Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
MEDITACIÓN VIGESIMOCTAVO DÍA: LA SANTA FAZ DESPUÉS DE LA RESURRECCIÓN.
Oh, Faz adorable, resplandeciente de gloria y belleza el día de la resurrección, ten piedad de nosotros.
Tres días después de su muerte, Jesús se levanta triunfante del sepulcro, como lo había anunciado. Se aparece a María, a los apóstoles, a Magdalena, y sus ojos no se ciegan por el esplendor de su Faz adorable que brilla con belleza y gloria. ¿Cuál es este misterio? Dígnate enseñárnoslo, oh buen Jesús.
1º PUNTO – BELLEZA DE LA SANTA FAZ RESUCITADA.
La resurrección es la hora del triunfo, mas todavía no es la hora de la gloria celestial. Jesús no nos muestra sus heridas (llagas) sangrantes como en el día de la Pasión, las cubre con sus rayos, que pueden cegarnos. Conserva la marca de ellas como una prueba irrefutable de que Él verdaderamente ha sufrido, que Él realmente murió por nosotros, como testimonio de victoria sobre el infierno, como una lección de sufrimiento y de amor. Permitidme, oh divino Salvador, reconoceros por encima de todo por las heridas de vuestra Santa Faz.
A vuestra voz, Magdalena se arrojó a vuestros pies gritando con voz fuerte: «Rabboní» (Maestro, San Juan XX, 16) Por mi parte, postrado delante de vuestra augusta Faz, cuento sobre vuestra frente las cicatrices infringidas por las crueles espinas, y sobre vuestras mejillas, hace tiempo tan inflamadas, la marca de las bofetadas y del guante de hierro del soldado inhumano (cruel). Vuestros labios ya no están inflamados, pero todavía podemos ver los trazos de las bofetadas que le dieron los verdugos.
Oh adorables heridas de la Faz de Jesús, yo os venero y os amo. Vos deseáis que os contemple mi Salvador, como lo hizo Magdalena; Os contemplo con deleite. Ma habéis enseñado lo que os ha costado el pecado, pero también me decís cuales son los frutos de la expiación y la felicidad de encontraros después de haberos perdido.
Volved, oh, Jesús, vuestros ojos iluminados por la gloria de la Resurrección sobre mi alma, anteriormente desfigurada por la iniquidad, pero ahora, oh Dios mío, resucitada espiritualmente por vuestra gracia cuando sea resucitado contigo en el esplendor de los santos, y brille por una eternidad bendita con los rayos de una gloria que nunca se marchita.
2º PUNTO – LA SANTA FAZ RESUCITADA, FUENTE DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD.
¡Jesús ha resucitado, qué consolación! Tengo una prueba evidente y palpable de ello: los apóstoles han visto su Santa Faz, María Magdalena le ha reconocido. Su augusta Madre ha recibido su primera visita. ¿Quién no creería testimonio tan ocular? Él está resucitado, es por lo tanto cierto que Él es en verdad mi Salvador y mi Dios.
Su evangelio es divino; su Iglesia es divina. Creyendo en su palabra y escuchando su enseñanza, estoy seguro de caminar por las pisadas de mi jefe (cabeza) infalible, por el sendero de la salvación. Jesucristo ha resucitado, ahí yace el fundamento de mi esperanza. «Yo sé que mi redentor vive, dijo Job, y que seré revestido de mi piel, y que el último día me levantaré de la tierra, y en mi carne veré a Dios. Yo mismo le veré, mis ojos le contemplarán, y no otro; esta es mi esperanza, que guardo en mi seno» (Job XIX, 25).
Sí, un día yo veré su Santa Faz, como lo contemplaron los apóstoles y las santas mujeres; la veré en un estado aún más brillante; más deslumbrante y más gloriosa. Veré a mi redentor cara a cara. «Si Cristo no hubiera resucitado, como dicen alguno de entre vosotros, ¿No existe la resurrección de los muertos?» (I Cor. XV, 12).
Pero Jesús resucitado, por encima de todo, me incita a amarle, porque es a causa del amor hacia mí que Él ha muerto, es por amor a mí que salió del sepulcro y se mostró durante cuarenta días. ¿Quién no iría hacia Él, que tan grandemente nos ha amado? ¿Quién renunciaría a la felicidad de contemplarle, cuya Faz adorable ilumina el cielo y es el deleite de los elegidos?
