MEDITACIONES PARA LA PASCUA
Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero
y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las
vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo:
desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de
Pascua. Tercera edición inglesa, Benziger Brothers, Nueva York,
1894.
+ EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (20, 11-18)
En aquel tiempo María estaba fuera, junto al sepulcro,
llorando. Y, mientras lloraba, se inclinó, y miró
el sepulcro: y vió dos Angeles, vestidos de blanco,
sentados, uno a la derecha y otro a los pies del lugar
donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Y dijéronla:
“Mujer, ¿por qué lloras?”. Díjoles: “Porque han llevado a
mi Señor: y no sé dónde le han puesto”. Y, después de
decir esto, se volvió hacia atrás, y vió a Jesús, que estaba
allí: y no sabía que era Jesús. Díjole Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo
que era el hortelano, díjole: “Señor, si le has quitado
tú, dime dónde le has puesto: y yo le llevaré”. Díjole Jesús:
“¡María!”. Vuelta, ella, díjole: “¡Rabbóni!” (que significa
Maestro). Díjola Jesús: “No me toques, porque
aún no he subido a mi Padre: pero vete a mis hermanos,
y diles: Subo a mi Padre, y a vuestro Padre, a mi
Dios, y a vuestro Dios”. Fue María Magdalena anunciando
a los discípulos: “He visto al Señor, y me ha
dicho esto”.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Meditaremos
mañana sobre la aparición de Cristo resucitado a María Magdalena, como lo refiere el Evangelio del día, y debemos ver: 1º El ferviente amor de esta santa alma en buscar al Salvador: 2º La manera en que Jesús responde a su amor.
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Enseguida tomaremos la resolución: Hacer frecuentemente, durante el día, actos de caridad hacia Nuestro Señor; 2º Cada hora, animarnos a vivir mejor, y mejorar la acción presente. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de la Sabiduría: “La Sabiduría se deja encontrar de los que la buscan” (Sab. 6, 13).
MEDITACIÓN PARA LA MAÑANA
Adoremos a Jesucristo, que le concedió a Santa María Magdalena el favor de ser la primera, DESPUÉS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN, a quien Él se apareció, después de levantarse del sepulcro. Congratulemos a esta ilustre amante de Nuestro Señor, y cómo ella agradeció a Jesucristo llamándole Buen Maestro. ¡Oh, cuán bueno es Él, y cómo, de hecho, merece todo el amor de nuestro corazón!
PUNTO PRIMERO - EL FERVOROSO AMOR MOSTRADO POR MARÍA MAGDALENA EN BUSCAR AL SALVADOR
Luego de la muerte de Jesús, María Magdalena no parecía ser
capaz de separarse de Aquél a quien le había dado todo su amor; ella corrió al
sepulcro y, encontrando que el sagrado Cuerpo ya no estaba allí, ella imagina
que se lo han llevado. “¿Dónde
lo han puesto?” Ella está determinada a descubrirlo, sin importar el
precio; y en lugar de retirarse, como los discípulos y las otras mujeres
hicieron ella permanece allí, retenida por el amor, a fin de buscar Lo que ha
perdido; se quedó allí para lamentarse, para llorar por Aquel que ella no puede
encontrar. Ella permanece en el sitio, sin temerle a nada, porque, después de
haber perdido a Jesús, ya no hay más que perder. JESÚS ERA LA VIDA DE SU ALMA,
Y PERDIÉNDOLE, ERA MÁS DESEABLE A SU ESTIMACIÓN MORIR QUE VIVIR, porque ella tenía
esperanza de poder encontrar, en la muerte, a Quien no pudo encontrar mientras
vivía. Ella permanece allí, y mira hacia el sepulcro varias veces para ver si
Jesús no está allí. “Mujer, ¿por qué lloras?”, dijo
el Ángel que estaba sentado allí. Replica: “Porque han llevado a
mi Señor: y no sé dónde le han puesto” (Jn. 20, 13). Ella gira su cabeza y
percibe a un hombre; es Jesús, que se presenta a ella sin hacerse conocido. “Señor, exclama, si le has quitado
tú, dime dónde le has puesto: y yo le llevaré” (Jn. 20, 15). Un ardiente deseo no admitirá que algo es imposible, y
hace a una persona capaz de todo. ¡Cuán admirable es el amor de María
Magdalena, y cuán fervoroso es! ¡Cuán intrépido es el deseo que le consume de
encontrar a Jesús! ¡Dichosa el alma que ama a Jesús hasta el punto de desearlo!
DIOS HACE DE NUESTROS DESEOS LA MEDIDA DE SUS BENEFICIOS: a menudo, las
bendiciones más grandes cuestan nada más que el deseo. Si a veces Él difiere
conceder nuestras peticiones en el momento que se las ofrecemos, es solo para
hacernos desear más fervorosamente sus gracias, y para hacernos apreciarlas mejor
cuando Él nos las concede. ¡Oh, si deseáramos poseer a Jesús dentro de nosotros
por el recogimiento y el amor (no digo como María Magdalena lo deseó, sino
solamente tanto como el hombre mundano desea la riqueza y los honores), cuán
rápidamente nos volveríamos santos!
