viernes, 26 de febrero de 2021

SANTA MARGARITA DE CORTONA, PENITENTE Y TERCIARIA FRANCISCANA

   
Margarita nació en Laviano, pequeño poblado toscano hacia 1249 de familia campesina, cuyo padre (identificado tradicionalmente como Tancredi Bartolomeo) cultivaba en los ejidos de la ciudad de Perusa. A los 8 años murió la madre. La presencia de su madrastra malhumorada turba su adolescencia. A los 16 años, cansada de los continuos maltratos, acepta la propuesta de Arsenio (unos dicen que era Del Monte, otros que se llamaba Raniero Del Pecora), joven noble de Montepulciano y huye, convive 9 años con él en una dependencia de caza cerca de Montepulciano. De esta unión nace un niño.
  
Aun en medio de su mal estado, donde abundaban las fiestas, modas y joyas, había permanecido en Margarita la luz de la fe inculcada por su madre (que le enseñó a rezar y a ofrecer por las necesidades públicas y la conversión de los pecadores), que cada vez que veía lugares recogidos comentaba: «¡Cómo sería bueno rezar aquí! Qué lugar propio para llevar una vida penitente y solitaria». Y una ocasión en que una anciana le agradeció una buena limosna, repuso: «¡Por favor: no digáis eso, que yo sólo soy una miserable pecadora!».
   
Vivía tan angustiada que le pedía a Arsenio que cumpliera su promesa de matrimonio, pero luego que este le decía que continuara así un tiempo más, por lo que Margarita le pide a Dios que la ayude, lo cual obtiene de una manera insólita: Un día fue asesinado Arsenio en una partida de caza en la selva de Petrignano, en medio de las guerras entre güelfos y gibelinos que tanto asolaban la Italia en ese entonces. Margarita, guiada por una perrita que tenía de mascota, encuentra su cuerpo exánime oculto al pie de una encina, al punto de la putrefacción, y allí, fulgurada por la gracia de Dios comienza su conversión. 

Rechazada por los padres de Arsenio puesto que se oponían a que él emparentase con una mujer de origen modesto, Margarita vuelve a Laviano con su hijo. Pide perdón a su padre, pero éste, instigado por su mujer que le dijo «¡O ella, o yo!», la rechaza de mala manera, cerrada a todo sentimiento de religión y humanidad, y exponiéndola a peligro mayor.

Entonces Margarita, sentada en una higuera, con el corazón traspasado, desahoga su llanto, pidiendo públicamente perdón por sus escándalos al pueblo y exclamando: «¿Es posible, dulcísimo Salvador de las almas, que, convirtiendo cada día tantas, sólo a ma pérdida de la mía te has de mostrar insensible? Pues en verdad, Señor, que tanto te costó como la de una Magdalena, como la de una Tais pecadora. ¡Oh Tú, que me rescataste con el precio infinito de tu Sangre, no me abandones en el triste desamparo en que me veo, y ten misericordia de mí!». Luego, el demonio entra a tentarla, diciendo: «Tienes apenas 26 años y estás en el auge de la hermosura. Muchos otros pretendientes surgirán. ¡Vamos, levanta la cabeza y comienza de nuevo la vida de fausto y de alegría!». A lo que Margarita contesta decidida: «¡No! Ya ofendí mucho a Nuestro Señor, que vertió su Sangre inocente por mí. Más vale la pena mendigar el pan que volver al pecado». En ese momento otra voz, la de la gracia, se hizo oír: «En Cortona los hijos de San Francisco se compadecerán de ti y te dirán qué hacer».
   
Aun en las dificultades de la época y las pretensiones del Obispo y Conde de Arezzo, Cortona era en ese tiempo una ciudad-estado que había ganado autonomía económica y política por influencia de la familia Casali, y contaba con una importante presencia de órdenes religiosas, entre ellas un grupo de penitentes reunidos alrededor del fraile Reginaldo de Castiglione, superior de la custodia franciscana de Arezzo.

