sábado, 8 de julio de 2023

SAN ADRIANO III, PAPA


San Adriano III, vinculado a los condes de Túsculo, sucedió al Papa Marino I en el año 884, durante una época particularmente tumultuosa de la historia del pontificado. El nuevo Pontífice adoptó al rey de Francia, Carlomán, por hijo espiritual y tomó medidas para impedir que el obispo de Nimes siguiese molestando a los monjes de la abadía de San Gil. También se dice que castigó con una severidad digna de sus crímenes al antiguo cortesano, Jorge del Aventino, y a la rica viuda de otro cortesano que había sido asesinado en el atrio de San Pedro. Como es bien sabido, en la Roma de fines del siglo IX se cometieron crímenes horribles. El año 885, el emperador Carlos el Gordo invitó a San Adriano a una dieta reunida en Worms. Ignoramos qué razones tenía para invitar especialmente al Papa (ratificar la sucesión imperial, discutir el avance de los moros); en todo caso, el emperador no llegó a ver cumplidos sus deseos, pues San Adriano enfermó durante el viaje y murió en Módena, en julio. Fue sepultado en la iglesia abacial de San Silvestre de Nonántola. El pontificado de San Adriano duró catorce o dieciséis meses; lo poco que sabemos sobre él, no nos proporciona ningún detalle sobre su santidad personal, pero lo cierto es que, desde su muerte, empezó a venerársele como santo en Módena. Su culto fue confirmado en 1891.
   
Durante el breve pontificado de San Adriano III, Roma se vio asolada por la carestía y el Papa hizo cuanto estuvo en su mano por aliviar los sufrimientos del pueblo. Flodoardo, el cronista de la diócesis de Reims, le alaba como padre de sus hermanos en el episcopado. También se sabe que escribió una carta condenando a los cristianos de las partes de España gobernadas por musulmanes y cristianos por ser demasiado amistosos con los judíos en estas tierras.
   
Véase el Líber Pontificális, vol. II, p. 225; y Horace K. Mann, Lives of the Popes, vol. III, pp. 361-367.
  
Omnipotente y misericordiosísimo Dios, que elevaste a la dignidad apostólica a tu bienaventurado Confesor San Adriano, y le abriste misericordiosamente las puertas del reino celestial: concédenos, te suplicamos, que por su piadosa intercesión y sus sufragios en la vida presente, consigamos los premios eternos. Por J. C. N. S. Amén.

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