Nuestro mayor infortunio es no amar y, en consecuencia, no
desear ardientemente nuestra perfección. Perdemos una baratija, y lo
lamentamos; perdemos a Jesús al perder el recogimiento, la humildad, la paciencia,
la mortificación y la caridad, y no nos molesta en lo más mínimo, y no decimos
con María Magdalena: “Dime dónde está Él: estoy dispuesto a todo y a cualquier cosa para recuperarlo”. Pidámosle a nuestro Salvador que infunda en nuestros
corazones ardientes deseos que nos hagan santos.
PUNTO SEGUNDO - CÓMO JESÚS RESPONDIÓ AL AMOR DE MARÍA MAGDALENA
Al comienzo, Santa María Magdalena tenía solamente una fe imperfecta porque, no habiendo encontrado a Jesucristo, ella supuso que se lo habían llevado, y no que Él había resucitado. JESÚS, SIN EMBARGO, SIENDO TOCADO POR SU AMOR, PRIMERO LE ENVÍA DOS ÁNGELES VESTIDOS DE BLANCO que ella vio sentados en el mismo lugar donde su Cuerpo había estado: El uno en la cabecera, y el otro a los pies; LUEGO ÉL MISMO SE PRESENTA EN PERSONA, tomando la humilde forma de un hortelano. Ella no le reconoce, pero Él se hace conocer de ella por una sola palabra: “¡María!”, le dijo. Entonces María Magdalena no puede contenerse más. Intoxicada de gozo y amor, ella cae a los pies de Jesús, exclamando: “Rabboní!”, esto es, “¡Buen Maestro!”. Ella hubiera querido permanecer allí para siempre, besar sus sacratísimos Pies, presionarlos con sus labios y su corazón. “No, dijo Jesús, debes hacer algo más que gozarte en mi Presencia; debes ir aprisa y encontrar a mis hermanos, y decirles que Yo estoy vivo, y que pronto me verán ascender hacia mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. ¡Feliz María Magdalena, que fue la primera, después de la Virgen María, a quien Jesús se manifestó! Ella es la electa del Salvador, quizá la apóstol de los Apóstoles mismos, para ir a anunciarles que Jesús ha resucitado. Ella obedece prontamente este mandato, y nos enseña con su ejemplo que debemos saber cómo dejar a Cristo para que podamos consolar y ayudar a nuestro prójimo; que es mejor ser obediente y humilde que disfrutar las divinas consolaciones; que no es suficiente con el amor que le debemos a Dios, que nos ama, sino también hacerlo amar de los demás; y finalmente, que debemos saber cómo moderar nuestra alegría, por más santa y espiritual que pueda ser, y nunca abandonarnos del todo en ella, pues seríamos tentados a cometer alguna indiscreción que nos haría olvidar el temor reverencial que es debido a Dios y la prudente aprehensión a perder las gracias que hemos recibido. ¡Qué preciosas lecciones nos apareja esta conducta de María Magdalena!
Al comienzo, Santa María Magdalena tenía solamente una fe imperfecta porque, no habiendo encontrado a Jesucristo, ella supuso que se lo habían llevado, y no que Él había resucitado. JESÚS, SIN EMBARGO, SIENDO TOCADO POR SU AMOR, PRIMERO LE ENVÍA DOS ÁNGELES VESTIDOS DE BLANCO que ella vio sentados en el mismo lugar donde su Cuerpo había estado: El uno en la cabecera, y el otro a los pies; LUEGO ÉL MISMO SE PRESENTA EN PERSONA, tomando la humilde forma de un hortelano. Ella no le reconoce, pero Él se hace conocer de ella por una sola palabra: “¡María!”, le dijo. Entonces María Magdalena no puede contenerse más. Intoxicada de gozo y amor, ella cae a los pies de Jesús, exclamando: “Rabboní!”, esto es, “¡Buen Maestro!”. Ella hubiera querido permanecer allí para siempre, besar sus sacratísimos Pies, presionarlos con sus labios y su corazón. “No, dijo Jesús, debes hacer algo más que gozarte en mi Presencia; debes ir aprisa y encontrar a mis hermanos, y decirles que Yo estoy vivo, y que pronto me verán ascender hacia mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. ¡Feliz María Magdalena, que fue la primera, después de la Virgen María, a quien Jesús se manifestó! Ella es la electa del Salvador, quizá la apóstol de los Apóstoles mismos, para ir a anunciarles que Jesús ha resucitado. Ella obedece prontamente este mandato, y nos enseña con su ejemplo que debemos saber cómo dejar a Cristo para que podamos consolar y ayudar a nuestro prójimo; que es mejor ser obediente y humilde que disfrutar las divinas consolaciones; que no es suficiente con el amor que le debemos a Dios, que nos ama, sino también hacerlo amar de los demás; y finalmente, que debemos saber cómo moderar nuestra alegría, por más santa y espiritual que pueda ser, y nunca abandonarnos del todo en ella, pues seríamos tentados a cometer alguna indiscreción que nos haría olvidar el temor reverencial que es debido a Dios y la prudente aprehensión a perder las gracias que hemos recibido. ¡Qué preciosas lecciones nos apareja esta conducta de María Magdalena!
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