San Antonio María Zaccaria
Queridos: Considerando el motivo de nuestro escaso progreso y provecho en la vida espiritual, no me cabe pensar que esté ocasionado por Dios sino –como suele decirse– permíssive: pues (Dios) es quien de la nada produjo tantas criaturas espirituales y corporales; es quien detuvo el sol en tiempos de Josué (Jos. 10,12ss) y lo hizo retroceder en unos cuantos grados en tiempos del rey Ezequías, como señal de su liberación (2 Re. 20,10ss); Él prendió fuego en la zarza y no se consumía (Éx. 3, 2); redujo el poder del fuego, o bien lo volvió refrigerio para aquellos tres jóvenes Sidrac, Misac y Abdénago (Dn. 3,49ss); Él infinitas veces ha amansado las fieras para nuestros Santos y Él hizo que la Virgen engendrara y que Dios muriera.
No habrá, pues, nada imposible para el Omnipotente (Lc. 1,37). Y más fácilmente se admitirá que está en su poder el acrecentar y continuar el efecto de su acción en el ser, si pudo hacerlo de la nada. Dios no es como el hombre, quien a menudo comienza una obra y después no la lleva a término. Dios, queridos, es inmutable.
¿Acaso le faltan medios? No, no. Supo darle tal estabilidad a la tierra, que es un milagro el solo pensarlo. Tú ves como un terrón, arrojado al agua, va hacia abajo, y sin embargo la misma tierra a pesar del agua que recoge, no cae. Supo suspender las aguas sobre los cielos, y no caen. Supo liberar a los hijos de Israel -rodeados por los Egipcios y los cerros- secando el mar y haciéndolos pasar a pie y de improviso sumergiendo a los Egipcios (Éx. 14, 9ss). De la roca hizo botar agua (Éx. 17, 6) y con el leño amargo endulzar las fuentes amargas (Éx. 15, 25).
Supo ordenar a las criaturas en la forma admirable que ves. Mira cómo el hombre, libre, es guiado por la Providencia de forma tal que lo estimula e impulsa a entrar, pero NO LO OBLIGA NI FUERZA.
¡Oh!, ¡sabiduría sobre toda sabiduría! Oh!, ¡luz inaccesible que vuelve a los doctos ignorantes y a los videntes ciegos; y, en cambio, a los rudos los hace sabios y a los rústicos y pescadores, doctores y maestros!
Por eso, ¿cómo podrás creer, Queridos, que el Abismo de la Sabiduría haya fallado en esto y no haya sabido conducir su obra? No lo creas, pues “attíngit a fine úsque ad finem [fórtiter] et dispónit ómnia suáviter” se extiende de un confín a otro con fuerza y todo lo gobierna con bondad (Sap. 8, 1). Tampoco podrás imaginarte (si tienes una pizca de sentido común) que la Bondad infinita se haya movido por sí misma para hacer los cielos, los elementos, los animales, las plantas, minas y rocas para el hombre; y más, haber hecho el hombre a su imagen y semejanza, depositario de su gracia, receptáculo de su beatitud; más, haberle suministrado tantas ayudas, como su Ley, los santos Patriarcas y Profetas, las continuas inspiraciones y ministerios de los Ángeles e infinitos beneficios más; y, regalo mayor entre todos el más maravilloso, haberle dado a su propio Hijo en servicio, precio y muerte; haber hecho para él todo lo que podía hacer (como personalmente decía: “Quid tibi pótui fácere et non feci?” ¿Qué otra cosa pude hacer y no hice? – Is. 5,4), haberle hecho, repito, todo lo que podía hacer, ¿y después quisiera abandonarlo? Estoy cierto que algo así no puedes siquiera imaginarlo.
De aquí concluyes, Queridos, que -pudiendo Dios adelantar su obra en tí, y sabiendo usar todos los modos, todos los caminos, todos los medios, y al haberte dado el buen querer, NO DEPENDE DE ÉL SI TÚ NO PROGRESAS.
Hermanos, ¿darían ustedes su vida para la salvación del prójimo para quitarle después vuestros bienes? ¿Gastarían su vida y sus bienes para sus hijos y, después, los dejarían morir por no darles un vaso de agua? No, no; quien da lo más, suele también dar lo menos.
