Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
MEDITACIÓN NOVENO DÍA: LA FAZ DE JESUCRISTO Y SATANÁS
Oh, Faz adorable, que haces estremecer a los demonios, ten misericordia de nosotros.
Adoremos la adorable Faz de Jesús, ante cuya presencia debe doblarse toda rodilla, en el cielo, en la tierra y en el infierno, que permite a los demonios acercársele y contemplar sus rasgos. Bajo el velo de humanidad, su divinidad sólo tiene que manifestarse por sí misma, bastando un momento para arrojar a los enemigos de Dios y a todos los injustos al abismo.
1º PUNTO – LA TENTACIÓN NO ES UN MAL.
Jesús quiso ser tentado por el demonio, quiso someterse a sus asaltos. La Luz Increada no tuvo miedo de estar a menudo en presencia del ángel de las tinieblas. En el desierto el tentador se le acercó, y sugirió al divino penitente las tres tentaciones que tienen como origen la triple concupiscencia del orgullo, del amor a las cosas terrenas, y de la sensualidad. Jesús no las combatió con nada, excepto dulzura y paciencia. Se opuso a ellas con calma, energía y dignidad, con una mirada de sus ojos, con una palabra salida de su boca divina.
A menudo tendrá ocasión de expulsar al espíritu impuro fuera de los cuerpos de los poseídos, y fuera de las almas de los pobres pecadores, su forma de actuar será siempre la misma. Quiere enseñarnos que mientras permanezcamos en la tierra, tendremos que luchar contra esto: «un león rugiente que siempre busca a quien devorar» (Diábolus, tanquam leo rúgiens circúit quǽrens quem devóret. I Petr. V, 8). Si se trató con rigor al Maestro, igual debe ser con el discípulo. ¿Acaso los Santos no soportaron la tentación en proporción a la altura de santidad que habían alcanzado? La tentación no es un pecado. El pecado consiste en una voluntad perversa y en el consentimiento; la voluntad siempre permanece libre. El diablo siempre merodeará el corazón con ruidosos rugidos, él no puede entrar en el, y enlodar su pureza, a menos que se lo permitamos voluntariamente.
¿Cuál es el requisito, oh mi Dios, a fin de no sucumbir? Desconfiar de las criaturas, confiar en vuestra gracia, recurrir a vuestro poder: «Señor, muéstranos Tu Santa Faz y seremos salvos». Oh buen Jesús, a la hora del peligro, al momento en que las aguas de la iniquidad están a punto de desbordar mi corazón, mostradme vuestra Faz divina; y el demonio, desarmado y vencido, volará lleno de confusión a sus oscuros abismos: «Osténde Fáciem tuam, et salvi érimus» (Ps. LXXXIV, 6).
2º PUNTO – LA TENTACIÓN PUEDE SER UNA BENDICIÓN.
Es a la hora del peligro que los polluelos se refugian bajo las alas de su madre, y las ovejas bajo el cayado de su pastor. Cuando no encontramos reposando en los pastos del Señor, nada tenemos que temer a los dardos del enemigo; por un momento, podemos olvidarnos de el cuando nos viene toda ayuda; pero de repente, dejemos se nos presente el enemigo, y es entonces cuando nos apresuraremos a arrojarnos al seno del Padre, quien puede defendernos.
Armados con el pensamiento que estamos bajo la mirada de Dios, como buenos soldados combatiremos bajo la mirada de su líder, probaremos a Dios nuestra fidelidad y amor, lucharemos contra el enemigo, venceremos sus tramas alejándonos del pecado y de las ocasiones que nos conducen a el. Contra las tentaciones de orgullo, el alma Cristiana sólo tiene que considerar la Faz de su Dios cubierta de oprobios, ensangrentada y desfigurada, a fin de expiar las rebeliones de su criatura culpable, contra las tentaciones de sensualidad, sólo tiene que pensar en sus sufrimientos, contra las tentaciones de apego a los bienes mundanos, sólo tiene que contemplar a Cristo desnudo sobre la cruz, y ante tal vista, ¿quién no se sentirá fortalecido a luchar el buen combate del Señor?
