Novena extractada de la compuesta por Don Francisco Antonio Rodríguez, y reimpresa por Valentín Torrás en Barcelona, año 1837.
NOVENA AL PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES, SAN PEDRO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Aquí se hace una profunda inclinación en reverencia del inefable misterio de la Santísima Trinidad: y así se empieza todos los días la novena.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, tened piedad de mí según la grandeza de vuestra misericordia. Pequé, Señor, contra el Cielo y ofendí a vuestra adorable Majestad, apartándome de Vos. Ya no soy digno de ser llamado hijo vuestro, pero me anima que disteis la vida por mí en el santo madero de la Cruz, y el saber que sois Padre amoroso, que espera recibir con brazos de misericordia al pecador que os la pidiere con corazón contrito y humillado ¡Oh! Dulcísimo Jesús, única esperanza de los mortales. Por vuestra sacratísima Madre, Nuestra Señora, a quien habéis constituido Madre de misericordia, abogada poderosísima y refugio seguro de los pecadores, no me desechéis, miradme con aquellos ojos de clemencia con que miraste después de sus negaciones a vuestro Apóstol San Pedro, para amargamente llorar como él las infidelidades y pecados de mi vida pasada. Pequé, amantísimo Salvador y Padre de mi vida, y quisiera haber muerto antes que haber ofendido a vuestra bondad infinita, digna de infinito amor. Propongo firmemente la enmienda de mis desórdenes pasados: satisfacer por mis pecados a vuestra divina justicia: cumplir con las obligaciones de mi estado, y obrar en todo conforme a vuestra Santa ley. Admitidme, Señor, por la intercesión de San Pedro nuestro Protector, con los auxilios de vuestra gracia, sin la cual nada puedo, para perseverar en vuestro servicio hasta la muerte. Amén.
DÍA PRIMERO - 20 DE JUNIO
CONSIDERACIÓN: VOCACIÓN DE SAN PEDRO.
En este día hemos de considerar la fina y fiel correspondencia del Santo Apóstol al llamamiento de la gracia, para ser discípulo de Nuestro Señor. Llamóle el Divino Maestro la primera vez por medio de su hermano San Andrés (Juan I, 42), quien le dio noticia de que había hallado al Mesías (Invénimus Messíam): y al punto va con amorosas ansias en busca del Salvador, para instruirse en sus palabras de vida eterna. Andaba Jesús cerca del mar de Galilea, y San Pedro se ejercitaba en el oficio de pescar (Mateo IV, 18): oye la voz del Señor que le dice: «Sígueme, y te haré pescador de los hombres», y sin detención alguna deja las redes, el barco, los parientes, los amigos, y todo lo sacrifica por seguir la escuela de nuestro Salvador (Agustín Calmet OSB, Harmonía quátuor Evangeliórum, fol. 20). Pocos bienes temporales dejó en verdad: pero no consiste la perfección en dejar montones de riquezas; lo principal estriba en seguir por imitación a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hizo el Santo Apóstol, desprendiendo el corazón y afecto de cuanto el mundo podía dar de sí y lo que es más, renunciando generosamente su propia voluntad por hacer la de su Divino Maestro como fidelísimo discípulo (Mateo XV, 18).
Demos sin cesar gracias a Dios, porque también hemos sido llamados como cristianos a la escuela y compañía del Señor: no perdamos de la memoria que si no desprendemos nuestro corazón de los bienes del mundo, que hemos de dejar en la hora incierta de la muerte: si no procuramos renunciar nuestra propia voluntad, y arreglar las costumbres a la doctrina que profesamos, no somos dignos discípulos; y tendremos injustamente el nombre de cristianos si no seguimos las huellas del Señor, como dice San Bernardo.
ORACIÓN
¡Oh Salvador Divino y Maestro perfectísimo, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia de Dios! (Juan VIII). Verdaderamente sois la Luz del mundo, y quien os sigue no anda en tinieblas. Gracias doy a vuestra Divina Majestad de lo íntimo de mi corazón, que os habéis dignado llamarme a la luz admirable de la Santa Fe, incorporándome en el gremio de la Santa Iglesia, y haciéndome en ella discípulo de vuestra celestial doctrina. ¿Qué merecimiento precedió en mí, amabilísimo Señor, para que me iluminases con los rayos de la verdad eterna, haciéndome cristiano, cuando tantas almas andan en las profundas tinieblas del Paganismo? Piadosísimo Señor, me habéis libertado de tan formidable peligro, colocándome en el camino de la Luz, y en la senda que guía a la vida eterna. ¡Qué podré yo retribuiros por tan singular predilección y beneficio! Los cielos y la tierra bendigan vuestro Santo nombre por esta misericordia: dignaos, Señor, continuarla, dándome vuestra gracia, para seguir los pasos de vuestra Sacratísima vida, imitándola como vuestro Pedro, y confesando como él con fervoroso y constante celo, que fuera de vuestra escuela no se aprende ciencia de salvación (Juan VI, 69). Y pues sois la Luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, iluminad por vuestra misericordia a los que están sentados en las tinieblas y sombra de la muerte. Óyenos, Señor, por tu Santo Apóstol, para que todos sigamos por el camino de la paz y alabemos a vuestra Majestad en la feliz patria de la gloria. Amén.
