Dispuesto por el padre Diego Álvarez de la Paz SJ, reimpreso en Madrid en 1830.
MES EUCARÍSTICO, ESTO ES, PREPARACIONES, ASPIRACIONES Y ACCIÓN DE GRACIAS PARA ANTES Y DESPUÉS DE LA SAGRADA COMUNIÓN
DÍA DECIMOQUINTO
PREPARACIÓN
I. ¿Quién viene a mí en este Sacramento? Cristo, vino sagrado, que engendra vírgenes; vino que preparó el Señor para que los que padecen amargura de corazón lo beban, y se olviden de su necesidad, sin volver a acordarse más de su dolor (Zach. 9, 17 - Prov. 31, 7).
II. ¿A quién viene? A que se dignó poner sobre lo mas alto de la tierra, esto es, sobre su Iglesia, para que chupara con sus labios la miel de la piedra, y bebiera el óleo del risco durísimo, y la sangre sin mezcla de la uva (Deut. 32, v. 13 y 14).
ΙΙΙ. ¿A qué viene? A darle el cáliz de vino aromático, y el suco de sus granadas, para embriagarlo en su caridad (Cant. 8, 2).
Aspiración: Venid, comed mi pan, y bebed el vino que para vosotros mezclé: dejad de ser niños; vivid, y caminad por los caminos de la prudencia (Prov. 9, 5), para libraros de las sendas malas, y del hombre que habla cosas perversas (Prov. 2, 2). Pero viviendo, Señor mío, en medio de un pueblo de labios inmundos, y que no habla sino vanidades, ¿cómo me libraré de tantos lazos, si Tú no me guías? Sed pues para mí un Dios protector, y una como casa de refugio, para ser salvo: Tú eres mi fortaleza, Tú mi refugio, y espero por tu grande Nombre que me sacarás del abismo de miserias en que se halla sumida mi pobre alma, y que la sustentarás con tu pan de vida (Ps. 30, v. 3 y 4). Mis delitos Tú los conoces; por tanto los confesé en tu presencia, y no oculté la injusticia con que os ofendí, retirándome de Vos. Con indecible bondad os dignáis ser Maestro de prudencia, que instruís en el conocimiento de los caminos que debemos andar, para llegar a Vos; apartad pues mis ojos, porque nunca vuelvan a ver vanidad alguna, y asegurarme en tus caminos (Ps. 118, 37). Permíteme llegar a tu sacrosanta mesa, en donde junto con tu divino Cuerpo dispensas a los creyentes el vino que engendra vírgenes: así te alabaré, Señor, porque me recibiste para Ti, recibiéndote yo en mí, y me salvaste de la mala compañía de los que no andan por los caminos de la vida (Prov. 5, 6), sino en seguimiento de sus pecados. Tu misericordia, Señor, no me desampare.
ACCIÓN DE GRACIAS
I. Mira, alma mía, con viva fe a Cristo en medio de tu corazón lavando su estola en vino; esto es, purificando con su Sangre tu alma; y a ti introducido a la dispensa de los divinos licores, recibiendo de su mano el cáliz de vino, no de furor, sino de puro amor (Gén.. 49, 4 - Jer. 25, 15).
II. Ámalo con aquel casto amor con que lo amaron los que fueron vírgenes; tanto que no tengas mancha o ruga, u otro semejante defecto, sino que seas Santo e inmaculado (Eph. 5, 27).
III. Pide te conceda limpieza de corazón, para que enteramente purificada tu alma, levantes tus ojos a contemplar su hermosura.
Aspiración: Preparaste a mi vista la mesa contra todos los que me atribulan: ungiste con el oleo mi cabeza: mas ¡oh!, mi caliz, que divinamente embriaga ¡cuán esclarecido es (Ps. 22, 5)! Pero ¿qué mucho, Señor, si en él depositaste todos los deleites del paraíso? A esta mesa asisten conmigo los santos Ángeles; pero ¿qué distinta suavidad perciben de tu presencia de la que percibo yo? Mas no es de admirar: su pureza los hace dignos de participar más de lleno las delicias de este convite; por tanto eructarán siempre la abundancia de tu suavidad (Ps. 144, 7). Pero ¿qué podía mi alma percibir de las suavísimas fragancias y dulces olores de tu manjar, si apenas lo recibía, cuando al punto lo olvidaba? Tal vez con Vos en el pecho buscaba el manjar de la conversación que os ofendía; y cuando la boca del que os recibe debe ser tan pura, que no hable sino palabras santas, la mía, ¡qué desacato!, profería palabras impuras. Por eso tan repetidas comuniones no han causado en mí el fruto que deseabais: por eso, siendo vuestra mesa un escudo contra todas las tribulaciones de esta vida, para mí no lo ha sido: cualquiera adversidad turba mi corazón, y basta el que la menor cosa no salga a mi gusto, para llenarme de descontento. Mas, ¡oh amador de la pureza, y autor de la santidad!, ignoraba ciertamente que basta cualquiera levadura de afección terrena para corromper toda la masa de la suavidad de vuestro espíritu; mas cuando con vuestra luz acabo de conocer que Vos y el mundo no podéis habitar juntos en mi alma, a Vos solo clamo, a Vos solo quiero; renuncio desde este punto cuanto os pueda desagradar. Te confesaré con puro y recto corazón; guardaré tus justificados preceptos: no me desampares hasta tanto que te vea en la gloria (Ps. 118, v. 7 y 8). Mi corazon se derrite en accion de gracias, y en voces de alabanza.
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