Cristo y la mujer adúltera (Peter van Lint)
«Cristo demostró ser un amigo de los pecadores, pero sólo de aquellos que reconocían que lo eran. Tenían que descender hasta los despreciados por la sociedad para poder encontrar nobleza de corazón y generosidad sin límites, lo cual, según Él, constituía la misma esencia del amor. Aunque eran pecadores, su amor los elevaba por encima de los que se creían sabios y que se bastaban a sí mismos, los cuales nunca doblaban las rodillas para rezar una oración pidiendo perdón. Jesús llegó a poner una prostituta por encima de un fariseo, a un ladrón arrepentido por encima de un sacerdote, y a un hijo pródigo por encima de su hermano de conducta ejemplar. A todos los charlatanes que le dijeran que no podían ingresar en su Iglesia porque no era suficientemente santa, les preguntaría Él: “¿Qué grado de santidad debe alcanzar la Iglesia para que podáis ingresar en ella?”. Si la Iglesia fuera tan santa como ellos querían que fuese, ¡jamás se habría permitido la entrada a ellos! En cualquier otra religión debajo del sol, en cualquier religión oriental, desde el budismo hasta el confucianismo, se ha exigido siempre cierta purificación antes de poder comunicar con la divinidad. Pero nuestro Señor traía al mundo una religión en la que para poder acercarse a Dios es condición indispensable el reconocimiento de los pecados. “Los que están sanos no necesitan de médico, pero sí los que están enfermos”».
Mons. FULTON J. SHEEN, Vida de Cristo
-traducción de Juan Godó Costa-, 5ª edición. Barcelona, ed. Herder,
1968 (Imprimátur otorgado el 16-II-1959 por el P. Juan Serra Puig,
Vicario general del Obispado de Barcelona). Cap. XXI: «Sólo los
inocentes pueden condenar» (Sobre San Juan VIII, 1-11).
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