Artículo publicado en la revista CRISTIANITÀ n. 28-30 (año 1977), tomado de RADIO SPADA. Traducción propia.
UNA MIRADA DEL “CASO” LEFÈBVRE DESDE EL PUNTO DE VISTA CÍVICO-RELIGIOSO
Delimito
con precisión mi argumento. No intento tratar del
«caso» Lefèbvre, sino solamente de uno de los aspectos de este «caso». Y
este aspecto tiene menos relación con el «caso» en sí mismo, o con la
persona de mons. Lefèbvre, que con la psicología de ciertos adversarios,
que
han apenas hecho todo lo posible para obstaculizar la acción de este
arzobispo en América Latina.
Me
limito a este ámbito muy
circunscrito del vasto «tema Lefèbvre» no porque esté paralizado de la
complejidad y de la delicadeza que caracterizan los otros ámbitos; y
ahora menos porque tenía que hacer alguna reserva sobre la persona del
prelado francés, pero por una razón de otro orden.
El «caso»
Lefèbvre es sustancialmente teológico. Hasta poco tiempo atrás todas
las dificultades entre el arzobispo –que es también fundador y guía del
seminario de Écône, y de toda una vasta obra espiritual que se va
difundiendo en Europa y en América– y Pablo VI, eran de carácter
exclusivamente teológico. Y el caso continúa siendo sustancial e
invariablemente teológico, en el curso de las peripecias –ahora no más
teológicas en absoluto– en la cual se va desarrollando.
Ahora
bien, mis constantes tomas de posición sobre argumentos
cívico-religiosos de todo tipo,
nacionales e internacionales, hacen inoportuna mi intervención sobre
temas teológicos, por otra parte más concernientes a un eclesiástico que
a un
laico.
Por
esta consideración deriva mi silencio, en este artículo, propiamente
sobre los argumentos de mayor relieve y más sustanciales que que el
«caso» Lefèbvre pone en consideración.
Ciò posto, e dopo che è
diminuito il chiasso pubblicitario sollevato dal passaggio di mons.
Lefèbvre attraverso l’America del Sud, passo a trattare l’aspetto
civico-religioso della questione Lefèbvre.
* * *
Comienzo afirmando que tributo a la persona de mons. Lefèbvre una simpatía de vieja data y un sincero respeto.
Lo he conocido durante el concilio
Vaticano II. Entonces hacía parte, junto a mons. Antônio de
Castro-Mayer, obispo de Campos, a mons.
Geraldo de Proença Sigaud, arzobispo de Diamantina, a mons. Luigi
Carli, obispo de Segni, y a tantos otros, del valoroso coetus antiprogresista
y anticomunista, cuya acción constituye la gran página luminosa
de la historia de aquel concilio. Después, esto es, en 1967 y en 1974,
lo tuve como huésped en Brasil. Y he aprovechado estos contactos para
informarme en forma particularizada sobre la obra de Écône, que estaba
modelando admirablemente con sus manos.
De estos contactos conservo, con amoroso
cuidado, diversos registros fotográficos; registros en los cuales
aparece sereno y sonriente, todavía lejano de la borrasca que vendría
solamente más tarde.
La personalidad de mons. Marcel
Lefèbvre, profundamente eclesiástica en todo y por todo, pía,
serena, distinta, es puesta discretamente en resalto por los encantos del
espíritu y del trazo que confieren la educación y la cultura francesas.
No creo sea necesario decir más, en estas mismas columnas, para
ilustrar la impresión que suscita en mí el valiente prelado.
¿Agregaré otra cosa a este elogio, en el
cual cada palabra fue pesada y meditada? Mons. Lefèbvre me parece un
fautor de la política de las cartas descubiertas. Yo soy exactamente del
mismo tipo; y así como siento
afinidad ante él sobre este punto, estoy particularmente feliz de
exprersar claramente, en esta sede, mi posición respecto a él.
Dicho todo esto, me queda la sensación
que esta mirada global sobre mons. Lefèbvre no estaría completa, si no
agregase un último dato. De algunos meses a esta parte, mons.
Lefèbvre, sin abandonar las vetas teológicas sobre las que se pone, ha
hecho declaraciones doctrinales también sobre las enseñanzas sociales de
la Iglesia. No puedo garantizar haber venido a conocimiento de todas.
Me han agradado sobre todo la toma de posición del prelado contra el
comunismo, lúcida, valiente, frontal. No es necesario que agregue que,
como él, también estoy en abierto desacuerdo con la Ostpolitik vaticana, sobre la cuale me he expresado tantas veces en diversas sedes.