Tengan por cierto que la Bondad infinita nos congregó principalmente para nuestra salvación y para progreso espiritual de nuestras almas; y no hay que valorar poco esta nuestra Fe: es un gran beneficio y una gracia particular de la Bondad divina; esto lo constatarán después, aunque ahora aun no lo vean.
En fin: DIOS NO ES CULPABLE SI NO PROGRESAMOS EN LA VIDA ESPIRITUAL.
Tampoco puedes acusarlo -si miras con el ojo perspicaz y sano de tu mente- de que te haya ordenado algo difícil o desproporcionado a tus fuerzas, pues el fiel y justo dispensador de todas las cosas y a cada uno da según su propia capacidad y sus propias fuerzas (Mt. 25,15).
Y sobre todo a nosotros, los cristianos, digo, nos dio una ley de amor y no de temor; de libertad de espíritu y no de esclavitud; y una ley inscrita en nuestros corazones (Rm. 2,15) y que todo hombre puede conocer por sí mismo. No hace falta ya que tú interrogues a tu prójimo: consulta tu corazón y él te responderá.
Y si además quieres ahondar en el tema, fíjate en los elementos, fíjate en todas las criaturas sensibles y no sensibles, y ellas te instruirán acerca de tu ley: tu ley es ley de amor; tu ley es suave yugo; tu ley es refrigerio de tu corazón, tu reposo y tu vida, pues Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra para que “vitam habéres, et abundántius habéres” tú tuvieras vida y la tuvieras en abundancia (Jn. 10,10).
¡Oh, Queridos! ¿Quién será el culpable si tú avanzas poco? Ya ves que no es la impotencia de Dios, pues “non est impossíbile ei omne verbum” para Dios no hay nada imposible (Lc. 1,37), “et non est qui póssuit resistére voluntáti suæ” y nadie puede oponerse a su voluntad" (Est. 13,9).
No es su ignorancia, pues “ómnia vídet, et ómnia scit, et ómnia nuda sunt et apérta óculis ejus” ve todo y sabe todo, y todo está desnudo y descubierto a sus ojos (Heb. 4,13).
No es su bondad pues, habiéndote dado a su mismo Hijo, ¿cómo es posible que con Él no te haya dado y te dará todo? (Rm. 8,32).
No es porque su ley pueda ser imposible y desproporcionada para tí, porque para tí es natural el amar (Dt. 30,11).
Di la verdad: ES POR TU CAUSA.
¿Por qué el pueblo de Dios es llevado en esclavitud? Por no tener ciencia (Is. 5,13). ¿Por qué el hombre, tan elevado en honor, decayó y se hizo similar a las bestias? Por no entender (Sal. 48,13). ¿Por qué los Sodomitas no entraron en la casa de Lot? Porque no dieron con la puerta (Gen. 19,11). ¿Por qué no subes a la buhardilla? Porque no te sirves de la escalera.
Es necesario que el hombre que quiere llegar a Dios vaya por gradas, y ascienda de la primera a la segunda, de ésta a la tercera, y así sucesivamente; no puede comenzar de la segunda grada saltándose la primera, pues sus piernas son demasiado cortas, sus pasos demasiado chicos. Así que, por no haber puesto los cimientos, no puedes edificar.
Queridos, si quieren cumplir con la ley de Cristo, es necesario que guarden, en primer lugar, la ley antigua. No se turben: hay que entenderlo rectamente. En la ley antigua hay tres clases de mandamientos: morales, jurídicos y rituales. De éstos LOS RITUALES HAN CADUCADO, pues eran figura: al venir la luz, ya no hay tinieblas; al venir la realidad, no es necesario guardar la figura. TAMBIÉN LOS JURÍDICOS HAN CADUCADO, pues las leyes se hacen según la cualidad de las personas: por esta razón los esclavos tienen otras leyes que los libres, y las leyes de una ciudad no valen para otra. Tanto más nosotros debemos diversificarnos de los Judíos, en cuanto ellos eran guiados por el temor, nosotros por el amor. PERMANECEN SÍ LOS PRECEPTOS MORALES, por ser preceptos naturales: por ende los preceptos del Decálogo son obligatorios también para nosotros. Como prueba de lo dicho, acuérdate que Moisés recibió los diez mandamientos de Dios en el Monte; al bajar y encontrar que el pueblo había prevaricado contra Dios, los arrojó al suelo y los quebró (Éx. 32,15ss). Volvió por segunda vez al Monte y recibió nuevamente de Dios esos mismos diez Mandamientos. Esto significaba que su observancia debía ser continua y obligatoria no solo para los Hebreos, sino también para los Cristianos.