Ahora se reza tres veces el Padre nuestro.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
Oh felicísimo Pedro, ¡Que maravilloso se ha manifestado en vos el Señor: cuya adorable providencia elige a lo que el mundo reputa despreciable para confundir los sabios, poderosos y nobles del siglo! (I Corintios I, 27-28). Vos, oh admirable Pedro, siendo un pobre y humilde pescador, fuiste elevado del polvo de la tierra, y el excelso y supremo Señor de cuanto tiene ser, que mira de lejos a los soberbios y de cerca a los humildes (Salmo CXXXVII, 7), os sublimó a la más alta esfera de Dignidad, sobre todas las de los monarcas y príncipes del universo. Tú eres la piedra solidísima escogida por el Salvador de los hombres para fundamento de la Religión Católica, contra quien nunca prevalecerán las puertas del infierno: tú el pastor universal, a quien el Príncipe de los Pastores confió el gobierno de todas las ovejas y corderos de su rebaño: tú, el fidelísimo portero a cuyo arbitrio entregó el Señor las llaves para la entrada de los mortales al Reino de los Cielos (San Hilario de Poitiers, en Mateo XVI): tú, el Príncipe de los Santos Apóstoles: la cabeza visible de la Iglesia militante, y en fin el primer Vicario en la tierra del sumo y eterno Sacerdote Jesucristo, Señor nuestro. ¡Oh Pastor Santísimo, adornado con tan brillantes prerrogativas: cuánta será la altura de vuestra gloria en el Cielo, habiendo sido tan buen ministro y Dispensador de los misterios de Dios! Ya habéis entrado en el gozo bienaventurado del Señor, que os ha coronado de gloria y honor por toda la eternidad, cuando nosotros andamos todavía ausentes de esa patria de nuestra esperanza y navegando hacia ella en las olas del mar inconstante de esta miserable vida.
¡Oh Padre amantísimo de todos los Cristianos!, inclinad desde ese puerto seguro los ojos de vuestra piedad, para socorrernos con vuestra eficaz intercesión. Pedid al Altísimo que todos los Cristianos no perdamos de vista el norte indispensable de la Santa Fe, para evitar con sus luces el naufragio de nuestra navegación: que fijemos nuestros corazones en la esperanza de los bienes eternos, para sufrir con alegría los trabajos de esta vida momentánea, y que reine en nosotros una ardiente caridad de Dios y del prójimo, para acabar con felicidad nuestro camino. Rogad especialmente, Santo mío, por nuestro sumo Pontífice, sucesor vuestro; por todos los Prelados y personas del estado eclesiástico: Interceded por el pueblo cristiano, que confía en vos, para que en toda piedad y castidad tenga vida quieta y tranquila. Y para nosotros, oh dulce Abogado de nuestras almas, os suplicamos humildemente nos alcancéis lo que en esta Novena pedimos, si es para gloria de Dios: y que mirándonos en vos, como en un espejo de virtudes, procuremos imitarlas, y seguir nuestro soberano Dueño, que es el Santo de los Santos, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
GOZOS EN HONOR A SAN PEDRO
Piedra sois fundamental
De la Iglesia militante:
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Betsaida habéis nacido
De unos pobres pescadores,
Y ocupado en sus labores,
Pasáis sin ser conocido;
Mas aquí mismo elegido
Sois Apóstol almirante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Ocupado en el pescar
Os llama al apostolado
El que Dios ya humanado
Al mundo vino a salvar,
Y vos sin más aguardar
Obedecéis al instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando a Jesús confesáis
Hijo de Dios verdadero;
Él os declara portero
Con las llaves, que aceptáis.
Así, Cefas, os mostráis
Con poder de gobernante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Sobre las aguas del mar
Camináis vos muy constante;
Cuando al punto vacilante
Peligráis de naufragar:
Mas Jesús hizo surcar
Al que estaba naufragante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando en el monte Tabor
Se transfigura Jesús,
Testigo sois de la luz
Y celestial resplandor:
Y en la agonía el sudor
Divisáis en su semblante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Si a la voz de una criada
Vuestro Maestro negáis,
A la del gallo lloráis
Vuestra culpa inopinada,
Así que con su mirada
Jesús os traspasa amante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Movido de las Marías
Al sepulcro corréis presto;
Y notáis en aquel puesto
Cumplidas las profecías,
Pues al cabo de tres días
Sale Jesús triunfante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En Galilea adoráis
A Jesús resucitado;
Y tres veces preguntado,
La respuesta es: que le amáis.
Por eso pastor quedáis
De su rebaño garante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Cuando el Espíritu Santo
Baja dándoos sus dones;
Pasman todas las naciones
Al ver un milagro tanto:
Disipáis vos el encanto
Con Joel vaticinante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Con vuestro primer sermón
Más de tres mil se convierten:
Y los Judíos advierten
La obra de la Redención,
Siendo tal vuestro tesón
Sin desistir un instante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
En la cárcel os tenía
Herodes rey inhumano;
Mas os toma de la mano
El Ángel de Dios, y guía:
Descubriendo vos al día
Al Ángel que os va delante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Primero en Antioquía
Vuestra cátedra sentáis,
Y a Roma la trasladáis
Para ser el norte y guía
Donde persevera al día
En la misma fe constante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Dais fin al apostolado
Enclavado en una cruz
Diferente de Jesús,
Pies arriba levantado:
Así mártir coronado,
Vuestra palma es más brillante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Así la Iglesia romana
Por su venturosa suerte
Es el baluarte y fuerte
De la verdad cristiana:
Pues que siendo vaticana
Es piedra la más chocante.
Pedro, pastor vigilante,
Libradnos de todo mal.
Pescador héroe inmortal,
De Pontífices atlante,
Librad a la fluctuante
Del error heretical.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de
atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las
cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO - 21 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PENITENCIA DE SAN PEDRO.
Considérese que aunque el Santo Apóstol no perdió la fe cuando negó a nuestro Señor, como observan varios Santos Padres y Doctores de la Iglesia (Agustín Calmet OSB, en Mateo XXVI, 75), perdió la caridad y la gracia cometiendo un pecado tan grande, que acaso no se ha cometido más grande, como se explica San Bernardo (Sermón I de San Pedro y San Pablo). Si San Pedro después de una caída tan grave, (sigue este Santo Padre) fue levantado a una cumbre de tan eminente santidad: ¿quién, por más pecador que sea, desconfiará de la divina misericordia, si desea salir del pantano de sus culpas? Mas es necesario atender que el Santo Apóstol salió fuera y lloró amargamente su pecado.
