Tratado escrito por Mons. Pedro Daniel Huet, obispo designado de Soissons, publicado en París por la librería de Daniel Horthemels en 1689 (traducción al español por el Ing. Patricio Shaw). Rescatado de los archivos de CATÓLICOS ALERTA - SEGUNDA ÉPOCA.
CENSURA DE LA FILOSOFÍA CARTESIANA
PREFACIO
CAPÍTULO PRIMERO.
Examen del dictamen de Descartes sobre la duda,
y sobre la argumentación “Yo pienso, luego soy”.
I. El fundamento de la filosofía cartesiana es la duda.
Descartes constituyó en la duda el fundamento de toda su filosofía. Y no nos manda dudar con levedad ni descuido, sino de modo de tomar todas las cosas por inciertas, y no sólo por inciertas, sino absolutamente por falsas, y no solamente cualesquier cosas que hasta el presente nos hayan sido inciertas o verosímiles, sino también las que nos han parecido certísimas, sin exceptuar aquellos principios que se dicen ser conocidos por sí mismos y en la luz natural, tales como “dos más dos hacen cuatro”, “El todo es mayor que su parte”, y “Las cosas que son iguales a una, son iguales entre sí”, y por ende, según esta ley, también se incluyen los teoremas de los geómetras que se apoyan en estas nociones. Decreta que tengamos por ficciones los cuerpos que vemos y tocamos y el mundo entero que nos rodea, y que juzguemos incierto si nosotros mismos existimos. Es manifiesto que una duda tan patente y tan amplia comprende absolutamente todo, al punto de que el alma no se quede con nada en lo que pueda duda sostenerse.
II. Por qué Descartes puso el fundamento de su filosofía en la duda.
Descartes presenta como causas de este precepto el hecho de que con frecuencia experimentamos que los sentidos son falaces, que bajo el sueño resultamos sentir muchas cosas que no existen en ninguna parte y que las cosas que nos aparecen en sueños no las podemos distinguir de las que sentimos en vigilia; que la razón humana es oscura y lúbrica; por fin, que no sabemos si Dios nos quiso hacer rales que siempre erremos, aún en aquellas cosas que nos parecen conocidísimas. Hay que advertir y examinar circumspectamente qué implican y adónde llevan estas palabras, para evitar que más tarde Descartes, habiéndonos encerrado consigo en estas estrecheces y rodeado de estas tinieblas de desconocimiento, trate de sacarnos incautos y desconocedores a la luz abierta del conocimiento. Dice que hay que dudar de todo sin exceptuar en nada ninguna cosa para que se eviten los errores y se llegue a la verdad, porque los sentidos y la razón frecuentemente nos engañan, y no sabemos si Dios nos creó tales que siempre nos engañemos. A partir de esta sentencia se abre camino a la filosofía: aquí da arranque a sus meditaciones y a sus principios de filosofía: estas cosas inculca en diversas partes, estas cosas ofrece.
III. Descartes abandonó el propósito de dudar antes de observarlo.
En esto lo primero digno de reprensión es que quien había establecido dudar sobre todas las cosas para percibir la verdad, para mejor dudar decretó tener las cosas no ya por inciertas sino por completamente falsas. Y esto contraría manifiestamente su propósito. Porque quien tiene una cosa por falsa, no duda sobre ella más que quien la tiene por verdadera, y afirma que es falsa. Pero quien asiente, cree y afirma, no duda; duda, en cambio, quien retiene su asentimiento y tiene por incierto si la cosa es verdadera o falsa.
IV. Establece la primera noticia de verdad en el “Yo pienso, luego soy”.
A inmediata continuación, buscando ansiosamente una chispa de verdad, cree haber encontrado esta primera: aunque siempre yerre, aunque siempre duerma y sueñe, aunque esté condenado por Dios a la perpetua ignorancia y a los errores desde su mismo origen, por cuanto, sin embargo, piensa sobre todas estas cosas, necesariamente es. En efecto, “repugna —estas son sus propias palabras— que pensemos que lo que piensa no existe en el mismo tiempo en que piensa”. Así éste es el primer inicio firme, estable y sólido de toda verdad, y el fundamento de toda la filosofía es este: “Yo pienso, luego existo”. Veamos ahora cómo es esto.
