Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH.
Cándidos comentarios sobre el Concilio…
“CARDENAL” AVERY DULLES EN 1976: «EL VATICANO II REVERSÓ EL MAGISTERIO PREVIO, Y MOSTRÓ EL VALOR DEL DISENSO».
No se necesita una confirmación más, pero no hace daño: Sí, el Vaticano II representa una genuina desviación del magisterio Católico Romano.
Tan atrás como 1976, el P. Avery Dulles SJ (1918-2008) reconoció cándidamente que el Concilio Vaticano II (1962-65) había contradicho y reversado
el magisterio Católico anterior en diversos puntos significativos de
doctrina y disciplina. Esta admisión es notable porque la mayoría de
defensores “ortodoxos”
del concilio afirman que una “interpretación correcta” mostrará la
continuidad con la enseñanza previa y desbancará las alegaciones de
ruptura.
Adicional
a su sincera afirmación de la obvia discontinuidad conciliar con el
magisterio anterior, Dulles también contrastó el trato
pre-conciliar para con los “Nuevos Teólogos” —quienes, porque sostenían
algunas de las mismas ideas que después fueron aceptadas por el
concilio, fueron silenciados y puestos bajo sospecha por el Santo Oficio
bajo el Papa Pío XII en la década de 1950— con la rehabilitación
eufórica de la iglesia deuterovaticana de estos mismos personajes.
Antes de mirar exactamente lo que Dulles dijo, aquí está un poco de información contextual.
Avery
Dulles fue un sacerdote y teólogo de los Estados Unidos. Él fue
ordenado para la Compañía de Jesús (Jesuitas) el 16 de Junio de 1956, y
fue creado “cardenal” por el Antipapa Juan Pablo II en 2001 en el mismo desafortunado consistorio en el que cierto Jorge Bergoglio recibió también el capelo rojo.
El padre Avery está emparentado con John Foster Dulles, Secretario de Estado de los Estados Unidos entre 1953-1959, y Allen Welch Dulles, director de la CIA entre 1953-1961.
Como se detalla en su página de Wikipedia,
el padre Dulles tuvo una impresionante carrera académica. Hasta su
muerte en 2008,
él fue considerado una voz teológica importante en la Iglesia del
Vaticano II y tuvo una reputación generalizada de ser parte del campo
conservador.
Entre 1975 y 1976, Dulles fue presidente de la Sociedad Teológica Católica de Estados Unidos. En ese cargo, dio un discurso en su XXXI convención anual,
en la cual habló sobre el papel del teólogo católico y el magisterio. Es
de esta conferencia que presentaremos ahora un fragmento.
Hablando
en Junio de 1976, casi 11 años después de la clausura del Vaticano
II, el P. Dulles no ahoró palabras sobre cómo el concilio difiere del
magisterio preconciliar y cuán operativo fue en legitimizar el disenso
magisterial:
«Indirectamente, […] el Concilio trabajó poderosamente para minar la teoría autoritaria [respecto a la necesidad de la leal sumisión al magisterio] y para legitimar el disenso en la Iglesia. Esto lo hizo en parte insistiendo en la libertad necesaria del acto de fe y atribuyendo un rol primario a la conciencia personal en la vida moral. En contraste, la doctrina neoescolástica del magisterio, con su fuerte realce de la obediencia intelectual, minimiza el valor del entendimiento y la madurez en la vida de fe [sic].
De la mayor importancia para nuestro propósito, el Vaticano II reversó calladamente las posturas previas del Magisterio Romano en varios asuntos importantes. Los ejemplos más obvios son bien conocidos. En los estudios bíblicos, por ejemplo, la Constitución sobre la Divina Revelación [Dei Verbum] aceptó un acercamiento crítico al Nuevo Testament, apoyando así las iniciativas previas de Pío XII y liberando a la Iglesia, de una vez por todas, del íncubo de los primeros decretos de la Comisión Bíblica. En el Decreto sobre el Ecumenismo [Unitátis Redintegrátio], el Concilio saludó cordialmente al movimiento ecuménico e involucró a la Iglesia Católica en la gran búsqueda de la unidad cristiana, poniendo así fin a la hostilidad consagrada en Mortálium ánimos de Pío XI. En las relaciones Iglesia-Estado, la Declaración sobre la Libertad Religiosa [Dignitátis Humánæ] aceptó el Estado religiosamente neutral, reversando así la opinión previamente aprobada que el Estado debería profesar formalmente la verdad del Catolicismo. En la teología de las realidades seculares, la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo moderno [Gáudium et Spes] adoptó una visión revolucionaria de la historia y un optimismo modificado respecto a los sistemas seglares de pensamiento, terminando así más de un siglo de vemente denuncia de la civilización moderna.