Lloró amargamente con una penitencia pronta; pues habiendo mirado el Divino Maestro a Pedro, más que con los ojos corporales, con los rayos de su gracia, que le penetraron el alma, al punto salió fuera de la casa del peligro, para soltar el dique a sus lágrimas de vehementísimo dolor. Lloró amargamente con una penitencia admirable; no lloró por miedo del castigo, sino por haber negado a quien tanto amaba. Lloró con una penitencia constante, porque el Santo Apóstol no puso límite a sus lágrimas, sino que toda su vida fue una continuada penitencia; y después de la Ascensión, cuando se acordaba de la dulcísima presencia y suavísima conversación de su Divino Maestro (José Mansi CO, Locupletíssima Bibliothéca morális prædicábilis, fol. 424), todo se resolvía en lágrimas; de suerte, escribe el Angélico Doctor, que sus mejillas estaban como abrasadas de tanto llorar.
En este ejemplo tenemos un dechado que debemos imitar de verdadera penitencia; lloremos sin cesar nuestras culpas, e imprimamos vivamente en nuestro corazón, que son indispensables para lograr el dolor los auxilios de la divina gracia: y quedemos persuadidos que confesamos muchas veces mal, por el reprensible descuido en que vivimos, de no pedirlos al Señor debidamente.
ORACIÓN
Gracias a vuestra misericordia, amabilísimo Redentor nuestro, a quien todos los convertidos, y los que se han de convertir hasta el fin del mundo, deben como a causa meritoria su justificación, y las gracias necesarias para conseguirla (Concilio de Trento, Sesión sexta, cap. VII). Dadme, Señor, a conocer cuán necesarios me son los auxilios de vuestra gracia, para vencer las perversas inclinaciones de la naturaleza corrompida por el pecado, y para triunfar de muchas y muy gravísimas tentaciones con que el mundo, demonio y carne nos combaten. ¿Quién libertará al hombre infeliz de este cuerpo mortal, sujeto a las baterías de tan formidables enemigos, sino la divina gracia, obtenida por vuestros merecimientos (cf. Romanos VII)?
¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin cuya asistencia nada podemos que sirva a nuestra salvación, y con cuya protección nada hay que sea imposible, pudiéndolo todo en Dios, que nos conforta! Señor misericordioso, que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, por vuestro Apóstol, tened misericordia de todos los pecadores, y concedednos la gracia de imitar el arrepentimiento de San Pedro, para hacer en esta vida dignos frutos de penitencia. No permitas, dulcísimo Jesús, que dejemos pasar en vano los dones de vuestra gracia: que haciendo buen uso de ellos, estaremos fortalecidos para no temer los males; cuando nos hallemos en medio de la tribulación se disiparán las nieblas de nuestro entendimiento, se inflamará nuestra voluntad en vuestro santo amor, y tendremos consuelo en los trabajos de esta momentánea vida, con la esperanza de gozaros y alabaros por toda la eternidad en vuestra gloria. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA TERCERO - 22 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: HUMILDAD DE SAN PEDRO.
Considérese que siendo regla infalible del Santo Evangelio que será ensalzado el que se humille (Lucas V, 10), se deja entender fácilmente que San Pedro fue humildísimo entre todos los Apóstoles y Discípulos de Señor: pues sobre todos fue exaltado a la mayor y más encumbrada Dignidad que hay sobre la tierra. Manifestó ya el Santo esta importantísima virtud: ya cuando dijo a nuestro Señor, «yo soy un grande pecador, e indigno de aparecer en vuestra presencia»: ya cuando exclamó: «Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? No permitiré semejante acción eternamente; pero si esta es tu voluntad, pies, manos y cabeza me dejaré lavar antes que desagradaros» (Albano Butler, Vidas de los Santos, fol. 510); ya cuando preguntado del Divino Maestro si le amaba más que los otros Discípulos, aunque era un serafín abrasado en su amor, con todo no se atrevió a responder, sino temeroso, y como quien desconfiaba de sí mismo, según escribe el Crisóstomo: «Señor, vos sabéis que os amo»: Al fin manifestó el Príncipe de los Apóstoles ser humilde en el mismo tiempo de su martirio, consiguiendo de los verdugos le fijasen en la Cruz cabeza abajo, como si fuera indigno de elevar sus benditos ojos al Cielo (Albano Butler, Vidas de los Santos, fol. 536), cuya acción atribuyen San Ambrosio y San Agustín, parte a su humildad, y parte a los ardientes deseos de padecer más por su Dios y Maestro. Todo esto solo es un índice de la profundísima humildad que reinaba en el corazón del Pastor universal del rebaño de la Católica Iglesia.
Consideremos ahora si se halla en nosotros esta marca de la santa humildad, que ella es la de todas las buenas ovejas que siguen las huellas del Divino Pastor; la soberbia es una señal evidentísima de los réprobos, y por el extremo contrario, la humildad es el carácter de los predestinados. Aunque la soberbia haya dominado en nuestras almas, no nos desconsolemos, con tal que nerviosamente procuremos trabajar, con la divina gracia, en ser humildes.
ORACIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, que siendo por esencia el Rey de los Reyes y Señor de los Señores, os dignasteis de tomar la forma de siervo humillándoos a Vos mismo, según la expresión de San Pablo, «hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Filipenses II, 8); concededme la gracia, Señor, de mirar siempre a tu incomprehensible y asombroso ejemplo de tu humildad, para imitarle; y dadnos a entender a todos los Cristianos la importancia de esta santísima virtud para nuestra salvación, y que ella es el fundamento sobre el cual estriba el edificio grande de una vida verdaderamente cristiana.
Vos, dulcísimo Maestro, siendo el modelo de todas las virtudes, nos decís muy en particular: «Aprended de mí, que soy humilde y manso de corazón», asegurando asimismo en vuestro Santo Evangelio que el que no se humillase no entraría en el Reino de los Cielos. ¿Qué ceguedad ha sido la mía, Dios mío? ¿Por qué yo me he de ensoberbecer, siendo polvo, ceniza, nada? ¿Qué tengo yo que no haya recibido de vuestra misericordia, Señor soberano de la gracia? Aunque camine de virtud en virtud, y llegue a la cumbre de la perfección cristiana, no puedo saber sin especial revelación que perseveraré en vuestra gracia hasta la muerte, y me puedo perder por la eternidad (Concilio de Trento, canon 6). ¿Dónde está mi razón para ensoberbecerme? Buen Jesús, por los méritos de vuestro fiel Siervo, el humildísimo San Pedro, conservad en nuestro espíritu estos santos pensamientos, para humillarnos como buenos cristianos, y merecer por vuestra misericordia ser exaltados en la gloria, y glorificar eternamente vuestro santísimo nombre. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA CUARTO - 23 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: AMOR DE SAN PEDRO AL SEÑOR.
