jueves, 29 de septiembre de 2011

SOLEMNIDAD DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL

Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apocalipsis, 12, 7)

San Miguel Arcángel

San Miguel, el príncipe de los ángeles y el protector de la Iglesia, siempre ha defendido el honor y la gloria de Dios tanto en la tierra como en el cielo. Fue él quien echó del paraíso a Lucifer y sus cómplices. La Iglesia celebra esta fiesta en su honor, y Francia, que lo ha elegido por protector, a menudo ha experimentado los venturosos efectos de su protección. San Luis IX creó en su honor la célebre Orden de San Miguel; Rusia también lo tuvo en gran veneración.

MEDITACIÓN SOBRE SAN MIGUEL


I. Lucifer se había rebelado contra Dios: tal vez se negaba a adorar el misterio de la Encarnación, que Dios había revelado de antemano a sus ángeles. Imita el celo de San Miguel arcángel cuando se trata de los intereses de Dios: declárate abiertamente en contra de los impíos. Cuando el mundo con sus placeres o el demonio con su orgullo te ataquen, diles con San Miguel: ¿Quién como Dios? Mundo, placeres, honores, riquezas, ¿Pueden acaso tus recompensas compararse a las que Dios me reserva? ¿Quién como Dios?

II. La humildad y la sumisión procuraron a San Miguel una gloria eterna, y el orgullo precipitó a Lucifer en los abismos infernales. ¡Temblad, soberbios! la vanidad es la que ha perdido a la más hermosa de todas las creaturas. Humillémonos y temamos comparecer ante Dios que hasta en los ángeles ha encontrado corrupción. ¡Cayeron los astros del cielo, y yo, lombriz, no tiemblo!

III. Debes honrar a San Miguel, porque es el príncipe de la Iglesia que debe un día asistir al examen de toda tu vida. ¿Qué dirás? ¿qué harás en ese tremendo día? No podrás esperar ayuda alguna ni de tu riqueza ni de tu ciencia. Sólo tus buenas obras abogarán a tu favor ante el Juez supremo. ¿Bastarán para asegurarte una gloria eterna? "Llegará ese día en el que un corazón puro valdrá más que palabras hábiles, una buena conciencia más que una bolsa llena de oro". (San Bernardo).

La devoción a San Miguel. Orad por la Iglesia


ORACIÓN

Oh Dios, que reguláis con infinita sabiduría los diversos ministerios de los ángeles y de los hombres, dignaos concedernos como protectores en la tierra a esos espíritus bienaventurados que no cesan en el cielo de ofreceros sus servicios y homenajes. Por J. C. N. S. Amén.

sábado, 24 de septiembre de 2011

CRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA

Sermón del Beato John Henry Newmann - Desde Devoción Católica vía Radio Cristiandad

Hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. (Phil. II:8)

Aquel que se humilló de tal modo―haciéndose hombre primero, luego muriendo, y eso sobre la vergonzosa y agonizante cruz―fue el mismo que desde toda la eternidad, “siendo su naturaleza la de Dios” era “igual a Dios”, tal como lo declara el Apóstol en el versículo precedente. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios; Él era en el principio, junto a Dios” (Ioh. I:1,2); así habla San Juan, un segundo testigo de la misma gran y tremenda verdad. Y él también añade, “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Ioh:14). Y sobre el final de su evangelio, como sabemos, nos suministra una relación de la muerte de Nuestro Señor sobre la cruz.

Nos aproximamos a ese día, el más sagrado de todos, cuando conmemoramos la pasión y muerte de Cristo. Tratemos de fijar nuestras mentes sobre este pensamiento tan grande. Intentemos también, lo que es tan difícil, dejar de lado otros pensamientos, despejar nuestras mentes de cosas transitorias, temporales y mundanas, y ocupémonos exclusivamente de contemplar al Sacerdote Eterno y su sacrificio único y perenne―ese sacrificio que, aunque completado de una vez y para siempre en el Calvario, sin embargo permanece siempre y que con su poder y gracia podamos tenerlo siempre presente, puesto que en todo tiempo debe ser conmemorado con gratitud y reverente temor, bien que ahora más especialmente, cuando llega el tiempo del año en que sucedió. Contemplemos a Aquel que fue levantado para atraernos hacia Sí; y que merced a que fuimos atraídos hacia Él, resultemos atraídos los unos hacia los otros, de tal modo que podamos comprender y sentir que nos ha redimido a cada uno de nosotros y a todos, y recordemos que a menos que nos amemos, en verdad no podemos amar a Quién dio su vida por nosotros.

Por tanto, con la esperanza de sugerir algunos pensamientos graves para la semana que empieza con este día, haré algunas observaciones que sugiere el texto acerca de aquel acontecimiento tan terrible y a la vez tan gozoso, como lo es la pasión y muerte de Nuestro Señor.

Y en primer lugar, no debería hacer falta decirlo, aunque a lo mejor sí lo es de tan obvio que resulta (pues a veces se dan por sobreentendidas ciertas nociones que así nunca llegan a ser conocidas por quiénes las ignoran), como digo, en primer lugar, siempre deberá recordarse que la muerte de Cristo no constituyó un mero martirio. Mártir es uno que muere por la Iglesia, que es muerto por predicar y sostener la verdad. En verdad, Cristo fue muerto por predicar el Evangelio; y con todo no fue un mero mártir, sino mucho más que eso. Si hubiese sido un hombre solamente, bien podríamos llamarlo mártir, pero no era un hombre solamente, de modo que no es un mero mártir El hombre muere como un mártir, pero el Hijo de Dios muere como sacrificio reparador.

Aquí entonces, como ven, se nos introduce inmediatamente en un tema harto misterioso, por mucho que nos toca de muy cerca. Había una virtud en su muerte que no podría haber en ninguna otra, pues Él era Dios. Por cierto que nosotros no podríamos haber anticipado lo que se seguiría de un acontecimiento tan magno como este, de Dios encarnándose y muriendo en la cruz; pero que algo extraordinario y de gran valor se seguiría de semejante cosa, bien podríamos haberlo adivinado aunque nada se nos dijera sobre el particular. No se habría humillado de tal modo para nada; no podría haberse humillado así (discúlpenme la expresión) sin consecuencias importantísimas. No estaría mal que reflexionáramos un poco sobre lo que se significa con la doctrina del Hijo de Dios muriendo en la cruz por nosotros. No diré que alguna vez terminaremos de agotar el misterio que hay en esto, pero sí podemos entender en qué consiste el misterio; y en esta materia mucha gente se muestra deficiente. No tienen idea acerca de la verdad en este asunto; si la tuvieran, se mostrarían más serios de lo que son. Que se comprenda, entonces, que el Hijo de Dios Todopoderoso, que había estado en el seno del Padre desde toda la eternidad, se hizo hombre; se hizo hombre tanto como que siempre fue Dios. Era Dios de Dios, como dice el Credo; esto es, en tanto Hijo del Padre, contaba con todas aquellas infinitas perfecciones que tenía el Padre. Era de una sustancia con el Padre, y era Dios, porque el Padre era Dios. Era verdaderamente Dios, pero se convirtió en verdadero hombre. Se convirtió en hombre y sin embargo sin cesar de ser, en todos los respectos, lo que había sido antes. Se agregó a Sí mismo una nueva naturaleza, y con todo no tan íntimamente que fuera como si de hecho dejara de ser lo que había sido antes, cosa que no hizo. “El Verbo se hizo carne”: incluso esto parecería misterio y maravilla bastantes, pero ni siquiera eso es todo; no sólo fue “hecho hombre” sino que, tal como continúa diciendo el Credo, también “fue crucificado por nosotros en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado”.

Ahora bien, aquí, digo, hay un nuevo misterio en la historia de su humillación, y si pensamos en eso veremos que contamos con una nueva y solemne iluminación al leer los capítulos que tocan esta semana. He dicho que después de su Encarnación la naturaleza del hombre era tan verdaderamente de Cristo como lo eran sus atributos divinos; San Pedro incluso llega a hablar de Dios “comprándonos con su propia sangre” (I Pet. I:18,19) y San Pablo de que “crucificaron al Señor de la Gloria” (I Cor. II:8), expresiones que, más que otras, muestran cómo absoluta y sencillamente Él se puso sobre Sí la naturaleza del hombre. Así como el alma actúa a través del cuerpo como su instrumento―de un modo más perfecto, pero con igual grado de intimidad, el Verbo Eterno de Dios actuó a través de la humanidad que había adquirido. Cuando hablaba era literalmente Dios hablando; cuando sufrió, era Dios sufriendo. No que la misma Naturaleza Divina pudiera sufrir, así como nuestra alma no puede ver ni oír; pero, así como el alma ve y oye a través de los órganos del cuerpo, así Dios Hijo sufrió en aquella naturaleza humana que había adquirido para Sí y hecha propia. Y en aquella naturaleza en verdad sufrió Él; tan verdaderamente como decimos que creó los mundos mediante su poder Todopoderoso, así también, mediante su naturaleza humana, Él sufrió; pues cuando vino sobre la tierra, su humanidad se convirtió tan verdadera y personalmente en cosa suya, como que su poder Todopoderoso había durado por los siglos de los siglos.

Considerad esto vosotros todos los de corazón superficial, y considerad si con todo esto sois capaces de leer los últimos capítulos de los cuatro evangelios sin temor y temblor.

