sábado, 19 de abril de 2025

TYRREL, ANTECESOR RATZINGERIANO EN LA “SERVICIOMANÍA”

Traducción del artículo publicado en TRADITION IN ACTION, parte de la serie “La Misa Dialogada”.
   
LA AUTORIDAD SUPLANTADA POR EL “SERVICIO”

Dr. Carol Byrne, Gran Bretaña.
  
Décadas antes del Vaticano II, la refundición de George Tyrrell del significado de la autoridad y su reducción al “servicio” entró a la Iglesia vía el Movimiento Litúrgico por obra del P. Romano Guardini, actualmente aclamado por los reformadores progresistas como uno de los principales líderes de la “renovación” litúrgica. Agréguese que el padre Guardini ejerció una influencia significativa en los documentos del Vaticano II como también en los papas posconciliares: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
     
Esto es lo dijo Guardini sobre la autoridad eclesiástica:
«Esta autoridad no es una de dominio, a la cual el individuo está sujeto, sino que la Iglesia es la gran servidora de los individuos, y llega por este servicio a lo que ella realmente es. Su autoridad es la autoridad del servicio» [1].
Guardini estuvo entre los primeros teólogos del siglo XX que tomó y desarrolló la idea de la autoridad clerical como un “servicio” generalizado y amorfo en el cual el sacerdote ordenado ya no es más visto como un mediador de la autoridad de Dios, sino como el siervo del pueblo. La implicación de sus palabras citadas arriba es que los fieles ya no están sujetos a la autoridad de la Iglesia investida en la Jerarquía, sino solamente dirigida directamente a Dios y su propia conciencia, una clásica posición luterana. Esto explica por qué Guardini consideró el ejercicio del poder clerical, especialmente cuando requiere la obediencia de sus súbditos, obligando so pena de pecado, como una forma de “dominación” (en sentido peyorativo).
   
Al igual que sobre el tema del papado como monarquía, Guardini dio su opinión en la siguiente forma tajante:
«En el Concilio, cuando el Papa Pablo VI dejó a un lado la Tiara con su triple corona sobre el altar, para que pudiera ser vendida y su precio pudiese ser usado para alimentar a los hambrientos, él entendió este acto como un símbolo y una lección múltiple» [2].
El símbolo planeado de esta acción por Pablo VI, endosado por todos los Papas que lo sucedieron, fue que la estructura monárquica de la Iglesia, con el Papa en la cima, debería volverse tabú, y que debe silenciarse la doctrina de la supremacía papal. Y la lección planeada que se debía enseñar al dejar a un lado la Tiara papal es que el gobierno universal de Cristo Rey (cuyo vicerregente en la tierra era el Papa) ya no es más reconocido como supremo, ni en la Iglesia (donde se borró la distinción entre gobernante y súbditos), o en la sociedad (donde el Vaticano II admitió la Libertad religiosa para todos).

De hecho, el término Cristo Rey no es mencionado ni una vez en ninguno de los documentos del Vaticano II, a pesar del hecho que más temprano en ese mismo siglo, el Papa Pío XI había instituido una Fiesta para celebrar la Realeza de Cristo. El abandono de la Tiara en el contexto de alimentar a los pobres da un claro mensaje que todo el objetivo sobrenatural del papado ha sido degradado y desarraigado para hacerle el camino para consideraciones puramente naturalistas, humanitarias y seculares.

‘Nosotros no gobernamos sobre tu fe, servimos tu alegría’
Para cualquiera familiarizado con la retórica pos-Vaticano II, este subtítulo puede sonar como si hubiera sido escrito por el Papa Francisco. Pero fue, de hecho, el lema que Benedicto XVI, mirando retrospectivamente en su larga carrera eclesiástica, dijo que había elegido imprimir en las tarjetas de invitación para su cantamisa que celebró después de su ordenación sacerdotal en 1951.
  
El año es digno de mención porque muestra que el joven P. Ratzinger ya había adoptado este lema revolucionario antes que se secara el santo óleo de sus manos; esto también suscita preguntas sobre qué influencias habían sido tomadas para llevar en su mente durante su formación en el seminario.

La noción de sustituir el mandato por el servicio ha sido desde antiguo la razón de la mayoría de pensadores progresistas que buscaron sustituir la Constitución de la Iglesia, comenzando con los protomodernistas como George Tyrrell y jugadores claves en el Movimiento Litúrgico como Romano Guardini.

