Tomado de EL DEBATE.
Hace 50 años que el artista finalizó la ópera-poema Être Dieu, junto con el compositor francés Igor Wahhevitch.
Se cumple medio siglo desde que Salvador Dalí grabase la ópera-poema Être Dieu (Ser Dios). El artista, en pleno proyecto de reinvención y recluido en su refugio de la Torre Galatea, decidió embarcase en una nueva aventura lejos, aunque relacionada, de los pinceles.
Dos años antes, en 1972, Dalí comenzó a redactar lo que describió como una «ópera-poema audiovisual catarro (¿o sería cátaro?) en seis escenas». Tras mucho sudor, pudo dar a luz unas líneas limitadas en el plano dramático, en el que vertía opiniones sobre el mundo en el que podía entreverse su filosofía. La creación, Dios o el hombre fueron algunos de ellos. Él mismo era quien las recitaba con el acompañamiento de la música, dejando su sello a través del protagonismo obtenido. Además de oponerse al divorcio, muestra una fuerte convicción de la defensa de la vida, condenando el aborto.
NO SE REPRESENTÓ COMPLETA HASTA 2005
El encargado de poner la música fue el joven compositor francés Igor Wahhevitch, alumno de Olivier Messiaen y responsable de una de las grandes óperas del siglo XX: San Francisco de Asís. La obra se grabó en los estudios de la EMI de París junto con una orquesta sinfónica, un coro y varios narradores. Sin embargo, se desligó del proyecto una vez entregada su parte, previendo que Dalí podría alterar su resultado final y demostrando que le importaba poco lo que pudiera hacerse con él.
Hubo que esperar una década para que la grabación pudiera ver la luz, ya que jamás llegó a estrenarse la ópera al completo. En 1985 se vendió una primera edición de 500 ejemplares por 100.000 pesetas que no se agotaron.
«Estoy en contra del aborto porque soy católico, y no podemos admitir que algo tan divino como el comienzo de una vida humana pueda ser suprimido arbitrariamente», decía. Igualmente, añadía que esta práctica se reduciría si existiera el hábito de «condenar a muerte a quienes se permiten arbitrariamente condenar la muerte de otros».
Gracias a la aportación de un millonario serbio en 2005, la ópera-poema pudo subir al escenario. Contrataron a 250 bailarines, además de una soprano, que aparecía en la grabación. Varias ciudades gozaron de esta exclusiva oportunidad, pero pronto dejó de saberse de ella.
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