Margarita fue acogida por Marinaria y Raniera Moscari, dos nobles y piadosas señoras de Cortona, quienes la condujeron al convento de los padres franciscanos y le presentaron a Fray Juan de Castellón Florentino y Fray Giunto Bevegnati, que se hicieron sus directores espirituales y le moderaron las penitencias que hacía. Entre lágrimas, Margarita hizo una confesión general tan minuciosa que le tomó ocho días. Entre tanto su hijo fue a estudiar a Arezzo, donde se hizo franciscano y sacerdote. Ella dedica todos sus cuidados y preocupaciones maternales a aliviar los sufrimientos de los pobres, de los enfermos y de los abandonados. Después de tres años de prueba (pues dudaban que perseveraría por su belleza) fue recibida en la Tercera Orden Franciscana hacia 1275. Su vida ascética no tiene descanso. Un día, mientras está recogida en oración ante el crucifijo en la iglesia de San Francisco, oye la voz de Cristo que le dice: «¿Qué quieres de mí, pobrecilla?». Margarita le responde: «¡Nada quiero fuera de ti, Señor!». Este sublime coloquio marca el comienzo de un estupendo programa de vida. Margarita recorre rápidamente el camino de la perfección, sostenida por una fe inquebrantable, por una caridad seráfica. En 1286 funda en la iglesia de San Basilio un hospital para acoger a pobres enfermos, consagrado a Nuestra Señora de la Misericordia. 

Margarita transcurre los últimos nueve años de su vida en una celdita entre éxtasis y oraciones. Muchos se acercan a ella para recibir consejo, guía y consuelo. Margarita se convierte en un punto de referencia de vida cristiana para todos, gracias a los dones extraordinarios que Dios le concede. Acudían a ella desde Roma y España; incluso Dante Alighieri va a Cortona para encontrarse con la Santa. No le faltó la oportunidad de pacificar la ciudad, cuando corriendo gritaba «Cortonenses, haced penitencia y reconciliaos con vuestros enemigos», diciéndole posteriormente Nuestro Señor: «Cortona merecía ser castigada, pero por el amor que te tengo Yo la perdonaré».
  
Veintitrés  años  había  que  esta  dichosísima penitente  vivía  entregada  al continuo ejercicio de las más heroicas virtudes, especialmente de una excesiva penitencia,  cuando  el  Señor  la dio  a  entender  que  se  acercaba  la  hora  de su muerte,  y  que  en  ella  vendrían  a  asistirla todas  aquellas  almas  que  con  sus oraciones había  librado  de  las  penas  del  Purgatorio. Desde aquel punto, toda ella se ocupó únicamente en su Dios y en el ardentísimo deseo de poseerle. En fin consumida al rigor de las penitencias, y abrasada en fuego del divino amor, habiendo recibido los  Santos Sacramentos de manos de Fray Giunto y dicho «Dios mío, te amo», rindió tranquilamente  el  alma en manos de su Criador, el día 22 de Febrero del año 1297, casi a los cuarenta y ocho años de su edad. 

Aun con la fama de santidad que obtuvo, fue apenas en 1516 que el Papa León X oficializó su culto para la diócesis de Cortona, culto que fue extendido a la Orden Franciscana por Urbano VIII. El proceso apostólico se abrió en 1629, siendo aprobado su culto por el Beato Inocencio XI el 17 de marzo de 1653 y su nombre fue incluido en el Martirologio Romano en 1715 por Clemente XI, y finalmente fue canonizada por Benedicto XIII el 16 de mayo de 1728.
   
ORACIÓN
¡Oh  Dios,  que  misericordiosamente  sacaste a tu  sierva  Margarita  del camino ancho de la perdición, reduciéndola al estrecho sendero de la salvación eterna!  Concédenos  por  tu  misma infinita  misericordia  que,  pues  no  tuvimos vergüenza de imitarla en sus desaciertos, tengamos la gloria de seguirla en su penitencia. Por J. C. N. S. Amén.

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