En su entrevista autobiográfica con el periodista Peter Seewald, el Papa Benedicto explicó que su lema de juventud era «parte de la concepción contemporánea del sacerdocio» [3]. Pero el lema no representa la ortodoxia teológica que prevalecía a mediados de la década de 1950. Por el contrario, antes del Vaticano II habría sido inentendible a todos excepto cierto grupo de teólogos rebeldes –una vanguardia revolucionaria– que eventualmente tendrían éxito en cambiar la forma en que la Iglesia moderna considera el sacerdocio.

Incluso en sus años crepusculares, el Papa Benedicto XVI todavía se pliega a la opinión que era de rigor entre los progresistas que la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el munus regéndi era una forma de “Clericalismo”:
«No solo somos conscientes que el clericalismo está mal y el sacerdote es siempre un servidor, sino que hemos hecho grandes esfuerzos internos para no ponernos en un alto pedestal» [4]
Aun si esta declaración no está planeada como un ejemplo de señalar la virtud, lleva la desagradable implicación que los sacerdotes modernos son superiores a sus predecesores en la virtud de la humildad. La asunción básica que los sacerdotes se han puesto a sí mismos sobre un alto pedestal es un escarnio al sacerdocio, porque no reconoce que los sacerdotes han sido llamados y ordenados a un destino más alto como mediadores entre Dios y los hombres para la salvación de las almas.

Aún recordando la formación progresista que recibió en su tiempo de seminario, que lo indujo a ver el sacerdocio ordenado como algo que no debía estimarse, el Papa Benedicto XVI declaró:
«Ni siquiera me atrevía a presentarme como “El reverendo”. Ser conscientes que no somos señores, sino más bien siervos, fue para mí algo no solamente tranquilizador, sino también personalmente importante como la base sobre la cual podía recibir la ordenación» [5].
Esta declaración parece deber más al prejuicio ideológico contra el status altísimo del sacerdocio que ha sido siempre una manzana de discordia entre los progresistas. Está en línea con el pensamiento del P. Tyrrell quien, como hemos visto, se describía a sí mismo como «demasiado demócrata incluso para disfrutar de la “superioridad” de la dignidad sacerdotal» [6].
  
Lamentablemente, los herederos hodiernos de Tyrrell, quienes también rechazan la dicotomía más alto-más bajo, rechazan todo lo que la Iglesia ha enseñado con la mayor certeza y precisión: que el hombre sea súbdito a la soberanía de Dios que es el objetivo de toda la creación, y que los fieles están subordinados a la Jerarquía que representa a Cristo, la Cabeza de la Iglesia.
   
Además, una característica clave de los revolucionarios pre-Vaticano II es que ellos no fundaron sus ideas en la Tradición Católica sino en sus propias opiniones personales. Por ejemplo, Benedicto XVI admitió que el lema impreso en su tarjeta de invitación expresando su opinión del sacerdocio (servir y no mandar) estuvo inspirado en su propia interpretación privada de la Biblia:
«Entonces la declaración sobre la invitación expresó una motivación central para mí. Este fue un motivo que encontré en varios textos en las lecciones y lecturas de la Sagrada Escritura, y que expresó algo muy importante para mí» [7]
Si bien hay numerosas referencias en las Escrituras a la necesidad de la humildad entre los gobernantes, no hay nada que sustituya “servicio” por “mandato”, como el lema parece implicar. Aquí Benedicto XVI inadvertidamente reveló la naturaleza sin fundamento de la acusación de “Clericalismo” lanzada contra la Jerarquía tradicional.
   
Pero si los fundamentos de la acusación no se puede hallar ni en la Escritura ni en la Tradición, debemos concluir que la tacha de “clericalismo” es simplemente un constructo artificia, un invento de los progresistas. De otro modo, ¿por qué debería el concepto de gobernar sobre los fieles se convirtió en un tema neurálgico en la Iglesia desde el Vaticano II? Incluso los Papas son reluctantes a mencionarlo, e insisten en redefinirlo bajo los títulos inocuos de “servicio”, “don” y “amor”.
   
