Tomado de STAT VERITAS
2. Prácticas cuaresmales. Lo que Moisés, Elías y Jesucristo practicaron con más rigor en sus respectivas cuaresmas, fué el ayuno y la oración, los que, por lo mismo, sirvieron de base para la Cuaresma cristiana, a la cual agregó la Iglesia la práctica de la limosna y obras de caridad.
Oración de Nuestro Señor en el Monte Olivete (ilustración del hermano lego Max Schmalzl CSSR para el Misal Romano).
1. Origen y vicisitudes de la Cuaresma. La Cuaresma es hoy un
período litúrgico de cuarenta días, destinados a preparar la digna
celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo. Por lo mismo, es un tiempo de mayor penitencia y
recogimiento, y en que con más ahinco ha de procurarse la compunción del
corazón.
Por más que los liturgistas no están aún acordes acerca de la fecha
precisa en que se estableció en la Iglesia la Cuaresma, si viviendo
todavía los apóstoles o bastante después, todos sabemos que hay una
Cuaresma de origen bíblico; pues en la Biblia constan expresamente las
de Moisés, Elías y Jesucristo. ¿La practicarían como observancia
eclesiástica los apóstoles y los primitivos cristianos? San Jerónimo,
San León Magno y otros santos Padres pretenden que sí, y su opinión por
cierto es muy probable, aunque no se apoya en ningún documento escrito.
Verdad es que San Ireneo, en el siglo II, y la "Didascalia", en el III,
hablan de ayunos preparatorios para la Cuaresma; pero los ayunos de
aquél son nada más que de contados días, y los de éste de sola la Semana
Santa.
El primer documento conocido que menciona la Cuaresma propiamente dicha,
es el canon 5 del concilio ecuménico de Nicea, celebrado en 325. A
partir de esa fecha, abundan los testimonios en los escritos y concilios
de Oriente, y desde el año 340, también en Occidente.
Pero lo que ni en Oriente ni en Occidente se descubre claramente, en
aquellos primeros siglos, es el comienzo y término de la Cuaresma.
Combinándola de muy distinta manera las diversas iglesias, incluyendo
unas en ella la Semana Santa, y excluyéndola otras. En una cosa, empero,
convenían todas: en el número de ayunos, que solía ser para los fieles,
de treinta y seis días. En el siglo V se unificó, por fin, la duración;
y en el VII, un Papa posterior a San Gregorio Magno completó los cuatro
días de ayuno que faltaban a la Cuaresma, prescribiéndolo como
obligatorio desde el miércoles de ceniza, que por eso se llamó caput jejúnii o "principio del ayuno".
2. Prácticas cuaresmales. Lo que Moisés, Elías y Jesucristo practicaron con más rigor en sus respectivas cuaresmas, fué el ayuno y la oración, los que, por lo mismo, sirvieron de base para la Cuaresma cristiana, a la cual agregó la Iglesia la práctica de la limosna y obras de caridad.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos
con cercenar la cantidad de alimento, privábanse totalmente de carnes,
huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común
considerábalo como un regalo. Hacían sólo una comida diaria, después de
la Misa "estacional" y Vísperas, que terminaban al declinar la tarde; y
esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, a las
veces, una cucharada de miel. Con la particularidad que ninguno se
eximía del ayuno ni aun los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos
niños de más de doce años de edad, tan sólo para los enfermos hacíase
una excepción, que habían de refrendar el médico y el sacerdote. A estas
penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia
conyugal, la supresión de las bodas y festines, del ejercicio judicial,
de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etcétera. De este modo
se santificaba la Cuaresma no ya solamente en el templo como ahora, sino
también en los hogares, y hasta en los tribunales, en los casinos, en
los hoteles, en los teatros y en los circos. Es decir, que el espíritu
de Cuaresma informaba la vida de toda la sociedad cristiana.
Actualmente la observancia íntegra del ayuno y abstinencia cuaresmal ha
quedado confinada a algunas órdenes religiosas, ya que el derecho común
tan sólo manda ayunar con abstinencia el miércoles de ceniza y de
témporas, y los viernes y sábados de Cuaresma, y sin abstinencia, todos
los demás días (2).
