lunes, 28 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA VIGESIMOCTAVO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA VIGÉSIMOCTAVO – ARCÁNGEL SAN GABRIEL. HISTORIA BÍBLICA
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que después de haber pecado Adán, Dios Nuestro Señor le notificó el terrible y eterno castigo en que incurrió por su desobediencia; pero al mismo tiempo, por un rasgo de su Misericordia infinita, justificada en que Adán y Eva no habían caído en el mal sino por sugestión del demonio, no quiso abandonar a la desesperación a nuestros primeros padres y a todos sus descendientes; y por esto les prometió que había de nacer de su raza un Redentor que borraría su falta y les volvería a abrir las puertas del Cielo. Para el cumplimiento de esta promesa fijó Dios un plazo, el cual una vez vencido, envió un Ángel a la mujer que había resuelto asociar a esta grande obra para anunciársela y pedirla su consentimiento. Contemplemos, pues, al Arcángel Gabriel cumpliendo su misión divina cerca de la Santísima Virgen. De todos los mensajes de que Dios había anteriormente encargado a los Ángeles, ninguno era tan elevado, tan santo y tan importante como éste, pues tratábase nada menos que de anunciar la Encarnación del Verbo divino, del Hijo del eterno Padre en el seno virginal de María, por cuyo misterio seria concebido un Hombre Dios que expiaría en su persona con los más crueles tormentos y la misma muerte los crímenes del género humano. Entre los millones de Ángeles que forman la corte celestial, Gabriel fue el elegido para esta grande embajada. Apenas recibe este Ángel la orden del Altísimo, baja volando hacia Galilea, se dirige a Nazaret, penetra en la casa de la Virgen llenándola toda de los más vivos resplandores y comienza a saludar a María con estas palabras: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres». Pero María, al oírle hablar así, se turba y pregunta que significa esta salutación, y el Ángel se apresura a anunciarla el objeto de su misión en estos términos: «No temas, María, porque has encontrado gracia delante de Dios. He aquí que concebirás y parirás un Hijo, a quien llamarás Jesús. Será llamado el Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará eternamente en la casa de Jacob, y su reinado no tendrá fin». ¡Qué impresión no debió hacer en el alma de María este anuncio! Sin embargo, apenas da su consentimiento, se obra en sus purísimas entrañas el gran prodigio y da principio la redención del hombre.
    
PUNTO 2º. Considera que aunque Dios por sí mismo podía dirigirse directamente a María, como lo había hecho ya con Adán en el paraíso terrenal y después con numerosos personajes de la antigua ley; sin embargo no ha querido tratar este grande asunto con la Santísima Virgen, sino por mediación del Ángel, y esto por varias razones que señalan los Santas Padres de la Iglesia: porque Dios, en el orden de la economía de nuestra salvación, gobierna a los hombres por ministerio de los Ángeles que son sus superiores; porque el Hijo de Dios queriendo reparar la ruina de los Ángeles, remplazándolos con hombres, era conveniente emplear su ministerio, y confiarles este oficio; porque habiendo sido el hombre seducido por la lengua de la serpiente, es decir, del ángel rebelde, era justo que fuese también instruido por la palabra de un Ángel; porque, finalmente, como la castidad tiene mucha relación y alianza con los Ángeles, correspondía a la dignidad de la Reina de los Ángeles, el enviarla uno que la comunicase la feliz nueva de su divina maternidad sin menoscabo de su virginal integridad. Ha enviado Dios al Arcángel Gabriel más bien que a San Rafael, o a San Miguel, o a cualquiera otro Ángel para el cumplimiento de esta nobilísima misión, porque Gabriel era el Ángel que había anunciado antes al profeta Daniel la fecha de la Encarnación. También porque la significación de su nombre es muy adaptada a esta misión, pues según unos, significa «Dios y hombre», y por tanto que anunciase que Dios se haría hombre; según otros, Gabriel quiere decir «fuerza de Dios», y la obra de la Encarnación es, en efecto una obra por excelencia de la fuerza divina, pues ¡qué poder no era necesario a Dios para hacer a una virgen fecunda, para encerrar el Infinito en el seno de una mujer, para unir tan estrechamente dos naturalezas, la divina y la humana, que no formasen más que una persona y tantos otros prodigios como se encuentran en la Encarnación! Por esta misma razón, por ser Gabriel fuerza de Dios fue enviado a Señor San José para ilustrarle y fortalecerle en sus dudas durante el embarazo de María; y fue enviado también para fortificar a Jesús en el Jardín de las Olivas. Por todas estas razones tengamos una sincera devoción a este Ángel admirable y una completa confianza en su socorro.
    
JACULATORIA
Glorioso Arcángel San Gabriel, dignaos alcanzarme del Señor la fuerza de la gracia para dominar mis pasiones y vencer a los enemigos de mi salvación.
    
PRÁCTICA
Acostumbraos a ofrecer el rezo del Ave María por mediación del Arcángel San Gabriel a la Santísima Virgen, uniendo vuestra intención a la que tuvo este príncipe celestial cuando saludó a la misma Virgen María. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Espíritu fidelísimo, dichoso Arcángel San Gabriel, que fuisteis elegido por Dios para anunciar a la más pura y santa de las criaturas, el misterio altísimo de la divina Encarnación, la obra maestra del infinito poder; os suplicamos con toda la fuerza de nuestras almas, que debilitéis los esfuerzos del demonio, nos quitéis el temor a los hombres, haciéndonos valientes e intrépidos en las ocasiones en que la gloria de Dios esté interesada, y, por último, que nos ayudéis a recoger y a aprovechar los frutos de la Encarnación del divino Verbo, de la cual tuvisteis la gloria de ser felicísimo heraldo. Amén.
 
EJEMPLO
En el siglo XII vivió cerca de Aviñón un niño pastorcito llamado Benito, a quien el Señor se le apareció encargándole fuese a fabricar un puente sobre el Ródano, después de asegurarle cuidaría de las ovejas y que le daría un guía que lo acompañase en el camino. Penetrado Benitico de admiración y lleno de confianza, dejó al punto las ovejas y se puso en marcha. A pocos pasos vio a su lado a un gallardo joven en traje de caminante, que le dijo venia a llevarle al Ródano hasta ponerle en el paraje donde quería Dios que fabricase el puente. Aunque había tres días de camino llegaron en menos de tres horas. Al verse ya Benitico a la orilla del Ródano en frente de Aviñón, considerando la extensión y rapidez del rio, exclamó asombrado: «Aquí es imposible hacer puente», pero el Ángel le respondió: «No temas, haz lo que Dios te manda, que este Señor nunca manda cosas imposibles, y presto lo experimentarás». Pasa la barca, preséntate al Obispo de Aviñón y dile la comisión que llevas. Diciendo esto desapareció el Ángel, dejando al niño animado de un nuevo aliento y con tanta confianza, que para probar que su misión era divina, a instancias del preboste de la ciudad que trataba de burlarse de él, se echó a cuestas una enorme peña que apenas podrían mover treinta hombres, y caminó con ella, acompañado del Obispo, el clero, la nobleza y el pueblo, hasta el lugar en que había de construirse el puente en medio de las más vivas demostraciones de veneración y respeto.
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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