Por ejemplo, “Uno de los satélites, que se encontraba junto a Jesús, le dio una bofetada, diciendo «¿Así le respondes Tú al Sumo Sacerdote?»” (Jn. XVIII:22). Habrá que decirlo, aunque casi no me animo: aquel satélite del templo levantó su mano contra Dios Hijo. No es una manera de hablar figurativamente, no es un forma retórica de expresarlo, ni tampoco una manera extremista, excesivamente dura e imprudente de efectuar una afirmación; se trata de una verdad sencilla y que debe tomarse al pie de la letra: es una gran doctrina católica.

En otro lugar, “Entonces le escupieron en la cara, y lo golpearon, y otros lo abofetearon” (Mt. XXVI:67). “Y lo hombres que lo tenían a Jesús se burlaban de Él y lo golpeaban. Y habiéndole velado la faz, le preguntaban diciendo: «¡Adivina! ¿Quién es el que te golpeó?» Y proferían contra Él muchas otras palabras injuriosas.” (Lc. XXII:63-65).

“Y Herodes lo despreció, lo mismo que sus soldados; burlándose de Él, púsole un vestido resplandeciente y lo envió de nuevo a Pilato” (Lc. XXIII:11).

“Entonces, pues, Pilato tomó a Jesús y lo hizo azotar. Luego los soldados trenzaron una corona de espinas, que le pusieron sobre la cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura. Y acercándose a Él, decían: «¡Salve, rey de los judíos!» y le daban bofetadas.” (Jn. XIX:1-3). “Doblando la rodilla delante de Él, lo escarnecían, diciendo: «¡Salve rey de los judíos!»; y escupiendo sobre Él tomaban la caña y lo golpeaban en la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo” (Mt. XXVII:29-31).

Por último: “Cuando hubieron llegado al lugar llamado del Cráneo, donde lo crucificaron” (Lc. XXIII:33)―entre dos malhechores, y ni siquiera entonces dejaron de insultarlo y de burlarse de Él; sino que todos ellos, el sumo sacerdote y el pueblo, lo miraban y le instaban a que baje de la cruz.

Ahora bien, os ruego que consideréis que aquel Rostro, tan brutalmente golpeado, era la Faz de Dios mismo; la cabeza ensangrentada con las espinas, el sagrado cuerpo expuesto a la mirada de todos, lacerado por los azotes, las manos clavadas a la cruz, y luego, el costado traspasado con una lanza. ¿Y bien? Lo que contemplaba aquella enloquecida multitud no era sino la Sangre, y el Sagrado Cuerpo, y las Manos, y la Cabeza, y el Costado, y los Pies de Dios Mismo. Este es un pensamiento tan temible, que cuando la mente de un hombre consigue pensarlo por primera vez, por cierto que entonces se le hace harto difícil pensar en otra cosa. Y por tanto, mientras tratamos de concebir todo aquello hemos de rogarle a Dios que nos de fuerzas y temple bastantes para pensar rectamente en eso, no sea que resulte demasiado para nosotros.

Teniendo pues presente que el mismísimo Dios Todopoderoso, Dios Hijo, era el Sufriente, entenderemos mejor que antes la descripción que de Él hacen los evangelista; veremos el sentido de su porte en general, su silencio, las palabras que usó cuando habló, y la mezcla de temor y respeto que dominaba a Pilatos.

“Entonces, el sumo sacerdote se levantó y le dijo: «¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra Ti?» Pero Jesús callaba.” (Mt. XXVI:62).

“Mientras los sumos sacerdotes y los ancianos lo acusaban nada respondió. Entonces, Pilato le dijo: «¿No oyes todo esto que ellos alegan contra Ti?» Pero Él no respondió ni una palabra sobre nada, de suerte que el gobernador estaba muy sorprendido.” (Mt. XXVII:12, 14).

“Los judíos le respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». Ante estas palabras, aumentó el temor de Pilato. Volvió a entrar al pretorio, y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres Tú?». Jesús no le dio respuesta.” (Jn. XIX:7-9).

“Herodes, al ver a Jesús, se alegró mucho, porque hacía largo tiempo que deseaba verlo por lo que oía decir de Él, y esperaba hacer algún milagro. Lo interrogó con derroche de palabras, pero Él no le respondió nada.” (Lc. XXIII:8-9).

Por último, sus palabras a las mujeres que lo seguían: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque vienen días, en que se dirá: ¡Felices las estériles y las entrañas que no engendraron y los pechos que no amamantaron! Entonces se pondrán a decir a las montañas: Caed sobre nosotros, y a las colinas: ocultadnos.” (Lc. XXIII:28-30).

Después de estos pasajes, considerad las palabras del discípulo amado al anticipar su Venida cuando el fin del mundo: “Ved, viene con las nubes, y le verán todos los ojos, y aun los que le traspasaron; y harán luto por Él todas las tribus de la tierra. Sí, así sea.” (Apoc. I:7).

Así es, así será. Un día todos, por las buenas o por las malas, contemplaremos aquella Santa Faz que hombres inicuos golpearon y desfiguraron; veremos aquellas Manos que habían sido clavadas a un cruz; aquel Costado que fue traspasado. Veremos todo esto; y será la visión de un Dios Viviente.

Siendo entonces éste el gran misterio de la Cruz y Pasión de Cristo, podríamos suponer con razón, como he dicho, que alguna gran cosa se le seguiría por consecuencia. Los padecimientos y muerte del Verbo Encarnado no podían pasar y desaparecer como un sueño; no podía ser un caso de martirio solamente, o un mero despliegue o figura de otra cosa: estas cosas necesariamente tienen que incluir su propia virtud. De esto podemos estar seguros, aunque nunca nadie nos hubiese dicho cosa alguna acerca del resultado. Pero ocurre que ese resultado ha sido revelado también. Es éste: nuestra reconciliación con Dios, la expiación de nuestros pecados y nuestra nueva creación en santidad.

Todos andábamos necesitados de una reconciliación, pues por naturaleza somos parias. Desde el tiempo en que cayó Adán, todos sus hijos han estado bajo una maldición. “En Adán todos mueren”, como dice San Pablo (I Cor. XV:22). De tal modo que todos y cada uno de nosotros nace al mundo en un estado de muerte; tal es nuestra vida natural desde el primer hálito; somos hijos de la ira; concebidos en pecado, formados en iniquidad. Estamos bajo la tiranía de un innato elemento de maldad que desbarata y ahoga cualquier principio de verdad o de bien que pudiésemos abrigar ni bien tratamos de actuar de conformidad con ellos. Este es aquel “cuerpo de muerte” que San Pablo describe como propio del hombre natural, gimiendo y quejándose, “desdichado de mí, ¿quién me librará?” (Rom. VIII:24). Ahora, en lo que a nosotros se refiere, mis hermanos, sabemos (loado sea Dios) que todos, desde nuestra infancia, hemos sido liberados de este miserable estado de paganos mediante el santo bautismo, que es el medio que Dios designó para nuestra regeneración. Y con todo, no por eso deja de ser nuestro estado natural; es el estado en el que estamos todos cuando nacemos; es el estado en el que todos los pequeños se encuentran cuando se los acerca a la pila bautismal. Por querido que es para quienes lo acercan allí y por inocente que parezca, sin embargo, hasta que no esté bautizado, en su corazón reside un espíritu inicuo, un espíritu de iniquidad que yace escondido, visto por Dios, invisible a los ojos del hombre (como la serpiente entre los árboles del Edén), un espíritu inicuo que desde el principio es odioso para Dios y que a la larga será eternamente destruido. Ese espíritu inicuo sólo es expulsado mediante el santo bautismo: sin este privilegio, su nacimiento no podría sino significar miseria para él. Pero ¿de dónde esta virtud del bautismo? De este gran acontecimiento que pronto hemos de conmemorar; la muerte del Hijo de Dios Encarnado.

Casi todas las religiones cuentan con abluciones exteriores: presienten la necesidad de lavarse que tienen todos los hombres, bien que no pueden suministrar un lavado eficaz. Incluso el sistema judío, aunque divino, nada podía hacer en esta materia; sus abluciones no eran sino carnales; la sangre de los toros y de los machos cabríos no era sino terrenal y de ningún provecho. Hasta el bautismo de Juan, el precursor de Nuestro Señor, carecía de poder propiciatorio interior. Cristo no había sido crucificado aún.

Pero cuando llegó aquella hora largamente esperada, cuando el Hijo de Dios solemnemente se colocó aparte como Víctima en presencia de sus doce apóstoles, y fue al jardín, y delante de tres de ellos padeció su agonía y sudor de sangre, y luego fue traicionado, golpeado, escupido, azotado y clavado en una cruz, hasta que murió, recién entonces, cuando con un último hálito, dijo “Todo está cumplido” (Jn. XIX:30), entonces la virtud del Altísimo se abrió paso a través de sus heridas y su sangre para el perdón y regeneración del hombre; y de aquí deriva el bautismo su poder. Esta es la razón por la que “se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil. II:8). En otro lugar el Apóstol nos dice que “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición” (Gál. III:13). Y también dice que Cristo “hizo la paz mediante la sangre de su cruz” y que ahora nos ha “reconciliado en el cuerpo de la carne de Aquel por medio de la muerte, para que os presente santos e inmaculados e irreprensibles delante de Él” (Col. I:20,22). O, como lo dice San Juan, los santos “lavaron sus vestidos, y los blanquearon en la sangre del Cordero” (Apoc. VII:14). Y nadie habla más explícitamente sobre este gran misterio que el profeta Isaías, muchos cientos de años antes de que ocurriera. “Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras dolencias, ha cargado con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como castigado como herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestros pecados, quebrantado por nuestras culpas; el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él, y a través de sus llagas hemos sido curados. Éramos todos como ovejas errantes, seguimos cada cual nuestro propio camino; y Yahvé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.” (Is. LIII:4-6).