V. Aquí pone como concedido lo que se busca.
Digo primero que Descartes pone como concedido lo que se busca, busca si es, y con razón, porque quien quiere dudar de todas las cosas, también debe dudar si es, y de eso profesó dudar Demócrito. Entonces para prober que es, dice: “Yo pienso, luego soy”. ¿Pero qué es aquel “yo”? Pues alguna cosa que es. Busca si es y asume que es. Por tanto asume lo buscado por concedido.
Luego, ¿qué es “yo pienso”? Es “yo soy pensante”. Esto es componer este argumento: “Yo soy pensante, luego soy”. Argumento que se reduce al de Crisipo “Si luce, luce; pero luce; luego luce”. “Si soy, soy; pero soy; luego soy”. Aquí asumo que soy para probar que soy y admito aquel círculo vicioso de argumentar.
Además al decir que piensa, no solamente asume ser, sino que asume ser una cosa que actúa, en lo cual asume como cierta y confesa tanto la cosa que es como la acción de esta cosa. Sabemos que hubo varones agudos y doctos que en otro tiempo habrían respondido a Descartes en el hallazgo de este argumento, que ese “yo pienso” no es nada más cierto que todo lo demás que él tuvo por falso. Y con buena razón, porque quien duda si es, puede dudar si piensa. Y eso Descartes no lo pudo defender con otro recurso que el que él mismo se había quitado, a saber, la luz natural, a la cual había mandado negarle toda fe por completo. Es más: el fundamento de ese argumento es: “Quien piensa, es”, y lo debió anteponer para que el argumento obtuviera esta forma legítima: “Quien piensa, es; yo pienso; luego yo soy”. Y otra vez Descartes abandona lo prometido y falta a su palabra y asume por verdadero lo que no es menos dudoso que las demás cosas que guió a tener por falsas. Hasta tal punto es desmemoriado de su propósito magnífico y general de tener todas las cosas por falsas. Si hubiera perseverado constantemente en este propósito, como convenía a un filósofo, al momento de ocurrírsele a su espíritu ese “Yo pienso”, lo habría tomado por falso al igual que lo demás. Y si por el contrario eso debía eximirse de la ley general de tener todo por falso, esa ley fue temeraria e incauta. Antes de someterle su espíritu habría debido juzgar si no había nada que exceptuarle.
VI. Del enunciado “Yo pienso”, no puede colegirse “Luego soy”.
Hemos examinado el enunciado antecedente “Yo pienso”; veamos además qué colige Descartes de ahí. ¿Qué pasa si negáramos que esto se concluye de aquello de donde él saca sus argumentos comprobadores? Porque eso son las reglas de la lógica, pero él mandó tener todas las cosas por faltas, y con esa razón también las reglas de la lógica. ¿Qué pasa si decimos que aunque se dé por verdadero que es él quien piensa, también puede ser verdadero que no es él quien piensa? Porque el dictamen de Descartes es que Dios puede hacer que enunciados contrarios y repugnantes puedan ser verdaderos al mismo tiempo. De donde se sigue que puede darse que quien piensa, sea y no sea. Y si es tan verdadero que el que piensa no es como que es, vea Descartes si puede producir algo cierto su argumentación de la cual pueden producirse cosas tan contrarias. Él insistirá otra vez y dirá que repugna que aquello que piensa no sea mientras piensa. Y nosotros también, con igual derecho, diremos que repugna que aquello que es no sea mientras es. Por lo tanto, como Descartes enseñó que estas cosas pueden sostenerse al mismo tiempo, aunque repugnen, también pueden sostenerse estas: que alguien piense y no sea.
