Publicado en Puebla de los Ángeles por la viuda de Miguel de Ortega en 1749, con licencia eclesiástica.
PRÓLOGO
¡Oh, cuánto mayor sería el número de los predestinados para la Gloria, si fuesen más los devotos de Señora Santa Ana!, porque ¿cómo es posible que no se empeñe todo el Empíreo en favorecer a los que de corazón la veneran? ¿Será honra de Cristo que lo vaya a blasfemar al Infierno quien almibaró muchas veces sus labios con el dulcísimo Nombre de su Abuela? ¿Será crédito de María que se le cierren las puertas del Paraíso a los que voluntariamente se hicieren esclavos de su madre? Y ya que el glorificar a Dios (que debe ser nuestro fin) como con quererla se glorifica; ya que el servir a María, como verdaderamente se sirve con amarla, no nos mueva, muévanos nuestro propio interés. ¿Qué no hará María con quien venerare aquellas entrañas en que fue concebida sin pecado? ¿Qué no hará con quien saludare aquellos pechos que le ministraron la leche y la sustancia que ella le dio después al Unigénito del Padre?
Señora Santa Ana manda en el Cielo como mandó en la tierra: está a su arbitrio el sello y firma del Rey, tiene de su mano a la que es la llave (no causa) de nuestra predestinación, ella dispone los tesoros de la Omnipotencia, como si fuesen suyos. Su compasión para con nosotros es necesaria: porque ¿no ha de dar consuelo a los tristes, si supo con la experiencia de veinte años lo que fue llorar y gemir? ¿No ha de socorrer a los necesitados, si se quitaba el pan de la boca para darlo a los pobres? ¿No ha de asistir con amor a los moribundos, habiendo merecido que su Hija le cerrase los ojos, después que ella también se los cerró a Señor San Joaquín? Pida quien se resolviere a ser devoto de Señora Santa Ana, pida imposibles y los verá conseguidos; y ya que por su tibieza o por su desgracia, o por sus ocupaciones no hallare tiempo para repetirle novenas, quizá habrá cada mes medio cuarto de hora para estas oraciones.
DÍA VEINTE Y SEIS DE CADA MES, DEDICADO A LA GLORIOSÍSIMA SEÑORA SANTA ANA, EN MEMORIA Y REVERENCIA DE SU FELICÍSIMA MUERTE
Delante de alguna Estampa o Imagen de Señora Santa Ana, se hará el Ejercicio que se sigue:
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
Oh Trinidad Beatísima, en quien creo, en quien espero, a quien adoro, amo y deseo servir con todas mis fuerzas, infinitas gracias te den todas tus Criaturas, porque después de haber elegido entre millares a mi Señora Santa Ana para teatro y paraíso de tus mayores deleites, dispuso tu misericordia que con el caudal de su continuo llanto, nos negociase un tesoro de tanta monta como María, y en ella la vida y el consuelo a los que gemimos en este valle de lágrimas. Suplícote humildemente que para no desmerecer su Patrocinio, al tiempo de morir no cesen nuestros ojos de llorar nuestras culpas.
Aquí se reza tres veces el Pater noster y el Ave María, con Gloria Patri.
Poderosísima Señora Santa Ana, Madre de María, Abuela dignísima del Redentor del mundo, desde esta hora, para la de mi muerte, te elijo por mi especial Abogada, y te ruego por aquel respeto y admiración con que los Serafines cercaron tu castísimo vientre al dar a luz a la verdadera Madre del Sol de Justicia: por aquellos sagrados éxtasis que padeció tu espíritu cuando te hallaste con ella entre los brazos: por aquellos dulces gozos con que te embelesaba al ministrarle tú la leche de tus pechos, que pues estás mirando en la Gloria lo mucho que pierde quien pierde a Dios, empeñes todo lo que vales, para que nuestra alma salga en paz de esta vida, y el favor que ahora te pido, si ha de ser para gloria de Dios, honra tuya y provecho mío.
Aquí, alentando la confianza cuanto se pueda, hace cada uno su petición especial a Señora Santa Ana.
Amabilísima Virgen María, Reina y Señora de los Ángeles, para comparecer en tu presencia no tengo más mérito que ser un pobre de los muchos que pedían limosna a las puertas de la Casa Santa de Nazaret. Tú, Señora, muchísimas veces por tus manos las repartiste. A ti por el siglo de tus Padres te la pidieron: ea, pues, Niña de mis ojos, una limosna por el amor de Señor San Joaquín, que te dio el ser que tienes después de Dios, un socorro por las entrañas y pechos de Señora Santa Ana, una gota de miel que me haga la muerte dulce, y antes de ella una migaja de aquel Pan que tú misma amasaste en tu purísimo vientre, y así Dios te conceda que todos se derritan en la devoción de tu Madre. Por último te ruego, que como a ella le cerraste los ojos en su felicísimo tránsito, así a mí y a todos los que la amamos nos los cierres desde ahora, para disponernos así a gozar eternamente de tu hermosura. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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