Por tanto, creemos que cuando Cristo sufrió en la cruz, nuestra naturaleza sufrió con Él. La naturaleza humana, caída y corrupta, se hallaba bajo la ira de Dios, y resultaba imposible que fuera restaurada y colocada bajo su favor hasta que expiara su pecado mediante el sufrimiento. Por qué resultaba esto necesario, no lo sabemos; pero se nos dice expresamente que todos somos “hijos de ira” (Ef. II:3), que “por obras de la Ley no será justificada delante de Él carne alguna” (Rom. III:20), que “los malvados bajarán a los infiernos y todos los gentiles que se han olvidado de Dios” (Ps. X:17). Entonces el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana para que en Él hiciera y sufriese lo que por sí misma no podía hacer. Lo que no podía hacer por sí misma, podía hacerlo en Él. Cristo cargó con ella durante una vida de privaciones. La cargó durante toda su vida hasta la agonía y la muerte. En Él nuestra naturaleza pecadora murió para renacer luego. Cuando murió en Él sobre la cruz, aquella muerte resultó en su nueva creación. En Él satisfizo la vieja y pesada deuda; pues la presencia de su divinidad le dio mérito trascendente. Su Mano había elegido cuidadosamente el espécimen predilecto de nuestra naturaleza tomada de la sustancia de la Virgen; y habiendo separado de ella toda mancha, morando en ella personalmente la santificó y le dio poder. Y así, cuando resultó ofrecida sobre una cruz, hecha perfecta mediante el sufrimiento, se convirtió en el fruto primogénito de un hombre nuevo; se convirtió en una levadura divina de santidad para el nuevo nacimiento y la vida espiritual para cuantos se avinieran a recibirla. Y así, como dice el Apóstol, “Él, único, sufrió la muerte por todos y así en Él todos murieron” (II Cor. V:14), “nuestro hombre viejo fue crucificado con Él para que el cuerpo del pecado sea destruído” (Rom. VI:6); y “juntos” a Cristo: “Cuando estábamos aún muertos en los pecados, nos vivificó juntamente con Cristo [...] y juntamente con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef. II:5-6). Así “somos miembros de su cuerpo” (Ef. V:30), de su carne y de sus huesos: porque “el que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece, y Yo en él” (Jn. VI:54-56).

Cuán enteramente diferentemente se entiende la vida a la luz de estas doctrinas comparado con los puntos de vista del mundo. Pensad sólo en esto: cómo se afana la gran masa de los hombres tras asuntos del tiempo, cómo lo urge la solicitación mundana, queriendo enriquecerse, solícitos por la grandeza nacional, especulando con promesas de ventajas con puestos públicas o privados; y habiendo pensado en esto, volved a contemplar la cruz de Cristo y decid entonces, cándidamente, si acaso el mundo, y todo lo que está en mundo, no es tan infiel ahora como lo fue cuando vino Cristo. ¿No os parece que hay grandes razones para temer que esta nación, a pesar de haber sido bautizada en la Cruz de Cristo, se encuentra en un estado tan pecaminoso que fuera a venir entre nosotros Cristo como lo hizo entre los judíos, con excepción de un pequeño resto, lo rechazaríamos tal como ellos lo hicieron? ¿No podemos dar por descontado que los hombres de hoy en día, si hubiesen estado vivos cuando Él vino en carne, habrían descreído de Él y denostado las santas y misteriosas doctrinas que nos trajo? ¡Helás! ¿Acaso hay la menor duda de que habrían cumplido con las palabras de San Juan, que “las tinieblas no lo recibieron”? (I:5). Sus corazones están fijados en esquemas de este mundo: no habría existido la menor simpatía entre ellos y la pacífica y celestial mente del Señor Jesucristo. Habrían dicho que su Evangelio era raro, extravagante, increíble. La única razón por la que no lo dicen ahora, es que les resulta familiar, y en realidad no reflexionan sobre aquello que profesan creer. ¡Qué! (habrían dicho) ¿el Hijo de Dios asumiendo carne humana? ¡Imposible! ¿El Hijo de Dios separado de Dios y sin embargo uno solo con Él? ¿Cómo podría ser semejante cosa? ¿El mismísimo Dios padeciendo en cruz, el Todopoderoso y Eterno Dios en forma de siervo, con carne humana y sangre, herido, insultado, muriéndose? ¿Y todo esto como expiación por el pecado de los hombres? ¿Por qué? (se preguntarían), ¿por qué sería necesaria una expiación? ¿Por qué el Padre todo compasivo no podía perdonar sin que haga falta tal cosa? ¿Por qué el pecado se reputa como una cosa tan mala? No vemos necesidad ninguna para remedio tan maravilloso; nos negamos a admitir una doctrina semejante, tan enteramente desemejante a todo lo que tiene para decirnos la faz del mundo acerca de nosotros mismos. Estas ocurrencias no admiten paralelo; pertenecen a un orden de cosas nuevo y enteramente distinto; y mientras nuestro corazón no simpatiza con ellas, nuestra razón las rechaza absolutamente. Y en lo que se refiere a los milagros de Cristo, si no los hubiesen presenciado, no habrían creído en los informes; y si en cambio sí los hubiesen presenciado habrían estado dispuestos a explicarlos como engañosos malabares, cuando no, como lo hicieron los judíos, directamente arte de Belcebú.

Siempre y en todo tiempo las santas verdades del Evangelio se les aparecerá así a los que viven para este mundo, bien porque aman sus placeres, sus comodidades, sus premios, o sus combates; sus ojos están cubiertos de grasa, no pueden ver a Cristo espiritualmente. Cuando lo ven, no ven en Él belleza alguna que pudieran desear. Y así se vuelven infieles. En palabras de Nuestro Señor: Ningún servidor puede servir a dos amos, porque odiará al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro; no podéis servir a Dios y a Mammón”. Cuando dijo esto los fariseos se burlaron de Él. Y Él replicó: “Vosotros sois los que os hacéis pasar por justos a los ojos de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones. Porque lo que entre los hombres es altamente estimado, a los ojos de Dios es abominable.” (Lc. XVI: 13-15).

¡Quiera Dios concedernos no resultar incluidos entre quienes “se hacen pasar por justos a los ojos de los hombres” y que “se burlan” del que predica la severa doctrina de la Cruz! Si tenemos dudas y recelos respecto de las corrupciones y defectos de esta religión tan popular en los días que corren, ¡quiera Dios concedernos la gracia de desear rectamente conocer la voluntad de Dios! ¡Que Dios nos conceda la gracia de no falsificar nuestras conciencias para intentar reconciliar mediante un artificio u otro el servicio del mundo, y el de Dios! ¡Que Dios nos conceda que no querramos pervertir o diluir su santa Palabra, poniéndole encima las falsas interpretaciones de los hombres, razonando para zafar de sus exigencias para reducir la religión a un asunto pueril, en lugar de pensar en lo que es, una cuestión misteriosa y sobrenatural, tan enteramente diferente de cualquier cosa que haya sobre la superficie del mundo, como lo es el día respecto de la noche, y el cielo respecto de la tierra!

LO QUE DECÍA EL HEREJE MARTÍN LUTERO

Para que piensen los herejes protestantes y los apóstatas del Vaticano II... las perlas de Lutero, expuestas por el ínclito Dr. Plinio Corrêa de Oliveira. (Esto a raíz del homenaje que Ratzinger Tauber/Benedicto XVI realizó a Lutero en su viaje apóstata a Alemania).
  
Martín Lutero, la gaita de satanás (Caricatura del siglo XVI)
 
“LUTERO: ¡NO Y NO!”
Dr. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
Diario Folha de São Paulo, 27 de Diciembre de 1983)
  
En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Bra­sil y reproducido en casi todas las nacio­nes donde existían las TFP, que eran once a la sazón.
 
Su título era: “La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos comunistas - Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”, 10-4-1974).
 
En éste las entidades declaraban su respetuoso desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.
 
Para resumir al mismo tiempo, en una sola frase, toda la veneración y firmeza con la que declaraban su resistencia a la Ostpolitik vaticana, las TFP decían al Pon­tífice: “Nuestra alma es vuestra, nuestra vida es vuestra. Mandadnos lo que que­ráis. Sólo no nos mandéis que nos cruce­mos de brazos ante el lobo rojo que arre­mete. A esto nuestra conciencia se opo­ne.”
  
Me acordé de esta frase con especial tristeza al leer la carta escrita por Juan Pablo II al cardenal Willebrands (cfr. “L'Osservatore Romano”, 6-11-1983), a pro­pósito del quingentésimo aniversario del nacimiento de Martin Lutero, y firmada el 31 de octubre del presente, fecha del primer acto de rebelión del heresiarca en la iglesia del castillo de Wittenberg. Ella está tan llena de benevolencia y amenidad, que me pre­gunté si el augusto firmante se había olvidado de las terribles blasfemias que el fraile apóstata lanzó contra Dios, Cristo Jesús, Hijo de Dios; el Santísimo Sacramento, la Virgen María y el propio Papado.
  
Lo cierto es que él no las ignora, pues están al alcance de cualquier católico cul­to, en libros de buen quilate que todavía no se han hecho difíciles de obtener.
  
Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La Iglesia, la Reforma y la Civi­lización”, del gran jesuita P. Leonel Fran­ca. El silencio eclesiástico oficial va dejan­do caer el polvo del tiempo sobre el libro y su autor.
 
