Noticia tomada de GLORIA NEWS.
La Iglesia Maronita utilizó el coronavirus para introducir compulsivamente la Comunión en la mano, desde el 4 de marzo , escribe el sitio web AsiaNews.it, con claro sesgo modernista.
Las manos están entre los principales canales de transmisión para el virus. La decisión fue rechazada por los fieles, quienes calificaron a la medida de “contraria a la verdadera fe”.
Durante la Misa dominical del 8 de marzo en la parroquia de Mar Zakhia (San Nicolás) en Ajaltoun, los fieles gritaron: “Nosotros somos la Iglesia”, mientras el sacerdote exigía “obediencia”. Los fieles llamaron a esto “una obediencia al pecado” y a la Comunión en la mano “una caída en las redes del demonio”. Por este motivo el sacerdote puso fin a la Misa.
Después del incidente, el obispo de Yebeil (Biblos), monseñor Michel Aoun, alimentó a sus feligreses con la doble mentira que durante el Concilio Vaticano II los obispos “revivieron esta forma antigua de Comunión en la Iglesia occidental”.
En realidad, la Comunión en la mano es una novedad que fue introducida como un abuso por sacerdotes alemanes (entre ellos Joseph Ratzinger) y suizos, aunque Pablo VI se opuso mediante la instruccción “Memoriále Dómini”.
Los católicos griegos en el Líbano introdujeron la Comunión en la mano “como una opción”. Muy pocos recurrieron a ella.
COMENTARIO: En el sitio AsiaNews.it, reportan que el eparca de Biblos de los maronitas Michel Aoun citó a este propósito un texto atribuido a San Cirilo de Jerusalén (315-387 d.C):
«Cuando te acerques (al altar), haz de tu mano izquierda un trono para tu derecha, porque es él que debe recibir al Rey y recibe el cuerpo de Cristo en la palma de la mano diciendo, Amén. Después de haber tocado tus ojos para santificarlos con el cuerpo santo, recibe la comunión» (Catechésis mystagógica V “Sobre el Rito Eucarístico”, XXI-XXII. Migne, Patrología Græca 33)
y otro similar, de Teodoro de Mopsuestia (358-428 d. C) para explicar cómo acercarse a la hostia consagrada.
Acontece, sin embargo, que se trata de otro desafortunado caso de “recoger cerezas”, esto es, sacar un texto de su contexto para apoyar una opinión. El contexto no es en la Liturgia de San Pedro y San Pablo (el Rito Romano tradicional), sino la de San Santiago el Menor (o Liturgia Jerosolimitana); y vemos que San Cirilo de Jerusalén dice (En rojo y negrilla, las partes omitidas):
«Cuando te acerques (al altar), no pases adelante con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haz de tu mano izquierda un trono para tu derecha, porque es él que debe recibir al Rey y recibe el Cuerpo de Cristo en la palma de la mano diciendo “Amén” Después de haber tocado tus ojos para santificarlos con el Cuerpo santo, recibe la comunión, asegurándote que no pierdas nada de él. Porque si lo pierdes, claramente sufrirías una pérdida, como si fuera la de uno de tus miembros. Dime, si alguno te diera oro en polvo ¿no lo tomarías con todo el cuidado posible, asegurándote de no perder nada de él o padecer alguna pérdida? ¿No serías mucho más cauteloso para asegurarte que no se caiga ni una migaja de lo que es más precioso que el oro o las piedras preciosas? Entonces, después que hayas recibido el Cuerpo de Cristo, pasa adelante sólo para el cáliz de la Sangre. No extiendas tus manos, sino inclínate lentamente, como si hicieras un acto de obediencia y un profundo acto de veneración. Di “Amén”, y santifícate participando también de la Sangre de Cristo. Mientras la conmixtión está en tus labios, tócala con tus manos y santifica tus ojos, tu frente, y todos tus demás órganos sensoriales. Finalmente, espera la oración y da gracias a Dios, que te ha hecho merecedor de tales misterios» (Catechésis mystagógica V “Sobre la Sagrada Liturgia y la Comunión”, XXI-XXII. Migne, Patrología Græca 33)
Sin entrar en el tema de si son efectivamente de San Cirilo o de su sucesor San Juan II, el caso es que hay que leer el texto con sus circunstancias. El teólogo protestante Philip Schaff, al traducir al inglés el texto en su Biblioteca de Padres nicenos y post-nicenos de la Iglesia Cristiana, vol. VII, T&T Clark, Edimburgo, pág. 156, nota 2521, acertó en añadir esta nota:
Constituciones Apostólicas, libro VIII. c. 13: «Que el Obispo dé la Oblación (προσφοράν) diciendo: “El Cuerpo de Cristo”. Y el que lo reciba, diga “Amén”. Y que el Diácono sostenga el Cáliz, y cuando lo dé, diga: “La Sangre de Cristo, cáliz de vida”. Y el que lo beba, diga “Amén”».
Santo Tomás de Aquino ratifica esta práctica canónica de las Constituciones Apostólicas:
«El diácono, como más cercano al orden sacerdotal, participa algo de su oficio, y así administra la sangre, pero no el cuerpo, a no ser en caso de necesidad y mandándoselo el obispo o el presbítero. En primer lugar, porque la sangre de Cristo está contenida en el cáliz, por lo que no es preciso que la toque el ministro, como ha de tocar el cuerpo de Cristo. Segundo, porque la sangre indica la redención que de Cristo llega al pueblo, por lo que la sangre se mezcla con agua, un agua que designa al pueblo. Y puesto que los diáconos están entre el sacerdote y el pueblo, es más adecuado para ellos la distribución de la sangre que la del cuerpo.
