San Agustín disputando con los herejes (Jaume Huguet)
“… pues los hombres no están obligados, o capacitados de leer los corazones, pero cuando ven que alguien es hereje por sus obras exteriores, lo juzgan puro y simplemente que es un hereje, y lo condenan como hereje”. (San Roberto Belarmino, De Romano Pontífice, libro II, cap. 30)
“Aván, el corsario que comandaba nuestro barco, murió aquí en Kagoshima. Él hizo su trabajo para nosotros, en todo el viaje, como queríamos. Pero no pudimos retribuirle por la bondad que pudimos hacerle, ni cuando llegamos al puerto, ni cuando murió. Él mismo escogió morir en sus propias supersticiones; ni siquiera nos dejó el poder de recompensarle por la bondad que pudiéramos hacerle después de la muerte a los otros amigos que mueren en la profesión de la fe cristiana, encomendando sus almas a Dios, porque el pobre hombre por su propia mano lanzó su alma en el Infierno, donde no hay ninguna redención”. (San Francisco Javier, Carta a Don Pedro da Silva, capitán portugués de Malaca, 5 de noviembre de 1549. En Henry James Coleridge SJ, The Life and Letters of St. Francis Xavier [La vida y cartas de San Francisco Javier]. Londres: Burns and Oates, 1874, p. 281. Una versión más breve en Félix de Zubillaga SJ, Cartas y Escritos de San Francisco Javier [Tercera edición]. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979, p. 286)
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