El otro libro es de uno de los más conocidos historiadores franceses de este siglo: Frantz Funck-Brentano, miembro del Insti­tuto de Francia. Este autor, por más se­ñas, es protestante.
  
Comencemos por citar los textos de la obra “Lutero” (Frantz Funck-Brentano, Editora de Bernard Grasset, París, 1934, 7ª ed., 352 páginas). Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre:
Cristo cometió adulterio por primer vez con la mujer de la fuente, de que nos habla Juan. Eso se murmuraba en torno a él: «¿Qué hizo, después, con ella?». Más adelante con Magdalena, después que con la mujer adultera que absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también fornicó antes de morir” (Conversaciones de sobremesa, nº 1472, -nº 2107 de la edición de Weimar-. Cfr. op. cit., pág 235).
 
Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense -como señala Funck-Brentano- que
“ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (...) y estúpido. «Deus est stultíssimus». Es un tirano. Moisés actuaba movido para su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie sobrepasara o incluso igualara en asustar, espantar y martirizar a las personas del pobre mundo”. (op. cit. pág 30).
 
Está escrito en tal coherencia con esta otra blasfemia, que la cara del Dios verdadero responsable de la traición de Judas y la rebelión de Adán:
“Lutero -comenta Funck-Brentano- llega a declarar que Judas, cuando traen a Cristo, actuaba bajo decisión imperiosa del Todopoderoso. Su voluntad (de Judas) fue dirigida para Dios; Dios movido con su omnipotencia. Adán apropiado, en el paraíso terrestre, era movido a actuar como lo hizo. De tal modo fue colocado por Dios en una situación que era imposible no caer”. (op. cit., pág. 246)
 
Coherente en esta secuencia abominable, un folleto de Lutero titulado “Contra el pontificado romano establecido por el diablo”, de 1545, llamaba al papa “Santísimo”, según costumbre, pero “infernalísimo”, y agregaba que el Papado se reveló siempre sediento de sangre.
 
No asusta que, movido por tales ideales, Lutero escribió a Melanchton, a propósito de las persecuciones sangrientas de Enrique VIII contra los católicos en Inglaterra:
Es lícito encolerizarse cuando se sabe que esta especie de traidores, ladrones y asesinos son papas, son cardenales y legados. Pruébese a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeñarán en acabar con ellos”. (op. cit., pág. 254)
 
Por eso mismo exclamó el también:
¡Basta de palabras: el hierro! ¡El fuego!
y agrega: 
Si castigamos a los ladrones con la espada, ¿por qué no agarrar al papa, a los cardenales y a toda la cuadrilla de la Sodoma romana y lavar las manos en su sangre?”. (op. cit., pág. 104).
 
Este odio de Lutero lo acompañó hasta el final de su vida. Afirma Funck-Brentano:
Su ultimo sermón público, en Wittenberg el 17 de enero de 1546: fue el último grito de maldición contra el Papa, el sacrificio de la misa, y el culto a la Virgen”. (op. cit., pág. 340)
  
No asusta que los grandes perseguidores de la Iglesia hayan festejado la memoria de él. Así
Hitler ordenó proclamar fiesta nacional en Alemania la fecha conmemorativa del 31 de octubre de 1517, cuando el rebelde agustino colocó en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg las 95 famosas proposiciones contra la supremacía y las doctrinas pontificias” (op. cit., pág. 272).
 
Con rencor de todo el ateísmo oficial del régimen comunista, Erich Honnecker, presidente del consejo del estado y del consejo de la defensa, el primer hombre de la República Democrática Alemana, aceptó al jefe del comité que, en plena Alemania comunista, organizara las conmemoraciones de Lutero en este año” (cf. German Comments, de Osnabrück, Alemania Occidental, abril de 1983).
Nada más natural que el fraile apósta­ta haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más recientemente en el líder comunista.
 
Nada más desconcertante, y hasta ver­tiginoso, que lo que ocurrió en un escuáli­do templo protestante de Roma, con mo­tivo de la recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del nacimiento de Lutero, el día 11 del corriente.
 
Participó de ese acto festivo, de amor y admiración por la memoria del heresiar­ca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto, la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.
 
“Vertiginoso, espantoso”, gimió a pro­pósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su fe y su venera­ción por el Papado.

jueves, 15 de septiembre de 2011

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

Una espada traspasará tu corazón. (Lucas, 2, 35).

Nuestra Señora de las Angustias de Ayamonte (Granada)

Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.

MEDITACIÓN - LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO

I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San Bernardo)

II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San Cipriano)

III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.

El amor a la cruz
Orad por la conversión de los infieles.

ORACIÓN

Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

DEL AMOR QUE DEBEMOS TENER A LA CRUZ

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz y sígame" (Jesús)

"Que tome su cruz. La cruz suya." Que este hombre, que esta mujer excepcional tome con alegría, abrace con entusiasmo y lleve sobre sus hombres con valor su cruz y no la de otro; su cruz, que Mi sabiduría fabricó para él, con número, peso y medida; su cruz, cuyas cuatro dimensiones tracé por mi propia mano con extraordinaria exactitud, esto es, su grosor, su longitud, su altura y su profundidad; su cruz, que yo mismo le he labrado de un trozo de la llevada por mí en el Calvario, cual rasgo de la infinita bondad con que le amo; su cruz, que es el mayor presente que puedo hacer a mis elegidos en esta tierra; su cruz, compuesta en cuanto a su grosor de pérdidas de bienes, de humillaciones, de menosprecios, de dolores, de enfermedades y de penas espirituales, las cuales, por permisión mía, le acompañarán todos los días hasta la muerte; su cruz, compuesta en cuanto a su longitud: de una cierta duración de meses o de días en que se verá estrujado por la calumnia, postrado en su lecho, reducido a mendigo y a ser presa de las tentaciones, de las arideces, abandonos y otras congojas espirituales; su cruz, compuesta en cuanto a su anchura: de todas las circunstancias las más duras y las más amargas, ya vengan de parte de los amigos, de los criados o de sus familiares; su cruz, en fin, compuesta en cuanto a su profundidad: de las penas más ocultas con que le afligiré, sin que te sea dado hallar consuelo en las criaturas, las cuales, por orden mía, le volverán las espaldas y se le unirán a mí para hacerle padecer.

"Que la lleve" y que no la arrastre, ni la arroje de sí, ni la recorte, ni la oculte. Es decir, que la lleve erguida, sin impaciencia ni repugnancia, sin queja ni crítica voluntaria, sin partijas ni miramientos naturales, sin rubor y sin respeto humano. Que la ponga sobre su frente, diciendo con San Pablo: "No me gloriaré en otra cosa, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo."

Que la lleve a cuestas a ejemplo de Jesucristo, a fin de que esta cruz se transforme en arma de sus conquistas y en cetro de su imperio, según aquello que dijo Isaías: "su imperio está sobre su hombro."

Por último, que la grabe en su corazón por el amor, para transformarla en zarza ardiente que de noche y de día se abrase en el puro amor de Dios, sin que llegue a consumirse.

"Que lleve la cruz." Nada hay tan necesario, tan útil, tan dulce y tan glorioso como el padecer algo por Jesucristo.

En realidad, mis queridos amigos de la Cruz, todos sois pecadores; nadie hay entre vosotros que no merezca el infierno, y yo, más que ninguno. Es menester que nuestros pecados sean castigados en este mundo o en el otro: si lo son aquí abajo, no lo serán en el otro.

Si de acuerdo con nosotros, Dios los castiga acá, será un castigo amoroso; será la misericordia que reina en este mundo la que castigará y no la rigurosa justicia; será castigo ligero y de poca duración, acompañado de dulzuras y de méritos y seguido de recompensas en el tiempo y en la eternidad.

Mas si el castigo indispensable a los pecados que hemos cometido queda reservado para el otro mundo, será la justicia inexorable de Dios, que todo lo lleva a sangre y fuego, la que ejecutará la condena.

Castigo espantoso, indecible, inconcebible, sin compasión, sin piedad, sin mitigación, sin méritos, sin límites, sin fin. No, no tendrá fin; ese pecado mortal que en un instante cometisteis, ese mal pensamiento voluntario que escapó a vuestro conocimiento, esa diminuta acción contra la ley de Dios, de tan corta duración, será castigado por toda una eternidad, mientras Dios sea Dios, con los demonios en los infiernos, sin que ese Dios de las venganzas se apiade de vuestros espantosos tormentos, de vuestros sollozos y de vuestras lágrimas, aunque fueran capaces de hendir los peñascos.

¿Pensamos en esto, queridos hermanos y hermanas, cuando tenemos alguna pena en este mundo?

¡Cuán felices somos pudiendo hacer un cambio tan ventajoso, de una pena eterna e infructuosa, por una pasajera y meritoria, llevando la cruz con paciencia! ¡Son tantas las deudas contraídas! ¡Cuántos pecados cometidos, para cuya expiación, aún después de una contrición amarga y una confesión sincera, habremos de padecer siglos enteros de purgatorio, por habernos contentado con hacer penitencia muy liviana en este mundo! Satisfagamos amistosamente en este mundo, llevando perfectamente nuestra cruz. En el otro, todo hay que pagarlo estrictamente, hasta el último maravedí, hasta la última palabra ociosa. Si lográramos arrancar de manos del demonio el libro de muerte en que lleva anotados todos nuestros pecados y el castigo que merecen, ¡qué "debe" tan enorme hallaríamos y qué encantados estaríamos de padecer aquí abajo, durante años enteros, antes de haber de sufrir un solo día en la otra vida!