Una vez se le apareció el demonio a uno de los siervos de Cristo, quien ya le había infringido la más de las ignominiosas derrotas. Martín se encontraba en oración, en su celda. De repente se miró bañado en una luz púrpura; seguido vio ante sus ojos a un personaje resplandeciente de luz, de rostro sereno y aire gozoso, envuelto en traje real, su frente coronada con una diadema. «Martín, soy Cristo, adoradme», le dijo. El santo se detuvo y reflexionó un momento. «Mi Señor Jesús, respondió, ¿acaso no me anunciaste que te me aparecerías vestido de púrpura y coronado con una diadema? Por mi parte, si no le veo con el rostro y en el exterior bajo lo que sufrió, con sus estigmas y su cruz, no creeré que es Él». Ante estas palabras, el fantasma se desvaneció. Deseamos poner al demonio a volar, recordemos entonces de la Pasión de Nuestro Señor, y contemplemos su Santa Faz desfigurada por el pecado.
Ramillete Espiritual: Christo ígitur passo in carne, et vos eádem cogitatióni armámini (Armémonos contra el demonio con el pensamiento de Cristo crucificado. I Petr. I,4).
EL CARMELO DE TOURS: AHÍ ENCONTRÉ AL NIÑO JESÚS Y A LA SAGRADA FAMILIA (Palabras de Sor María de San Pedro).
Dejé Rennes, escribe la hermana Sor María de San Pedro, acompañada por mi excelente padre, el 11 de noviembre de 1839, día de la Fiesta de San Martín, mi querido protector, y fui a Turena, mi nueva patria. El 13 llegué a Tours, y de inmediato me dirigí al Convento de las Carmelitas. Eran las cinco de la tarde, y fue admirable que el mismo San Martín me presentó «todos los Santos del Carmelo», cuya fiesta se celebra al día siguiente.
Segura estaba que estos buenos santos no rechazarían recibirme el día de tan hermosa fiesta, porque les había orado insistentemente me recibieran en su familia; y no pudieron darme mayor prueba de mi perseverancia que recibirme en tal día. Bajando del carruaje, mi padre me llevó a las Carmelitas; me dio su bendición y me dijo, vencido por la emoción, como estaba, al abrazarme por última vez, que era voluntad de Dios que él hiciera este sacrificio. ¡Pobre padre! ¡Cuán abundantemente recompensará nuestro Dios misericordioso la admirable obediencia a sus órdenes!
De pronto, se abren las puertas, y mi padre me entrega en las manos de mi nueva familia, quienes se presentan a recibirme. Si en ese momento hice el sacrificio a Dios de un buen padre, me dio a cambio de él, un tipo de madre, que estaba destinada, en su gran caridad, a brindar a mi alma servicios de inestimable valor. Fue la muy reverenda Madre María de la Encarnación, que era en ese entonces, tanto Priora como Madre de las novicias.
Sentí como si mi Salvador me hubiera intimidado, cuando aún llevaba una vida secular, que la madre que había escogido para mi tendría una gracia especial para dirigirme en sus caminos. Al menos fue cierto, cuando sucedió que ella se dio cuenta de lo más íntimo de mi corazón, lo que no pasó de inmediato, si no sólo cuando Dios lo juzgó oportuno, para su gloria y la salvación de mi alma.
Al día siguiente, asistía al Oficio Divino, y fui atacada por una absurda tentación, la única que recuerdo haber sufrido contra mi vocación, y que ahora relataré. Viendo al hebdomadario, los chantres, los versicularios, y a alguna de las otras monjas, avanzar en medio del coro, inclinándose y diciendo algunas palabras en latín, luego regresando a sus lugares, mientras otras seguían en su lugar, me alarmé tanto por tantas ceremonias, y temí nunca llegar a ser capaz de realizarlas, o de llegar a comprenderlas cuando llegara mi turno de participar en ellas.
Fui conducida al noviciado; ahí encontré al Niño Jesús y a la Sagrada Familia, objetos apreciados de mi corazón. Desde entonces esta Sagrada Familia por cuyo amor había abandonado el mundo para ir a servirles en el Carmelo, el cual sabía era especialmente consagrado a ellos, me hicieron encontrar todo fácil y agradable, me pareció pensar como si ya hubiera pasado ahí, varios años.
Fue cuando por mi propia experiencia, comprendí, que no sólo existe la vocación a determinada orden, sino también a una casa determinada, porque no me sentí atraída hacia ningún otro convento; por el contrario, tan pronto entré a ese de Tours, sentí que estaba donde Dios me quería.
INVOCACIÓN (Por Sor María de San Pedro)
Os saludo, os adoro, y os amo, Oh Faz adorable de Jesús, mi amado noble sello de la divinidad; me dedico a Vos con todas las potencias de mi alma, y os ruego humildemente imprimas sobre nosotros, los rasgos de vuestra semejanza divina. Amen.
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