En resultas de estas y otras revisiones de posturas previamente oficiales, el Concilio rehabilitó a muchos teólogos que habían sufrido bajo severas restricciones respecto a su capacidad para enseñar y [ser] publicados. Los nombres de John Courtney Murray, Teilhard de Chardin, Henri de Lubac, e Yves Congar, todos bajo una nube de suspicacia en los 1950’s, súbitamente fueron rodeados con un halo brillante de entusiasmo.
Por su práctica actual de revisionismo, el Concilio enseñó implícitamente la legitimidad e incluso el valor del disenso. En efecto, el Concilio dijo que el magisterio ordinario del Romano Pontífice ha caído en error y había dañado las carreras de teólogos leales y capaces. Los pensadores que han resistido la enseñanza oficial en el período preconciliar fueron los principales precursores del Vaticano II». (Rev. Avery Dulles SJ, “Discurso presidencial: El teólogo y el Magisterio”, en Proceedings of the Catholic Theological Society of America, vol. 31, págs. 240-241; subrayado añadido).
Estas palabras son elocuentes. Dulles no solo está señalando los
cambios en la enseñanza magisterial, también está claramente
aprobándolas. Además, sus palabras parecen estar chorreando desprecio
hacia la autoridad docente Católica preconciliar (y única verdadera).
Dulles fue definitivamente un hombre del Vaticano II.
Unas pocas observaciones respecto al texto.
Primero,
nota que Dulles afirma que el reversazo deuterovaticano del magisterio
anterior tuvo lugar “calladamente”. En otras palabras, el concilio no
reconoció primero la doctrina previa y entonces procedió a modificarla o
contradecirla. En cambio, simplemente enseñó las nuevas ideas y estaba
esperando que nadie lo notara (o al menos no lo cuestionara). Es por eso
que el Decreto conciliar sobre el Ecumenismo,
por ejemplo, no hace ninguna referencia a los pronunciamientos
doctrinales preconciliares o medidas disciplinarias condenando y
oponiéndose a los esfuerzos ecuménicos en la unidad religiosa.
Simplemente los ignoró. Entre los documentos previos que el concilio pudo haber citado están los siguientes:
- Papa Pío IX, Carta del Santo Oficio a los Obispos ingleses sobre la Unidad Cristiana (1864)
- Papa Pío IX, Instrucción del Santo Oficio a los anglicanos puseyitas sobre la verdadera Unidad religiosa (1865)
- Papa Pío IX, Carta Apostólica Jam Vos Omnes (1868)
- Papa León XIII, Encíclica Præclára Gratulatiónis Públicæ (1894)
- Papa Pío XI, Encíclica Mortálium Ánimos (1928)
- Papa Pío XII, Advertencia canónica Cum Compértum sobre la asistencia a encuentros ecuménicos (1948)
- Papa Pío XII, Instrucción De Motióne Œcuménica sobre el Movimiento Ecuménico (1949)
Segundo, el hecho que Dulles usara una palabra como “íncubo” para referirse a los decretos de la Pontificia Comisión Bíblica,
establecida por el Papa León XIII en 1902 para asegurar la
interpretación doctrinalmente sólida de la Palabra Escrita de Dios, es
un testimonio de la actitud desdeñosa de muchos eclesiásticos
novusordianos hacia la sagrada autoridad de la Sede Apostólica.
Tercero,
mencionando la rehabilitación de John Courtney Murray,
Teilhard de Chardin, Henri de Lubac e Yves Congar, Dulles está
confirmando más la ruptura que el Vaticano II representa con respecto a
lo que antes era enseñado y creído. Cuando la misma gente que era tenida
como sospechosa de herejía, o cuando menos le había sido prohibido
escribir o enseñar debido a su disenso de la recta doctrina, súbitamente
se hacen los teólogos estrellas para un concilio ecuménico (putativo)
pocos años después, lo que realmente demuestra es que hubo una ruptura
en materia teológica (Por cierto: para ver cuánto respeto tuvo el padre Congar por el Santo Oficio que estaba censurándolo, esta historia te dará una idea).
