Desde el 1 de Septiembre hasta el 4 de Octubre transcurre el “Jubileo de la Tierra” o “Tiempo de la Creación”, iniciativa creada por Bergoglio para conmemorar el quinto aniversario de su seudoencíclica “Laudato si’” y promover la sensibilidad hacia el tema ecológico.
A todas luces resalta (salvo para los ciegos voluntarios) que el ecologismo bergogliano está avanzando a una religión que sustituye la Naturaleza (personificada en la “Pachamama”, a la que rendían culto durante el Sínodo de la Amazonía) a Dios, aliena el justo espíritu católico de respeto a lo creado, abusa y ultraja todavía más al Seráfico San Francisco de Asís (de quien Bergoglio tomó el nombre para su pseudopontificado) al usarlo para cubrir de catolicismo esta fantochada panteísta.
Sí, PANTEÍSMO. El panteísmo del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, que decía en su carta del 25 de Enero de 1937 a su “amiguita” norteamericana Lucile Swan «¡Yo, ante todo y existencialmente, soy un panteísta nato!», y cuyas obras fueron condenadas como peligrosas por el Santo Oficio mediante la Advertencia del 30 de Junio de 1962, pero que Bergoglio, con su “Laudato si’” parece rehabilitar. Esta es la conclusión a que llega el profesor Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira en su artículo “Notas sobre la filosofía y la teología inaceptables de la Laudato si’”.
Pero, como sucede con todas las cosas de la secta modernista, la Iglesia Católica las ha previsto y condenado por anticipado. Y el ecologismo panteísta bergoglio-teilhardiano no es la excepción, porque las palabras de San Pío X en su siempre vigente encíclica Pascéndi Domínici gregis hablaron de esto como expresión del modernismo, summa ómnium hæréseon (compendio de todas las herejías):
«Agnosticismo este que no es sino el aspecto negativo de la doctrina de los modernistas; el positivo está constituido por la llamada inmanencia vital. […] Qué opinan realmente los modernistas sobre la inmanencia, dificil es decirlo: no todos sienten una misma cosa. Unos la ponen en que Dios, por su acción, está más íntimamente presente al hombre que éste a sí mismo; lo cual nada tiene de reprensible si se entendiera rectamente. Otros, en que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural. Por último, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación panteísta, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina. […] a un puro y descarnado panteísmo, conduce aquella otra teoría de la inmanencia divina, pues preguntamos: aquella inmanencia, ¿distingue a Dios del hombre, o no? Si lo distingue, ¿en qué se diferencia entonces de la doctrina católica, o por qué rechazan la doctrina de la revelación externa? Mas si no lo distingue, ya tenemos el panteísmo. Pero esta inmanencia de los modernistas pretende y admite que todo fenómeno de conciencia procede del hombre en cuanto hombre; luego entonces, por legítimo raciocinio, se deduce de ahí que Dios es una misma cosa con el hombre, de donde se sigue el panteísmo.[…]Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión. Por ello les aplauden tanto los racionalistas; y entre éstos, los más sinceros y los más libres reconocen que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y más eficaces auxiliares»
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