De hecho, estos mismos ayunos cuaresmales están reducidos en muchos
países casi a la nada, merced a los indultos, bulas y privilegios
particulares; habiendo llegado a tanto la condescendencia de la Iglesia,
en cuanto al modo de observarlos, que en ellos ha permitido leche,
huevos, pescado, vino y otros géneros de regalos, además de autorizar
una comida fuerte, un desayuno, aunque leve, y una ligera colación.
La oración cuaresmal por excelencia era y es la Santa Misa, precedida
antiguamente de la procesión estacional. Ahora es digno complemento, por
la tarde, el ejercicio del Viacrucis.
La limosna practicábase en la Iglesia con ocasión de la colecta de la
Misa y otras particulares que se hacían en favor del clero, viudas,
huérfanos y menesterosos, con quienes también ejercitaban a porfía otras
obras de caridad.
3. Aspecto exterior del templo. La ley de la abstinencia
cuaresmal diríase que hasta a los templos materiales alcanza, pues a
ellos también les impone la ley litúrgica sus privaciones, con las que
se fomenta la compunción y el recogimiento.
Los templos, en efecto, vénse privados durante los oficios cuaresmales
del alegre aleluya, del himno angélico Glória in excélsis, de la festiva
despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de las flores,
iluminaciones y demás elementos de adorno, y del uso, fuera de las
festividades de los Santos, de otros ornamentos que los morados, de cuyo
color se cubren también, desde el domingo de Pasión, los crucifijos y
las imágenes. Tal es el aspecto severo del templo o como si dijéramos el
continente exterior de la liturgia en tiempo de Cuaresma, el que
acentúa todavía más los cantos graves y melancólicos del repertorio
gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
4. El alma de la liturgia Cuaresmal. Si, empero, sondeamos el
alma de la liturgia cuaresmal a la luz de los Evangelios, de sus
epístolas, oraciones, antífonas y demás textos de su rica literatura, la
vemos embargada de los más variados sentimientos de arrepentimiento, de
confianza, de ternura, de compasión, de pena, de temor.
El Breviario de Cuaresma, con sus homilías y sermones con sus himnos,
sus capítulos y sus responsorios, a cual más expresivos y piadosos, pone
en juego los más delicados recursos de nuestra madre la Iglesia, para
conmover los corazones de sus hijos; pero con eso y todo, todavía le
supera el Misal. Aquí encontramos cuadros indescriptibles: conversiones y
absoluciones de pecadores, como la Samaritana, la Magdalena, la
adúltera, el Hijo pródigo, los Ninivitas, multitud de curaciones y
milagros del Salvador; rasgos generosos de desprendimiento, como el de
la viuda de Sarepta; difuntos resucitados y madres y hermanos
consolados; a José, víctima de la envidia de sus hermanos, y a Jesús,
vendido por uno de sus íntimos, amenazas y voces de trueno y vaticinios
terroríficos de los antiguos profetas para los pecadores obstinados y,
en cambio, palabras dulces y persuasivas del Divino Maestro llamándolos a
penitencia; ríos de lágrimas que cuestan a la Iglesia los cristianos
impenitentes, y gozos inenarrables que suscita en el cielo su
conversión; quejas de los sacerdotes en vista de la indiferencia de
muchos, y tiernos clamores del pueblo fiel pidiendo al Señor perdón y
misericordia.
Si penetramos todavía más hondamente en el corazón de la liturgia
cuaresmal, descubrimos, además, tres grandes preocupaciones que embargan
a la Iglesia:
- La trama y desarrollo de la Pasión del Señor;
- La preparación de los catecúmenos; y
- La reconciliación de los penitentes públicos.
No hay día ni casi oficio en que no se manifieste de algún modo esta
triple preocupación, y es menester estar de ello advertidos para
interpretar ciertos pasajes y aun ciertos ritos especiales que, aunque
muy hermosos, parecerían, sin eso, intempestivos.
