I.
Señor, cuyo espíritu es tan bueno y tan dulce en todas las cosas, y que
sois tan misericordioso, que no solamente los sucesos prósperos, sino
también las desgracias mismas que llegan a vuestros elegidos son los
efectos de vuestra Misericordia, concededme la gracia de no comportarme
como pagano en el estado al que vuestra Justicia me ha reducido; que,
como verdadero Cristiano, os reconozca como mi Padre y mi Dios, en
cualquier estado en que me encuentre, puesto que el cambio de mi
condición no aporta nada a la vuestra, que Vos sois el mismo, aunque yo
sea sujeto a mudanza, y que no sois menos Dios cuando afligís y cuando
castigais, que cuando consolais y usáis de indulgencia.
II.
Vos me habéis dado la salud para serviros, y yo le he dado un uso
profano. Vos me enviáis en este momento la enfermedad para corregirme:
no permitais que la use para irritaros con mi impaciencia. He usado mal
mi salud, y Vos me habéis castigado justamente. No sufráis que use mal
de vuestro castigo. Y dado que la corrupción de mi naturaleza es tal que
me torna perniciosos vuestros favores, haced, ¡oh Dios mío!, que
vuestra Gracia todopoderosa torne salutíferos los castigos que me
enviáis. Si ha estado mi corazón lleno del afecto al mundo, ante el cual
he tenido algún vigor, aniquilad este vigor para mi salvación, y
volvedme incapaz de gozar del mundo, sea por la debilidad del cuerpo,
sea por celo de caridad, para no gozar sino a Vos solo.
III.
¡Oh Dios, ante quien debo rendir cuenta exacta de mi vida al final de
ésta, y al fin del mundo! ¡Oh Dios, que dejáis subsistir el mundo y
todas sus cosas para el disfrute de vuestros elegidos, o para castigar a
los pecadores! ¡Oh Dios, que dejáis endurecer a los pecadores en el uso
delectable y criminal del mundo! ¡Oh Dios, que hacéis morir nuestros
cuerpos, y que en la hora de la muerte separáis nuestra alma de todo lo
que amaba en el mundo! ¡Oh Dios, que me desprendéis en este último
momento de mi vida, de todas las cosas a las cuales me he aferrado, y
donde había puesto mi corazón! ¡Oh Dios, que debéis consumar en el
último día el cielo y la tierra, y todas las creaturas que contienen,
para mostrarle a todos los hombres que nada subsiste fuera de Vos, y que
nada es digno de amor sino Vos, puesto que nada es duradero sino Vos!
¡Oh Dios, que debéis destruir todos los ídolos vanos, y todos estos
funestos objetos de nuestras pasiones! Yo os alabo, Dios mío, y os
bendigo todos los días de mi vida, porque os plugo prevenir en mi favor
este día espantoso en que destruiréis a mi vista todas las cosas, en la
debilidad a que Vos me habéis reducido. Yo os alabo, Dios mío, y os
bendigo todos los días de mi vida, porque os plugo reducirme a la
incapacidad de gozar las dulzuras de la salud, y de los placeres del
mundo; y que vos habéis destruido en cierta manera, para mi beneficio,
los ídolos engañosos que Vos aniquilaréis efectivamente para la
confusión de los malvados en el día de vuestra cólera. Haced, Señor, que
me juzgue a mí mismo luego de esta destrucción que habéis hecho a mi
vista, a fin que no me juzguéis después de la entera destrucción que
haréis de mi vida y del mundo. Porque, Señor, como en el instante de mi
muerte me encontraré separado del mundo, desnudo de todas las cosas,
solo ante vuestra Presencia, para responder ante vuestra Justicia por
todos los movimientos de mi corazón, haced que me considere en esta
enfermedad como en una especie de muerte, separado del mundo, desnudo de
todos los objetos de mis apegos, solo ante vuestra Presencia para
implorar de vuestra Misericordia la conversión de mi corazón; y que así
tenga una extrema consolación de que me enviáis en este momento una
especie de muerte para ejercer vuestra Misericordia, antes que me
enviéis efectivamente la muerte para ejercer vuestro Juicio. Haced pues,
¡oh Dios mío!, que como habéis prevenido mi muerte, prevenga yo el
rigor de vuestra sentencia; y que me examine antes de vuestro Juicio,
para encontrar misericordia ante vuestra Presencia.
