Artículo publicado por el abogado Atilio Carlos Neira en 1980-1981.
EL “EVANGELIO DEL TRABAJO”, DE KAROL WOJTYŁA
«Nólita ero sollíciti esse in crastínum, Crastínus enim dies sollícitus erit sibi ipsi: súfficit diéi malítia sua» [1].
La primacía de la acción sobre la contemplación, en el centro de la vida del hombre, es una nota
definitoria del espíritu antitradicional del mundo moderno. Frente a la realidad cósmica, la actitud
espiritual del hombre antiguo era la de “ver”; o sea, la intelección (intus légere, leer dentro) de lo
invisible oculto tras la visibilidad de las cosas. Para el hombre moderno, por el contrario, no se trata
ya de descubrir la secreta manifestación de lo divino impresa en la visibilidad del cosmos, sino del
dominio, por el hombre, de todas las cosas. Ante el «Dómine, ut vídeam» [2]
del ciego de Jericó se alza
el «Númquid et nos cæci sumus?» [3]
de la perenne ceguera farisaica.
Sin comprender esa secular mutación espiritual no hay comprensión posible de la crisis actual
de la Iglesia; crisis de identidad por la cual aquel cambio espiritual ha desembocado inexorablemente
en un cambio substancial: la entronización de una Nueva Iglesia, con sus dogmas, sus ritos, su
espiritualidad y su jerarquía espúreos, sólo docéticamente identifiable con la Iglesia de Cristo.
La reciente encíclica “Labórem exércens” de Karol Wojtyła es un paso profundo y. decisivo en
esa línea vertiginosamente creciente de transformación espiritual y de mutación eclesial. Hace ya
tiempo en que ha sonado la hora en que la revolución se torna institución: «Hace falta, por lo tanto,
que esta espiritualidad cristiana del trabajo llegue a ser patrimonio de todos» [4].
El Evangelio ya no es la proferición de la revelación del Misterio de la Divinidad en Cristo. Aunque
los textos permanezcan, otra es la “buena nueva” que anuncian. Frente al Evangelio del “Mystérium Christi”, Wojtyła proclama solemnemente el «evangelio del trabajo»:
«El cristianismo, ampliando algunos aspectos ya contenidos en el Antiguo Testamento, ha llevado a cabo una fundamental transformación de conceptos, partiendo de todo el contenido del mensaje evangélico y sobre todo del hecho de que Aquel, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente “Evangelio del trabajo”» [5]
Y más adelante:
«Encontramos esta verdad ya al comienzo mismo de la Sagrada Escritura, en el libro del Génesis, donde la misma obra de la creación está presentada bajo la forma de un “trabajo” realizado por Dios durante los “seis días”, para “descansar” el séptimo… Esta descripción de la creación, que encontramos ya en el primer capítulo del libro del Génesis es, a su vez, en cierto sentido el primer “evangelio del trabajo”» [6].
Desde esa perspectiva desacralizante, no es ya el Logos la cumbre de la teofanía, en donde se
hace visible a los hombres el inefable Misterio de la Divinidad. Wojtyła ha venido a proclamar a
Cristo «el hombre del trabajo» [7]. Y en la culminación del proceso por el cual la llamada “devótio modérna” ha extinguido hasta los últimos vestigios de la “píetas” de la Tradición cristiana, brota en “Labórem exércens” la “espiritualidad del trabajo” [8].
Descontada la unánime y cómplice estulticia de la legión de quienes todo lo aceptan por el solo
hecho de provenir de quien proviene, nada parece importar la abrumadora contradicción con la letra
misma de los textos evangélicos. El mismo Wojtyła reconoce que:
«Aunque en sus palabras no encontremos un preciso mandamiento de trabajar —más bien, una vez, la prohibición de una excesiva preocupación por el trabajo y la existencia— no obstante, al mismo tiempo, la elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al “mundo del trabajo”» [9].
Ese impune manipuleo textual desemboca en flagrantes tergiversaciones:
«Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret permanecían estupefactos y decían: “¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?… ¿No es acaso el carpintero?”» [10].
Se ha arribado a un momento de la historia en el cual, humanamente considerado, no hay
retorno posible: el pasado es hoy, más que nunca, definitivamente pasado. Quienes no han querido
ver cuatro siglos de decadencia espiritual postridentina, quienes atribuyeron el Vaticano II a la
generación espontánea, quienes —extraviados en el laberinto de infinitas distinciones
pseudoescolásticas: es lícito, puede ser válido, pero es peligroso, “secúndum quid”— niegan la
universalidad de la magna apostasía contemporánea y cohonestan a una jerarquía herética, son
implacablemente avasallados por la misma realidad que se han negado a admitir. Sólo la Fe
incólume de la Tradición de la Iglesia sostenida sin eufemismos ni concesiones, la Fe Trinitaria y
Teándrica, puede ser alzada como una barrera infranqueable contra la invasión bárbara.