¿No os preciáis, mis amigos de la Cruz, de ser amigos de Dios o de querer llegar a serlo? Decidíos a apurar el cáliz que es forzoso beber para ser amigos de Dios. Excelente cosa es anhelar la gloria de Dios, pero desearla y pedirla sin decidirse a padecerlo todo es una locura, una petición estrafalaria. Es menester, es una necesidad, es una cosa indispensable, no hay otro medio de entrar en el reino de los cielos si no es por multitud de tribulaciones y de cruces.

Os gloriáis, y no sin razón, de ser hijos de Dios. Gloriaos asimismo de los castigos que este Padre amoroso os ha dado, de los que os dará en adelante, pues sabido es que castiga a sus hijos. Si nos os contáis en el número de sus amados hijos, pertenecéis, como dice San Agustín, al número de los réprobos. Quien no gime en este mundo cual peregrino y extranjero, no podrá alegrarse en el otro como ciudadano del cielo. Si de tiempo en tiempo no os envía el Señor alguna cruz señalada, es porque ya no se cuida de vosotros, es que ya se ha enojado con vosotros, es que ya no os considera sino como extraños, ajenos a su casa y protección, o como hijos bastardos que, no mereciendo tener parte en la herencia de su padre, tampoco merecen sus cuidados y protección.

Amigos de la cruz, discípulos de un Dios crucificado, el misterio de la cruz es un misterio ignorado por los gentiles, repudiado por los judíos, menospreciado por los herejes y por los católicos ruines; pero es el gran misterio que debéis aprender prácticamente en la escuela de Jesucristo y que únicamente en ella aprenderéis. En vano rebuscaréis en todas las academias de la antigüedad algún filósofo que la haya encomiado; en vano apelaréis a la luz de los sentidos o de la razón; nadie sino Jesucristo puede enseñarnos y haceros saborear este misterio por su gracia victoriosa.

Adiestraos, pues, en esta sobreeminente ciencia, bajo las normas de tan excelente Maestro, y poseeréis todas las demás ciencias, ya que las encierra a todas en grado eminente. Ella es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal, la cual, mediante la paciencia, trueca los más toscos metales en preciosos, los dolores más punzantes en delicias, las humillaciones más abyectas en gloria. El que de vosotros mejor sepa llevar su cruz, aun cuando sea un analfabeto, será el más sabio de todos.

Oíd al gran San Pablo, que al bajar del tercer cielo, donde aprendió arcanos desconocidos de los mismos ángeles, no sabe ni quiere saber otra cosa que a Jesucristo crucificado. Alégrate, pues, tu, pobre ignorante; tu, humilde mujer sin talento y sin letras; si sabéis padecer gozosamente, sabéis más que cualquier doctor de la Sorbona que no sepa sufrir tan bien como vosotros.

(San Luis María de Montfort, Carta a los Amigos de la Cruz)

10 PUNTOS CONTRA EL SIONISMO

Desde BattleSerk

1. Israel es la única democracia de Oriente Medio.
Error. Entre muchas otras cosas, es la única democracia que cierra completamente todos los sábados por motivos religiosos. Y suponiendo que fuese una democracia, ¿y qué? ¿Acaso en esta España tan democrática van las cosas bien? Este es un argumento vacío y dogmático, ya que ensalza a la democracia por encima de los auténticos valores.

2. Los palestinos son unos islamistas terroristas.
El pueblo palestino no sólo profesa el Islam, también hay muchos cristianos. No son pocos los sacerdotes católicos palestinos que denuncian persecuciones por parte del Estado Sionista. Además, los palestinos sólo ejercen su legítima defensa. ¿Acaso no tiene todo ser humano derecho a defender su casa?

3. El Islam es enemigo de Europa. El Judaísmo no.
Europa se ha forjado frente al Islam en los campos de batalla, pero también evitando todo olor a Judaísmo. De hecho han sido las minorías judías las que han financiado y fomentado guerras entre reinos europeos durante la Edad Media para beneficio propio. Sin ir más lejos, el gran Ricardo I de Inglaterra, Corazón de León, siempre quiso mantener una distancia contra los pérfidos judíos debido a las discrepancias que provocaban y el riesgo que suponía tener cerca a gentes de este pueblo, siempre tan conspiradores.
Tanto el Islam como el Judaísmo son ramas totalmente ajenas a Europa. Por tanto, todo aquello que es ajeno a Europa no puede estar en Europa, a menos que sea bajo un estricto control y con fines meramente culturales —en el sentido de que nunca está de más conocer otras culturas—.

4. Israel sólo se defiende del terrorismo palestino.
Error. Palestina fue literalmente sacudida por las fuerzas sionistas. De la noche a la mañana dieron inicio los bombardeos, arrasando los hogares de los palestinos que convivían allí. Israel como estado es el primero en lanzar los disparos. Evidentemente no se iban a quedar sin respuesta.

5. Israel lucha por la paz. Quienes no quieren la paz son los palestinos.
Error. Israel ha demostrado que sólo quiere invadir sea cual sea el precio. El pueblo palestino ha sido expulsado poco a poco de Tierra Santa, hasta quedar arrinconado, humillado y abandonado. Las únicas ofertas de "paz" que han ofrecido los sionistas han sido "o te quedas bajo mi yugo o prepárate para lo bueno". Imperialismo puro y duro de esa democracia. 

6. Irán es un país terrorista islamista con armamento nuclear.
Irán es un país musulmán que se opone al Sionismo. De acuerdo que no son santitos, es evidente, pero mucho menos lo somos en países tan "democráticos" y tan "desarrollados" en los que asesinamos millones y millones de no-nacidos.Irán podrá tener armamento nuclear como también lo tiene Estados Unidos. ¿O es que tienen patentado ese invento del Demonio? 

7. Israel es el último bastión de Europa contra el Islam.
Buen chiste. Europa es cristiana, ni judía ni musulmana. Y gracias a las democracias liberales se ha quedado desnuda. Europa no sólo tiene una puerta de entrada, tiene varias, pero hay "algo" que se empeña en decirnos que sólo tenemos que defender la puerta oriental. Dios sabrá por qué. 



 8. Israel es parte de Occidente, por eso debemos defenderlo.
Israel es un estado artificial. Tierra Santa es Tierra Santa, Oriente Medio, no Occidente. Antaño fue la joya de la Cristiandad —Dios quiera que vuelva a serlo a no mucho tardar—. Las fuerzas sionistas que ahora ocupan esos santos territorios no son más que el brazo armado de la oligarquía de bancos, logias y demás sectas satánico-financieras. 

9. Jesús era judío.
BLASFEMIA. Simplemente. Quien pronuncie estas palabras está cometiendo un grave error. Para los cristianos, Jesús era Dios hecho hombre. Y con esto no hay más que hablar, señoría. Para quien no sea cristiano, Jesús no pertenecía al pueblo judío. Con leer un poco basta para comprender esto. Es sencillo. 

10. Israel siempre ha existido y los judíos tienen derecho a estar allí.
El Estado Sionista no ha existido nunca. El tema de Oriente Medio es muy espinoso y complicado de entender —desconozco una solución eficaz al respecto, pero tengo claro que lo primero es acabar con la masacre de inocentes palestinos; luego, ya veremos—. Es intolerable el sacrificio/exterminio de vidas humanas por vana ambición.

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Y cuando haya sido levantado de la tierra, todo lo atraeré a Mí. (Juan, 12, 32).

Segunda exaltación de la Santa Cruz

Cosroes, rey de Persia, se llevó de Jerusalén la Cruz de Jesucristo, y Heraclio, emperador de Oriente, le declaró la guerra. Después de tres victorias debidas a la Santísima Virgen, Heraclio volvió a Jerusalén con la verdadera Cruz. Quiso llevarla en triunfo sobre sus hombros, pero una fuerza invisible lo detuvo a las puertas de la ciudad. El patriarca Zacarías le observó que sus suntuosas vestiduras contrastaban con la pobreza y humildad de Jesucristo. El emperador entonces se quitó su púrpura, su corona y su calzado, para vestir hábito de penitente. Así pudo entrar en la ciudad y llevar la Cruz hasta la cumbre del Calvario, el año 629. 

MEDITACIÓN SOBRE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
I. El amor a la Cruz nos levanta sobre las creaturas. Un hombre que ame los sufrimientos está al abrigo de los azares de la fortuna: la enfermedad, la pobreza o la deshonra no podrían turbar su paz. ¿Por qué? Porque él desea las aflicciones y las sufre con alegría por amor a Jesucristo. Todo lo que para ti es motivo de temor y de tristeza para él es una dicha. El cristiano puede parecer desdichado, pero nunca la es. (Minucio Félix).

II. El que ama la Cruz está por sobre si mismo. No es ya un hombre sometido a sus pasiones, tiranizado por la concupiscencia, afeminado por las delicias. No tiene más que un solo deseo, el de sufrir; y como en esta vida las ocasiones de sufrir se encuentran a cada paso, siempre está contento y gozoso.

III. El que ama la Cruz se asemeja a Jesús crucificado; lo contempla, y se alegra viendo que los sufrimientos lo hacen fiel imagen del Salvador. Está crucificado para el mundo, y muerto para sí mismo. Sujétame a la cruz, oh Jesús mío, sin tener en cuenta las repugnancias de mi carne; porque os debo mi alma y mi cuerpo, como a mi Redentor. ¡Que mi cuerpo sea, pues, crucificado, coronado de espinas y semejante a ese Cuerpo adorable que Vos ofrecéis al eterno Padre por mí! Si debes tu cuerpo a Jesús dáselo, si puedes, tal como Él te ha dado el suyo. (Tertuliano)

El amor a la cruz. Orad por las almas del Purgatorio.