Después del Vaticano II, en su papel anterior como el cardenal Cardinal Ratzinger, el futuro Papa presentaba su nueva perspectiva de la siguiente forma:
«La categoría que corresponde al sacerdocio no es la de gobierno… Cuando el sacerdocio, el episcopado y el papado son entendidos esencialmente en términos de gobierno, entonces las cosas están esencialmente mal y distorsionadas» [8].
Aquí Ratzinger se mostró como un maestro del oscuro arte de la ofuscación y el doble discurso. Fácilmente podría inferirse de estas palabras que el gobierno no pertenece a la esencia del sacerdocio. Pero esto se conflictúa con la doctrina ortodoxa que el munus regéndi es uno de los poderes sagrados conferidos al sacerdote en su ordenación: el sacerdote es un gobernante en el sentido sobrenatural.

Lo que él quiere decir no está claro. Todo lo que sabemos es que esta idea no vino directamente de la Tradición Católica, porque él describió la nueva doctrina (la cual, vale decir, ningún católico tradicional había pedido) como «una manera importante y diferente de ver las cosas» [9].
   
Siendo uno de los teólogos progresistas de su tiempo, Ratzinger se sentía incómodo con la idea de una Jerarquía con derecho a gobernar, en el sentido de ejercer poder o autoridad soberana sobre los demás miembros de la Iglesia. Así, él construyó un relato plausible del origen griego de la palabra jerarquía con la intención obvia de desviar la atención de los fieles de su verdadero significado como es entendido por la Tradición.
    
Siempre se ha entendido en la Iglesia a la Jerarquía –del griego híeros/ἱερός (sagrado) y arjón/ἄρχων (gobernante o señor)– [10] como el gobierno por gobernantes eclesiásticos que han recibido su potestad sacerdotal por la Ordenación. Pero este concepto era demasiado impotable para los progresistas que querían demoler la estructura monárquica de la Iglesia y remplazarla con un modelo democrático basado solamente en el Bautismo. Así, Ratzinger realizó una prestidigitación señalando a una ambigüedad en la palabra griega arjé/ἀρχή [11], que puede significar tanto origen como gobierno, y eligió el primer significado por encima del segundo como la traducción correcta [12].

Este acto de distracción proveyó una excusa fácil a los progresistas para abrir una zanja en la interpretación tradicional de la jerarquía, mientras hacían virtualmente imposible para cualquiera que no tuviera conocimiento de la etimología griega para juzgar la confiabilidad de su traducción.
    
En resultas, Ratzinger fue incapaz de proveer fundamento alguno para creer que “origen” era una traducción más apropiada que “mandato” [13], el cual era el punto fundamental de su argumento.
   
Resumiendo, su postura teológica sobre la Jerarquía, fiel al Vaticano II, no era diferente de la del padre Tyrrell y todos los progresistas de persuasión neomodernista. Esta puede resumirse en su declaración:
«La manera de gobernar de Jesús no fue mediante el dominio, sino mediante el servicio amoroso y humilde del lavatorio de los pies» [14].
Todos los ingredientes de la perspectiva anticlerical modernista están contenidos en esto: Los clérigos deberían servir al pueblo en vez de gobernar sobre ellos: este es el mensaje encapsulado en el lema de Ratzinger.

Después del discurso de apertura del Papa Juan XXIII en el Concilio, en el cual él recomendaba la “medicina de la misericordia”, se concibió un nuevo enfoque para gobernar la Iglesia. Esta sería libre de las prácticas “inquisitoriales” como la cacería de herejes, la censura y las leyes punitivas, con menos énfasis en la imposición de penitencias, ayuno y abstinencia, mandamientos y sanciones, y mucho más en la libertad del individuo.

Si Benedicto seguía hablando sobre dirigir y gobernar la Iglesia, fue solo en el sentido de “guiar”, “instruir”, “inspirar” y “sustentar” al “Pueblo de Dios” [15], en otras palabras, con estructuras emasculadas de autoridad compatibles con la “Nueva Evangelización” del Vaticano II.