CONSIDERACIÓN: AMOR DE SAN PEDRO AL SEÑOR.
Considera que en los hechos Apostólicos e historia de los Sagrados Evangelios se refieren varios pasajes en que se echa de ver que ninguno de los Apóstoles tuvo más fervoroso amor al Señor, que San Pedro. Quién sino su Majestad comprenderá hasta dónde rayaban las llamas del incendio que abrasaban a este serafín Apostólico. Basta para la imitación traer a la memoria lo que refiere el Evangelista, cuando preguntado tres veces San Pedro por su Divino Maestro, si le amaba; respondió con profunda humildad: «Señor: Vos sabéis todas las cosas, y penetráis lo íntimo de mi corazón. Vos sabéis que os amo». No en vano repite nuestro Señor tantas veces «Pedro, ¿me amas?»: quiso decirle en esto: «si el testimonio de tu conciencia no te dicta que me tienes un amor perfecto, amándome sobre todas las cosas: más que a todos los tuyos, más que a ti mismo, no tomes el cuidado pastoral, ni el gobierno de mis ovejas, por quien he derramado mi Sangre». Después de tanto examen confió al Santo Apóstol nada menos que a su Esposa la Santa Iglesia, dejando (San Bernardo, Sermón I de San Pedro y San Pablo; en José Mansi CO, sermón 12) a su cuidado el tesoro inestimable de su preciosa Sangre, depositado en los Santos siete Sacramentos.
Contentémonos para nuestra imitación, con saber que San Pedro amó al Señor con aquella perfecta caridad que da la vida por el amado, como en efecto murió por su Divino Maestro: sin que las muchas aguas de la tribulación y del riguroso martirio pudiesen apagar el intenso fuego de su amor. ¿Arderá en nuestro pecho alguna llama de este sagrado incendio? Trabajemos para encenderla y aumentarla, pidiendo para esto gracia al Señor; estemos ciertos, y salgamos de toda duda, que si legítimamente no amamos, se nos hará duro el yugo de la Santa Ley que profesamos; y si amamos todo se nos hará suave y fácil, como dice San Agustín. No seamos ingratos a quien tanto bien nos ha hecho; temamos, sí, aquella terrible sentencia de San Pablo, que nos dice: «maldito y excomulgado sea el que no ama a Nuestro Señor Jesucristo» (I Corintios XVI, Agustín Calmet OSB).
ORACIÓN
¡Oh Clementísimo Jesús, y verdadero Dios, todo caridad! ¡Yo he venido a traer fuego a la tierra, decís en vuestro Santo Evangelio, y queréis sea encendido este Divino fuego en el corazón humano! Bendito sea, Señor, el poder de vuestra gracia, en cuya virtud fue el corazón del príncipe de los Apóstoles un Sagrado Altar en que ardió el fuego de vuestro Santo amor, mejor que en el de la antigua Ley, para gloria de vuestro Santísimo Nombre. ¿Cuánta es, amorosísimo Salvador, la tibieza de mi espíritu? Amamos con intensión a las criaturas, sin hallarse en ellas más que un poquito de bien que tienen participado, ¿y no hemos de amar con toda nuestra fortaleza a vuestra Majestad, que sois el bien infinito, el único principio y fin de todo lo que es bueno? ¡Que no ame a mi Dios, que me ha libertado de la esclavitud del demonio, no con precio corruptible de plata y oro, sino con el precio infinito de su Santísima Sangre, derramándola sobre el Ara de la Cruz, como cordero inmaculado, que vino a quitar los pecados del mundo! ¡Oh locura mía, no haber amado a un Dios tan bueno! Haced, Señor, que yo os ame empleando todo mi ser en servicio vuestro, para que muriendo ahora al amor perverso del mundo, os alabe por toda la eternidad en la Gloria. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA QUINTO - 24 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PÚBLICA CONFESIÓN DE FE DE SAN PEDRO.
Considérese que el Evangelista San Mateo refiere que vino Jesús y preguntó a sus discípulos qué se decía de su persona (en Judea), o en qué reputacion le tenían aquellas gentes: respondieron a su Divino Maestro, que unos le tenían por el Bautista, otros por Elías, otros por Jeremías o en fin por alguno de los Profetas; el Señor les preguntó «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Entonces San Pedro, como quien era la boca de los Apóstoles, según la expresión del Crisóstomo, toma la voz, y con alegría y su fervor acostumbrado responde en nombre de todos: «Tú, Señor, tú eres Cristo, hijo de Dios vivo». Que fue decir: «Tú, Divino Maestro, eres el verdadero Mesías, por tantos siglos deseado: Tú eres el libertador del género humano, por quien han suspirado tanto los Santos Patriarcas y Profetas: Tú, en fin, no eres hijo de adopción, como el Bautista, puramente, Elías y Jeremías; sino que siendo verdadero Hombre, eres al mismo tiempo verdadero Hijo natural de Dios».
Esta es la pública confesión de San Pedro, por la cual Nuestro Señor le remuneró, elevándole a la gloriosa dignidad de cabeza visible de la Iglesia. Esta confesión hemos de procurar imitar, no solo con palabras, sino también con obras, como el Santo Apóstol, cuya santa vida fue una continuada confesión del Señor, hasta morir por la gloria de su adorable nombre. Confesar a Cristo solo con la boca, y no con la santidad de las obras, es de viles hipócritas, de quienes se verifica, dice San Buenaventura (Comentario sobre Lucas XII, en Cornelio Alápide, tomo I, cap. I, fol. 399), lo que decía San Pablo: «confiesan que conocen a Dios; mas le niegan con sus hechos y depravadas costumbres».