ORACIÓN
Oh Dios, que todos los años nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz, haced, os lo suplicamos, que después de haber conocido su misterio en la tierra, merezcamos ir al cielo a gustar los frutos de su Redención. Por J. C. N. S. Amén.

viernes, 9 de septiembre de 2011

«MUCHOS SE DESVIARON DEL CAMINO Y VAN EN POS DE SATANÁS»

«Ved pues lo que os escribo a todos: no querais amar al mundo, ni las cosas mundanas. Si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad o amor del Padre; porque todo lo que hay en el mundo, es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, y soberbia u orgullo de la vida: lo cual no nace del Padre, sino del mundo. El mundo pasa, y pasa tambien con él su concupiscencia o todos sus atractivos. Mas el que hace la voluntad de Dios, permanece eternamente. Hijitos míos, esta es ya la última hora o edad del mundo [1]; y así como habeis oido que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho Anticristos: por donde echamos de ver, que ya es la última hora. De entre nosotros o de la Iglesia han salido, mas no eran de los nuestros o del número de los Verdaderos fieles: que si de los nuestros fueran, con nosotros sin duda hubieran perseverado en la fe; pero ellos se aportaron de la Iglesia, para que se vea claro que no todos son de los nuestros o que también hay entre nosotros falsos hermanos. Pero vosotros habeis recibido la unción del Espíritu Santo [2], y de todo estais instruidos. No os he escrito como a ignorantes de la verdad, sino como a los que la conocen y la saben; porque ninguna mentira procede de la verdad, que es Jesucristo. ¿Quién es mentiroso, sino aquel que niega que Jesús es el Cristo o Mesías? Este tal es un Anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Cualquiera que niega al Hijo o no reconoce a Jesús por Hijo de Dios, tampoco reconoce al Padre: quien confiesa al Hijo, tambien al Padre confiesa o reconoce. Vosotros estad firmes en la doctrina, que desde el principio habeis oído: si os mantenéis en lo que oísteis al principio, tambien os mantendréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que nos hizo él mismo, la vida eterna [la cual consiste en la unión con el Padre y el Hijo]. Esto os he escrito en orden a los impostores, que os seducen. Mantened en vosotrĺs la unción divina, que de Él recibísteis. Con eso no teneis necesidad que nadie os enseñe; sino que conforme a lo que la unción del Señor os enseña en todas las cosas, así es verdad, y no mentira. Por tanto estad firmes en eso mismo que os ha enseñado. En fin, hijitos míos, permaneced en Él, para que cuando venga, estemos confiados de ser reconocidos por hijos suyos, y que al contrario no nos hallemos confundidos por él en su venida. Y pues sabeis que Dios es justo, sabed igualmente que quien vive según justicia, o ejercita las virtudes, es hijo legítimo del mismo». (Epístola 1.ª del Apóstol San Juan, cap. II, 15-29/Versión de Mons. Félix Torres Amat).
  
NOTAS
[1] Varios intérpretes creen que habla aquí San Juan de la ruina del pueblo judaico, destrucción de Jerusalén y su Templo, etc., todo como figura de la ruina universal del mundo. Véase cómo hablaba Jesucristo, Matth. XXIV, v. 24.—Joann. V, v. 43.
[2] Joann. XVI, v. 13.

jueves, 8 de septiembre de 2011

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SANTA MARÍA

Bienaventurado el seno que llevó a Jesús, y los pechos que lo alimentaron (Lucas, 11, 27).

Natividad de la Bienaventurada Virgen María, por Giotto

Las plegarias y las lágrimas de San Ana le merecieron, después de veinte años de esterilidad, la gloria de dar al mundo a la Bienaventurada Virgen María. He aquí la aurora mensajera del Sol de justicia: demonios, retiraos al infierno; ángeles, regocijaos: pronto los justos ocuparán los lugares abandonados por los ángeles rebeldes. Hombres, triunfad: María ha nacido para ser la Madre de Dios que será vuestro Hermano y vuestro Redentor. Almas santas que gemís en el limbo, consolaos: la puerta de vuestra prisión muy pronto será abierta por el Hijo de la que acaba de nacer.


MEDITACIÓN SOBRE LA NATIVIDAD DE MARÍA

I. Considera las mercedes con que Dios honra a María el día de su dichoso nacimiento. El Padre eterno, que la consideraba como Hija suya, le dio el nombre de María; la hizo Soberana del cielo y de la tierra, Reina de los ángeles y de los hombres. El Verbo eterno la eligió para ser su Madre; dióle a todos los hombres como hijos adoptivos, con pleno poder para acordar la gloria eterna a los que la sirvan fielmente. El Espíritu Santo colmó de gracias a su divina Esposa. Regocíjate con María por todos estos favores.

II. María responde a los beneficios del Señor con los sentimientos del más vivo agradecimiento. Dotada, desde su primer instante, del uso de razón, se sirve de ella para adorar al Padre eterno: se humilla a la vista del honor que el Verbo encarnado le hace al elegirla por Madre suya: ofrece su corazón por un acto de amor al Espíritu Santo, su divino Esposo. Haz tú, por lo menos hoy, lo que hizo María en el día de su Natividad. Adora al Padre eterno, humíllate delante de Jesús, da tu corazón al Espíritu Santo.

III. ¿Qué harás tú para honrar a María en el día de su Natividad? Respétala, porque es todopoderosa en el cielo y en la tierra. Ámala, porque es la Madre de Jesucristo, y la nuestra por adopción. Ten confianza en Ella, porque es la Madre de los predestinados. Sé su fiel y constante servidor, como fue Ella la constante y fiel Esposa del Espíritu Santo. Imita, durante tu vida, lo que Ella hizo el día de su nacimiento. En medio de las olas del siglo, debemos refugiarnos junto a María y regular nuestra vida según sus ejemplos. (San Epifanio).

La devoción a la Santísima Virgen
Orad por las congregaciones de la Santísima Virgen.

ORACIÓN


Dignaos, Señor, conceder a vuestros servidores el don de la gracia celestial, a fin de que la solemnidad del Nacimiento de la Virgen Bienaventurada, cuyo alumbramiento ha sido para nosotros el principio de la Salvación, nos obtenga un acrecentamiento de paz. Por J. C. N. S. Amén.

sábado, 3 de septiembre de 2011

SAN PÍO X, PAPA, CONFESOR Y DEFENSOR DE LA FE

San Pío X
  
San Pío X está muy reciente en el amor de la Iglesia. Aún perdura el grato recuerdo de su memoria -no hace muchos años que nos dejó- como el perfume que llena las naves del templo después de una solemne ceremonia religiosa. San Pío X es algo muy reciente en la Iglesia. Reciente su elevación a los altares por Pío XII, y más reciente la visita de su cuerpo a la bella Venecia en cumplimiento de una vieja promesa hecha a sus amados diocesanos:
   
-Vivo o muerto volveré a Venecia.
   
En la basílica de San Pedro de Roma un sencillo y hermoso sepulcro guarda sus restos. Este sepulcro es hoy día uno de los lugares vivos de la oración. Nunca faltan allí el recuerdo de las flores secas y la plegaria de los romanos y cuantos católicos visitan el templo de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
   
Hay otra presencia más viva y fecunda de San Pío X. Presencia de alma a alma, que es como la gracia de su intercesión ante Dios. Cuántos sacerdotes de nuestros días se miran en el rostro de San Pío X y sacan de su ejemplo el impulso de un sacerdocio verdaderamente santo. Me parece que este hecho no se podía escapar de mis líneas al trazar su semblanza, y que debía hacer constancia de él para las nuevas generaciones de hijos de Dios que nos sucedan.
  
San Pío X ha dado jornadas de inmensa gloria de Dios a su Iglesia del siglo XX.
  
Su figura noble y bondadosa es algo muy cercano que cuelga de la pared de nuestro despacho o se esconde en las páginas de nuestro breviario.
  
En muy pocas palabras nos resume su vida la lápida de su sepulcro:
   
"Pío Papa X, pobre y rico, suave y humilde, de corazón fuerte, luchador en pro de los derechos de la Iglesia, esforzado en el empeño de restaurar en Cristo todas las cosas".
  
San Pío X nació en Riese, humilde pueblo del norte de Italia, el 2 de junio de 1835. El nombre de bautismo era José Melchor Sarto. Sus padres se llamaban Juan Bautista Sarto y Margarita Sansón. Tuvieron diez hijos, de los cuales vivieron ocho.
   
Juan Bautista era alguacil del ayuntamiento de Riese. En su oficio entraba hacer la limpieza de la casa-ayuntamiento y los recados del alcalde. Por todo ello recibía cincuenta céntimos diarios.
  
Los padres de San Pío X eran pobres, pero muy piadosos. Sobre todo, su madre.
  
"Siendo Beppi Sarto -dice René Bazin-, hijo de padres tan cristianos, no podía dejar de amar a la Iglesia, a los oficios, al cura, al cielo, del que se aparta a tantos niños".
   
Vistió muy pronto la sotana de acólito y empezó a decir que deseaba ser sacerdote.
   
A los once años hizo la primera comunión. Uno necesariamente tiene que pensar aquí en el amor con que recibiría a Jesús Eucaristía aquel niño que un día Papa iba a abrir de par en par las puertas del sagrario a los pequeños.
  
El cura de Riese, que se llamaba don Tito Fusarini, conocía muy bien a Beppi y decía de él:
  
-Es el alma noble de este país.
  
