Como si no fuera suficiente oír las sandeces de los jesuitas arrupianos (con Bergoglio encabezando la lista), hallamos que el sacerdote-presbítero español Jesús Espeja Pardo OP, de 91 años de edad (ordenado sacerdote con el Rito Romano Tradicional el 22 de Diciembre de 1956), en una entrevista para el sitio web ultramodernista Religión Digital el 3 de Octubre de 2022 (presentando su más reciente libro “La eternidad en lo efímero: Evolución y esperanza”), aparte de negar el carácter sacrificial y expiatorio de la Crucifixión de Cristo y actualizar la herejía deuterovaticana de «Por la encarnación, Cristo se ha unido a todo hombre», llegó a decir: «Fuera del mundo no hay salvación, y la Iglesia debe conectar con él, no imponerse». He aquí sus palabras textuales:
«En el Concilio [Vaticano II] la mirada de la Iglesia, aun reconociendo el lado oscuro de la humanidad con todas las realidades entre las que vive, fue de simpatía y de solidaridad, consciente de que el mundo sigue acompañado y bendecido por el Creador. Esa mirada permite concluir que fuera del mundo no hay salvación. En consecuencia la Iglesia no debe imponerse al mundo sino conectar con los anhelos, gozos y sufrimientos de la sociedad humana, hacerlos suyos, y ofrecer de modo creíble el Evangelio para el desarrollo integral de la humanidad».
Espeja no acepta la Sagrada Escritura, que exhorta a «no querer conformarse con el siglo» (cf. Romanos XII, 2), sino «guardarse de la corrupción del mundo» (Santiago I, 21), porque «la amistad con el mundo es enemistad contra Dios, y cualquiera que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios» (cf. Santiago IV, 4).
A decir verdad, es de reír para no llorar que Espeja postule «Extra mundum nulla salus» (Fuera del mundo no hay salvación) cuando aun antes del Concilio Ladrón del Vaticano otros teólogos y prelados combatían contra el dogma «Extra Ecclésiam nulla salus» (Fuera de la Iglesia no hay salvación) en nombre de la mal llamada “Libertad de conciencia”, que ha conducido al indiferentismo religioso tantas veces y tan vehementemente condenado:
«Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo [Efesios IV, 5], entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo [San Lucas XI, 23] y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha [Símbolo de San Atanasio]; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él [San Jerónimo, Epístola 57]. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz? [En el Salmo contra la secta de Donato].De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error!, decía San Agustín [Epístola 166]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo [Apocalipsis IX, 3] del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio –por parte del pueblo– de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades» (PAPA GREGORIO XVI, Encíclica “Mirári vos”, # 9-10, 15 de Agosto de 1832).
«[La proposición] “Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que guiado de la luz de la razón juzgare por verdadera”: CONDENADA.[La proposición] “En el culto de cualquiera religión pueden los hombres hallar el camino de la salud eterna y conseguir la eterna salvación”: CONDENADA» (PAPA PÍO IX, Documento “Sýllabus errórum”, # 15-16, 8 de Diciembre de 1864).
«No es en manera alguna lícito pedir, defender ni conceder la libertad de pensar, escribir y enseñar, ni igualmente la libertad de cultos, como otros tantos derechos que la naturaleza haya dado al hombre. Porque, si verdaderamente los hubiera dado la naturaleza, habría derecho para negar el imperio de Dios y por ninguna ley podría ser moderada la libertad humana. Así que, al ofrecer al hombre esta libertad de cultos, se le da facultad para pervertir o abandonar impune una obligación santísima, y tornarse, por lo tanto al mal. Lo cual no es libertad sino depravación de ella y servidumbre del alma envilecida bajo el pecado» (PAPA LEÓN XIII, Encíclica “Libértas præstantíssimum”, # 50, 20 de Junio de 1888).
Ya es bueno que Espeja, con los 91 años que lleva a cuestas, piense que la muerte le puede llegar en cualquier momento, y llevarlo al Infierno por toda la eternidad.
Una vergüenza para Santo Domingo de Guzmán y Santo Tomás de Aquino.
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