Si todos los obispos mostrasen, contra el comunismo, el noble vigor de
mons. Lefèbvre, la situación del mondo sería muy diferente.
Hechas estas consideraciones, vamos finalmente al tema que intento analizar en modo particular.
* * *
En
México vige la separación entre la Iglesia y el Estado. Esta
separación, por parte del Estado, es llena de rencor y minuciosa, al
punto que la ley civil prohíbe a los eclesiásticos el uso del hábito
talar. Tal separación debería implicar, en el rigor de la lógica, una
escrupulosa distancia del poder temporal de los problemas religiosos. Y,
de hecho, en genral, las cosas van así. En este modo, la autoridad
pública asiste indiferente al pulular de toda suerte de herejías. En
conformidad con este comportamiento, el gobierno mexicano habría debido
abstenerse de cualquier interferencia en los asuntos internos de la
Iglesia. Y ésta, de su parte, habría debido tener tanto amor propio
para no pedir, para tales asuntos, la colaboración de quien la rechaza
tan desdeñosamente.
Todavía, luego del anuncio de la visita
de mons.
Marcel Lefèbvre en México, el gobierno de la gran y tan simpática
nación de la América Central ha dado orden a todos sus consulados de
negarle la visa de ingreso. ¿Por qué? ¿Qué tendrán en común el gobierno
fríamente laico y notoriamente de izquierda del México y el episcopado
de esta nación, obviamente alegres por el veto
gubernativo a mons. Lefèbvre?
En Argentina sucedió algo análogo. El
Estado, aunque allí está unido a la Iglesia, no ha vetado el ingreso de
mons. Lefèbvre, pero ha dejado entender claramente que esta visita la
recibía con desagrado. Incluso una vez, ¿por qué este inclinarse del
gobierno al episcopado argentino, visiblemente
satisfecho?
Hechos de esta naturalza difícilmente
pueden ser reconducidos a una sola causa. Pero entre las diversas que
han contribuido a esto, figura indudablemente la siguiente: entrambos
gobiernos han actuado en forma tan insólita, deseables de hacer algo
agradable a los respectivos episcopados y sabiendo bien que en este modo
los contentaban.
Y en este punto cae la pregunta. ¿Estos
episcopados que, influenciados por el
Vaticano II, se muestran abiertos a una relación ecuménica y cordial con
todas las herejías, y en cuyos hilos está incluso quien practica el
ecumenismo
con los rojos, por qué tiran por la borda este ecumenismo cuando se
trata de mons. Lefèbvre? ¿Por qué llegan a mover contra este último el
poder del Estado, como si estuviésiemos en aquel Medioevo, del que
ciertamente estos mismos episcopados no tienen la más mínima
nostalgia?
Estrechando aun más el cerco: si el
ecumenismo de estos episcopados tiene un derecho y un revés, de modo que
abre a los unos y no a los otros, ¿de qué se trata precisamente? ¿De
ecumenismo
auténtico, o de velada parcialidad en favor de los unos, esto es, de los
herejes, de los cismáticos y de los comunistas – y de evidente
parcialidad contra los otros, esto es, frente a aquellos que atacan el
comunismo, que atacan las herejías y los cismas?
Lo mismo se debe decir del
comportamiento del cardenal Raúl Silva Henríquez, arzobispo de
Santiago de Chile. No vi ningún gesto amigable que no haya reservado al
marxista Salvador Allende. Pero al solo aparecer mons. Lefèbvre en
Santiago, el
manso pastor, amigo de rabinos y de misioneros protestantes, no le ha
escatimado escarnios. ¿El ecumenismo es solamente a favor del comunismo y
de los anticatólicos de todo género? Pero entonces, ¿qué cosa es este
ecumenismo, si no complicidad con los enemigos de la Iglesia?
Mutátis mutándis, pregunta
análoga se podría dirigir al episcopado colombiano, porque, aunque menos
airado del ya afable cardenal chileno, ha mostrado también a
mons. Lefèbvre su rostro amenazador.
Y en este punto el problema es
impostado. Y muestra uno de los aspectos más tristes y conturbadores del
ecumenismo de esta iglesia postconciliar, de la cual
Pablo VI ha afirmado, con tanta razón, ser presa de un misterioso
proceso de autodemolición (alocución del 7 de diciembre de 1968) y
penetrada por el humo de satanás (alocucióne del 29 de junio de 1972).
PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
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