5. La Misa "estacional". Una de las particularidades más
características de la liturgia cuaresmal antigua era la Misa
"estacional". Tenía lugar todos los días, al atardecer, después de la
hora de nona. Durante todo el día, el pueblo y el clero dedicábanse a
sus ocupaciones habituales, pero cuando el cuadrante solar del Fórum
marcaba la hora de nona, los fieles de toda la ciudad de Roma se
dirigían a la porfía hacia la iglesia estacional, a la que a menudo el
mismo Papa acudía para ofrecer el Santo Sacrificio. Ordinariamente, la
colecta o reunión efectuábase en una de las basílicas vecinas, donde
esperaban la llegada del Sumo Pontífice y de su séquito. Una vez éstos
en la basílica, revestíase el Papa de sus ornamentos y subía al altar
para rezar la colecta u oración de toda la asamblea, terminada la cual
iban todos en procesión a la iglesia "estacional", al son de las
letanías y precedidos por la Cruz procesional. Allí el Papa celebraba la
Misa del día, en la que todos los asistentes ofrecían y comulgaban. Era
ya la puesta de sol cuando el pueblo volvía a sus casas, satisfecho de
haber ofrecido a Dios el sacrificio vespertino como coronamiento de una
jornada laboriosa, santificada por la oración, por la penitencia y por
el trabajo (2).
Esta Misa "estacional" era la única que antiguamente había en cada
población: por eso la celebraba el Pontífice con asistencia del clero y
del pueblo. Como los de Cuaresma eran todos días de ayuno riguroso,
todos esperaban en ayunas la hora de la Misa, para poder comulgar en
ella. Después hacían su única comida, y los monjes completaban el oficio
canónico cantando en sus monasterios las Vísperas. He aquí la razón de
cantar Vísperas por la mañana antes de la comida, todos los días de
Cuaresma, excepto los domingos, que no son de ayuno.
Un momento antes de la comunión, un subdiácono anunciaba al pueblo el
lugar de la estación del día siguiente en estos términos: "Mañana, la estación será en la iglesia de San N." Y la schola respondía: "A Dios gracias".
En seguida de la comunión y de la oración colecta, decía el celebrante
la colecta super pópulum, que entonces reemplazaba a la bendición final.
Estas fórmulas de despedida que antiguamente estaban en uso en todas
las liturgias, aún orientales, y que llevaban a veces consigo la
imposición de las manos del obispo, sólo las ha conservado nuestro misal
en las ferias de Cuaresma, por el carácter solemne y epicospal que
éstas tenían (3).
Cuando el Papa no intervenía en la fiesta estacional, un acólito iba,
después de la Misa, a su palacio, y le llevaba por devoción un poco de
algodón mojado en la lámpara del santuario. Al llegar, le pedía la
bendición, la cual recibida, decíale: "Hoy tuvo lugar la estación en San N., y te saluda". El Papa le respondía: "Deo grátias",
y después de besar respetuosamente el algodón, entregábaselo a su
cubiculario, quien lo guardaba con cuidado para meterlo, al morir el
Papa, en la almohadilla fúnebre (4).
En el actual Misal Romano se indica todavía, al principio de la Misa
correspondiente, la basílica o iglesia "estacional" de cada día, lo que
muchas veces será útil tener en cuenta para explicarse el uso de ciertos
textos y su verdadero significado en aquel día determinado (5).
6. Los domingos de Cuaresma. Descontando el de Pasión y el de
Ramos, que habremos de estudiar aparte, son cuatro los domingos de
Cuaresma, siendo él primero el de más categoría y el cuarto, o de Lætáre el más popular.
El I domingo ha tomado entre los latinos el nombre de "invocábit"
de la primera palabra del Introito de la Misa, y entre los griegos se
le llama la Fiesta de la Ortodoxia, por señalar el aniversario del
restablecimiento de las santas imágenes en el siglo IX.
En el Rito Bizantino, el Domingo de la Ortodoxia (Κυριακὴ τῆς Ὀρθοδοξίας) celebra la restauración de la veneración a las santas imágenes y la derrota final de la herejía iconoclasta (que tuvo lugar el 11 de Marzo del año 843, I Domingo de Cuaresma)
En la Edad Media llamósele el domingo de las Antorchas, porque los
jóvenes, que se habían desenfrenado en los jolgorios de Carnaval,
presentábanse ese día en la iglesia con una tea encendida para pedir una
penitencia al sacerdote, a fin de reparar sus pasados excesos, de los
que eran absueltos el Jueves Santo en la reconciliación general. También
es conocido con el nombre de domingo de la Tentación, por referir el
Evangelio de la Misa la triple tentación del Señor en el desierto.
