Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 29.ª (DÍA SEGUNDO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): Jesús nació niño.
Considera
cómo la primera señal que dio el Ángel a los pastores para hallar al
Mesías recién nacido fue la de encontrarle en forma de niño: Inveniétis infántem pannis involútum
(San Lucas II, 12). La pequeñez de los niños es un grande atractivo de
amor, pero un atractivo mucho mayor debe ser para nosotros la pequeñez
de Jesús, que siendo un Dios inmenso, se ha hecho chiquito por nuestro
amor, como dice San Agustín (Tratado 22 sobre el Evangelio de San Juan).
Adán compareció sobre la tierra en edad perfecta; mas el Verbo eterno
quiso manifestarse infante, para atraerse de esta manera con mayor
fuerza de amor nuestros corazones. Jesús no viene al mundo para infundir
terror, sí para ser amado, y por eso en su primera aparicion quiere
hacerse ver tierno y pobre niño. «Mi Señor es grande, y digno en gran
manera de ser loado», decía San Bernardo (Sermón XLVII sobre los
Cánticos); pero viéndole despues el Santo hecho pequeñito en el establo
de Belen, añadía exclamando con ternura: «Chiquito es el Señor, y por ello muy digno de ser amado».
¡Ah!. y quien considere con fe a un Dios niño llorar y dar vagidos
sobre la paja en una gruta, ¿cómo es posible que no le ame y no invite a
todos a amarle, como invitaba San Francisco de Asis diciendo: «Amemos al Niño de Belén: amemos al Niño de Belen»?
Él es infantito, no habla, sí que solo gime; pero ¡oh Dios!, que
aquellos gemidos son voces todas de amor, con las que nos convida a
amarle, y nos pide el corazón. Considera por otra parte que los niños se
atraen los afectos también porque se reputan inocentes, aunque nazcan
manchados de la culpa original. Mas Jesús nace niño inocente, santo, sin
mancha alguna. Mi amado, decía la sagrada Esposa, es todo rubicundo por
el amor, y cándido por la inocencia, puro de toda culpa, elegido entre
miles: Diléctus meus cándidus et rubicúndus, eléctus ex míllibus
(Cánticos V, 10). Solo en este Niño halló el eterno Padre sus delicias
porque, como dice San Gregorio, solamente en este no halló culpa.
Consolémonos, pues, nosotros miserables pecadores, porque este divino
Infante ha venido del Cielo a comunicarnos esta su inocencia por medio
de su Pasión. Los méritos suyos, si nosotros supiésemos estimarlos,
pueden mudarnos de pecadores en santos e inocentes; pongamos en ellos
nuestra confianza, pidamos por los mismos al eterno Padre siempre la
gracia, y lo alcanzaremos todo.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Eterno
Padre, yo miserable pecador, reo del Infierno, no tengo qué ofreceros
en satisfacción de mis pecados; os ofrezco, pues, las lágrimas, las
penas, la Sangre, la muerte de este Niño que es vuestro Hijo, y por Él
os suplico piedad. Si yo no tuviese este Hijo que ofreceros, sería
perdido, no tendríais más que esperar de mí; pero Vos para esto me lo
habeis dado, a fin de que ofreciéndoos los méritos suyos espere mi
salvacion. ¡Señor!, grande ha sido mi ingratitud; pero es más grande
vuestra misericordia. ¿Y qué mayor misericordia podía esperar, que tener
de Vos en don a vuestro mismo Hijo, por mi Redentor y por víctima de
mis pecados? Por amor, pues, de Jesucristo perdonadme todas las ofensas
que os he hecho, de las cuales me arrepiento con todo el corazón por
haber ofendido a Vos, bondad infinita. Y por amor de Jesucristo os pido
la santa perseverancia. ¡Ah!, mi Dios, si yo os volviese a ofender
después que me habéis esperado con tanta paciencia, me habéis socorrido
con tantas luces, y me habéis perdonado con tanto amor, ¿no merecería un
Infierno a propósito para mí? ¡Ah!, Padre mio, no me abandoneis. Yo
tiemblo al pensar en las traiciones que os he hecho: ¿cuántas veces he
prometido amaros, y después os he dado las espaldas? ¡Ah!, mi Creador,
no permitáis que tenga yo que llorar la desgracia de verme nuevamente
privado de vuestra amistad. No permitáis que me separe de Vos, no
permitáis que me separe de Vos. Lo repito y quiero repetirlo hasta el
último aliento de mi vida; y Vos dadme la gracia para siempre de
repetiros esta misma súplica: Ne me permíttas separári a te.
Jesús mío, mi amado Niño, encadenadme con vuestro amor. Os amo, y quiero
siempre amaros. No permitáis que yo tenga que separarme más de vuestro
amor. Amo tambien a Vos, Madre mía; amadme asimismo Vos. Y si me amais,
esta es la gracia que me habéis de alcanzar, que ya no deje más de amar a
Dios.
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