Toda la artificiosa sofística que, so pretexto de la “pastoridad” conciliar, de la “equivocidad” de
su lenguaje, de las invencibles dificultades para descubrir en sus textos expresas herejías formales,
en fin, de un siniestro nominalismo, ha negado el carácter substancialmente herético del Vaticano II,
hoy debe afrontar sus desvastadoras consecuencias. Y si poco viable ha resultado la interpretación
tradicional del concilio, no parece haber interpretación tradicional posible de sus frutos.
Si, pese a toda evidencia, hay todavía quien insista, allí está entonces “Labórem exércens” en
la espera de su interpretación tradicional. Y si a tales exégetas el documento aún les parece
equívoco, allí está su puesta en práctica en el ensayo polaco de Lech Wałęsa y “Solidaridad”, auspiciado hoy por Józef Glemp Kośmicki como ayer por Stefan Wyzsyński y “casualmente” dinamizado bajo la ocupación de la
sede romana por un polaco; ensayo en el cual está íntegra, viva y operante, la teología y la doctrina
de “Labórem exércens”:
«La Iglesia Católica polaca recomendó calma y moderación y expresó su apoyo a la política de “renovación” nacional del régimen comunista… “Los cambios y los esfuerzos en el proceso de renovación social y moral abrigan grandes esperanzas, pero no están libres de peligros”, dijo el comunicado emitido después de una reunión plenaria del obispado polaco. “No deben tomarse acciones que puedan poner en peligro la libertad y el sistema político de nuestra patria”, añadió…
“Los esfuerzos de todos los polacos deben propender al fortalecimiento del proceso de renovación que ya se ha iniciado”, declararon los obispos. Los obispos clamaron por la “paz interna y la mutua confianza”... Fuentes de la Iglesia dijeron: “Queremos que el proceso de renovación tenga lugar dentro del marco constitucional del sistema (político)”… La Iglesia atacó a la oposición política disidente, y dijo que “en los círculos de oposición hay gente que viene haciendo declaraciones irresponsables”. Atacó especialmente a Jacek Kuroń, líder del grupo disidente más conocido del país, el KOR [Komitetu Obrony Robotników, Comité de Defensa de los Obreros, fundado en Septiembre de 1976 por Antoni Macierewicz y Piotr Naimski luego de las protestas de Junio de ese año, N. del E.]. No contiene el documento la mínima crítica directa para Wałęsa, el líder máximo de los disidentes de “Solidaridad”» [11].
Para Wojtyła, en el trabajo el hombre descubre su propia esencia:
«De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas: este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza» [12].
El ideal contemplativo ha dejado paso al utopismo de una praxis excluyente, en la cual el
hombre se configura y se configura su destino. Los últimos vestigios, cabalmente humanos, de la
vida espiritual han terminado por materializarse. Es en el trabajo, en la acción (recuérdese el célebre
prólogo del “Fausto” de Goethe) en donde el hombre ha de descubrir la clave de la «imagen y
semejanza» del Génesis:
«Haciéndose —mediante el trabajo— cada vez más dueño de la tierra y confirmando todavía —mediante el trabajo— su dominio sobre el mundo visible, el hombre en cada caso y cada fase de este proceso se coloca en la línea del plan original del Creador: lo cual está necesaria e indisolublemente unido al hecho de que el hombre ha sido creado, varón y hembra, “a imagen de Dios”» [13].
Y más aún:
«En el comienzo mismo del trabajo humano se encuentra el misterio de la creación» [14].
Allí está en cifra todo el mensaje de Wojtyła; eso es lo que viene a proclamarle al mundo. La
imagen y semejanza divinas en el hombre son manifestación del secreto íntimo portado por la naturaleza humana y que debe ser develado: el secreto de su divinidad, de una divinidad engendrada a partir del hombre:
«La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama “Dios”, y la segunda “el hombre”. En los últimos tiempos —en especial durante el Concilio Vaticano II— se discutía mucho si esa relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho, el cristianismo es entropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular» [15].
“Labórem exércens” es publicada por su autor en homenaje a los noventa años de la “Rerum novárum” de León XIII —recordemos el «novis rebus studéntem» [16] ciceroniano contra… Catilina;
encíclica ésta que marca, ciertamente, un hito desgraciado en la historia de la Iglesia: la dedicación
formal y expresa del Magisterio romano a las “cosas nuevas” de la llamada cuestión social. Es decir,
la preocupación —que con el andar del tiempo se transformaría en excluyente— no sólo, como
antaño, por el poder temporal, sino por toda concreta cuestión intramundana. «Et ait illis: Réddite
ergo quæ sunt Cǽsaris, Cǽsari: et quæ sunt Dei, Deo» [17].
