«¿Pero qué diremos de los herejes de nuestro tiempo? ¿Por ventura degeneraron de sus antecesores? No, de hecho. Esta raza de hombres está íntimamente trasplantada por el demonio. Va por la boca de todo el mundo también el milagro de Calvino, del cual se cuenta que mató un hombre verdaderamente vivo, mientras que ya muerto le quiso resucitar simuladamente. Martín Lutero en vida y en muerte fue claro para los milagros. Hemos sabido por una carta de cierto Germán de Mansfeld, escrita en torno a la muerte de Lutero, cuanto sigue, y
dice así: Mientras él vivía, entre muchas otras cosas, en una colación y en una cena bebía un sextario (0,5468 litros) de vino dulce importado. Ello debe entenderse sin contar la cerveza y otras calidades de vino. En muerte, aparte de no haberse enfermado sino hacía pocas horas, murió con la boca torcida y con todo un costado ennegrecido. ¿Y no fue tal vez un gran milagro, que mientras transcurren los más grandes fríos suelen los cadáveres durar meses incorruptos, el de Lutero, al cuarto o quinto día, emanaba un hedor intolerable hasta el punto que fue encerrado con sumo cuidado en un ataúd de estaño? Poco más de cien años ha, murió San Lorenzo Justiniano, primer patriarca de Venecia, papista y monje. Como escribe quien viera el hecho, y experimentó sus milagros en su propio hijo, permaneció insepulto el santo por sesenta y siete días, emanando un suavísimo olor, incorrupto, como si viviera, con las mejillas rozagantes. Y él había enfermado de fiebre pútrida (tifo), por la cual los médicos creían que duraría sin hedor apenas una hora.
Tales milagros son propios de nuestros santos
¿Quién no admiraría la gracia de expulsar los demonios, de la cual estaba ornado Lutero? Oigamos a Federico Estáfilo [Predicador luterano que se convirtió al Catolicismo
en 1552 y contribuyó a la restauración de la Iglesia en Baviera y
Austria, N. del T.], que estuvo presente en toda la escena. Quiso una vez expulsar al diablo de una mujercilla. Pero inmediatamente fue espantado del demonio y reducido a tanta necesidad de cuerpo que debió a toda prisa escapar de allí. El demonio le cerró la puerta de la recámara en tal manera que a Estáfilo le fue necesario romper los batientes con el hacha y de ese modo abrirle camino al gran exorcista
Agrego un solo milagro mucho más reciente y más famoso, y termino.
Hace catorce años, entre la Hungría y Polonia, no lejos de la ciudad de Cracovia, uno de los hermanos evangélicos habíase sentido arder en gran deseo de propagar tal nueva doctrina. ¿Qué hizo? Quiso servirse hasta de un falso milagro para ruina de innumerables almas. Se puso de acuerdo con cierto Mateo y con su mujer, que Mateo en un día determinado sería llevado como muerto al sepulcro: y la mujer, como de costumbre, seguiría el cortejo fúnebre, mostrándose aflicta con mucho llanto simulado. El difunto fue llevado a la iglesia. Aquel nuevo Simón [Mago] sube al púlpito. Con un largo discurso amplifica la gloria del renaciente Evangelio. Afirma, que él está tan cierto y seguro de su doctrina, que no dudaba, que Dios mismo la confirmaría con un milagro. En la ocasión se acerca al difunto entonces llevado. Volviéndose, grita fuerte: “En nombre de Cristo, de cuyo evangelio hoy ho dado testimonio, levántate, Mateo”. Todos miran, Mateo no se levanta.
En voz más alta: “Levántate, digo, Mateo”. Pero ciertamente habría podido gritar hasta morir él mismo. Mateo ya había muerto de verdad, verdaderamente cayó al Infierno.
Estando así las cosas, ¿qué duda puede quedar sobre si los sectarios se burlan y desagradan a Dios, o no? ¿Quién no ve claramente en cuán oscura noche se encuentran aquellos que no solo no ven la Iglesia del Dios vivo, que refulge con nuevas luces de nuevos milagros en cada edad, y está puesta sobre el monte; sino que abusan de fingidos y falaces signos y prodigios, a fin de desviar de Ella los ojos de los Católicos? Reflexionad, por favor, con qué vehemencia ha atormentado los ojos enfermos de los herejes, el esplendor, la gloria, el fulgor de grandes milagros, por los cuales en todos los siglos la Iglesia Católica fue ilustre. Lutero no
sabía a qué partido apoyar. Deseó con extrema voluntad encontrar algo de apoyo en nosotros, aunque fuese con engaños. No se avergonzó de predicar milagro hasta en la vergonzosísima fuga del monasterio de
una monja virgen. Él dice: “Estos son verdaderos milagros. ¿Qué son las contorsiones y las expulsiones de demonios, si se confrontan con esta admirable obra de Dios?” ¡Ah, tinieblas palpables! ¡Oh castigo de ceguedad! ¡Oh pecado contra
el Espíritu Santo! ¡Atribuir a milagro divino una obra iniquísima, de gran infamia, lograda con arte diabolica! ¡Y ya! Quedaba esto, que quien había atribuido a prestigios de demonios las verdaderas obras de Dios, ahora con inaudita
blasfemia, adscribiese a Dios una obra clarísimamente diabólica. En verdad que Dios le ha golpeado con flagelo cruel, en su furor le ha golpeado con el flagelo de la ceguedad y de la obstinación, sí, por llamar bien al mal, y mal al bien. ¿Tales cosas son milagros? ¿Huir del monasterio, de monja devenir en apóstata, de virgen a prostituta, de esposa de Cristo a meretriz
del Anticristo? Se tienen a esos tales por milagros. Un milagro semejante
hizo Satanás, cuando de ángel bellíssimo y óptimo se hizo brutísimo y pésimo diablo: Estos milagros llenan el Infierno. Tales milagros son llorados por la Iglesia. Muy a menudo, muy fácilmente se hacen tales milagros».
SAN ROBERTO BELARMINO SJ. Gran Catecismo de la Doctrina Cristiana, cap. 7: De los milagros de los herejes.
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