El II domingo, hasta el siglo IX, fue de los llamados "domingos
vacantes" o libres de "estación", a causa de haberlo precedido con las
suyas las IV témporas y estar el público cansado. Después del siglo IX,
empero, señalósele ya su estación, como a los demás.
El III domingo era el de los "escrutinios", porque en él, o comenzaba el
examen de los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la vigilia
de Pascua, o bien se les citaba para el miércoles siguiente.
7. El domingo "Lætáre". El IV domingo, llamado Lætáre
(del introito), de los "cinco panes" (del Evangelio), y de la "rosa de
oro" (de la bendición de la misma), es de los más celebrados del año
litúrgico. Por coincidir en la mitad de Cuaresma y suponer la Iglesia
que los cristianos han vivido hasta aquí embargados, como ella, de una
santa tristeza, la liturgia de este domingo se propone renovar en los
ayunadores cuaresmales la alegría y la esperanza que todavía han
menester hasta llegar al triunfo pascual.
A ese fin, además de elegir textos muy hermosos y muy adecuados para
infundir alientos, permite en el templo las flores de adorno, el uso del
órgano y hasta de ornamentos de color rosa; todo lo cual causa la
impresión de ser éste un día de asueto litúrgico, podríamos decir, y de
respiro espiritual. La Iglesia se alegra hoy intensamente, pero con
moderación todavía, como quien está dispuesta a reanudar en seguida las
penitencias y las meditaciones dolorosas.
Conjunto de ornamentos en color rosa seca (no rosado), utilizados solo dos veces al año: en las domínicas Lætáre y Gaudéte
El rito característico de este domingo es la bendición de la rosa de
oro, que efectúa en Roma el mismo soberano Pontífice. Data de hacia el
siglo X, y viene a ser como un anuncio poético de la proximidad de la
Pascua florida.
Rosa de oro concedida en 1892 por el Papa León XIII a la reina Amelia de Orléans-Braganza
Antiguamente la ceremonia se celebraba en el palacio de Letrán,
residencia habitual de los Papas, desde donde el Pontífice, montado a
caballo y con la tiara, y acompañado por el Sacro Colegio y el público
de la ciudad, llevaba la rosa bendita a la iglesia "estacional", que lo
era Santa Cruz de Jerusalén.
Hoy se hace todo en el Vaticano, por lo que la ceremonia no suscita ya
tanto el entusiasmo popular, si bien su eco resuena en todo el mundo,
merced a las informaciones de los diarios.
Además de bendecirla, el Papa unge la rosa de oro con el Santo Crisma y
la espolvorea con polvos olorosos, conforme al uso tradicional. Al fin
la regala a algún alto personaje del mundo católico, a alguna ciudad,
etcétera, a quien quiere honrar; y por eso
"dícese que su bendición sustituyó a la de las llaves de oro y plata, con limaduras de la cadena de San Pedro, que los soberanos Pontífices enviaban antiguamente a los príncipes cristianos, en pago de haberle proporcionado ellos reliquias de los apóstoles" (6).
Místicamente, representa esta rosa a Jesucristo resucitado, como lo
explican los varios discursos pronunciados por los Papas en la ceremonia
(7). El origen de la ceremonia quizá derive de la fiesta bizantina de
la media cuaresma, aunque también puede ser que provenga de que
antiguamente se solemnizaba en Roma el principio del ayuno preparatorio
para Pascua, que abarcaba entonces 3 semanas (8).
8. Las ferias más notables de Cuaresma. Aparte del miércoles,
viernes y sábado de las IV témporas de Cuaresma, de que hablaremos en su
lugar, son dignas de especial mención, entre las ferias cuaresmales, el
miércoles de la III y IV semana, por ser días de escrutinio, y el
jueves de la III, que es como jalón de media Cuaresma.