[…]
3. De la misma manera que el diácono participa un poco de la virtud iluminativa del sacerdote administrando la sangre, así el sacerdote participa del gobierno perfectivo del obispo administrando este sacramento que perfecciona al hombre en sí mismo uniéndolo a Cristo. Pero otras acciones, por las que el hombre se perfecciona con relación a los demás, están reservadas al obispo» (Suma Teológica, parte III, cuestión 82, art. 3: “¿Corresponde solamente al sacerdote la administración de este sacramento?”, respuesta a las objeciones 1 y 3).
Retornando al tema central, hoy en día es impracticable y hasta supersticioso seguir LITERALMENTE lo que sugiere este Padre de la Iglesia como práctica para la Comunión, fuera que son muchos más los pronunciamientos a favor de la comunión en la boca (práctica que se conoce por lo menos desde el siglo VI):
- I Concilio de Zaragoza (380), canon 3: «Que aquel que reciba la Eucaristía y no la consuma allí mismo sea anatema. Además leyó: Si se probare que alguno no consumió en la iglesia la gracia de la Eucaristía que allí recibió, sea anatematizado para siempre. Todos los obispos dijeron: Así sea». Este canon fue confirmado en el I Concilio de Toledo (400), canon 14: «Que se expulse como sacrílego al que recibiere la Eucaristía y no la consumiere. Si alguno no consumiere la Eucaristía recibida del obispo, sea expulsado como sacrílego».
- San León Magno (440–461), comentario al cap. VI del Evangelio de San Juan: «Hoc enim ore súmitur quod fide créditur (Esto mismo que creemos por la fe, lo recibimos por la boca)».
- Concilio Trullano o Quinisexto (692), canon 58: «Que nadie en el rango de los laicos se administre los Divinos Misterios a sí mismo, estando presente un Obispo, o un Sacerdote, o un Diácono. Que cualquiera que se atreva a hacer tal cosa, sea excomulgado por una semana, en el entendido que ha hecho lo contrario a lo que se le ha ordenado. Así será instruido persuasivamente a “no pensar lo contrario a lo que debería pensar” (Rom. 12:3)».
- El II Concilio de Córdoba (839) declara condenada y anatema, entre otros, a la herejía de los acéfalos “casianistas”, que reviviendo la herejía de Vigilancio, «jactándose de ser santos, usan de diferentes cálices para comulgar sus sacramentos, a fin que se considere que sus hombres y mujeres están conformes con el more Levitárum, les dan la Eucaristía en la mano a estos que, según el ritual de judíos y heréticos, extendían la mano abierta con cánticos, como llevándola a la boca», contrario a las enseñanzas de los Padres, que ordenan que la Eucaristía sea recibida en la boca de la mano del sacerdote.
- Sínodo de Ruán (878), canon 15: «Que la Eucaristía nunca sea puesta en las manos de un laico, hombre o mujer, sino solo en la boca».
Y en todo caso, además que los Católicos no se siguen por un solo Padre o Doctor de la Iglesia, o un puñado de ellos (para el caso, la práctica de besar la hostia era habitual en la tradición litúrgica de Antioquía hasta el siglo VIII, siguiendo a San Juan Damasceno, “De Fide Orthodóxa”, libro IV, cap. XIII), sino al Magisterio Infalible de la Iglesia. A los Padres y Doctores se les sigue cuando sus enseñanzas están conformes a él.
Santo Tomás de Aquino, respondiendo a la pregunta de si el sacerdote debe dar la Hostia que él mismo consagra en la Misa:
«Corresponde al sacerdote la administración del cuerpo de Cristo por tres razones. Primera, porque, como acabamos de decir (a.1), consagra in persona Christi. Ahora bien, de la misma manera que fue el mismo Cristo quien consagró su cuerpo en la cena, así fue él mismo quien se lo dio a comer a los otros. Por lo que corresponde al sacerdote no solamente la consagración del cuerpo de Cristo, sino también su distribución.Segunda, porque el sacerdote es intermediario entre Dios y el pueblo (Heb 5,1). Por lo que, de la misma manera que le corresponde a él ofrecer a Dios los dones del pueblo, así a él le corresponde también entregar al pueblo los dones santos de Dios.Tercera, porque por respeto a este sacramento ninguna cosa lo toca que no sea consagrada, por lo tanto los corporales como el cáliz se consagran, lo mismo que las manos del sacerdote, para poder tocar este sacramento. Por eso, a nadie le está permitido tocarle, fuera de un caso de necesidad, como si, por ej., se cayese al suelo o cualquier otro caso semejante» (Suma Teológica, parte III, cuestión 82, art. 3: “¿Corresponde solamente al sacerdote la administración de este sacramento?”, respuesta a las objeciones 1 y 3).
Finalmente, se ve otra muestra del arcaísmo y la obsesión de los conciliares en oponer la “Iglesia primitiva” a la Doctrina y Disciplina eclesiástica, oposición prevista y condenada por Pío XII en “Mediátor Dei”, pero impuesta por el Vaticano II, con estragos en Oriente y Occidente.
A los maronitas del Líbano y la diáspora, les exhortamos que, a ejemplo de su padre San Marón, escapen al desierto para conservar la Sana Doctrina en comunión con la Roma Eterna y Catolica, en vez de seguir a los clérigos modernistas que han estado demoliendo su Oración y Creencia, como ya hicieron en Occidente.
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