Oh Jesús, yo creo en Vos, espero en Vos y os amo; y esta Fe, esta Esperanza, este amor, es por contemplar vuestra Faz triunfante y resucitada, que las aumentaré por siempre jamás.
Ramillete Espiritual: Gavísi sunt discípuli, viso Dómino. (Los discípulos se alegraron cuando vieron al Señor. San Juan XX, 20).
REMEMBRANZA DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT.
La excelente viuda del Sr. d’Avrainville nos escribió, el 25 de abril de 1884, las siguientes líneas:
«Creo que es mi deber informarles de un milagro del que fui testigo en el mes de agosto de 1865, durante la sema o diez días que mi marido y yo pasamos con el siervo de Dios.
Una obrera cuyo nombre y dirección fueron dados en el certificado que el Sr. d’Avrainville redactó en su presencia, y que fue agregado a los ya numerosos testimonios de gracias recibidas, vino a dar las gracias a la Santa Faz por la cura de una espantosa molestia interior que causaba exhalase un fétido olor de su cuerpo, un olor que obligaba a sus amigos y conocidos a alejarse de ella. Sólo uno de ellos permaneció fiel a ella, y dándole una botella que contenía aceite de la lámpara que arde delante de la Santa Faz, le rogó se volviese a la Faz de Jesús, debido a que sus amigos se apartaban de ella.
Se inició una novena, y al final de los nueve días, empezó a mejorar; disminuyeron sus dolores, y el fétido olor desapareció. Ella estaba tan feliz que prometió a la Santa Faz darle las gracias por su cura, en su santuario, en presencia del Sr. Dupont, algo que ella se encontró incapaz de realizar en un lapso de siete años, cuando había ahorrado suficiente dinero para el viaje.
Estaba a punto de retirarse, cuando el Sr. Dupont notó que tenía en su brazo un cabestrillo, preguntada de lo que sufría; respondió que era panaris (Panoriquia), lo que le causaba gran dolor y le quitaba el sueño, pero que podía sobrellevar fácilmente el sufrimiento, de gratitud, por la cura maravillosa que la Santa Faz le había otorgado siete años atrás, y que no se atrevía a pedir una segunda cura. “Señora, eso nada tiene que ver con eso, replicó el Sr. Dupont; si Dios quiere curarla, él es el Señor”. El Sr. d’Avrainville, al escuchar estas palabras, dejó la sala de estar, subió rápidamente las escaleras y entró al cuarto donde yo estaba, contándome todo de una vez, porque el Sr. Dupont parecía prever un milagro.
Animados por este presentimiento, examinamos cuidadosamente el dedo de la mujer: estaba muy inflamado, la última juntura estaba llena de sustancia.
Después de una breve oración ofrecida por el Sr. Dupont, y una primera unción hecha sobre el dedo, percibimos inmediatamente un cambio; después de la segunda oración y la segunda unción, la inflamación había desaparecido; finalmente después de la última oración ofrecida delante de la Santa Faz, el Sr. Dupont, mientras hacía la tercera unción, apretó ligeramente el dedo entre sus dedos, en el lugar donde estaba el panaris, y en el mismo instante, todo había desaparecido, el dolor, la inflamación y la sustancia.
El dedo y la uña se habían vuelto saludables y de buen color, la uña perfectamente adherida a la carne. La mujer sobrecogida de gozo, me dijo: “Señora, mi dedo está curado por completo, así que le ruego me permita darle varios golpes en la palma de su mano; podría hasta hacerle daño, si lo intentara”.
De hecho me golpeó con el mismo dedo, que cinco minutos atrás, era tan triste de mirar. Quedé tan conmovida y emocionada por este cambio milagroso, que me cogió un temblor en la mandíbula que me afectó el habla, pero que felizmente sólo duró tres minutos. Había sentido un toque invisible del poder de Dios, manifestado en las manos de su siervo fiel, el Sr. Luis Dupont».
ORACIÓN DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT
Señor Jesús, al presentarme delante de vuestra Faz adorable, para rogar de Vos las gracias que necesitamos, te pedimos, por sobre todas las cosas, nos concedas una disposición interior de nunca rechazar cualquier cosa que nos pidas a diario, por medio de Tus santos mandamientos y vuestras divinas inspiraciones. Amén.
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