Sebastián Valfré nació en Verduno del Piamonte, en 1629. Sus padres, Juan Bautista Valfré y Argentina Mansona, eran pobres y piadosos, y la familia numerosa. Desde su niñez decidió ser sacerdote, y trabajó para pagarse todos sus estudios en el Colegio de los Jesuitas de Turín, copiando libros. Se cuenta que al partir del hogar, lo único que sus padres pudieron darle fue un tonel de vino. Sebastián ingresó en la Congregación de los Padres del Oratorio, en Turín, el día de la fiesta de San Felipe, en 1651, y fue ordenado diácono a la semana siguiente. Un año después, el 24 de febrero, fue ordenado sacerdote y cantó su primera misa en Verduno para consuelo de sus padres. Desde el primer momento, se entregó con toda el alma al cumplimiento de sus deberes sacerdotales. Un hecho notable fue que desde el arribo del beato, el Oratorio de Turín, que hasta entonces había estado en decadencia por muchas dificultades (su fundador, el padre Pietro Antonio Defera, había muerto el año anterior, y el padre Ottaviano Cambiani, el único que quedaba, no podía predicar ni confesar y tenía fama de harapiento y excéntrico), empezó a prosperar y a atraer al pueblo. El primer cargo de Sebastián fue el de prefecto del “Pequeño Oratorio”, es decir una cofradía de laicos que se reunían para los ejercicios de piedad. El beato desempeñó durante muchos años el cargo con gran fruto y su extraordinario don de entusiasmar a los jóvenes parece haberle ganado el puesto de maestro de novicios. En 1661, habiendo cumplido la edad canónica de cuarenta años, fue elegido superior, contra su voluntad. Se dice que su gobierno fue una imitación perfecta del de San Felipe, tanto por el cuidado de la observancia hasta en los menores detalles, como por la gran bondad de Sebastián con los enfermos, para los que nada le parecía demasiado bueno.
Entre tanto, la fama del beato como director de almas se había ido extendiendo. Pasaba largas horas en el confesionario, al que asistía con puntualidad escrupulosa y, en sus exhortaciones a la comunidad, insistía mucho sobre la necesidad de la confesión frecuente. Toda clase de personas se confesaban con él, hallándole siempre dispuesto a hacer cualquier cosa por aquellos que necesitaban ayuda o mostraban deseos serios de perfección. Por otra parte, era implacable con los falsos y parecía gozar de un don sobrenatural o de un poder de telepatía para descubrir la falta de sinceridad. Entre sus penitentes se contaba el duque Víctor Amadeo II, más tarde rey de Cerdeña, quien en 1690, con el consentimiento del Papa Alejandro VIII, se esforzó en vano por persuadirle para que aceptara la sede arzobispal de Turín. El beato Sebastián predicaba, algunas veces, tres sermones al día. Emprendía también largas expediciones misionales a los distritos de los alrededores y, algunas veces, hasta territorio suizo, con gran fruto de conversiones, particularmente de judíos y herejes. Además, consagraba mucho tiempo a la instrucción de los jóvenes y de los ignorantes, componiendo un Catecismo. Acostumbraba reunir a los mendigos que iban al Oratorio a pedir limosna y les daba alimento para el cuerpo y para el alma. Era infatigable en sus visitas a los hospitales y prisiones, y tenía especial simpatía por los soldados, cuyas dificultades comprendía y compadecía. Se destaca particularmente su apostolado durante el sitio que mantuvo el rey Luis XIV tuvo contra Turín.
Sebastián Valfré fue muy devoto de la Sábana Santa: En 1693 compuso para María Adelaida y María Luisa Gabriela de Saboya, las dos hijas del duque Víctor Amadeo II y Ana María de Borbón-Orléans, una Disertación Histórica de la Santísima Síndone de la cual escribió:
«[es] la Reina de las Imágenes que se encuentran en el mundo, impresa con colores de Sangre del Cuerpo de nuestro amabilísimo Redentor en la Santísima Sábana (…) puede dar algún impulso a una mayor devoción (…) para llegar allá arriba en el cielo a ver la original y el autor».
Y el 26 de junio de 1694 asistió, con los duques de Saboya a la sustitución del lienzo de apoyo de la Sábana Santa, en ocasión de la construcción de su nueva capilla en la catedral de Turín, y él mismo realizó algunas reparaciones con hilo negro sobre las que ya habían realizado las clarisas de Chambéry. Ese mismo año, en la iglesia de la Visitación, celebró la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, inaugurando su celebración en Italia.
Como su modelo, San Felipe, el beato estaba siempre alegre, de suerte que las gentes consideraban que tenía un carácter ligero y sin preocupaciones. Esto es tanto más de admirar, cuanto que sabemos, por otra parte, la terrible historia de sus desolaciones y pruebas interiores. Con frecuencia le asaltaba la tentación de sentirse dejado de la mano de Dios y de creer que había perdido la fe y estaba destinado al infierno. A pesar de ello, aun cuando se acercaba ya a los ochenta años de edad, jamás cejó en sus trabajos por las almas, predicando al aire libre, en lo más crudo del invierno, al primer grupo de perdidos que encontraba. Más aún, cuando le parecía conveniente para la gloria de Dios, no temía entrar en los mismos antros de vicio. Por extraño que pueda ser, Dios parece haber bendecido abundantemente su osadía, ya que los rufianes más groseros se sentían impresionados por la santidad del beato y no se atrevían a levantar la voz cuando éste criticaba sus vicios en los términos más severos, y según se recoge en el proceso de canonización, convirtió a 200 prostitutas. Su vida podría servir de modelo a todos los pastores de las ciudades en las que abundan el vicio y la miseria, y nada tiene de extraordinario que los contemporáneos del beato le hayan considerado como un santo. Se cuentan muchos ejemplos de su don de leer los corazones y de hacer profecías que se cumplieron. Entre otras cosas, parece que el beato sabía desde varios meses antes la fecha exacta en que iba a morir. Dios le llamó a Sí, a los ochenta y un años de edad, el 30 de enero de 1710. Fue beatificado el 15 de julio de 1834.
Ver Lady Amabel Kerr, Life of Blessed Sebastián Valfré (1896); G. Callen, Vita del B. Sebastiano Valfré; P. Capello, Vita del b. Sebastiano Valfré 2 vols., (1872).
ORACIÓN (De la Misa propia del Beato)
Concédenos te suplicamos, oh Señor, que así como suscitaste admirablemente a tu Confesor el bienaventurado Sebastián para la salvación de muchos, podamos también perseverar en tu amor, para socorrer a las almas. Por J. C. N. S. Amén.
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