Todos los niños saben que para ser sacerdote hay que saber latín. También lo sabía el pequeño Beppi. Para ello tuvo que ir a Castelfranco, a siete kilómetros de Riese. Y después, al seminario de Padua. Antes hay que conseguir una beca. De esto se encarga el cura de Riese, quien un día llama con bastante misterio al muchacho y le dice:
  
-"De rodillas, Beppi, y da gracias a Dios, que, seguramente, tiene algún designio para ti: pronto entrarás en el seminario, y, como yo, tú también serás sacerdote."
 
José Sarto fue siempre un estudiante aventajado. Junto a las notas de los archivos del seminario de Padua se ha conservado este juicio:
  
"Discípulo irreprochable; inteligencia superior; memoria excelente; ofrece toda esperanza".
   
Fue ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1858 en la catedral de Castelfranco. Al día siguiente canta su primera misa en Riese, ante las lágrimas y gozo de su madre y sus hermanas.
  
Don José era un sacerdote de buena estatura, muy delgado, pero de fuerte osamenta y estaba dotado de un rostro encantador, La frente, alta; los cabellos, abundantes y echados hacia atrás; los labios, finos; las mejillas y el mentón sólidamente modelados. Pero, sobre todo, un alma que iluminaba todos sus rasgos del cuerpo con una mirada de pureza, de suavidad, que se transparentaba en sus ojos. Alguien dirá más tarde de Pío X:
  
"Todo corazón recto vuela hacia él".
  
Y después de la primera audiencia que como Papa concedió al cuerpo diplomático, preguntaban éstos al cardenal Merry del Val:
  
-Monseñor, ¿qué tiene este hombre que atrae tanto?
  
Cardenal Rafael Merry del Val (Secretario de Estado y discípulo fiel de San Pío X)
   
La vida sacerdotal de don José Sarto empieza como coadjutor de Tómbolo y termina en la cátedra de Pedro. Se puede decir que pasó por la mayoría de los cargos por que puede pasar un eclesiástico. Un estupendo aprendizaje brindado por la Providencia al hijo del humilde alguacil de Riese.
   
Hay una hermosa anécdota de sus tiempos de cardenal de Venecia. Nos la cuenta don José María Javierre en su estupenda vida de San Pío X.
  
Al patriarca de Venecia, la ciudad más bella del mundo, le gustaba jugar alguna que otra vez una partidita a los naipes. Esta tarde son cinco amigos en torno a la mesa. Una niebla espesa cubre los canales y apenas se divisan las luces movedizas de las góndolas. Dentro se está bien al calorcillo de la estufa. Se acaba la partida y Rosa, la hermana del cardenal ha traído unas tacitas de café. Brota la charla festiva.
  
-De todos modos -bromea el cardenal-, me dará mucha pena dejar Venecia. Sí, porque pronto se cumplirá mi fecha. Cada nueve años cae una hoja de mi calendario. Fui nueve años coadjutor de Tómbolo. Nueve años párroco de Salzano, y otros nueve, canónigo de Treviso. Nueve años goberné Mantua como obispo. ¿Qué me harán al terminar mis nueve años de patriarca en Venecia? ¿Papa? Porque otra solución no veo.
  
Ríen todos. El patriarca está firmemente convencido de que sus días terminarán en Venecia.
   
Pero Dios ha dispuesto otra cosa. A los nueve años es elegido Papa y tiene que dejar su amada Venecia.
   
El Papa ha muerto. León XIII, el anciano y sabio pontífice acaba de morir. Los cardenales de todo el mundo se han reunido en Roma para elegir al nuevo Papa. Al lado del cardenal Sarto está el cardenal Lecot, arzobispo de Burdeos, quien le pregunta en francés:
  
-Vuestra eminencia es, sin duda, arzobispo en Italia. ¿De qué diócesis?
-No hablo francés -responde Sarto en italiano.
-¿De qué diócesis sois arzobispo? -pregunta ahora en latín, el cardenal francés.
-Soy patriarca de Venecia.
-¿Y no habláis francés? Por tanto no sois papable, pues el Papa debe hablar francés.
-Cierto, eminencia, no soy papable. Gracias a Dios.
  
A pesar de no saber francés fue elegido Papa. Se resistió cuanto pudo, pero finalmente tuvo que rendirse a lo que claramente era la voluntad de Dios.
  
El cardenal Oreglia, decano del Sacro Colegio y camarlengo de la Santa Romana iglesia, se acerca al trono del patriarca de Venecia para recibir su aceptación del Sumo Pontificado:
  
-¿Aceptas la elección que acaba de hacerse de tu persona, en calidad de Papa?
Un momento de silencio, y el elegido contesta: -Que ese cáliz se aparte de mí. Sin embargo, que se haga la voluntad de Dios.
La contestación no fue considerada válida y el cardenal decano insiste: -¿Aceptas la elección que acaba de ser hecha de tu persona, en calidad de Papa?
El cardenal Sarto contesta: -Acepto, como una cruz.
-¿Cómo quieres ser llamado?
-Puesto que debo sufrir, tomo el nombre de los que han sufrido: me llamaré Pío.
   

Escudo del Papa San Pío X (OMNIA INSTAURARE IN CHRISTO, Restaurar todo en Cristo)
 
El 4 de octubre de 1903 publica Pío X su primera encíclica que empieza por las palabras E supremi apostolatus cathedra. En ella va el programa de todo su pontificado: Restaurar todas las cosas en Cristo.
   
"Puesto que plugo a Dios -dice- elevar nuestra bajeza hasta esta plenitud de poder, Nos sacamos ánimo de Quien nos conforta, y poniendo manos a la obra, sostenido por la fuerza divina, Nos declaramos que nuestro fin único, en el ejercicio del Sumo Pontificado, es restaurar todo en Cristo, a fin de que Cristo sea todo y esté en todo..."
   
Pío X, intrépido y manso, va a dar a la Iglesia de Cristo uno de los pontificados más fecundos de toda la historia. Pío X es el papa de la Eucaristía, de la codificación del Derecho canónico, de la condenación del modernismo y restaurador de la música sacra. Cada una de estas empresas es suficiente para hacer glorioso a un pontificado.
    
San Pío X abrió las puertas del sagrario a los niños. El jansenismo había propagado un concepto de Dios demasiado severo. Exigía una pureza extraordinaria para acercarse a comulgar. A los niños no se les permitía hacerlo hasta los doce años o más. Y una vez hecha la primera comunión, las restantes se distanciaban mucho.
    
San Pío X se desveló para que los católicos (incluso los más pequeños) amaran a Jesús Sacramentado
 
Pío X señaló los siete años como edad normativa para la primera comunión.
   
Basta —decía— que los niños conozcan las verdades fundamentales de la fe y sepan distinguir este pan divino del otro pan.
   
Una dama inglesa presentó su chiquitín a Pío X pidiéndole la bendición.
  
-¿Cuántos años tiene?
-Cuatro, Santidad, y espero que dentro de poco pueda él recibir la comunión.
-¿A quién recibirás en la comunión?
-A Jesucristo.
-¿Y Jesucristo, quién es?
-Es Dios -contestó el pequeño sin titubeos.
-Tráigamelo mañana -dijo a la madre, y yo mismo le daré la comunión.
  
Uno de los problemas más difíciles de su pontificado fue la condenación del modernismo. Este le costó la encíclica Pascendi, probablemente la más importante de San Pío X. En ella califica a estas doctrinas como "el punto de cita de todas las herejías". Era un ataque sutil a la Revelación y sentido sobrenatural del Catolicismo. Algo muy peligroso por salir del mismo seno de la Iglesia y minar los fundamentos de nuestra santa religión. Influenciados por las corrientes filosóficas en boga daban una interpretación enteramente natural y racionalista de las verdades religiosas, Hizo falta el instinto sobrenatural de un santo y toda la fortaleza del espíritu de Dios para desenmascarar y afrontar al modernismo.
   
Fueron días de tormenta para la barca de Pedro. No era fácil ver claro entonces. Hoy, en cambio, todos vemos claro la certeza con que obró el Papa.
   
Otra gran empresa de San Pío X fue la codificación del Derecho canónico. En una audiencia con monseñor Gasparri, uno de los canonistas más eminentes del momento, le dice el Papa:
  
-Seguramente, es posible la codificación del Derecho canónico.
-Sí, Santo Padre.
-Pues bien, hágala usted.
  
No pudo ver esta obra terminada. El día de Pentecostés de 1917 promulgaba Benedicto XV esta gran obra legislativa.
  
Escogió el nombre de Pío porque así se habían llamado los papas que habían sufrido mucho. No se equivocó; tuvo que sufrir mucho. El mayor sufrimiento le vino de Francia, la hija mayor de la Iglesia.
   
El 6 de diciembre de 1905 el Parlamento francés votó la ley de separación entre la Iglesia y el Estado. Era el laicismo para el pueblo francés y la pobreza para la Iglesia de Francia.
  
El 11 de febrero de 1906 se dirigía el Papa a los cardenales, obispos, clero y pueblo de Francia:
   
"Tenemos la esperanza, mil veces cumplida, de que jamás Jesucristo abandonará a su Iglesia, y jamás la privará de su apoyo indefectible. No podemos temblar por el futuro de la Iglesia. Su fuerza es divina... y contamos con experiencia de siglos".
  
El catolicismo francés cuenta en nuestros días con un magnífico florecimiento. Sin duda que Pío X no tiene en ello la menor parte.
   
Don José María Javierre tiene en su vida de Pío X un capítulo extraño y simpático. Se titula "Los defectos de Pío X". Acaso sea la única vida de santos que tiene ese capítulo, aunque lo deberían de tener todas. Así nos daríamos perfectamente cuenta de lo que les costó llegar a la santidad y nos animaríamos a imitarlos.
   
