miércoles, 3 de febrero de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA TERCERO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN TERCER DÍA: EL ROSTRO (LA FAZ) DE DIOS Y ADÁN
CRISTO, ÓYENOS
   
Os adoro Oh suprema Majestad, que arrojas tu mirada sobre vuestras criaturas las cuales sacaste de la nada, cada vez repitiendo «que todas las cosas eran muy buenas»; pero por sobre todo Os adoro por acercaros al polvo de la tierra, preparándoos para hacer que la obra maestra de vuestra bondad saliera de él, creando al hombre e imprimiendo sobre él la semejanza de tu Rostro.
         
1º PUNTO – LA IMAGEN DE DIOS IMPRESA SOBRE ADÁN.
Una palabra le bastó a Dios para lanzar al espacio los mundos que admiramos, pero contemplad ahora al Señor recoger sus pensamientos y él mismo parece prepararse todavía para más grandes obras; la Santísima Trinidad se reúne en consejo. «Hagamos al hombre, dijo Dios, a nuestra imagen y semejanza» (Faciámus hóminem ad imáginem et similitúdenem nostram (Gen. I, 26). Se acerca a la arcilla (barro) y de ella modela el cuerpo del hombre, y en el cuerpo del hombre así modelado por sus manos, infunde con su aliento divino un alma inmortal, lo que parece ser como si fuera una chispa (destello) de la misma divinidad.
   
Dios es, por sobre todas las cosas, espíritu y corazón. Imprimió su imagen sobre Adán, cuyo rostro será el espejo de su corazón. Dios es bondad, amor y justicia; mi rostro tenía que expresar fielmente estos sentimientos de mi corazón a fin de que se asemejaran a su Creador. «Sois un pueblo escogido, nación santa, sacerdocio sagrado, dijo San Pedro a los fieles, para que proclaméis al mundo la grandeza de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (Vos autem genus eléctum, regále sacerdótium, gens sancta, pópulus acquisitiónis, ut virtútes annuntiétis ejus qui de tenébris vos vocávit in admirábile lumen suum. I Petr. I, 9).
   
Recordemos nuestro origen y nuestro fin. La nobleza nos obliga, Noblesse oblige, decían nuestros ancestros, quienes habían adoptado el viejo lema Pótius mori quam fœdári! (Antes morir, que deshonrarse). Apliquémonoslo nosotros mismos para asemejarnos a Dios, hasta donde sea posible a una criatura asemejarse a su Creador, por la pureza de nuestras almas.
   
2º PUNTO – LA NECESIDAD DE RESTAURAR LA IMAGEN DE DIOS EN NOSOTROS.
Lo comprendo, Oh mi Dios, es nuestro deber y esfuerzo, cada vez más, reproducir el divino modelo impreso sobre mi alma. «En esto consiste la vida verdadera en conoceros a Vos, Oh Dios verdadero» (Hæc est vita ætérna, ut cognóscant te. Joan. XVII, 3). Mi único trabajo debe ser reparar en mi alma vuestra imagen desfigurada por el pecado.
  
Por lo tanto, aplicaré todas las facultades de mi mente en conoceros, mi inteligencia para descubrir vuestras perfecciones divinas, mi imaginación para representarme vuestras grandezas, mi memoria para recordar vuestros beneficios.
   
Por encima de todo aplicaré mi corazón para amaros. Se ha depositado en mí una chispa sagrada, es vuestra gracia. Por un momento extinguida por el pecado, encendida de nuevo por el aliento de vuestra misericordia; que ha de iluminar, calentar e inflamar mi alma entera. Haciendo de ella uno el origen del fuego ardiente de amor destinado en lo sucesivo a reunir la fuente de todo amor, de toda perfección, a Vos, Oh Dios mío, que sois en sí mismo la esencia de la caridad.
  
Oh, Santa Faz de Dios, imprimíos Vos mismo en mi alma, transfiguradla de luz en luz, que me asemeje a Vos tanto como sea posible.
   
Ramillete Espiritual: In lúmine tuo vidébimus lumen. Porque Vos sois la fuente de vida, y en vuestra luz veremos la luz. (Ps. XXXV)
   
EL VELO DE SANTA VERÓNICA EN LA BASÍLICA VATICANA
Santa Verónica dejó en las manos del Papa Clemente I, cuarto sucesor de San Pedro, el precioso tesoro que había recibido del mismo Jesucristo. Durante los tres siglos de persecución que ferozmente se había librado contra la nave de la Iglesia, los Papas guardaron cuidadosamente la augusta reliquia en las profundidades de las catacumbas; pero cuando Cristo hizo surgir una nueva era de paz religiosa, como la aurora sobre su santa esposa, y fue sacada de su obscuro santuario, para que abiertamente pudiera ser
exhibida y venerada por los fieles. Constantino, después de convertirse al cristianismo, construyó una iglesia a los pies de la colina vaticana en el mismo lugar donde se enterró a San Pedro.
   
A menudo ampliada y varias veces reconstruida, se ha conservado la Santa Faz desde tiempos inmemoriales. Durante las épocas que sobrevenían guerras y prevalecían los disturbios, se transportaba temporalmente a iglesias fortificadas, tales como la Rotonda o Santa María de los Mártires, la iglesia del Espíritu Santo o el castillo de San Ángel; pero después de todo siempre fue traída de regreso a la basílica Vaticana. Al día presente, está colocada en una capilla construida en uno de los enormes pilares que sostienen la cúpula de San Pedro.
  
La ceremonia de traslado tuvo lugar el 23 de diciembre de 1625, bajo el pontificado de Urbano VIII. Príncipes ilustres y reyes poderosos a menudo vienen a Roma para venerar la Santa Faz impresa en el velo de Santa Verónica. Se les ha visto inclinar sus cetros y coronas, y colocar sobre el sobrepelliz y roquete de los canónigos de San Pedro, para que pudieran venerar de rodillas la santa reliquia, impregnada con el sudor y la sangre del Salvador.
   
Multitudes se han apresurado a asistir a las grandes ostensiones que tienen lugar varias veces al año (en ocasiones importantes como el Triduo Pascual, Pascua y otras fechas litúrgicas de mayor rango se utilizaban para impartir la bendición). En la fiesta santa de la Pascua, después del oficio solemne, donde se imparte la bendición con el velo de Santa Verónica. En distintas ocasiones Dios ha hecho que su misericordia se muestre por sí misma, por medio de grandes milagros que han contribuido poderosamente al aumento de la devoción de los cristianos hacia la Santa Faz.
   
INVOCACIÓN
Oh, adorable Faz de mi Salvador, tan grandemente honrada en Roma por la piedad de los peregrinos, y de los fieles, concedednos que cuando llegue nuestro turno, derramemos por completo nuestros corazones ante vuestra sagrada imagen. Golpeando nuestros pechos y vertiendo lágrimas, exclamemos como ellos: «Señor, muéstranos tu Rostro y seremos salvos».

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