sábado, 16 de septiembre de 2023

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE LAS LAJAS


La primera noticia escrita de la Virgen de las Lajas y su santuario la realizó fray Juan de Santa Gertrudis OFM en el tomo tercero de su obra Maravillas de la naturaleza, en 1759, donde recoge su viaje sobre el sur del Reino de la Nueva Granada.
   
La tradición recogida por Justino Mejía y Mejía, historiador y capellán del santuario entre 1944 a 1977, cuenta que María Mueses de Quiñonez y su hija Rosa, emprenden su viaje a pie, desde Potosí a Ipiales y en el camino entran a la cueva para escamparse de la lluvia; la niña que era sorda, empieza a juguetear entre las piedras junto al río Pastarán (hoy Guáitara –en Ecuador es llamado Carchi–), y al ver la aparición, le habla por primera vez a su madre diciendo: «Mamita, vea a esta mestiza que se ha despeñado con un mesticito en los brazos y dos mestizos a los lados». María cuenta lo sucedido a sus patrones y allegados, pero no encontró quien le creyese.

En su retorno a Potosí, María Mueses y su hija Rosa, sin tener más vías para regresar, toman el mismo camino de tal manera que al pasar por la cueva, la niña vuelve a hablarle a su madre diciendo «Mamita, la Mestiza me llama», María sale precipitada a contar nuevamente este primer milagro a sus conocidos y patrones de la familia Torresano.

Mientras María emocionada por el milagro, corre a contar nuevamente lo ocurrido, Rosa su hija sale a atender el llamado de la Mestiza, desapareciendo de su madre. Pasan las horas y María sale a buscarla a la cueva, donde la encuentra arrodillada a los pies de la Mestiza, jugando con el rubio mestizito que se había desprendido de los brazos de su madre. Este acto tan sublime, María lo mantuvo en secreto, guardándolo en su corazón. Desde entonces Rosita visitaba la cueva llevando flores y velas para obsequiar a la Virgen.

Pasa el tiempo, Rosa cae enferma y fallece. María en su desesperación, corre con el cuerpecito de su hija hacia la cueva suplicando a la Virgen que interceda ante su Hijo para que le conceda el don de la vida para su hija. Tanto le conmovió a la Virgen las lágrimas y la fe de esta madre, que fue concedido este segundo Milagro y Rosita volvió a la vida.

María, exaltada de alegría, viaja a Ipiales y comenta con sus patrones de la familia Torresano el nuevo prodigio con pruebas contundentes. El voz a voz corre rápidamente de tal manera que sale una comitiva hacia Potosí con Juan Torresano y el dominico Fray Gabriel de Villafuerte al día siguiente de enterados de semejante testimonio, acaecido el 15 de septiembre de 1754, se emprende una gran peregrinación para comprobar que la Virgen se encuentra en ese lugar. Al llegar «El milagro fulge ante sus ojos y ante su corazón. No es posible dudar: la Santísima Virgen ha sentado sus reales en las rocas del Pastarán».
   
Alrededor de la imagen los fieles devotos le han erigido cuatro templos sucesivamente cada vez más grandes, hasta culminar en el actual santuario cuya construcción duró 30 años siendo terminado en 1949. La iniciativa para este último había surgido de una carta pastoral de 1899 por el bienaventurado obispo de Pasto fray Ezequiel Moreno y Díaz, pero los conflictos políticos lo pospusieron hasta 1916.
   
El 15 de setiembre de 1952, en una imponente celebración a la que asistieron casi todos los obispos de Colombia, el Papa Pío XII le otorgó a la imagen la coronación canónica, y al santuario el título de basílica menor en 1954.
  
La figura impresa en la piedra laja representa a Nuestra Señora del Rosario, de pie sobre la media luna, llevando al Niño Jesús en el brazo izquierdo y el santo rosario en el derecho. A uno y otro lado, aparecen las figuras de San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán. La roca mide 3,20 metros de alto por dos de ancho; y las imágenes abarcan una superficie de dos metros de alto por 1,20 de ancho.

A diferencia de otras advocaciones marianas, en Las Lajas no hubo testigos: se desconoce cómo es que se formó la imagen. Nadie se arrogó o se le atribuyó con fundamento su manufactura, aunque hay quienes la atribuyen a fray Pedro Bedón y Díaz de Pineda (1555-1621), provincial dominico de Quito desde 1618 a 1621, pintor, misionero caminante y viajero por la región. Aun así, hace algunos años, un grupo de geólogos alemanes visitó el Santuario de Las Lajas para efectuar diversas pruebas científicas, llegando a la conclusión de que no existía en la imagen el menor fragmento de pintura o pigmento de cualquier clase. Al perforar minúsculos orificios en la laja, descubrieron que la imagen y todos sus admirables colores ¡penetraban varios centímetros en la roca!, cosa imposible si fuera obra meramente humana. El hallazgo y preservación de la imagen muestran sin duda que hubo intervención de Dios nuestro Señor.

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