VII. La noción “Yo pienso, luego soy”, no es la primera de todas
A esto se añade que a esta “proposición” (porque así la llama Descartes) “Yo pienso, luego soy”, que piensa ser la primera de todas, debieron anticipársele varias otras. Esto no vale solamente para las que él mismo vio, como “Cualquier cosa que piensa, es”, sino también esta que es anterior y más simple: “Cualquier cosa que actua, es”. Y eso no lo podemos saber sin antes saber qué es actuar y qué es ser. Pero para que sepamos qué es actuar, debemos saber qué es un agente, qué es causa, qué es modo, qué es un fin de actuar. Y para saber qué es ser, nos toca saber qué es aquello que es, qué es la causa por la que es, cómo es, y con qué fin es. Además es necesario que haya visto detenidamente las reglas de la lógica quienquiera que de las premisas “Quien piensa, es” y “Yo pienso”, piensa que se colija ciertamente la conclusión “Luego soy”. Descartes responde que todo lo que antecede a la noción “Yo pienso, luego soy”, es conocido por luz natural, pero yo por el contrario insisto en que todo esto es de lejos desconocidísimo.
VIII. Se contradice Descartes cuando a las cosas que nos son conocidas por luz natural a veces da crédito y a veces se lo niega.
Asombraos además de la inconstancia de Descartes. Estableció dudar de todas las cosas, aún de aquellas que nos son conocidas por luz natural, y esto sin exceptuar los teoremas matemáticos ni tampoco los principius sobre que se apoyan, como “El todo es mayor que su parte”. Pero enseguida manda admitir muchas cosas de muchas partes por la sola razón de que son conocidas por luz natural. Definió que hay que declarar certísimo y fuera de toda duda que es porque piensa con el único argumento de “que repugna que lo que piensa no sea mientras piensa”. ¿Pero qué es “repugnar”, sino contrariar la luz natural e implicar una falsedad manifiesta y conocida por sí misma? Así pues, Descartes manda repudiar sin ninguna duda aquellas cosas que contrarían la luz natural y cuya falsedad nos es conocida por sí misma, y admitir sin ninguna duda como verdaderas las cosas que condicen con la luz natural y cuya verdad nos es conocida por sí misma. Y aquí indago: ¿Acaso la proposición de que el todo es mayor que su parte no condice con la luz natural y no nos es tan conocida por sí misma, como la de que el que piensa, es? ¿Por qué, entonces, creeré que el que piensa, es fundándome en que ello me es conocido por luz natural y no creeré que el todo es mayor que su parte, lo cual me es igualmente conocido por luz natural? ¿Qué es contradecirse y chocar consigo mismo, sino esto?
IX. El enunciado “Yo pienso” significa otra cosa que la que quiere Descartes, y por ende la conclusión sacada de él es nula.
Digo además que en el lema “Yo pienso” hay una ambigüedad, y está significada otra cosa que la que Descartes quiere que se entienda, y que por eso es nula la conclusión “Luego soy” en cuanto sacada del significado que Descartes aplica a su enunciado y no del que está realmente contenido allí. Todo pensamiento consta de tres cosas: la mente pensante, la cosa confrontada a la mente pensante y la acción de la mente pensante hacia la cosa confrontada. Digo “acción”, aunque no se me escapa que Descartes extiende el nombre de “pensamiento” a todos los movimientos con los cuales la mente se mueve por sí misma o hacia otro lado. Pero por cuanto pertenece a esta disputación, da igual, porque ya sea que la mente actúe o sea afectada, son necesarias tres cosas: la mente afectada, la cosa que afecta la mente, la afección misma. Aún así, en presencia del pensamiento nos será más nos será más cómoda la noción de que es una acción. Así pues, para pensar yo en el sol, es necesario que exista mi mente que piense, la acción de mi mente que piense y la cosa confrontada a mi mente, a saber el sol, en que la mente piense. Por eso cuando Descartes dice “Yo pienso”, ¿cuál es la cosa confrontada a su mente en la que piense? Pues su pensamiento. Pero ese pensamiento no es este mismo pensamiento con el cual su mente piensa ahora, porque si lo fuera, la acción se identificaría con el fin o término adonde la acción se dirige y aquella acción se retorcería en sí misma, lo cual es absurdísimo y contrario a la luz natural a la cual Descartes llama a recurrir tantas veces. Luego es manco e imperfecto el enunciado de Descartes “Yo pienso” cuyo significado es “Yo pienso en que pienso”. Y esta locución no carece de vicio, pues hay que tomarla de otro modo que como viene dicha, y vale tanto como si yo