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, Padre soberano de las luces, que revelas a los párvulos las verdades del Evangelio que ocultas a los sabios y prudentes del mundo (Mateo XI): Gracias a vuestra incomprensible Bondad, por haber revelado al párvulo y humilde siervo vuestro, San Pedro, tan altos misterios y verdades del Evangelio. Y gracias a vuestra Majestad, Divino Salvador, a cuya infinita misericordia debo las luces de la Santa fe que profeso. Confieso, Señor, con alegría de mi alma, y lo quisiera hacer con el fervoroso espíritu de mi amado protector San Pedro, que sois Cristo, Hijo único de Dios vivo, verdadero Dios y Hombre verdadero, y Redentor nuestro. Confieso delante del cielo y de la tierra esta importantísima verdad, y todas las demás que habéis revelado, y nos propone como objeto de nuestra creencia nuestra Santa Madre Iglesia.
¡Qué de pruebas convincentes tiene, Salvador mío, vuestro Santo Evangelio! Solo el contemplar a San Pedro, que planta el estandarte de vuestra Cruz en tantas Provincias, y en medio de la capital del mundo, Roma, triunfando de la sabiduría del siglo, de la elocuencia de los oradores, de la autoridad de los príncipes, de la fuerza de las malas costumbres, de la política del interés, y de todas las supersticiones, era bastante para convencer a un hombre de razón, si el velo oscurísimo de los pecados permitiera entrada a los rayos de tanta luz (Cf. Romanos I).
Iluminad por vuestra misericordia a los incrédulos, y haced que ya se acuerden y conviertan a Vos todos los fines de la tierra (Salmo XXI, 29). Disponed, Señor, que todos los Cristianos confesemos vuestro santo nombre, no solo con las palabras, sino también gallardamente con las obras, sin avergonzarnos de las ignominias adorables de vuestra Cruz por dejarnos engañar de los respetos humanos y falsa política del mundo. En vuestro Santo Evangelio está escrito que el Hijo de Dios se avergonzará de confesar delante de su eterno Padre a las almas que se hayan avergonzado de confesarle delante de los hombres. No permitáis en mí, Señor, tal desgracia: concedednos por vuestro Pedro, que confesándoos con toda nuestra alma en esta vida, alabemos a vuestra Majestad, oh Rey inmortal de los siglos, por toda la eternidad. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA SEXTO - 25 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: ORACIÓN MENTAL DE SAN PEDRO.
Considera cuán sublime sería la oración mental del príncipe de los Apóstoles. Estando el Santo en la ciudad de Jope, subió cierto día a lo alto (Hechos de los Apóstoles X, ver también a Calmet) y silencioso de una casa cercana al mar, en donde se hallaba hospedado para vacar con quietud al ejercicio de la oración: y arrebatado en éxtasis, tuvo aquella misteriosa visión que refiere San Lucas con todas sus maravillosas circunstancias, y en la que comprendió, ilustrado por el Espíritu Santo, que delante de Dios no hay acepción de personas, y que no solo a los Judíos, sino también a los Gentiles debía predicar el Evangelio; cuando habiendo muerto el Salvador por todos los hombres, ninguna Nación ni Pueblo quedaba excluida de tan gran beneficio. En efecto, San Pedro, usando ya de la potestad que nuestro Señor le había concedido, entregándole las llaves del Cielo, instruye y bautiza a Cornelio Centurión (que era Gentil), y a toda su familia; quedan admitidos en la Iglesia, y noticiosos los fieles de Jerusalén (Ver Daniel, tomo II de los Comentarios), glorificaron a Dios por haberse dignado de hacer participantes a los Gentiles como a los Judíos del don de la penitencia para conseguir la eterna salvación. Demos gracias al Señor, que se ha dignado hacer maravilloso a nuestro Santo Apóstol, y tomemos la firme resolución de imitarle, deseando ser hombres de oración mental, de que tan distantes estamos. Cuando nuestro entendimiento no medita, no piensa en conocer a Dios; ¡oh horrible alucinación! ¡Oh terrible olvido de nuestra obligación cristiana! Todo el mundo está desolado, dice Jeremías, porque ninguno medita de corazón las verdades que le importan (Jeremías XII, 11). Volvamos en nosotros, y acordándonos que la oración del malo es pésima en presencia del Señor, desterremos nuestras culpas, solicitemos vestirnos del santo temor, tomemos finalmente la resolución de dedicarnos a la oración mental, tomando por guía a San Pedro, en cuanto sea compatible con las obligaciones de nuestro estado, y siendo la primera la de ser buen cristiano, nada la desempeña tan bien como el ejercicio de la oración, como enseñan las Santas Escrituras y Doctores místicos. Acordémonos en todas nuestras obras de los Novísimos, y siempre tengamos presente la eternidad, y no nos deslizaremos a pecar.
Sepamos para nuestro consuelo, y animémonos con fervor, que nuestro Sumo Pontífice Benedicto XIV (Constitución Quemadmódum nihil, 16 de Diciembre de 1746) tiene concedida indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados, cada mes, al que tuviere media hora de oración mental continuada, o a lo menos un cuarto de hora, en cada uno de los días de dicho mes, con condición de que verdaderamente arrepentido y confesado reciba la sagrada comunión, y pida a Dios por la exaltación de nuestra Santa Fe, por la extirpación de las herejías, y la concordia entre los Príncipes Cristianos: y dicha indulgencia podemos también aplicarla por las Ánimas del Purgatorio. ¡Qué gran tesoro!
