Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA DÉCIMO – SAN JOSÉ, ADORADOR PERFECTO
¡Cuán grande es San José a los ojos de Dios, por sus títulos de Padre de Jesús y Esposo de María! ¡Y cuán grande debe aparecer también ante los hombres todos!
Su misión ha de durar tanto como dure la Iglesia y se extiende a toda la cristiandad. Es necesario que conozcamos, que estudiemos la parte que podemos esperar de sus gracias y de su protección, en nuestra calidad de adoradores. Vamos a ver cómo estos dones de San José, y todas sus gracias, tienden a hacer de él un perfecto adorador.
Desde su venida al mundo, cuando Jesús estaba aún encerrado en el seno de María, como en un copón viviente, quiso tener dos adoradores: María y José. Desde que el Ángel desvaneció la duda que atormentaba a este buen santo, respecto a las maravillas obradas en María, él no cesó de adorar a Jesús oculto en su seno virginal.
Cuando el Verbo hecho carne fue dado a luz en Belén, San José y María le adoraron incesantemente; en esos momentos lo tenían ante sus ojos: era preciso que la humanidad entera se hallara representada a los pies de Jesucristo, por estos dos santos. ¡Ciertamente, Adán y Eva fueron bien reemplazados!
San José trabajaba todo el día en Nazaret, y como no podía permanecer de continuo a los pies del Niño Jesús, viéndose obligado a veces a salir de su casa, por asuntos de su oficio, María lo reemplazaba en esos momentos cerca del Hijo divino; pero, cuando al anochecer volvía a su casa, pasaba incansable toda la noche en adoración, feliz de contemplar en Jesús los tesoros ocultos de la divinidad.
Sin detenerse en las apariencias exteriores con que Jesús había querido ocultar su divinidad, la fe de José penetraba hasta el Sagrado Corazón, e iluminado por la luz sobrenatural veía con mirada profética todos los estados por los cuales había de pasar Jesús: San José adoraba, y se unía a la gracia de todos los misterios. Él adoró a Nuestro Señor en su vida oculta; en su Pasión y en su muerte; lo adoró de antemano en el santo Tabernáculo, en la divina Eucaristía. ¿Podía Nuestro Señor ocultar algo a San José? Él recibió la gracia de todos los estados de Nuestro Señor; poseyó la gracia de adorador del Santísimo Sacramento, y ésta es la que debemos pedirle. Tengamos confianza, gran confianza en San José, que sea él patrón y modelo de nuestra vida de adoración.
Aspiración. — San José, que ganaste con el sudor de tu frente el Pan vivo de tus hijos, ruega por nosotros.
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