dijera “Yo pienso en que pensé”, porque como los ojos, así la mente humana sólo puede ver directamente una cosa única en un mismo tiempo. Así pues, para que yo piense que pienso, debo emplear dos pensamientos, de los cuales uno debe reflejarse en el otro, el posterior en el anterior, el presente en el pasado, de manera que el anterior confrontado a la mente sea aquel hacia el cuál se dirija la mente y el posterior sea aquel con el cual la mente se dirija al anterior. Para en pocas palabras, el pensamiento anterior será el fin o término del posterior y éste será la acción con la que la mente se dirija a aquél. Pero repugna que lo uno y lo otro se efectúe por una única acción, pues una misma cosa actuaría sobre sí misma, cosa que se cuidaría de decir un hombre apenas imbuido de los primeros rudimentos de filosofía. Pero eso dijo Descartes, porque al decir “Yo Pienso” quiere decir “Yo pienso en que pienso”, al punto que “pienso” y “pensar” sea un único y mismo pensamiento, cuando por lo antedicho es manifiesto que son dos: uno presente y otro pasado, y que aquel “Yo pienso”, o bien es completamente falso, o significa “Yo pienso en que pensé”. Pero quien piensa en que pensó debe usar de la memoria para recordar que pensó. Pero los mismos adversarios confiesan que dondequiera que se aplique la memoria puede haber error, comoquiera que la memoria, como declaraba Lacides, es opinión, pero toda opinión es falaz, porque en nada estoy más cierto de que pensé, que de que caminé, dormí o comí. Pero estas cosas son de plano inciertas: luego es incierto que pensé. Por eso es nula la conclusión que de allí se toma “Luego soy”. Con todo, demos por cierto que pensé: y aún entonces ciertamente puede fallarme la memoria cuando digo “Luego soy”, porque cuando pienso en esta conclusión, dejé de pensar en el enunciado precedente “Yo pienso”, y no puedo saber que éste penda de aquel sino por función de la memoria. Pero como la memoria de los hombres es floja y débil, la consecuencia puede referirse fácilmente a otro lema que a aquel de donde procedió. Algo similar suele ocurrirnos en la costumbre cotidiana de la conversación natural, cuando habiendo avanzado algún tanto en lo que decimos, no recordamos suficientemente de donde fueron sacadas y a qué han de referirse las consecuencias en que nos hemos detenido. Así pues, la conexión del enunciado doble “Yo pienso”, y, “Luego soy”, es incierta y falaz y por ende no es ninguna argumentación. Aquí ocurre que como el argumento “Yo pienso, luego soy”, se apoya en la proposición “Cualquier cosa que piensa, al tiempo que piensa, es” se sigue que yo, al colegir “Luego soy” de “Yo pienso”, no quiero decir otra cosa que que soy al tiempo que pienso. Pues bien: aquel pensamiento ya deja de ser cuando digo “Luego soy”, y varían el tiempo del enunciado antecedente “Yo pienso” y el del enunciado consecuente “Luego soy”. Por lo tanto, esta argumentación, o bien quiere decir “Yo pienso, luego voy a ser”, o bien “Yo he pensado, luego soy”, y la proposición “Cualquier cosa que piensa, al tiempo que piensa, es” de donde Descartes quiere que penda su argumentación, no atañe a ella en nada. Para serle útil, tiene que cambiarse por esta otra: “Cualquier cosa que piensa, también al tiempo que no piensa, es”. Ahora bien, todas estas cosas tan enmendadas y cambiadas, como deben serlo, son falsísimas, como declara el mismo Descartes, y son ineptísimas. / Los cartesianos piensan haber evadido cautamente esta espada diciendo que el consecuente está en el antecedente, y que en aquel “Yo pienso” está este “Luego soy”, por lo cual no hay por qué tomar en ninguna consideración el tiempo, comoquiera que en cualquier tiempo en que se ponga el “Luego soy”, habrá sido verdadero cuando dije “Yo pienso”. ¡Qué hombres más agudos! Si justamente porque el consecuente “Luego soy” está en el antecedente “Yo pienso”, resulta que en el momento de tiempo en que digo “Yo pienso” es verdadero el “Luego soy”; pero no resulta verdadero en otro tiempo el “Luego soy”. Del mismo modo que era nula la conclusión “Luego soy” antes de decirse “Yo pienso”, así es nula la conclusión “Luego soy” después de decirse “Yo pienso”. Así pues, aquí no hay que atender a la naturaleza de las cosas, sino al progreso del espíritu en conocer la existencia de sí. Después que pensó en el “Yo pienso” avanza hacia el otro pensamiento que buscaba: “Luego soy”; pero los dos pensamientos son enteramente distintos tanto en naturaleza como en tiempo, y por ende puede uno ser verdadero y el otro falso.