Empezamos por advertir que todas las ferias de Cuaresma tienen, en el
Breviario, su homilía propia, y en el Misal su misa correspondiente, lo
que constituye un caudal riquísimo y variadísimo de doctrina y de
piedad. Los jueves, al principio, eran días alitúrgicos (sin reuniones
litúrgicas) y por lo mismo carecían de misa propia, pero bajo el Papa
Gregorio II (715-731), se les fijó también a ellos su misa, utilizando
los elementos ya existentes.
- El MIÉRCOLES DE LA III SEMANA comenzaba el escrutinio o examen de
los catecúmenos que deseaban ser admitidos al bautismo en la vigilia de
Pascua.
Empezábase por anotar sus nombres y separar en dos grupos los hombres y las mujeres. Luego se rezaba por ellos, y ellos mismos también eran invitados a rezar; se les leía algún pasaje de la Biblia en vista de su instrucción; se les exorcizaba, se les imponían las manos, se les signaba, etcétera, y se les despedía del templo antes del Evangelio. Al ofertorio, los padrinos y madrinas presentaban al Papa las oblaciones por sus futuros ahijados, cuyos nombres se leían públicamente durante el Canon. Esto mismo se practicaba en los demás escrutinios.
- El JUEVES DE LA III SEMANA señala propiamente la mitad de los ayunos
cuaresmales, no de la Cuaresma misma, la cual promedia justamente el
domingo IV, como ya lo hemos notado. Esta circunstancia hizo que esta
feria tuviese entre los antiguos un carácter medio festivo y alentador,
contribuyendo a ello no poco el recuerdo de los santos médicos Cosme y
Damián, cuya basílica era la designada para la Misa estacional.
Los textos de la Misa aluden casi todos a la salud y bienestar corporal, que la Iglesia pide a Dios para sus hijos, por intercesión de San Cosme y San Damián, para que terminen valerosamente el ayuno cuaresmal. Eran esos Santos dos médicos sirios, que, por ejercer su profesión gratuitamente, eran conocidos con el sobrenombre de anargyros (Ανάργυρος, sin plata), y constaba que curaban a los enfermos no tanto por su pericia profesional, como por virtud divina. Su culto fué siempre muy popular, y más desde que el Papa Félix IV les dedicó, en el siglo VI, la Basílica de la Vía Sacra, convertida pronto en un centro de peregrinación para enfermos y dolientes.
- EL MIÉRCOLES DE LA IV SEMANA era el día del gran escrutinio, el cual se celebraba en la majestuosa Basílica de San Pedro.
Los ritos especiales de este escrutinio eran: las oraciones, lecturas y exorcismos de costumbre; la lectura, por primera vez, y explicación del principio de cada uno de los cuatro Evangelios, la recitación, también por primera vez, del Símbolo de la fe, en latín y en griego, en atención a los catecúmenos de ambas lenguas, y su explicación por el sacerdote; ítem del Pater noster, petición tras petición. Continuaba luego la Misa, y los catecúmenos se retiraban al recibir la orden del diácono. Al conjunto de estos ritos se le denominaba apértio áurium (acto de abrir los oídos), porque por primera vez escuchaban estos textos sagrados, hasta entonces desconocidos. Restos de este tercer escrutinio son, en la Misa actual, la oración, la lección y el gradual, que preceden a la epístola ordinaria de este día.
NOTAS
(1) “Código de Derecho Canónico", can. 1252, 2 y 3.
(2) En la Argentina el Indulto Apostólico reduce los ayunos con
abstinencia al Miércoles de Ceniza y a todos los Viernes, y los ayunos
sin abstinencia a los Miércoles y al Jueves Santo.
(3) Card. Schuster: ob. cit., val. III, c. I.
(4) Card. Schnster: ob. cit.
(5) Card. Schuster: ob. cit.
(6) Para ello ninguna guía mejor que el "Liber Sacramentorum" del Card. Schuster.
(7) Molien: "La Priere de l'Eglise", I, p. 304.
(8) Cf. "Année Liturgique" (Carême) de Dom Guéranger.
(9) Cf. Schuster: "Liber Sacramentórum", val. III, p. 117. Dom Krebs: "Les Quest. Iit. et Parois" (Abril y Junio 1926).
Extraído de R.P. ANDRÉS AZCÁRATE ESPARZA OSB; La Flor de la Liturgia; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ª Ed., 1951; págs. 486-497
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