Allí se nos cuenta que José Sarto era de un temperamento fuerte y que en un momento de intenso dolor de muelas dio un tortazo a su hermana Rosa.
   
A cargo de su ironía se cuentan bastantes anécdotas. De no ser santo, hubiese sido mordaz e insoportable. Pero la santidad despejó totalmente este peligro.
  
La gente empezó a equivocarse cariñosamente y a llamarle Papa Santo. El corregía inmediatamente:

-No Papa Santo, sino Papa Sarto.
   
Esa santidad suya se reflejaba en su rostro, en sus palabras, en su espíritu de oración y en su incansable sentido apostólico. Cuantos le trataron de cerca aseguraban que acababan de ver a un santo. En vida se le atribuían milagros.

Su blanca figura de Papa era la encarnación de la mansedumbre y el sentido sobrenatural.
  
La Iglesia ha reconocido oficialmente su santidad. El 29 de mayo de 1954 es elevado al honor de los altares por Su Santidad Pío XII.
   

MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO
    
ORACIÓN
Oh Dios, que para defender la fe católica y restaurar todas las cosas en Cristo has llenado al Sumo Pontífice San Pío X de celeste sabiduría y apostólica fortaleza; concede propicio que, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, consigamos los premios eternos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 2 de septiembre de 2011

DEBERES DEL MILES CHRISTI (SOLDADO DE CRISTO)

Desde LOS DERECHOS DE DIOS

La 'Iglesia Actual', con su definición de que los hombres bautizados (¡y aun los que no los son!) conforman 'el pueblo de dios', es una pobre definición de la Iglesia, pues ha desaparecido de ella el CONCEPTO DE MILITANCIA... Todo bautizado MILITA en la Iglesia, bajo las ORDENES DE CRISTO REY... Todos SOMOS sus soldados, peleamos bajo su Bandera ('por este Signo vencereis', dijo Cristo Rey a Constantino).

Asi pues, todos somos SOLDADOS de Cristo Rey, y PELEAMOS en esta vida, en esta batalla CONTRA EL MUNDO, EL DEMONIO Y LA CARNE... Pero, más en estos obscuros tiempos...

1) Amarás a tu Rey, Dios y Señor, Cristo Rey, por sobre todas las cosas.
- Defenderás los Intereses del Rey.
- Tomarás como propios los intereses del Rey.
- Harás lo posible por que el Reine VISIBLEMENTE en este mundo: Que sea promulgado su derecho a imponer SUS leyes sobre NACIONES, CONSTITUCIONES, PUEBLOS, INSTITUCIONES.
- El es el ORIGEN de todo Derecho, y ninguna ley humana debe de contravenir sus designios, o impedir sus finalidades.
- Trabajarás por que su Reinado sea visible en toda institucion: social, empresarial, financiera, humanitaria, donde cada una de ellas parta de los Principios del Rey

2) No tomarás el nombre del Rey en vano.
- El dulce Nombre de Jesus es sagrado.
- Lo rezarás cuanto sea posible, ya que cada invocación a su Nombre ('Salvador'), trae gracias sobre la persona, y sobre la Iglesia.
- Procurarás hacerlo conocer y honrar de cuantos sean súbditos suyos, pues su solo Nombre trae dulzura en los labios, fortaleza al corazon, armadura contra las embestidas del enemigo.

3) Santificarás el día del Señor, tu Rey.
- Dedicarás ese día en particular a la Honra de su nombre y de su Rango de Rey.
- Te conducirás, sobre todo en ese día, con el decoro de un subdito en presencia de su Rey, sabiendo que su Majestad es Omnipresente.
- Procurarás que los otros vasallos, súbditos suyos y relativos tuyos (familia, amistades, etc.) lo honren en particular en ese día.

4) Honrarás a tu padre y a tu madre.
- Los padres, hacen las veces de Dios en la tierra, son INJUZGABLES por los hijos.
- En particular, el Padre de familia, es el Rey de la Iglesia Domestica, lo tratarás con la deferencia debida a su rango.

5) No matarás.

6) No cometerás actos impuros.

7) No robarás.

8) No levantarás falsos testimonios ni mentirás.

9) No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

10) No codiciarás los bienes ajenos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

EL PADRE MÉRAMO A MONS. WILLIAMSON: ¡DECÍDASE, CATÓLICO O ACUERDISTA!

Estos últimos tiempos nos obligan a tomar banderas: o la del Vaticano cisma o la del Dogma de la Fe, SIN TÉRMINO MEDIO. A este propósito esta carta abierta del Padre Basilio Méramo a Mons. Richard Williamson, sobre la situación de la FSSPX.

¿DINOSCOPINO O VIPERINO?
¿A QUE JUEGA MONSEÑOR?

 

Es sorprendente la actitud y el lenguaje de Monseñor Williamson quien aparenta no estar muy conforme con los diálogos con Roma, manifestando cierto desacuerdo con ellos, pero, sin embargo, todo lleva a pensar que actúa como la pared del frontón para que rebote la pelota sin la cual no habría juego, pues de otro modo no se entiende cómo después de desviar hábilmente la atención en relación con la desactivación de la Fraternidad San Pío X y de toda la reacción y resistencia fiel a la Tradición Católica frente a la Roma modernista y apóstata, con sus declaraciones “políticamente no correctas”, que alborotaron el avispero, ahora con visos de resistencia y cierta oposición desmantela con lenguaje viperino, una categórica y firme oposición ante los acercamientos acuerdistas que se gestan, justo en estos momentos que se vería el resultado o consecuencia de ellos en la próxima entrevista de Monseñor Fellay con sus dos asistentes adláteres, quienes integran la cúpula visible oficialmente de la Fraternidad.

Es evidente que la Roma liberal y modernista quiera absorber sin destruir toda resistencia que se oponga a su abominable apostasía, ya que sólo se destruye lo que se substituye, para lo cual ha esgrimido ladinamente conceptos tales como la obediencia, la autoridad y la legitimidad, ésta última que es lo que a todo precio y sobre todo quiere ostentar.

No hay nada que esté más en tela de juicio que la legitimidad de una autoridad que se prostituye cada vez más en el ejercicio de su gobierno y magisterio, los cuales están por el suelo ya que están puestos al mismo nivel de las falsas religiones, las que tienen por autor al Demonio (Salmo 95) príncipe de este mundo, al que subyuga bajo su imperio inspirando además a la Contra-Iglesia.

En la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, no hay obediencia ni autoridad, ni legitimidad que valgan para enseñar el error, ni mucho menos la herejía y la apostasía pontificando en contra de la Verdad Eterna de la Fe y del Dogma Católicos.

La Iglesia Católica es indefectible en su ser y en su enseñar por ser Divina, y no puede convertirse en madriguera de ratas voraces que conculcan y violan la verdad, lo cual es el culmen del pecado contra el Espíritu Santo.

El lenguaje de Monseñor Williamson aunque aparenta otra cosa favorece sutilmente todo esto, al no decir claramente las cosas como son, e incluso al afirmar en su Eleison N° 215 (sin el Kyrie que es lo esencial, otra paradoja más del Dinóscopus) que en la Roma apóstata tienen buena fe y buenas intenciones, y por esta razón son simpáticos, amables y agradables.

La misma caricaturización que Monseñor Williamson adopta, con la singular y proverbial excentricidad inglesa, con forma de dinosaurio –Dinóscopus-, se presta para ridiculizar a la Tradición como un conglomerado desfasado de prehistóricos picapiedras trogloditas, cual fantástica historia de los legendarios y descomunales lagartos.

Claro está que sólo un desfasado troglodita, picapiedra, cual dinosaurio puede hablar de buenas intenciones de los enemigos de la religión y de la verdad, que como sabemos no interesan ni de ello se ocupa ni juzga la Iglesia (pues lo que se juzga son los hechos no las intenciones, que además, como dice el refrán: de buenas intenciones está lleno el infierno), y aunque estos enemigos tengan capa y mitra, ya que la tiara hace rato que no funciona ni aún simbólicamente con Benedicto XVI que la hizo desaparecer de su emblema pontifical sustituyéndola por una mitra cual un simple obispo más dentro del contexto democrático, lo cual no cambia las cosas sino que las agrava mucho más.

La sinceridad y la buena fe que les atribuye el Obispo Dinóscopus, (claro está que no goza de la vista de águila que caracteriza a San Juan Evangelista y Apocalepta) los hace simpáticos, agradables y amables, puesto que hacen el mal convencidos de hacer el bien (cosa típica de todo hereje modernista que aún se estime), llegando así al colmo de la contradicción característica de la mentalidad liberal anglo-protestante, como si fuera gente del común de la calle y no de altos prelados y jerarcas encumbrados de la actual cúpula vaticana.

¿A qué juega Monseñor Williamson?, pues su lenguaje tiende a favorecer una simpatía hacia aquellos que son los principales y peores enemigos de la Iglesia, aunque revestidos de autoridad y de poder. Todo el lenguaje que utiliza Monseñor Williamson favorece a la Pseudo-Iglesia que usurpa los Derechos de Dios, y que él de algún modo reconoce como verdadera y legítima.

Con todo su lenguaje y actitud por más que aparente una cierta disconformidad no se opone real ni contundentemente, sino que entreabre la puerta preparando las mentes a una simpática, amable y agradable apertura hacia aquellos con quienes se negocia un posible acuerdo legitimador.


P. Basilio Méramo
Bogotá , 1 de Septiembre de 2011