue decapitada. Bibiana y su hermana Demetria fueron castigadas con la confiscación de todos sus bienes, de suerte que durante cinco meses sufrieron grandes pobrezas. Las dos vírgenes pasaron ese tiempo en su casa, orando y ayunando. Durante el juicio, Demetria cayó muerta delante del juez. Este confió a Bibiana al cuidado de Rufina, mujer muy artera, para que poco a poco, la hiciese cambiar de parecer. Pero los halagos de Rufina se estrellaron contra la constancia de Bibiana. Viendo que no conseguía apartarla de la fe y de la práctica de la castidad, Rufina empezó a emplear métodos brutales que resultaron igualmente infructuosos. Finalmente, la santa falleció atada a una columna, mientras la azotaban con látigos cargados de plomo. Los verdugos abandonaron el cuerpo para que se lo comieran los perros. Pero al cabo de dos días, como los perros no se acercasen al cadáver, un sacerdote llamado Juan se lo robó durante la noche y lo sepultó cerca del palacio de Licinio, en la misma casa en que estaban enterradas su madre y su hermana. La tradición ha asociado el nombre de Juan con el de San Pimenio, quien fue tutor de Juliano el Apóstata antes de que éste abandonase la Iglesia. Cuando Juliano empezó a perseguir a los cristianos, Pimenio huyó a Persia. Más tarde, volvió a Roma y encontró en la calle al emperador. Este exclamó al verle: «¡Gloria sea dada a mis dioses y diosas por veros de nuevo!». El santo replicó: «¡Gloria sea dada a mi Señor Jesucristo, el nazareno que fue crucificado, porque no os he visto en mucho tiempo!». Juliano mandó que le arrojasen al punto al Tíber. Como lo ha demostrado Delehaye, esta leyenda procede de fábulas hagiográficas ligeramente más antiguas, en particular, que las relacionadas con la vida de los santos Juan y Pablo. Por otra parte, no es imposible que el nombre de Pimenio se derive de la palabra griega “poimén” (ποιμήν), que significa pastor; en ese caso, se trataría de la leyenda de “San Pastor”.

El P. Delehaye ha estudiado muy a fondo la leyenda de Santa Bibiana, en Étude sur le légendier romain (1936), pp. 124-143; en un apéndice publica el autor dos textos de particular importancia (pp. 259-268) titulados Pássio Sancti Pygménii y Vita Sancti Pastóris. En realidad, el personaje principal de esta leyenda es Pimenio o Pigmenio, no Bibiana. El Hieronymianum menciona a esta última. Véase también el artículo de M. E. Donckel, Studien über den Kultus der hl. Bibiana, en Romische Quartalschrift, vol. XLIII (1935), pp. 22-33; y Quentin, Les martyrologes historiques, pp. 494-495. Como la leyenda cuenta que Santa Bibiana estuvo encarcelada con unos locos, antiguamente se la veneraba mucho como patrona de los epilépticos y enfermos mentales.
  
MEDITACIÓN SOBRE EL DESPRECIO DEL MUNDO
I. No ames al mundo, no te dejes prender por sus caricias falaces; halaga a sus partidarios sólo para perderlos. Les presenta miel en copa de oro, pero esta miel está envenenada. El amor de Jesús, por el contrario, comienza por la amargura y termina en la dulcedumbre. Cristiano, has sido creado para el cielo, no olvides tu glorioso destino. «¿Qué haces en el siglo, hermano mío, tú que eres más grande que el mundo?». (San Jerónimo).
  
II. No temas al mundo. El temor tanto como el amor al mundo, desvía del servicio de Dios. El mundo es un insensato, un enemigo de Jesucristo; es imposible darle contento, hagas lo que hicieres. Si tienes un poco de valor, será impotente contra ti; triunfa sólo de los cobardes. Yo no quiero temeros sino a Vos, oh Dios mío; que hable el mundo como quiera, yo temeré tus juicios y no los suyos. No es el mundo, no son sus partidarios los que un día me juzgarán. Vos seréis, Señor, y Vos me juzgaréis no según las máximas del mundo, sino según los preceptos del Evangelio.
 
III. Hay que despreciar al mundo, pisotearlo; para lograrlo, basta considerar la vanidad de sus promesas y la manera cómo trata, todos los días, a sus más caros favoritos. ¿Qué les da en cambio de los sacrificios que se han impuesto, sino amargas decepciones? «El mundo nos grita que nada puede hacer por nosotros; Vos, Señor, prometéis socorrernos; ¡Y he aquí que nosotros dejamos a quien nos sostiene para correr tras quien nos abandona!». (San Agustín).
  
El desprecio del mundo. Orad por la paz entre las naciones cristianas.
  
ORACIÓN
Oh Dios, dispensador de todo bien, que habéis reunido en vuestra sierva Bibiana la flor de la virginidad con la palma del martirio, dignaos, por su intercesión, unir nuestros corazones a Vos con los vínculos de la caridad, a fin de que, libres de todo peligro, obtengamos las recompensas eternas. Por J. C. N. S. Amén.

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