X. Cuando alguien piensa en alguna cosa, la idea de esta cosa sobre la que piensa no es la misma que la idea de ese mismo pensamiento
A esto los cartesianos también oponen lo que se lee en sus libros y los de Descartes; cuando alguien piensa, en el mismo tiempo en que piensa está consciente de su pensamiento y lo siente y conoce; como cuando piensa en que es de día no sólo piensa en que es de día, sino también conoce este pensamiento; de manera que la noticia de este pensamiento sea la misma que el pensamiento mismo que consigo mismo imprime en el espíritu su consciencia y percepción, y la idea de este pensamiento no es otra que el mismo pensamiento. Pero es fácil de entender cómo esto es vano. Primero buscan un escondite en la confusión de estas ideas totalmente discrepantes en género. Porque cuando pienso en que es de día, mi mente es el principio de este pensamiento, el pensamiento es la acción de la mente y el día es el fin del pensamiento. Ahora bien, cuando pienso en que pienso en que es de día, se muda el fin del pensamiento, porque entonces el fin del pensamiento no es el mismo que era, a saber, “Es de día”, sino enteramente otro, a saber, “Pienso en que es de día”. Pero mudado el fin o término, es necesario que se mude la acción. En efecto, es sabido a la Escuela que “un acto toma su especie de su objeto”. Por lo tanto este pensamiento posterior es totalmente diverso del anterior, y son confundidos de manera torcida. Porque como nada puede ser sentido, conocido o percibido sino por una idea, no puedo sentir que pienso en el día, sino por la idea de este pensamiento. Pero el que osó identificar la idea del pensamiento y la idea del día, que con el mismo derecho identifique el día y el pensamiento. Escúchese a Descartes mismo pronunciando una sentencia contra sí mismo en el libro del Método. Dice: “Hay una acción de la mente por la cual juzgamos algo ser bueno o malo, y otra por la cual sabemos que hemos juzgado así, y frecuentísimamente se encuentra una sin la otra”. Escúchese también al Príncipe de la Escuela, Tomás: dice “Uno es el acto por el que el intelecto entiende una piedra y otro es el acto por el que entiende que entiende una piedra”. Concedamos eso, porque también a otros filósofos les pareció que todo pensamiento tiene como adjunto y acompañante un cierto sentido y percepción de sí; como cuando quiero caminar, no sólo quiero caminar, sino que quiero y pruebo esta voluntad de caminar. Del mismo modo que cuando veo una casa con los ojos hay una visión doble, una directa con la que veo la casa, y otra oblicua, con la que veo los árboles vecinos, así cuando pienso en que es de día, dicen que hay un doble pensamiento: uno directo, que es el del día, y otro oblicuo o adjunto y concomitante, que es el del pensamiento del día. También Carneades cuando disertó sobre el Criterio decía que a partir de una cosa visible confrontada a los ojos del hombre existe una imaginación, que signaría en el espíritu la noción de sí y de la cosa visible. De ahí los cartesianos no coligen nada verdadero que aproveche a su causa. Porque para que de la cognición de mi pensamiento yo exprese el enunciado antecedente “Yo pienso”, de donde pueda sacar la conclusión “Luego soy”, no basta que aquella cognición sea oblicua y adjunta y por ende imperfecta, sino que es absolutamente necesario que sea directa y perfecta: no basta que yo sienta que pienso, sino que hace falta que piense en que pienso. Porque a menos que uno examine con espíritu atento la naturaleza, la significación y la inteligencia de cualquier enunciado, de ningún modo puede saberse con certeza que allí esté latente la conclusión que hay que sacar. Por esto el espíritu debe reflejarse y fijarse en este pensamiento suyo anterior. Pero aquel pensamiento anterior era la acción de la mente pensante hacia una cosa confrontada a ella en la que pensaba; pero aquella cosa confrontada era, como dije, el fin del pensamiento: ahora bien, aquella acción pasa a ser el fin de un nuevo pensamiento y la mente actúa sobre ella con una nueva acción. Así cae por tierra esta excepción.
