Poco tiempo después de que el beato Justino de Jacobis llegara a Etiopía, en 1839, conoció a Abba Ghebra Miguel [en Geʽez ገብረ፡ ሚካኤል, Siervo de San Miguel] monje de la disidente Iglesia de Etiopía, hombre de unos cincuenta años, que gozaba de gran renombre por su santidad y saber, pero que era mal visto por los otros monjes, ya que había manifestado una decidida inclinación hacia el catolicismo, lo cual se condenaba como un estigma, al considerarse como abertura hacia el arrianismo. Miguel no era sacerdote, pero había estudiado teología tan profundamente como se lo permitían las condiciones en su Iglesia, dedicado a la enseñanza y al estudio de los distintos monasterios. Las actividades de la delegación etíope a Egipto y Roma, de la que fue miembro Ghebra Miguel así como el beato Justino, fueron descritas en el artículo dedicado a éste. Después de aquellas experiencias y de sus largas conversaciones con el padre Justino (en una ocasión le preguntaron él y los otros delegados etíopes «si en Jesucristo, después de la unión, quedaban dos naturalezas». A la afirmativa del misionero católico, los tres objetaron: «Nuestros padres dicen que la naturaleza no puede estar sin la persona, ni la persona sin la naturaleza; en consecuencia, vos estáis obligado a admitir dos personas en Jesucristo». Naturalmente Justino replicó: «Si tal es vuestra enseñanza, ¿cómo en la Trinidad pueden ser tres personas en una sola naturaleza?», a lo cual quedaron los etíopes en silencio sin poder responder), Ghebra Miguel regresó convertido en miembro de la Iglesia católica a mediados de 1844.
El culto abisinio fue un auxiliar muy valioso para el padre de Jacobis, especialmente en lo que se refiere a la enseñanza de los naturales del país que aspiraban al sacerdocio. Juntos, redactaron un catecismo de la doctrina adaptado a las necesidades locales, tradujeron una obra de teología moral al amárico y establecieron un colegio del que se hizo cargo Ghebra Miguel. Esto sirvió de pretexto al abuna Salama III, jefe de la iglesia disidente, para atizar los sentimientos contra los “francos”. La campaña culminó con un decreto del gobierno para desterrar a los dos jefes, que se refugiaron en la isla de Massawa. Allí fue donde Mons. Guillermo Massaia consagró obispo al padre de Jacobis. Este se las arregló para retornar ocultamente al territorio de su misión y su primer acto episcopal fue la ordenación sacerdotal de Ghebra Miguel, en 1851. Siguió un período de sorprendentes éxitos en el trabajo de conversión de los disidentes. Pero entonces estalló la rebelión del caudillo Kassa Hailé Giyorgis [en Geʽez ካሳ፡ ኃይሉ፡ ጊዮርጊስ, Restitución del poder de San Jorge] que se apoderó de la colonia y ocupó el trono con el nombre de Teodoro II, inmediatamente se desató la persecución contra la Iglesia.
El culto abisinio fue un auxiliar muy valioso para el padre de Jacobis, especialmente en lo que se refiere a la enseñanza de los naturales del país que aspiraban al sacerdocio. Juntos, redactaron un catecismo de la doctrina adaptado a las necesidades locales, tradujeron una obra de teología moral al amárico y establecieron un colegio del que se hizo cargo Ghebra Miguel. Esto sirvió de pretexto al abuna Salama III, jefe de la iglesia disidente, para atizar los sentimientos contra los “francos”. La campaña culminó con un decreto del gobierno para desterrar a los dos jefes, que se refugiaron en la isla de Massawa. Allí fue donde Mons. Guillermo Massaia consagró obispo al padre de Jacobis. Este se las arregló para retornar ocultamente al territorio de su misión y su primer acto episcopal fue la ordenación sacerdotal de Ghebra Miguel, en 1851. Siguió un período de sorprendentes éxitos en el trabajo de conversión de los disidentes. Pero entonces estalló la rebelión del caudillo Kassa Hailé Giyorgis [en Geʽez ካሳ፡ ኃይሉ፡ ጊዮርጊስ, Restitución del poder de San Jorge] que se apoderó de la colonia y ocupó el trono con el nombre de Teodoro II, inmediatamente se desató la persecución contra la Iglesia.