ORACIÓN
¡Oh clementísimo Jesús mío! Cuando considero a vuestra Majestad orando por mi salvación, ya en el desierto, ya en el monte, ya en el huerto, hasta sudar gotas de sangre; cuando reflexiono las repetidas doctrinas de vuestro Evangelio, que oremos y velemos para no entrar en tentación, y que siempre vivamos alerta, porque no sabemos el día ni la hora en que seremos llamados a juicio: cuando miro en fin el ejemplo de San Pedro, de los Santos Apóstoles, y de todos los Santos, que han seguido el ejercicio de la oración, camino real del Cielo, me confundo, Dios mío, de la tibieza y alucinación con que he vivido (Antonio de Molina OCart., Ejercicios espirituales de las excelencias de la Oración mental, cap. VI). ¿Cómo tanto descuido de mi salvación, y no me apresuro a seguir vuestra doctrina, y con santa emulación imitar vuestros Bienaventurados? ¿Cómo no me retiro de los placeres del mundo, y apetezco la soledad en la que habla el Espíritu Santo al corazón? ¿Cómo no considero que mientras más me aproximo al mundo, mas me aparto y osa parto de mí, y que el logro de sus riquezas me estorba felicidad? ¿Cómo no echo de ver que sin oración no conozco los engaños y falacias de mis enemigos, y que todo es vanidad de vanidades? ¿En qué pienso hallar remedio cierto y fortaleza para vencer las tentaciones y dificultades que se presentan en el ejercicio de la virtud? ¿No es, Señor, el alma en la oración, segun expresión de David, como un árbol plantado a las corrientes de las aguas, que se fecunda de las gracias del Cielo, para dar a su tiempo frutos sazonados de santidad? ¡Oh Maestro Divino! Enamorad a mi alma de este santo ejercicio de la oración mental: ilustrad mi entendimiento para que con gran provecho de mi alma medite vuestro Santo Evangelio. Vea por la oración cómo he abusado de vuestra Divina misericordia y de vuestras liberalidades, que he empleado tan en daño de mi alma, y tema vuestra Divina Justicia. Os buscaré, Señor, para enseñarme a orar, clavado y muerto por mi amor en la Santa Cruz, como libro el más Divino y fecundo de pensamientos para orar, y aprender la ciencia de mi salvación. Estos son hoy nuestros deseos: continuad, Señor, vuestras misericordias sobre nosotros, para que aprovechemos en este ejercicio: por vuestro Apóstol modereis vuestra justa indignación, y concediéndonos vuestra gracia, logremos adoraros en la gloria eternamente. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO - 26 DE JUNIO
Por la señal...
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: SAGRADO CELO DE SAN PEDRO.
Considera que el verdadero y santo celo viene a ser un deseo ardiente de dilatar la gloria de Dios, y de mirar por la salud eterna de nuestro prójimo, oponiéndonos con fortaleza constante a cuanto sea contrario a estas dos cosas. Y siendo el sagrado celo el primer fruto que produce la caridad, ¿quién será capaz de ponderar dignamente las vivas llamas de celo que ardían en el corazón del más fino amante de Jesucristo? Toda la vida del príncipe de los Apóstoles estuvo empleada en dilatar la gloria de Dios, en dar a conocer y amar al Salvador del mundo, extendiendo su reino, y haciéndole triunfar de sus enemigos en todo el mundo. La fundación de la iglesia en Antioquía: la predicación del Evangelio por el Ponto, por Galacia, por Capadocia, por Asia, por Bitinia, en Jerusalén, y en casi todo Judea: el haber plantado el estandarte de la Cruz en la misma Roma, fijando en ella su cátedra Pontifical, para que, como se explica San León (Sermón I de San Pedro y San Pablo), desde la ciudad que era cabeza del mundo se difundiesen con facilidad las luces del Evangelio por todas las partes del Universo. ¿Qué otra cosa era todo esto, sino un efecto del ardentísimo celo de la gloria de Dios, y exaltación del santísimo nombre de Cristo? Este ardiente celo sobresalía en su predicación: y la afluencia de la gracia, y fuerza de la verdad fue tan poderosa en San Pedro, que en el primer Sermón convirtió cerca de tres mil almas, y en el segundo cinco mil varones, como consta de los Hechos de los Apóstoles (Cap. IV, ver Calmet). Así se aumentó la Iglesia en poquísimos días, ¿Cuántos peces cogería después San Pedro, a quien el Señor había hecho pescador de los hombres? ¿Cuántas conversiones de pecadores en más de veinte y cuatro años que gobernó la nave de la santa Iglesia con aquella celestial y admirable sabiduría, que se deja ver en sus dos epístolas canónicas, y en la historia de los Hechos Apostólicos?
A presencia de lo que hemos entendido, procuremos, cuanto podamos, imitar el ardiente celo de nuestro Santísimo Abogado, y no nos pase por la imaginación que semejante imitación es solo para los Predicadores y Pastores de almas, que a todo Cristiano, que tiene capacidad para ello, incumbe la obra de misericordia de corregir al que yerra, para, si puede, ganar al hermano, y no dejar que se pierda. Todos podemos pedir al Señor, oyendo misas, frecuentando sacramentos, y aplicar semejantes obras piadosas con el fin de la exaltación del santísimo nombre de Jesús, y conversión de las almas. Y si por ventura tenemos a nuestro cargo hijos, criados y domésticos, a los que más de cerca pertenece la obligación de celar sean temerosos de Dios: ¡de cuántas omisiones seremos reos, si por nuestra desidia ignoran la doctrina, o giran con desenfreno por el camino ancho de la perdición!