XI. Es falso que el “Yo pienso, luego existo”, nos sea conocido por simple visión y no por razonamiento.
Descartes y sus secuaces preveían que estas dos cosas: “Yo pienso” y “Luego soy”, podrían ser fácilmente separadas. Para amarrarlas más firmemente y conglitunarlas en una, osaron negarnos que sean conocidas por razonamiento para decir que lo son por simple visión, en sus propias palabras. En efecto, declaran que todo razonamiento está expuesto a error, como quiera que necesitemos la memoria por cuya función recordemos los principios y las premisas de donde sacamos conclusiones, pero la memoria sería falaz e indigna de confianza. Por lo tanto, si yo enseñara que todo el “Yo pienso, luego soy” es un mero razonamiento y no puede conocerse por visión simple, ciertamente probaría que es incierto y dudoso, y que se engañan o engañan a otros quienes niegan que es un razonamiento. Busco, pues, qué es razonamiento o argumentación: ¿acaso no es la acción de la mente humana por la cual de principios conocidos saca una conclusión, haciendo conocida una cosa que antes era desconocida? O si preferimos usar palabras de Tomás de Aquino, “Paso de un concepto a otro para conocer la verdad inteligible”. ¿Acaso no se encuentra todo esto en la complexión de este enunciado doble? Porque en la entrada de su filosofía Descartes profiesa no saber si él es. Pero para llegar al conocimiento de esta cosa desconocida busca algo que le sea conocido sin ninguna duda. Y elije el “Yo pienso”, y lo pone como principio exploradísimo. Pone también, como conocidísimo por luz natural “Todo lo que piensa, es”. Entonces de este principio doble conocido a él, “Todo lo que piensa, es” y “Yo pienso”, dice haber alcanzado el conocimiento de la cosa que ignoraba, a saber, “Luego soy”. En esta conclusión el predicado, como dicen, se adjunta al sujeto, esto es, este “Soy” a aquel “Yo” por la conexión del término medio “Pienso” que está enlazado a las premisas previas. Si alguien niega que estas cosas forman un perfecto silogismo, será ignorante de toda la lógica. Léase la segunda meditación de Descartes, y aparecerá manifiestamente la progresión de la mente por el conocimiento de su pensamiento a la percepción de una cosa antes desconocida, a saber, que uno es. A esto añádase el absurdo de que si las dos cosas: “Yo pienso” y “Luego soy” se conocen por visión simple, esto es por una única acción de la mente, y no se conoce más, ni antes, el “Yo pienso” que el “Luego soy”, y por ende de la proposición “Yo soy” puede colegirse “Luego pienso” tan rectamente como de “Yo pienso” Descartes colige “Luego soy”. Pero si ese “Luego soy” pende de este “Yo pienso” y de aquí se deduce, la mente tiene que dirigirse primeramante a éste que a aquel, para que de lo conocido se saque lo desconocido. De donde se sigue que el conocimiento de la proposición “Luego soy” es posterior al conocimiento de la proposición “Yo pienso”, y que por ende no hay un conocimiento único ni una visión simple de lo uno y lo otro.
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