Reflexión por Julie Sladen para THE SPECTATOR (Australia).
MI GOBIERNO ME VOLVIÓ «ANTIVACUNAS»
Un golpe de Estado gubernamental creó el movimiento antivacunas.
Seré clara. Como la mayoría de personas defendiendo su postura sobre las vacunas de la
Covid, yo solía comenzar mi apología con: «¡Yo no soy antivacunas!».
Habiendo
probablemente recibido más vacunas que la mayoría, dado que yo soy
médica y justamente he viajado mucho, ingenuamente pensé que este
enfoque podía ganar credibilidad con los entusiastas de las vacunas.
Debí haber ahorrado aliento.
En
los últimos dos años, la segregación y deshumanización respaldada por
el gobierno de aquellos que ejercieron su derecho a rechazar la vacuna,
me ha forzado a cambiar mi identidad.
Cuando Australia se aisló en 2020, pronto me cansé del mantra dirigido diariamente «¡Quédate en casa, Salva vidas!», apagué la televisión, y comencé a investigar.
Descubrí que las medidas de cuarentena impuestas por el gobierno estaban remplazando los planes de pandemia
perfectamente buenos que fueron actualizados en Agosto de 2019. Estos
eran planes que, por lo que puedo decir, difícilmente verían la luz del
día a pesar de cuánto costaron para ponerlos juntos.
Australia, y gran parte del mundo, estaba «fuera del guion».
No
se dio ninguna atención a los bien documentados costes de aislamientos,
y no se dirigió ningún esfuerzo hacia opciones de tratamiento temprano.
Ni hubo intentos para mejorar la salud inmune de los australianos por
medio de medidas como la nutrición, la reducción del consumo de alcohol,
y el ejercicio. Nada.
Con
todo esto del lavado de manos, comer más de la cuenta, beber,
aislamiento, y miedo alarmista, los australianos eran blancos fáciles en
lo que concernía a su salud. Mientras tanto, el gobierno y los
Directores de Sanidad nos decían que nos sentáramos y esperáramos para
que llegara la vacuna «salvadora».
En Agosto de 2020, cuando Scott Morrison [Primer Ministro de Australia por el Partido Laborista entre el 24 de Agosto de 2018 y el 22 de Mayo de 2022, N. del T.] anunció: «Yo esperaría que (la vacuna) sea tan obligatoria como posiblemente podáis hacerla»,
sentí levantar mis cejas. ¿Cómo nuestro Primer Ministro iba a hacer
eso? Me preocuparon las implicaciones éticas, médicas y legales.
La toma de postura
de la Autoridad Australiana de Regulación de Profesionales de la Salud
(AHPRA) sobre la vacuna Covid llegó al correo en Marzo de 2021, y
nuevamente sentí levantar mis cejas. La AHPRA decía efectivamente a los
médicos que se alinearan con la política gubernamental, advirtiendo que
se podría seguir acción disciplinaria si un profesional promovía
declaraciones antivacunación o minaba la campaña de inmunización. Más
trabajo preparatorio en acción.
Finalmente,
en Junio de 2021, el Teniente General John Frewen fue nombrado como
jefe de la Fuerza de Tarea Nacional de Vacuna de la Covid. Parecía
aparentemente que éramos parte de una operación de estilo militar,
especialmente considerando que habían realmente militares haciendo
vigilancia policial en nuestras calles.
Cuando la vacuna llegó a Australia, decidí realizar un análisis personal riesgo-beneficio.
Como
sobreviviente del cáncer (estoy bien ahora, gracias por preguntar), me
tomó años recuperar la salud total y era entusiasta por seguir ese
camino. La calculadora de riesgo de covid estimó mi posibilidad de
sobrevida en más de 99 por ciento. Nada mal.