ORACIÓN
¡Oh dulcísimo Jesús mío: cuán justamente os conviene el título de Buen Pastor, de que os gloriáis en vuestro santo Evangelio! Vos, Señor, sois el modelo perfectísimo de todos los pastores, y de todas las ovejas de vuestro rebaño, y de quien San Pedro sacó tan fiel copia, que pudo decir, como en vuestro nombre había dicho David: Me comió el celo de la casa de Dios. Dad, oh Salvador Divino, a todos los Pastores, Predicadores, Confesores, y demás Ministros de vuestra Iglesia, aquella fidelidad, santidad de costumbres, fortaleza, doctrina celestial, mansedumbre, y fervoroso celo, que tanto brillaba en el Príncipe de los Apóstoles, para gobernar con todo acierto el rebaño que vuestra providencia les ha confiado respectivamente. Haced, Señor, que no desmayen entre los grandes trabajos de su apostólico celo, teniendo presente lo mismo que les avisa San Pedro: que cuando en el día del juicio apareciere el Príncipe de los pastores, que sois Vos, oh Divino Remunerador de nuestras obras, recibirán en recompensa la incorruptible y eterna corona de la gloria (I Pedro, cap. V). Concedednos a todos que seamos dóciles para oír la voz de nuestros Pastores, que no nos expongamos al lobo infernal, que anda dando vueltas, como león embravecido, entre nosotros, buscando presa a quien devorar. ¡Oh, a cuántos peligros me expuse cuando andaba como oveja errante y descaminada! ¡Cómo iba corriendo al precipicio de la muerte, si vuestra bondad infinita no me hubiera buscado con amorosa solicitud! No me neguéis, Señor, por mis ingratitudes, la continuación de vuestras misericordias, porque los enemigos del alma, mientras seguimos la carrera de esta vida, no cesan de hacer sus tentativas (Job V, 1), y si vos, oh Custodia segurísima de Israel, no me defendéis con vuestra gracia, en vano emplearé yo mi vigilancia para defenderme confiado en mis propias fuerzas. En Vos confío, Dios mío, y con vuestros auxilios espero tener en lo sucesivo un celo ardiente de mi salvación y vuestra gloria. Abrasad, Señor, mi corazón y mis entrañas con este sagrado celo, para que en todo busque vuestra gloria (Salmo XXV); para dolerme con íntimo dolor del desprecio que hay en los pecadores de vuestra santa Ley, y para mirar por la salud eterna de mi prójimo, amándole como a mí mismo. Y para que amando a vuestra Majestad con todo mi corazón en esta vida, os pueda adorar eternamente en la patria celestial. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO - 27 DE JUNIO
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PACIENCIA DEL SANTO APÓSTOL.
Considera que la paciencia es aquella virtud con que sufrimos animosamente los trabajos sin la turbación o tristeza demasiada en lo interior del alma, y sin caer en alguna acción indecorosa. De esta importante virtud nos dejó San Pedro tantos ejemplos, cuantos fueron los trabajos de su vida apostólica, portándose en ella, como fino Ministro de Dios, con grande paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias, en las llagas, en las cárceles, en las persecuciones, en las vigilias, y en fin, en toda aquella multitud de semejantes penalidades que enumera San Pablo a los de Corinto (Epístola II, cap. VI). Hallábase el esforzado Apóstol predicando en Jerusalén con Divina elocuencia el nombre de nuestro Señor, creciendo el número de los fieles a la eficacia de su predicación y repetidas maravillas, cuando los Magistrados de los Judíos le mandan prender y azotar cruelísimamente. Tan lejos estuvo de perder la paciencia y entristecerse con tanta deshonra, dice el sagrado texto, que iba lleno de gozo, viéndose digno de padecer esta afrenta por su amado divino Maestro (Hechos de los Apóstoles, cap. V, 41). Remuévese la persecución contra los Cristianos en Jerusalén, y Herodes Agripa le manda aprisionar cruelmente, entregarle a la custodia de diez y seis soldados, que remudándose le guardaban estrechamente. San Pedro estaba aprisionado con dos cadenas, y cercado de aquellos trabajos que se dejan discurrir de quien se hallaba en vísperas de salir al suplicio, ¿por ventura se contrista, desmaya, se aflige el santo Apóstol en medio de tantos males, y del peligro que por instantes le amenaza? Nada menos: porque la misma noche del día en que había de ser ajusticiado, dormía con sueño tan tranquilo, y como carece de todo cuidado, que fue como necesario al Ángel del Señor agitarle para que despertase, para ponerle en libertad, porque así convenía para bien de la Iglesia (Hechos de los Apóstoles, cap. XII, 6). Finalmente después de una vida llena de santidad y de portentosos milagros: después de haber desempeñado las obligaciones de Vicario de Cristo, Señor nuestro, con tanta gloria de su santísimo nombre, llegó la hora de su preciosa muerte que el Divino Maestro le había advertido (Juan XXI): y estando en Roma, imperando el cruelísimo Nerón, fue arrestado a la cárcel de Mamertino, donde estuvo padeciendo ocho o nueve meses, mas la paciencia del príncipe de los Apóstoles florecía como la palma: y como la caridad perfecta no sabe de temores, ni los conoce, sufrió con alegría el martirio, y dio la vida por el Señor, que por él había muerto en el santo árbol de la Cruz. Tan admirables frutos de paciencia produce el Divino Amor.
¿Qué diremos nosotros de nuestra paciencia? Si la conocemos, ¿podremos asegurarnos de que la ejercitamos? ¿Por qué no nos contristamos, afligimos o iracundamos? ¿Qué hay que nos contenga a ensoberbecernos? Consideremos cristianamente, que ni adelantaremos un paso en la virtud, ni entraremos en los Cielos, sin armarnos con el escudo de la paciencia, porque en ella (Lucas XXI, 19) poseeremos nuestras almas: suframos con alegría, y toleremos a lo menos con verdadera sumisión los trabajos que el Señor nos envíe, seguros que no ascenderán a más de lo que podemos tolerar.
ORACIÓN
¡Oh Cordero inmaculado!, que por vuestro infinito amor padecisteis tan cruel y afrentosa muerte, por redimirnos del pecado, siendo tanta vuestra divina paciencia; que en toda vuestra sacrosanta Pasión no desplegasteis vuestros soberanos labios; para enseñarnos a imitarla en los trabajos que podemos padecer, según Vos ordenéis: vemos llenos de júbilo y admiración, cuán fina y fielmente siguió vuestras huellas nuestro santo Apóstol. Concedednos, Señor, por sus méritos, auxilios de vuestra gracia para poseer verdadera paciencia, para sufrir animosamente y con alegría las muchas tribulaciones de esta vida, por las que hemos de pasar para llegar a vuestra gloria.
Con vuestro favor, Señor, buscaré, amaré y me abrazaré con la paciencia cristiana, porque ya a buena luz conozco que con su ejercicio se asciende a la posesión felicísima del paraíso, y toco cuán afortunado es aun en esta vida el que la practica debidamente. Veo claramente, que con la paciencia en los trabajos se purifica el alma de pecados e imperfecciones: se aumenta el vigor del espíritu para resistir a las tentaciones: se satisface a Dios por los pecados cometidos: y al fin, la paciencia hace al hombre participante, Señor, de vuestra Cruz, lo que es señal (In patiéntia vestra, Lucas XXI, 19) de predestinación a la gloria (II Timoteo, II, 12), y es feliz en esta vida porque llega a poseer la tierra, según el Santo Evangelio. ¿Cómo lograrán este beneficio los hombres inquietos, iracundos, soberbios y violentos, que son a todos objeto de odio, corrompedores de la paz, de la unión y confraternidad?