IV.
Haced, ¡oh Dios mío!, que adore en silencio la orden de vuestra
Providencia sobre la conducta de mi vida; que vuestro flagelo me
consuele; y que habiendo vivido en la amargura de mis pecados ante la
paz, guste las dulzuras celestiales de vuestra Gracia durante los males
salutíferos con que me afligís. Mas yo reconozco, Dios mío, que mi
corazón está tan endurecido y lleno de ideas, de cuidados, de
inquietudes y de apego al mundo, que la enfermedad no más que la salud,
ni los discursos, ni los libros, ni vuestras sagradas Escrituras, ni
vuestro Evangelio, ni vuestros más santos Misterios, ni las limosnas, ni
los ayunos, ni las mortificaciones, ni los milagros, ni el uso de los
Sacramentos, ni el sacrificio de vuestro Cuerpo, ni todos mis esfuerzos,
ni los de todo el mundo unidos, nada pueden para comenzar mi conversión
si Vos no acompañáis todas estas cosas con la extraordinaria asistencia
de vuestra Gracia. Es por eso, Dios mío, que me dirijo a Vos, Dios
Omnipotente, para pediros un don que ni todas las creaturas juntas
pueden concederme. Yo no tendría la osadía de dirigiros si algún otro
los pudiera satisfacer. Mas, Dios mío, como la conversión de mi corazón
que yo os pido, es una obra que que supera todos los esfuerzos de la
naturaleza, no puedo dirigirme sino al Autor y al Maestro todopoderoso
de la naturaleza y de mi corazón. ¿A quién llamaré, Señor, a quién
recurriré, sino es a Vos? Todo lo que no es Dios no puede llenar mi
expectación. Es a Dios mismo quien llamo y busco; es a Vos solo que me
dirijo para obteneros. Abrid mi corazón, Señor; entrad en esta plaza
rebelde que los vicios han ocupado. Ellos la tienen sujeta; entrad como
en la casa del fuerte (el demonio); pero atad previamente al fuerte y
poderoso enemigo que la controla, y tomad enseguida los tesoros que
hayan allí. Señor, tomad mis afectos que el mundo había robado; robadme
este tesoro, o mejor, recuperadlo, porque es a Vos quien le pertenece,
como un tributo que os debo, puesto que vuestra imagen está impresa. Vos
la habéis formado, Señor, en el momento de mi Bautismo que es como mi
segundo nacimiento; mas ella está toda borrada. La idea del mundo está
tan grabada que la vuestra no es más reconocible. Vos solo habéis podido
crear mi alma: Vos solo podéis crearla de nuevo. Vos solo habéis podido
formar vuestra imagen: Vos solo podéis reformarla, y reimprimir vuestro
retrato borrado, esto es, a Jesucristo mi Salvador, que es vuestra
imagen y el caracter de vuestra Substancia.
V. Oh
Dios mío, ¡qué corazón es tan feliz, que pueda amar un objeto tan amable
que no le deshonre en nada y cuyo apego a él es tan saludable! Sé que
no puedo amar al mundo sin disgustaros, sin perjudicarme ni deshonrarme;
y nada menos que el mundo es todavía el objeto de mi delectación. Oh
Dios mío, ¡qué alma es feliz porque Vos sois su delectación, puesto que
ella pudo abandonarse en vuestro amor, no solamente sin escrúpulo, sino
incluso con mérito! Que su felicidad es firme y duradera, puesto que su
esperanza no será frustrada, porque Vos no seréis destruido jamás, y que
ni la vida ni la muerte la separarán jamás del objeto de sus deseos; y
en el mismo momento que llevará a los malvados con sus ídolos a una
ruina común, unirá a los justos con Vos en una gloria común; y que, como
los unos perecerán con los objetos perecederos a los cuales se
aferraron, los otros permanecerán eternamente con el objeto eterno y
existente por sí mismo al cual se han unido estrechamente. ¡Ah! ¡Qué
felices son los que con toda libertad y una inclinación invencible de su
voluntad aman perfecta y libremente a Aquel a quinen están obligados a
amar necesariamente!
