sábado, 7 de abril de 2018

MEDITACIONES PARA LA PASCUA: DOMINGO DE LA OCTAVA DE PASCUA

MEDITACIONES PARA LA PASCUA
     
Tomado de “Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Tercera edición inglesa, Benziger Brothers, Nueva York, 1894.
 
DOMINGO DE LA OCTAVA DE PASCUA
    
+ EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (20, 19-31)
En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: “¡Paz a vosotros!”. Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: “¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros”. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: “Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán”. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: “Hemos visto al Señor”. Pero él les dijo: “Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: “¡Paz a vosotros!”. Después dijo a Tomás: “Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel”. Respondió Tomás y díjole: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Díjole Jesús: “Porque me has visto, Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído”. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre.
  
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Consideraremos mañana en nuestra meditación: 1º Cuál es la paz que Jesús resucitado le desea a sus Apóstoles cada vez que se aparece en medio de ellos; 2º Lo necesaria que es esta paz; y 3° Su excelencia.
 
— Enseguida tomaremos la resolución: 1º De velar sobre nuestro interior, para no permitir que nos invadan movimientos apresurados e impetuosos; 2º De tomar pausa por algunos momentos cuando percibamos que estamos en un estado de turbación de mente y ponernos en la presencia de Dios, para que nos sea restablecida la paz. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “Tened paz, y el Dios de paz y amor estará con vosotros” (II Cor. 13, 11).
 
MEDITACIÓN PARA LA MAÑANA
 
Transportémonos en espíritu al Cenáculo; escuchemos reverentes a Jesús que le dice a sus Apóstoles “¡Paz a vosotros!” (Jn. 20, 19), y adorémosle con Santo Tomás Apóstol como nuestro Señor y Dios (Ibíd., 28).
 
PUNTO PRIMERO - EN QUÉ CONSISTE LA PAZ QUE JESÚS RESUCITADO DESEA SOBRE LOS APÓSTOLES
Consiste en LA TRANQUILIDAD DEL CORAZÓN que está siempre en posesión de sí mismo, y que es su propio amo, sin nunca estar en problemas o apresurado. Consiste en un imperio sobre las pasiones, el afán, la impetuosidad, los movimientos agitados de la naturaleza, para moderarlos, dirigirlos y prevenir que nos causen problemas. Consiste en LA DULCE LIBERTAD DEL ESPÍRITU, que, haciéndolo todo en su propio tiempo, con orden y sabiduría, se aplica a su objeto sin entretenerse en los recuerdos del pasado, sin sentir ningún vínculo con el presente, y sin tener ansiedad por el futuro. Y consiste, finalmente, EN LA CALMA DEL ALMA que, comunicándose con el exterior, imprime en todas las acciones del cuerpo cierta inexpresable reserva, gentileza y moderación que es edificante; que es pacífica sin ceder a la lentitud; pronta sin estar apresurada, que no se agita a sí misma, como Marta, con esa excesiva actividad que agota sus fuerzas, sino que es tranquila como María, escuchando a Jesús y poniendo su actuar en el mismo reposo con el cual ella oía. Todos sus movimientos son gentiles, sus operaciones moderadas, sus esfuerzos son sin contención o malestar: los objetos exteriores la elevan a cualquier emoción excitada o ansiosa; o, si a veces le toman por sorpresa, toma una pausa y espera que la calma retorne; es la imagen de Dios, que nunca está más preocupado en los ultrajes recibidos que en las grandes obras que realiza.
  
PUNTO SEGUNDO - LA NECESIDAD DE LA PAZ INTERIOR
La sabiduría, dice el Espíritu Santo, mora en la calma y el reposo, no en la agitación y el tumulto” (III Reyes 19, 11). “Resuelto estoy, y nada me arredrará, dijo David al Señor, de cumplir tus preceptos” (Salmo 118, 60). “Tengo siempre mi alma en la mano, pero yo no me olvidé de tu Ley”, nuevamente dice (Ibíd., 109); significando que él estaba libre de sus agitaciones, y calmado en sus problemas; que de otra manera se habría perdido, porque el problema es el elemento del mal, el hastío la ruina de la virtud. El alma que ha perdido su paz es presa de todas las pasiones; la alegría la intoxica y la transporta, el dolor la abate y desalienta; en la oración es distraída; en la recreación es frívola; al caminar no descubre los pasos en falso que da o el precipicio al cual se expone; incluso en el bien que hace quien actúa es la naturaleza y no la gracia. Esto es incompatible con el Espíritu Santo, cuya acción, que es siempre calma, no puede armonizar con la prisa sin sentido, y cuya voz no puede ser escuchada en medio del tumulto. ¿Y qué será del alma así abandonada por su guía y dejada a sus problemas? Si una nave no puede ser guiada en un tiempo calmo, ¿qué se le dejará en tiempo de tempestad? La paz del alma es el secreto esencial y la piedra fundamental de toda la vida interior. Es la preciosa paz que debe comprarse al costo de todo lo que poseemos. El alma que la ha encontrado es más rica que si poseyera el mundo entero. ¿Hemos entendido hasta ahora la necesidad de la paz interior? ¿Trabajamos para establecer y guardar nuestra alma en este santo estado?
  
PUNTO TERCERO - LA EXCELENCIA DE LA PAZ INTERIOR
La paz interior, dice San Pablo, supera todo entendimiento” (Fil. 4, 7); y, de hecho, debe ser algo tan excelente, puesto que el mismo Salvador, al bendecir a sus Apóstoles la noche antes de su muerte, la deseó para ellos (Jn. 14, 1); les dejó en su testamento esta bendición (Ibíd., 27), y cada vez que se les aparecía después de su Resurrección, les daba la paz (Lc. 24, 36; Jn. 20, 21 y 26). Finalmente, esta era la bendición que Él les encargó llevar a cualquier lugar del mundo (Lc. 10, 5). Esta paz es de hecho más allá de todo precio; el alma que la posee escucha el más leve sonido del tentador, y le repele con una fuerza que es mayor porque está en calma. Ella observa en su interior todo lo que no está en el lugar apropiado, para poder reducirla al orden; todo lo que está defectuoso, para corregirlo; todo lo que es bueno, para hacerlo mejor. Tiene una maravillosa facilidad en la oraciónr, gran sabiduría en sus acciones, y no menos prudencia para aconsejar; en este caso, el progreso en la virtud se da sin ningún esfuerzo (Imitación de Cristo, libro primero, cap. XX, 6). Se fija enteramente en el amor de Dios, y se encuentra allí, como si estuviera, en su lugar de descanso (San Agustín, Manual de elevación espiritual, XXIX). Todo en su interior es calmo y tranquilo; es como un cielo hermoso, el cual Dios se complace en resplandecer; es como una soledad silente, donde Él ama hablar al alma; Él la llama, y viene (Salmo 84, 9); y gusta la verdad de las palabras dichas a San Arsenio por una voz celestial: “Retiro, silencio, y paz”. He aquí los medios para llegar a la perfección. ¿Empleamos estos medios? ¿Evitamos todas las distracciones, problemas y agitaciones, y nos aplicamos al recogimiento interior y exterior?

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