¡Oh! Príncipe de la Paz, Salvador Divino, libradme por vuestro Pedro de este veneno que derrama la infernal serpiente. Dignaos Señor, de pacificar la turbulencia de nuestros desordenados apetitos: y por aquella inalterable paciencia y celestial constancia que tuvo vuestra Santísima Madre, y nuestra, viéndoos pendiente en la Santa Cruz, os pido nos des gracia a todos para llevar con paciencia los trabajos de esta vida, para que merezcamos la eterna. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
Por la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo, Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
Inclinación y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: MILAGROS DE SAN PEDRO.
Los milagros no se proponen para la imitación, sino para bendecir y alabar al Señor Dios de Israel, que solo hace maravillas, según afirma David (Salmo LXXI, 18). La sagrada Escritura, hablando de los Apóstoles, asegura que por sus méritos se hacían muchos milagros en el pueblo, y que saliendo a predicar por todas partes, el Señor cooperaba a su doctrina, confirmándola con maravillas (Marcos, cap. último). ¿Quién podrá enumerar todas las que obró el Príncipe de los Apóstoles en el prolongado discurso de su Evangélica Predicación? Alabemos al Señor en los milagros que refiere San Lucas (Hechos de los Apóstoles, cap. III). ¡Qué prodigio tan grande es el del tullido! «Oro ni plata tengo, le dijo nuestro Santo Protector: te socorreré con lo que puedo. En nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda». Al instante quedó sano, y entró en el templo saltando de gozo y alabando al Señor. Desde Jerusalén hacía el vigilantísimo Pastor algunos viajes para visitar a los fieles esparcidos por pueblos y ciudades: y pasando por Lidia, vio a un hombre llamado Eneas, que ocho años hacía estaba paralítico y postrado en cama: «Eneas, le dice San Pedro, Jesucristo Señor nuestro te da salud, levántate»; y al punto lo ejecutó perfectamente sano, convirtiéndose al Señor los habitadores de Lidia a vista de tan pasmoso milagro (Hechos de los Apóstoles, cap. IX). En Jope resucita a la limosnera y virtuosa Tabita, movido de su caridad, y de las lágrimas de unas pobres mujeres, a las que socorría la difunta. Púsose de rodillas a orar, y después convertido hacia el cadáver, la dice: «Tabita levántate», abrió los ojos, miró a San Pedro, sale del ataúd, y enterado el pueblo de tan milagrosa resurrección, muchos se convirtieron al Señor. Al fin el Todopoderoso había condecorado a su siervo con gracia tan portentosa de hacer milagros, que como escribe San Lucas, con su sombra sola se curaban cuantos podían lograrla (Hechos de los Apóstoles, cap. V). También desde las ciudades vecinas a Jerusalén concurría gran multitud de gentes con varios enfermos y endemoniados, y todos quedaban sanos, como afirma el sagrado texto.
Esta maravilla de curar con la sombra es tan particular, que se cumplió en San Pedro (Cornelio Alápide, comentario sobre Hechos I, 55; en Calmet) lo que había prometido nuestro Señor, diciendo: «el que creyere en mí, hará las obras que yo hago, y aun mayores, en virtud de mi poderosa gracia (Juan XIV). Alabemos de todo corazón al Altísimo, que se dignó ser tan prodigioso en nuestro Santo Apóstol, y pidámosle el remedio de nuestras enfermedades espirituales y corporales. Examinemos bien por los pecados capitales, qué achaques habituales padece nuestra alma, reflexionando con verdadera meditación que estos serán los que nos ocasionen la muerte eterna.
ORACIÓN
¡Oh dulcísimo Jesús, Señor y Dios nuestro! Postrado a los pies de vuestra adorable Majestad, bendigo y alabo con toda la fuerza de espíritu que puedo la virtud de vuestro santísimo nombre, que tanto resplandeció en el maravilloso Príncipe de los Apóstoles. Y pues comunicaste tan gran poder aun a su sombra, para dar salud a los enfermos, yo me acojo con tierna confianza a la sombra de su poderosa intercesión, suplicándoos me deis sanidad en todas mis enfermedades, mayormente en aquellas de que adolece mi alma. El amor desordenado de mí mismo y el de las criaturas, ha sido el origen de mis males. Derramad sobre mi corazón una amargura saludable, para que se desprenda del apego a las cosas del mundo, que todas son vanidad de vanidades, fuera de amaros y serviros. Aplicad, oh buen Jesús, esa mano bienhechora y omnipotente a los ojos de mi alma, para que no se cieguen en el camino de la eternidad, conozcan con penetración la insubsistencia de los bienes terrenos, y siempre pongan la mira en el Cielo, patria dichosísima de nuestra esperanza. A Vos, Salvador Divino, nada hay incurable, ni mal alguno puede resistir a los remedios de vuestra gracia, si los hombres quieren solicitarla para recibirla, y usar de los medicamentos que nos habéis dejado en vuestra Iglesia. Compadeceos, Señor, como padre de misericordia, de tan peligrosos males, y disponed que todos los Cristianos engañados los conozcan, para que no sigan aquel camino temeroso de la ignorancia culpable, que muchos le creen recto, y no acaban de conocer que su paradero es el de la muerte. Haced, amabilísimo Redentor de nuestras almas, que no amemos, ni nos dejemos engañar del mundo, su pompa, lujo y embrollos, y que andemos en él como verdaderos peregrinos, para no colocar nuestro corazón sino en la verdadera felicidad, que por vuestros merecimientos esperamos. Dadnos la singular gracia, que ni una línea nos desviemos de la senda de vuestra Divina Ley, caminando rectos por ella hasta el fin, para concluir con la muerte preciosa de los Santos, y alabaros por toda la eternidad en la gloria. Amén.
Rezar tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
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