VI. Acabad, ¡oh Dios mío!, los
buenos movimientos que me dais. Sed en ellos el fin como sois su
principio. Coronad vuestros propios dones; porque yo reconozco que son
vuestros dones. Sí, Dios mío; y lejos de pretender que mis oraciones
tengan el mérito de obligaros a concedérmelos necesariamente, reconozco
muy humildemente que he dado a las creaturas mi corazón, que habíes
formado para Vos y no para el mundo ni para mí mismo, no puedo esperar
ninguna gracia sino de vuestra Misericordia, porque no tengo nada en mí
que Vos no me hayáis dado, y que todos los movimientos naturales de mi
corazón se dirijan hacia las criaturas o a mí mismo, no pueden menos que
irritaros. Os doy rendidas gracias, Dios mío, por los buenos
movimientos que me habéis dado, y por lo mismo que me habéis dado.
VII.
Tocad mi corazón con el arrepentimiento de mis faltas, porque, sin este
dolor interior, los males exteriores con que Vos tocáis mi cuerpo me
serán una nueva ocasión de pecado. Hacedme conocer bien que los males
del cuerpo no son otra cosa que la punición y la figura general de los
males del alma. Pero haced, Señor, que ellos sean también el remedio, y
me hagan considerar, en los dolores que siento, aquellos que no sentí en
mi alma, toda enferma y cubierta de úlceras. Porque, Señor, la más
grande de sus enfermedades es esta insensibilidad, y esta extrema
debilidad que le había privado de todo sentimiento de sus propias
miserias. Hacédmelas sentir vivamente, y que el resto de mi vida sea una
penitencia continua para lavar las ofensas que he cometido.
VIII.
Señor, aunque mi vida pasada ha estado exenta de grandes crímenes,
porque habéis alejado de mí las ocasiones, ella os ha sido no menos
odiosa por su negligencia continua, por el mal uso de vuestros
augustísimos Sacramentos, por el desprecio de vuestra Palabra y de
vuestras inspiraciones, por la ociosidad y la inutilidad total de mis
acciones y de mis pensamientos, por la entera pérdida del tiempo que me
habéis dado para adoraros, pabra buscar en todas mis ocupaciones los
medios para complaceros, y para hacer penitencia de las faltas que se
cometen todos los días, y que son ordinarias incluso a los más justos,
de suerte que su vida debe ser una penitencia continua sin la cual ellos
están en peligro de ser privados de su justicia. Así, Dios mío, os he
sido contrario siempre.
IX. Sí, Señor, hasta ahora he
sido sordo a vuestras inspiraciones: he despreciado vuestros oráculos;
he juzgado lo contrario a lo que Vos juzgáis; he contradicho las santas
máximas que habéis traído al mundo del seno de vuestro Padre Eterno, y
sobre las cuales juzgaréis al mundo. Vos dijísteis: «Bienaventurados los
que lloran, y desdichados los que tienen consuelo» (Lucas VI, 21 y 24).
Y yo me he dicho: «Desdichados los que lloran, y muy dichosos los que
son consolados». He dicho: «Felices los que disfrutan de una fortuna
ventajosa, de una reputación gloriosa y de una salud robusta». ¿Y por
qué los he reputado dichosos, si no porque todas estas ventajas les
brindan una facilidad muy amplia de gozar de las creaturas, esto es, de
ofenderos? Sí, Señor, confieso que he estimado la salud como un bien, no
porque ella es un medio fácil para serviros con utilidad, para consumir
mis atenciones y vigilias en vuestro servicio y para asistir al
prójimo; sino porque con su favor podía abandonarme con maneras de
retenerme en la abundancia de las delicias de la vida, t en mejor gustar
de los funestos placeres. Dadme la gracia, Señor, de reformar mi razón
corrompida, y de conformar mis sentimientos a los vuestros. Que me
considere dichoso en la aflicción y que, en la imposibilidad de salir,
purifiquéis en tal modo mis sentimientos que no repugnen más a los
vuestros; y que así os encuentre dentro de mí mismo, puesto que no puedo
buscaros afuera a causa de mi debilidad. Porque, Señor, vuestro Reino
está en vuestros fieles; y yo le encontraré en mí mismo si encuentro
vuestro Espíritu y vuestros sentimientos.