Es por ello que hemos intencionadamente eludido la consideración —por otra parte estéril
desde nuestra posición— de las conclusiones política-sociales de “Labórem exércens”. No
desconocemos su real y desmesurada importancia: casi todos —tirios y troyanos— se han apresurado a invocarla y la seguirán invocando hasta el cansancio; algunos —los menos— guardarán un
púdico y respetuoso silencio. Es que no se trata para ellos de libertad e inteligencia sino,
simplemente, de ciega obediencia.
La coherencia wojtylana hace que su doctrina fluya naturalmente de su teología. De la
enseñanza del Vaticano II («La actividad humana, así como procede del hombre, también se ordena
al hombre» [18]) deviene la propuesta de un orden nuevo basado en la suprema dignidad de la persona
humana y la defensa absoluta de sus derechos):
«Estos derechos deben ser examinados en el amplio contexto del conjunto de los derechos del hombre que le son connaturales, muchos de los cuales son proclamados por distintos organismos internacionales y garantizados cada vez más por los Estados para sus propios ciudadanos. El respeto de este vasto conjunto de los derechos del hombre, constituye la condición fundamental para la paz del mundo contemporáneo» [19].
Con esos fundamentos, no extraña que la huelga, por ejemplo, deje de ser considerada como
un hecho excepcional para ser legitimada como un derecho:
«Este es un método reconocido por la doctrina social católica como legítimo en las debidas condiciones y en los justos límites. En relación con esto los trabajadores deberían tener asegurado el derecho a la huelga…» [20].
O que, siendo el hombre, sujeto del trabajo, el alfa y omega de la cuestión, se avance en la
consideración de la propiedad de los medios de producción hasta afirmar:
«Estos no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el único título legítimo para su posesión —y esto ya sea en la forma de la propiedad privada, ya sea en la de la propiedad pública o colectiva— es que sirvan al trabajo… Desde ese punto de vista, pues, en consideración del trabajo humano y del acceso común a los bienes destinados al hombre, tampoco conviene excluir la socialización, en las condiciones oportunas, de ciertos medios de producción» [21].
Mas, reiteramos, no se trata solamente de “doctrina social de la Iglesia”, sino de sutilísima
teología. A la cabeza del “pópulus Dei” del Vaticano II en su peregrinaje mesiánico, el antipapa Wojtyła proclama al mundo el nacimiento del Homo Faber; hombre cuya “magna fabricátio” será el
descubrimiento de la divinidad que se esconde en su interior:
«¿No es ya este nuevo bien —fruto del trabajo humano— una pequeña parte de aquella “tierra nueva”, en la que mora la justicia? ¿En qué relación está ese nuevo bien con la resurrección de Cristo, si es verdad que la múltiple fatiga del trabajo del hombre es una pequeña parte de la cruz de Cristo?» [22].
Se equivocan gravemente, entonces, quienes, ligeramente sobresaltados ante lo que creen un
llamado de atención para su bonanza crematística critican —en voz queda, es cierto— «los peligros de la actual doctrina del papa en materia social». Cuelan el mosquito y se tragan el camello, mientras
la Iglesia a la que ellos —no nosotros— proclaman apostólica prepara la revolución del quinto
estado, la revolución del tercer milenio, la revolución del Nuevo Adviento del Hombre que —en el
trabajo, en la acción— se hace Dios.
Abg. ATILIO CARLOS NEIRA
NOTAS
[1] Matt. VI, 34: «No os inquietéis, pues, por el mañana: porque el día de mañana ya
tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán».
[2] Marc. X, 51: «Señor, que vea».
[3] Joan. IX, 40: «¿Conque nosotros también somos ciegos?».
[4]
Labórem exércens, V, 25.
[5] Labórem exércens, II, 6 (Subrayados en el original castellano). Nótese, de paso,
la ostensible omisión: Cf. Hebr. IV, 15: «Semejante en todo a nosotros menos en el
pecado»; y la definición dogmática del Concilio de Calcedonia (Dz. 148).
[6] Labórem exércens, V, 25.
[7] Labórem exércens, V, 26.
[8] Labórem exércens, V, 24.
[9] Labórem exércens, V, 26.
[10] Labórem exércens, V, 26.
[11] Diario “La Razón”, 12 de diciembre de 1980, pág. 1.
[12] Labórem exércens, Introducción.
[13] Labórem exércens, II, 4.
[14] Labórem exércens, III, 12.
[15] Audiencia general del 29-11-78; “L’Osservatore Romano”, 3-12-78.
[16] Marco Tulio Cicerón, Catilinaria I.
[17] Luc. XX, 25: «Y Él les respondió: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
[18] Vaticano II, “Gáudium et spes”, 35.
[19] Labórem exércens, IV, 16.
[20] Labórem exércens, IV, 20.
[21] Labórem exércens, III, 14.
[22] Labórem exércens, V, 27.
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