Ghebra Miguel y cuatro compatriotas suyos fueron arrojados en prisión y amenazados con la tortura para que renegaran de su religión. Desde un principio se negaron y, durante un período de nueve meses, a intervalos regulares eran llevados desde su inmunda celda a presencia de Teodoro II y su metropolitano Salama para ser interrogados y amenazados de nuevo. Cada vez que demostraban su firmeza, eran brutalmente azotados con unos látigos hechos con rabos de jirafa (las cerdas de los rabos de las jirafas son como alambres de acero) y se los sometía a otros tormentos. «En cuestiones de la fe», decía Ghebra Miguel al metropolitano Salama, «yo tengo que estar en el campo opuesto al tuyo, pero en lo que concierne a la caridad cristiana, creo que sólo te he hecho el bien». Por cierto que, gracias a la intervención de Ghebra Miguel, pocos años antes, se desterró a Salama en vez de ejecutarlo. En marzo de 1855, Teodoro II emprendió una expedición contra el gobernador de Shoa y no quiso dejar atrás a Ghebra Miguel que, encadenado, se fue en la comitiva del rey usurpador. El 31 de marzo, se hizo un último intento para que se sometiera y renegara de su fe. En la sala del tribunal se negó y fue condenado a muerte. El cónsul inglés, Walter Chichele Plowden, quien había apoyado la usurpación de Teodoro, se hallaba presente en el juicio e interpuso una suspensión de sentencia en favor de Ghebra Miguel, que fue aceptada: se cambió su condena a muerte, por la de prisión perpetua. Por intermedio de un amigo, envió un mensaje conmovedor a los otros prisioneros en Gondar, con estas palabras: «Permaneced firmes para morir en vuestra fe. No tengo esperanzas de volver a veros en esta tierra. Si me matan, moriré por dar el testimonio de mi fe; si me dejan con vida, no cesaré de predicarla». Decrépito por su avanzada edad, agotado por los sufrimientos y los malos tratos, Ghebra Mikael cargado de cadenas, fue arrastrado de un lugar a otro, en la comitiva del rey; jamás se quejaba; siempre demostraba su serenidad y su abnegación, hasta el punto de renunciar a la ración alimenticia que le correspondía, para darla a otros presos que padecían tanto como él; así se conquistó la estimación de todos los que le conocieron, incluso de los guardias. Contrajo el cólera, pero se recuperó; hasta que por fin, al cabo de 3 meses de semejante existencia, el 28 de agosto de 1855 se tendió a un lado del camino para morir… Sus guardias se apresuraron a quitarle los grilletes y lo sepultaron. Ghebra Miguel, considerado siempre como un mártir, fue beatificado el 3 de octubre de 1926.
Hay una biografía en francés sobre este mártir, escrita por Jean-Baptiste Coulbeaux CM (Ghebra Michael: un martyr abyssin, 1902) y otra en italiano, por Ernesto Cassinari CM (Il beato Ghebre-Michael, prete abissinio della Congregazione della Missione, 1926). Véase también el estudio de Georges Goyau en The Golden legend overseas (Londres, 1931) y el Book of Eastern Saints (Milwaukee, 1938) por Donald. Attwater, pp. 1 36-147. Cf. la bibliografía del Beato Justino de Jacobis.
ORACIÓN (De la Orden de San Vicente de Paúl).
Oh Dios, que misericordiosamente condujiste a tu bienaventurado Mártir Ghebra Miguel al conocimiento de la fe verdadera, concédenos por sus méritos y oraciones, que todos los pueblos te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien Tú enviaste, Jesucristo Nuestro Señor, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
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