NOTAS
[1] Romano Guardini, The Church of the Lord: On the Nature and Mission of the Church (La Iglesia del Señor: Sobre la naturaleza y la misión de la Iglesia), Chicago: Henry Regnery Company, 1966, pág. 105.
[2] Ibid., pág. 107.
[3] Benedicto XVI, Peter Seewald, Last Testament: In His Own Words (publicado en Español como: Últimas conversaciones), Bloomsbury Publishing, 2016, pág. 87.
[4] Ibid., pág. 87.
[5] Ibid., pág. 88.
[6] George Tyrrell, Carta ‘A Wilfrid Ward Esq.’, 8 de Abril de 1906, en Maude Petrie (ed.), George Tyrrell’s Letters (Cartas de George Tyrrell), Londres: T. Fisher Unwin Ltd., 1920, pág. 102.
[7] Benedicto XVI, Peter Seewald, op. cit., pág. 88.
[8] Joseph Ratzinger, Sal de la Tierra: Cristianismo y la Iglesia Católica a fin del milenio, una entrevista con Peter Seewald, San Francisco: Ignatius Press, 1997, pág. 191.
[9] Ibid.
[10] El arconte (ἄρχων) era el título de los magistrados principales en los antiguos estados griegos.
[11] Arjé (αρχη) significaba originalmente algo que estaba al comienzo, designando la fuente, origen o raíz de las cosas que existen. Por extensión, vino a significar poder, soberanía y dominio derivado de un primer principio.
[12] Ratzinger, ibid., pág. 190.
[13] Ratzinger se concentró solamente en el aspecto del “origen sagrado” de la palabra jerarquía, y omitió su significado de “regla sagrada”. Él envolvió el asunto en circunlocuciones, declarando que el poder del origen sagrado es «el comienzo siempre nuevo de cada generación en la Iglesia». Esto da la impresión de un regreso a las fuentes para volver a aplicar los principios originales a cada nueva generación para adaptarse a la perspectiva del hombre contemporáneo. Pero esta disgresión no es un argumento ad rem. No se prueba con esto que el concepto tradicional de la jerarquía sea «esencialmente erróneo y distorsionado».
[14] Benedicto XVI, “Autoridad y jerarquía en la Iglesia: Servicio vivido en una entrega total”, Audiencia general en la Plaza de San Pedro, 26 de Mayo de 2010.
[15] Este enfoque se presenta muy claramente en el referido discurso de Mayo de 2010.
   
«Debemos evitar y prohibir en las celebraciones litúrgicas los tipos de música profana, particularmente el canto con un estilo tan agitado, intrusivo y estridente que perturbaría la serenidad del servicio y sería incompatible con sus propósitos espirituales y santificadores. Se abre así un amplio campo a la iniciativa pastoral, es decir, al esfuerzo de llevar a los fieles a participar con voz y canto en los ritos, protegiendo al mismo tiempo estos ritos de la invasión del ruido, del mal gusto y de la desacralización. En cambio, debe fomentarse el tipo de música sagrada que ayuda a elevar la mente hacia Dios y que, a través del canto devoto de las alabanzas de Dios, ayuda a proporcionar un anticipo de la liturgia del cielo.
          
Por lo tanto, el Papa Pablo VI invita a todos los compositores de música sacra a dedicarse por completo a proporcionar música para la liturgia de la Iglesia que sea verdaderamente viva y contemporánea, pero sin descuidar la herencia antigua, como fuente de inspiración, iluminación y dirección. La reforma litúrgica aún en curso ofrece a los compositores “una oportunidad de poner a prueba sus propias capacidades, su inventiva, su celo pastoral” (Discurso a los cecilianos, 24 de septiembre de 1972); la reforma inicia “una nueva época para la música sacra” (Audiencia General, 22 de agosto de 1973). La Iglesia espera una nueva primavera en el arte de la música sacra que interpretará también los textos rituales en sus versiones vernáculas.
          
Sigue siendo la firme expectativa del Papa Pablo que el canto gregoriano sea preservado y ejecutado en monasterios, casas religiosas y seminarios como una forma privilegiada de oración cantada y como un elemento del más alto valor cultural e instructivo. Toma nota de las numerosas solicitudes en todo el mundo para preservar el canto latino y gregoriano del Gloria, el Credo, el Sanctus, el Pater Noster y el Agnus Dei . El Papa recomienda nuevamente, por tanto, que se tomen todas las medidas apropiadas para transformar este deseo en realidad y que estas antiguas melodías sean atesoradas como la voz de la Iglesia universal y sigan cantándose como expresiones y demostraciones de la unidad existente en toda la comunidad eclesial» [JEAN VILLOT. Carta al cardenal Giuseppe Siri en ocasión del Encuentro Nacional de Música Sacra, 27 de Septiembre de 1973). En Notitiæ 9 (1973), pág. 301].

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