Dios Eterno y misericordioso, que obligado de tu infinita caridad quisiste enriquecer a tu Iglesia con el preciosísimo e inestimable tesoro de tu Cuerpo y Sangre, para ser en la Eucaristía Rey que nos gobiernas, Pastor que nos diriges, Médico que nos sanas, Maestro que nos enseñas, Padre que nos amas, Sol que nos alumbras, y fuente divina e inagotable de donde se derivan todas las gracias. Reconocida mi alma a tus infinitas finezas, quisiera arder en el fuego de los Serafines para derretirse en tu obsequio, y saber darte gracias por haberte quedado en el Santísimo Sacramento para unirse a nosotros con vínculo tan estrecho de dulcísima caridad: o poder recompensar las injurias que recibes de tantos infieles y herejes y de los malos cristianos con sus comuniones sacrílegas, o del olvido que padeces en las iglesias donde no quieren hacer caso de Vos los hombres, con quienes aseguras tener tus delicias. Pero ya que son tan débiles y pobres mis afectos, yo te ofrezco todas las adoraciones que te tributen los Bienaventurados, y las alabanzas que te dio en la tierra y te dará en el Cielo la Reina de los Ángeles María Santísima. Recíbeme, Señor, por perpetuo esclavo tuyo, y haz que lo acredite en la reverencia con que te adore, y en el celo con que promueva tus cultos. Te encomiendo las necesidades en que se halla tu Santa Iglesia, y te pido humildemente mires con perpetua misericordia a este tu católico Reino, que tanto te ha venerado. Que destruyas las herejías, conviertas los pecadores y perfecciones a los Justos. Abrid, Señor, vuestra mano liberalísima, y compadecido de todas mis necesidades temporales y espirituales, dadme el remedio que en todo necesito, para que santificado con tu gracia, te alabe por todos los siglos. Amén.
El Ilustrísimo Sr. Dr. Don Antonio Joaquín Pérez Martínez, dignísimo Obispo de la Puebla de los Ángeles, concedió por sí y en virtud del pacto de hermandad que tiene celebrado con los Ilustrísimos Sres. Obispos de Monterrey, Quito y Oaxaca, 160 días de Indulgencia a todos los fieles por cada palabra de esta oración, rezándola con devoción, como consta por su decreto de 26 de enero de 1821.
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