X. Pero,
Señor, ¿qué haría yo para obligaros a difundir vuestro Espíritu sobre
esta miserable tierra? Todo lo que soy os es odioso, y no encuentro nada
en mí que os pueda agradar. No veo nada, Señor, solamente mis dolores
que tienen alguna semejanza con los vuestros. Considerad pues los males
que sufro y los que me amenazan. Mirad con ojos de misericordia las
llagas que vuestra mano me ha hecho, ¡oh mi Salvador, que habéis amado
vuestros sufrimientos en la muerte! ¡Oh Dios, que os habéis hecho hombre
para sufrir más que hombre alguno por la salvación de los hombres! ¡Oh
Dios, que os habéis encarnado después del pecado de los hombres y que no
habéis tomado cuerpo sino para sufrir todos los males que nuestros
pecados han merecido! ¡Oh Dios, que amáis tanto los cuerpos que sufren,
que habéis elegido para Vos el cuerpo más abrumado de sufrimientos que
jamás ha habido en el mundo! Tened por agradable mi cuerpo, no por él
mismo, ni por todo lo que él contiene, porque todo es digno de vuestra
cólera, sino por los males que padece, que solamente pueden ser dignos
de vuestro amor. Amad mis sufrimientos, Señor, y que mis males os
inviten a visitarme. Mas para completar la preparación de vuestra
morada, haced, oh mi Salvador, que si mi cuerpo tiene algo en común con
el vuestro, que sufrió por mis ofensas, mi alma también tenga algo en
común con la vuestra, que ella esté entristecida por las mismas ofensas;
y que yo sufra con Vos, y como Vos, y en mi cuerpo, y en mi alma, por
los pecados que he cometido.
XI. Dadme la gracia,
Señor, de gozar vuestras consolaciones en mis sufrimientos, a fin de que
sufra como Cristiano. No pido ser exento de los dolores, porque ésta es
la recompensa de los Santos: pido no ser abandonado a los dolores de la
naturaleza sin las consolaciones de vuestro Espíritu, porque ésta es la
maldición de los Judíos y de los Paganos. No pido tener una plenitud de
consolación sin sufrimiento alguno, porque esta es la vida de la
gloria. No pido tampoco una plenitud de males sin consolación, porque
éste es un estado de Judaísmo; sino que os pido, Señor, sentir
enteramente en conjunto los dolores de la naturaleza por mis pecados, y
las consolaciones de vuestro Espíritu por vuestra gracia, porque éste es
el verdadero estado de Cristianismo. Que no padezca los dolores sin
consolación, si no que sienta los dolores y la consolación al tiempo,
para llegar finalmente a no sentir más que vuestras consolaciones sin
dolor alguno. Porque, Señor, antes de la venida de vuestro único Hijo,
Vos habéis dejado languidecer al mundo en los sufrimientos naturales sin
consolación: actualmente, por la gracia de vuestro único Hijo,
consolais y endulzais los sufrimientos de vuestros fieles; y colmais de
una purísima bienaventuranza a vuestros Santos en la gloria de vuestro
único Hijo. Estos son los admirables grados por los cuales conducís
vuestras obras. Vos me habéis sacado del primero: hacedme pasar por el
segundo, para llegar al tercero. Señor, esta es la gracia que os pido.
XII.
No permitáis que esté en tal distancia de Vos, que pueda considerar
vuestra alma triste hasta la muerte, y vuestro cuerpo abatido por la
muerte a causa de mis propios pecados, sin regocijarme de sufrir en mi
cuerpo y en mi alma. Porque, ¿qué habrá de más vergonzoso y de más
ordinario en los cristianos y en mí mismo, que mientras Vos derramasteis
vuestra Sangre para la expiación de nuestras culpas, nosotros vivamos
en los deleites; y que los Cristianos que hacen profesión de ser
vuestros, que los que por el bautismo han renunciado al mundo para
serviros, que los que han jurado solemnemente a la vista de la Iglesia
vivir y morir con Vos, que los que han profesado creer que el mundo os
ha perseguido y crucificado, que los que creen que os habéis expuesto a
la cólera de Dios y a la crueldad de los hombres para redimirlos de sus
crímenes; que aquellos, digo, que creen todas estas verdades, que
consideran vuestro cuerpo como la hostia que se entregó por su
salvación, que consideran sus placeres y los pecados del mundo como el
único objeto de vuestros sufrimientos, y al mundo mismo como vuestro
verdugo, busquen lisonjear sus cuerpos con esos mismos placeres, entre
ese mismo mundo; y que los que no podrían, sin estremecese de horror,
ver un hombre acariciar y querer al asesino de su padre que se había
entregado para darle la vida, puedan vivir como yo lo había hecho, con
una plena alegría en medio de un mundo que sé verdaderamente fue el
asesino de Aquél a quien reconozco por mi Dios y mi Padre, que se
entregó por mi propia salvación, y que llevó en su persona la pena de
nuestras iniquidades? Es justo, Señor, que hayais interrumpido una
alegría tan criminal que aquella en la cual reposaba a la sombra de la
muerte.