Luego
miré las vacunas de ARN modificado. Los primeros datos del extranjero
mostraban algunas señales preocupantes de seguridad y evidencia
sorprendente de promedios de transmisión similar tanto por vacunados
como por no vacunados. Solamente podía ponderar: hemos tenido nueva
tegnología de fármaco, con datos limitados, preocupantes señales de
seguridad, e indicaciones de que no prevenía la infección o transmisión.
Para mí, los riesgos no excedían los beneficios, especialemte si eso significaba que todavía podía infectar a mis pacientes.
Cuando
el gobierno de Tasmania impuso las vacunas para todos los trabajadores
sanitarios, fui personalmente, investigación en mano, y hablé con tantos
políticos como pude, recomendándoles que adopten un enfoque de manejo
de riesgos.
Pasé
horas escribiendo, llamando por teléfono, y visitando, argumentando el
punto con base en evidencia científica, ética y manejo de recursos
médicos.
Razoné
que nuestro estado no podía permitirse perder a ningún profesional
médico que preferiría renunciar antes que tomar la vacuna.
Pedí
el punto medio y un enfoque estratégico que incluyera equipo de
protección personal (EPP), prueba rápida de antígeno, y telesalud –no solo vacunación– para preservar tanto la autonomía como la fuerza de trabajo para que el sistema de salud no sufriera más.
Muchos
simpatizaron a puerta cerrada, pero no estaban dispuestos a hablar
públicamente (excepto el senador Eric Abetz, gracias Eric).
Cuando
los mandatos entraron en vigencia, escogí permanecer sin vacuna junto
con otros cientos y fui forzada a dejar de trabajar. Ni siquiera me fue
permitido hacer telesalud (¿alguien puede explicarme eso?). Me sentí castigada.
Ahora la verdad está saliendo a la luz.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades
(CDC) han anunciado que no había diferencia entre vacunados y no
vacunados puesto que las vacunas no previenen la infección o
transmisión.
Adicional, la Administración de Bienes Terapéuticos australiana (TGA) ha recibido más reportes adversos en 2021 y a través de Junio de 2022 (18 meses) por las vacunas de covid que en los últimos 50 años por todas las otras vacunas combinadas. Esto no es simplemente por el número de vacunas de Covid.
Alrededor del mudno ha habido un porcentaje significativamente más alto de eventos adversos y muertes reportadas por las vacunas de Covid en comparación con vacunas no-Covid como las vacunas contra el sarampión, la polio y la gripe.
Y finalmente, las últimas estadísticas de admisión hospitalaria no apoyan el reclamo que los no vacunados están más en riesgo de un caso serio de Covid, hospitalización o muerte.
¿Cuán
malo es esto? No sabemos. No hay estudios de toxicidad a largo plazo,
carcinogenicidad (causar cáncer), genotoxicidad (efecto sobre los
genes), o fertilidad.
Esta «cosa»
que hemos estado haciendo en los dos años pasados no es atención
sanitaria. No sé qué es esto, pero no es atención sanitaria, y era obvio
desde el comienzo. No fue para beneficiar el «bien mayor». No es mirar por la abuela. No es «hacer nuestra parte y proteger a los demás». No es salvar vidas.
Nunca lo fue.
Mientras
se levanta la niebla de la guerra de la Covid, sospecho que nos daremos
cuenta que más personas han sido dañadas por este resuelto enfoque «vacuna o nada»
que cualquier otra intervención endilgada a la gente hasta ahora. Esto
verdaderamente es una crisis jatrogénica causada por un tratamiento «médico» prescrito por burócratas.
Si un «antivacunas» es alguien que no puede dar un consentimiento informado a una «vacuna»
que falla en prevenir la infección o transmisión, tiene alarmantes
señales de seguridad, y debe ser llevado para ganar de vuelta el derecho
a vivir y trabajar en sociedad, para una enfermedad que tiene un
porcentaje de sobrevida mayor de 99 por ciento, entonces «sí», soy antivacunas…
Mi gobierno me hizo serlo.
La Dra. Julie Sladden es una médica y escritora independiente apasionada por la transparencia en el sistema de salud.
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