Cuarto, Dulles señala perspicazmente que al cambiar la doctrina católica, el Vaticano II legitimizó (y recompensó)
el disenso del magisterio. El mensaje enviado por el Concilio fue tan duro como claro: «Disentir
de la doctrina Católica es bueno y valioso, y ¡puede eventualmente ser
recompensado! ¡Sigue discrepando, porque eventualmente la doctrina puede
cambiar y tú serás vindicado en tu descreencia y desobediencia!».
Con todo, aquí los modernistas deuterovaticanos caen en la misma fosa que han cavado para otros
(cf. Salmo 7:16), porque alentando el disenso, el concilio no solo minó
el fundamento de toda autoridad magisterial; también se minó a sí
mismo. Porque si la doctrina Católica de siglos puede ser subvertida,
entonces con más razón puede serlo la enseñanza de un concilio de los
años 1960s. Si el disenso del magisterio pre-Vaticano II es legítimo,
entonces también lo es disentir del concilio mismo y el magisterio
post-conciliar. Entonces cada creyente se hace su propio magisterio, y
eso es esencialmente lo que hemos visto en las décadas pasadas: La
mayoría de novusordianos hacen lo que les venga en gana sobre fe y
costumbres, con pocas excepciones, la idea de leal sumisión a la Iglesia
no existe en Novusordolandia.
Hablando tan
francamente sobre el súperpropagador de disenso que fue el Vaticano II,
el P. Dulles ha hecho al mundo un gran favor. Con todo, de ninguna
manera fue el único en hacerlo.
Por ejemplo, Joseph M. White escribió en 1990 que Mons. Joseph Clifford Fenton,
un leal teólogo antimodernista en los Estados Unidos, batalló contra
“el teólogo jesuita John Courtney Murray por la interpretación heterodoxa de este de la doctrina eclesiástica sobre las relaciones iglesia-estado” (The Diocesan Seminary in the United States: A History from the 1780s to the Present
/ El Seminario diocesano en los Estados Unidos: una historia desde 1780
hasta el presente,
pág. 333; subrayado añadido), declarando además que “la posisión
disidente de Murray fue adoptada en la Declaración de Libertar Religiosa
en el Concilio Vaticano II en 1964, y las posiciones de Fenton han sido
eclipsada” (ibid. Ver escaneado aquí). En otras palabras, el Vaticano II adoptó la posición heterodoxa, mientras la postura Católica, defendida por Fenton, fue abandonada. Eso nos dice todo lo que necesitamos saber.
El padre jesuita Francis Sullivan (1922-2019) es otro teólogo que reconoció cándidamente que
«en varios asuntos importantes, el concilio se apartó claramente de la doctrina papal previa. Uno solo tiene que comparar el Decreto sobre el Ecumenismo con una encíclica como Mortálium ánimos del Papa Pío XI, o la Declaración sobre la Libertad Religiosa con la enseñanza de León XIII y otros papas sobre la obligación vinculante de los gobernantes Católicos de naciones Católicas para suprimir el evangelismo protestante, para ver con quél libertad la libertad del Concilio Vaticano II reformó la enseñanza papal» (Francis A. Sullivan SJ, Magisterium: Teaching Authority in the Catholic Church / Magisterio: Autoridad docente en la Iglesia Católica [Mahwah, NY: Paulist Press, 1983], pág. 157)
“Mons.” Thomas Guarino concede esto también:
«Seguramente el concilio representa un volte-face [viraje] sobre el ecumenismo. Mortálium ánimos arroja duda sobre toda la empresa ecuménica, prohíbe a los Católicos involucrarse en el movimiento y está cerca [sic] de llamar al protestantismo “una falsa Cristiandad, extraña a la única Iglesia de Cristo”… En contraste, el Decreto sobre el Ecumenismo [Unitátis Redintegrátio del Vaticano II] acoge cálidamente el ecumenismo, alentando la participación inteligentey activa en él (UR §4). La discontinuidad entre los dos documentos es la fuente de consternación para algunos [sic] Católicos» (Thomas G. Guarino, The Disputed Teachings of Vatican II: Continuity and Reversal in Catholic Doctrine / Las doctrinas disputadas del Vaticano: Continuidad y Reversa en la Doctrina Católica [Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans, 2018], págs. 108-109)
Guarino procede entonces a intentar suavizar y justificar esta reversa, pero eso aquí no tiene importancia. El punto es que hay claramente
discontinuidad, hay ruptura, hay contradicción entre el Vaticano II y
el Magisterio precedente, y aun algunos teólogos “ortodoxos”
novusordianos quieren decir eso.
Todo esto va a mostrar que no estamos bregando con el desarrollo doctrinal sino con la corrupción doctrinal.
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