XIII. Apartad de mí, Señor, la tristeza que el
amor propio me pueda dar por mis propios sufrimientos, y las cosas del
mundo que no aprovechan las inclinaciones de mi corazón, que no mira
sino vuestra gloria. En cambio, poned en mí una tristeza conforme a la
vuestra; que mis dolores sirvan para aplacar vuestra ira. Hacedlos una
ocasión para mi salvación y conversión, servent à apaiser votre colère.
Faites-en une occasion de mon salut et de ma conversion. Que en adelante
no desee salud ni vida si no es para emplearla y consumirla por Vos, en
Vos y con Vos. No os pido ni salud ni enfermedad, ni vida ni muerte, si
no que dispongáis de mi salud y de mi enfermedad, de mi vida y de mi
muerte, para vuestra gloria, para mi salvación, y para la utilidad de la
Iglesia y de vuestros Santos, donde espero por vuestra gracia tener una
porción. Vos solo sabéis lo que más necesito: Vos sois el soberano
maestro, haced lo que queráis. Dadme, quitadme; mas conformad mi
voluntad a la vuestra; y que, con una sumisión humilde y perfecta, y con
una santa confianza, me disponga a recibir las órdenes de vuestra
providencia eter,a y que adore igualmente todo cuanto venga de Vos.
XIV.
Haced, Dios mío, que con uniformidad de espíritu siempre reciba
igualmente toda suerte de eventos, puesto que no sabemos lo que debemos
pedir, y que no pueda desear uno más que el otro sin presunción, y sin
volverme juez y responsable de las consecuencias que vuestra sabiduría
ha querido justamente ocultarme. Señor, sé que no sé si no una cosa: que
son buenos para el que os sirve, y que son malas para el que os ofende.
Después de esto no sé qué es mejor o peor en todas las cosas. No sé si
me es más provechosa la salud o la enfermedad, los bienes o la pobreza,
ni todas las cosas del mundo. Este es un discernimiento que supera las
fuerzas de los hombres y de los Ángeles, y que está oculta en los
secretos de vuestra providencia que adoro y que no quiero escrutar.
XV.
Haced pues, Señor, que tal como soy me conforme a vuestra voluntad; y
que estando enfermo como estoy, os glorifique en mis sufrimientos. Sin
ellos no puedo llegar a la gloria; y Vos mismo, Salvador mío, no habéis
querido llegar sino por ellos. Es por las señales de vuestros
padecimientos que habéis sido reconocido por vuestros discípulos; y es
por los sufrimientos que reconocéis también a los que son vuestros
discípulos. Reconocedme pues por vuestro discípulo en los males que
afronto en mi cuerpo y en mi espíritu por las ofensas que he cometido.
Y, puesto que nada es agradadable a Dios si no es ofrecido por Vos, unid
mi voluntad a la vuestra, y mis dolores a los que habéis sufrido. Haced
que los míos se conviertan en los vuestros. Unidme a Vos; llenadme de
Vos y de vuestro Espíritu Santo. Entrad en mi corazón y en mi alma, para
sufrir mis padecimientos, y para continuar completando en mí lo que os
faltó sufrir en vuestra Pasión, que completáis en vuestros miembros
hasta la consumación perfecta de vuestro Cuerpo; a fin que siendo
plenamente vuestro no sea más yo quien vive y sufre, sino que seais Vos
quien vive y sufre en mí, ¡oh mi Salvador!; y que así, teniendo alguna
pequeña parte en vuestros sufrimientos, me llenéis enteramente de la
gloria que ellos os adquirieron, en la cual vivís con el Padre y el
Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Œuvres de Blaise Pascal, Tomo II. París, imprenta general de Charles Lahure, 1864, págs. 28-34. Traducción nuestra
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