Que el guardar los Mandamientos debe preceder el seguimiento de Cristo, Él mismo te lo demostró, cuando aquel adolescente lo interrogó y le dijo: “Señor, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Le contestó nuestro Salvador: “Guarda los Mandamientos”. Y él contestó: “Los he guardado desde mi juventud”. Entonces Cristo le dijo: “Si vis perféctus esse: vade vende quæ habes, et da paupéribus, et habébis thesáurum in Cœlo: et veni, séquere me”: si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo; después ven y sígueme (Mt. 19,16-21).
Por tanto con esto entiendes que -antes de dar el paso y caminar por la vía de la perfección, como se propone esta nuestra .N.- es necesario que guardes antes los diez Mandamientos, que pienso no guardas. Vuelva, pues, cada uno en sí mismo y vea qué hace. Y para no dilatar mucho, tratamos el primer (Mandamiento), que es sobre el honor de Dios. Además de lo que les diré, sírvanse investigar con esmero, y por sí mismos, su conciencia, porque si no se esfuerzan en guardar los Mandamientos, tengan por cierto que jamás progresarán.
El primer Mandamiento, pues, es éste: “Yo soy Dios tu Señor, que te he sacado de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de mí; no harás escultura, figura o imagen de ninguna cosa que esté en el cielo, en la tierra o en las aguas. Yo soy el Señor tu Dios: fuerte, celoso, que cobro las iniquidades de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y tengo misericordia en miles de generaciones por los siglos de los siglos por aquellos que me aman” (Éx. 20,2-6).
En el principio de estas palabras, Queridos, Dios trata del beneficio de la creación, del gobierno y de la reparación humana: cuando dice “Yo soy” –“Qui est misit me ad vos” El que es me ha enviado a ustedes (Éx. 3,14)– y cuando dice “Yo soy tu Dios”, trata de la creación; pues ¿quién puede sacar algo de la nada, sino Él que es? Y crear no significa más que de la nada sacar y producir algo en el ser.
Cuando dice “Señor”, concierne al gobierno, pues no hay patrón sin servidumbre.
Y cuando dice “Que te ha sacado de Egipto y de la esclavitud”, trata del beneficio de la liberación de los pecados y del reino del demonio, y de la reparación.
Después te entrega el Mandamiento: “No tendrás otros dioses delante de mí”; es decir, no adores a los demonios en ninguna forma, eso es no trabes amistad con ellos, y no tan solo con encantamientos, artes mágicas -que, pienso, no harás-, sino también con ser curiosos investigadores de cosas futuras e interpretar sueños, escoger los días para cabalgar, hacer ternos y mil otras fruslerías.
También dice: “No te harás escultura ni imagen alguna”: que se interpreta como no querer seguir pareceres e inventos humanos, como herejías, opiniones nuevas de los hombres, y, en fin, no querer conducirse según el común sentir de la Iglesia.
Continúa diciendo Dios: “No harás figura de criatura alguna que esté en el cielo, o en la tierra o en las aguas”; especialmente no pondrás en ellas tu fin
Por eso concluye: “No las adorarás”. Y para amedentrar a los malos, añade: “Yo soy tu Dios, fuerte, vengador de las ofensas; cobro estricta cuenta y uso severa justicia, porque castigo los pecados de los padres incluso en los hijos, y ésto hasta la cuarta generación; pero a los que me aman -lo que se demuestra guardando mis Mandamientos (Jn. 14,15)- otorgo beneficios en todas sus generaciones”.
Tú entiendes, Queridos, qué quiere Dios de ti. Pero eleva un poco tu inteligencia y te hallarás infringir este Mandamiento: en primer lugar tienes otros dioses delante de Dios.
¿Quién es el primer enemigo de Dios? Es la soberbia. Y fue el demonio quien primero apostató de Dios (1Jn. 3,8), y el comienzo de la separación de Dios no es más que la soberbia, como dice (la Escritura): “El inicio del alejamiento de Dios es la soberbia” (Eclo. 10,14). Y el demonio es un espíritu inmundo (Mc. 5,8), “et inmúndus est omnis spíritus qui exsáltat cor suum” Dios abomina al de corazón altivo (Pro. 16,5). Y Dios resiste a los demonios como a sus enemigos, y de los soberbios se dice que Dios les resiste (Sant. 4,6).
Cada vez que haces algo relacionado con la soberbia, tienes otros dioses delante de Dios. Fíjate si tienes soberbia en el vestir, en el aderezar una buena, exquisita y soberbia mesa según tu categoría, en el decorar la casa, en tu hablar –como: gritonear, alabarte, reprochar a los demás, y en mil otros modos–, en tu pensar y en el juzgar los hechos ajenos.
No hay mayor soberbia que el juzgar ni cosa por la que más Dios abandone al hombre. En todas partes de la Escritura Dios pregona que no juzguemos a los demás, sino a nosotros mismos; y tantos ejemplos refieren los Santos para condenar este juzgar, que ocuparía el día con sólo contar una parte de ellos. Saca esta conclusión: el principio de la ruina espiritual es el juicio.
Otras cosas más muestran al hombre soberbio, pero, querido, investígalas tú mismo y las hallarás; al encontrarlas reconocerás que tienes otros dioses delante de Dios. Dicha soberbia no es de temer solamente en las obras malas, sino aún más en las buenas.
Los Fariseos eran condenados por Cristo porque en sus limosnas iban presumiendo (Mt. 6,2); desfiguraban su rostro, para que se notaran sus ayunos (Mt. 6, 16); hacían largas oraciones en las esquinas de las plazas para que se les viera (Mt. 6, 5), y, peor, en sus oraciones ante Dios se alababan a sí mismos, como aquel fariseo que decía: “Dómine, grátias tibi ago etc. Jejúno bis in sábbato, décimas do, etc. Non sum sicut cœ́teri, etc.” Señor te agradezco, etc. Ayuno dos veces la semana, pago el diezmo, etc. No soy como los demás, etc. (Lc. 18, 11-12). ¿No te parece que éste tuviese otros dioses delante de Dios?
Por lo tanto, no presumas por tus oraciones, tus ayunos, tus Confesiones o Comuniones, sino que llévate humildemente como pecador y pobre, y más a menudo que los demás, como más pecador que ellos.
Te hiciste, Querido, figuras e imágenes. Pusiste tu corazón más de lo debido en tu mujer: no condeno el matrimonio, más bien te digo: debes respetarlo y proceder con temor, como sacramento que es, no perderte en él como hacen los incultos. Recuerda que la castidad y santidad es la voluntad de Dios: “Hæc es volúntas (Dei): sanctificátio vestra etc.” (1Ts. 4, 3).
Da un paso más: tienes tu corazón puesto en los bienes. Piensa que todo medio ilícito de conseguir bienes es causa de perdición eterna, sea adquiriéndolos en forma indebida como reteniéndolos, o de otra forma. Y no sólo esto, no; además es causa de infinitos males, que tú mismo podrás señalar. Y no te olvides que el Señor las compara a las espinas que, al nacer, ahogan el trigo (Mt. 13, 7).
San Pablo dice que la codicia es causa y raíz de todo mal (1Tm. 6, 10) y la avaricia “quod est ídolorum servitus” es idolatría (Ef. 5, 5). Nuestro Salvador afirma que en la avaricia se extingue la caridad: “Crecerá la iniquidad de muchos, por eso se extinguirá la caridad” (Mt. 24, 12). Y Pablo dice que en estos últimos tiempos reinarán hombres soberbios, audaces, fanfarrones, disolutos, avaros y seguidores de sus propios pareceres (2Tm. 3, 1-3).
Al concluir decimos que no somos observantes del culto de Dios, sino descarados prevaricadores. La causa, pues, de nuestro escaso provecho no es Dios ni la ley, o que nosotros no podamos; es que no respetamos la jerarquía de valores, y queremos dárnoslas de maestros antes de ser discípulos.
Por tanto procuremos primero guardar los Mandamientos de Dios, después alcanzaremos la libertad de espíritu. Dios quiera dárnosla por su bondad. Amén.
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