LA MARCHA DE LO DEIFORME A LO DEFORME, Y DE AHÍ A LO INFORME
¿Qué lugar debe ocupar el arte entre las actividades humanas? Según
San Buenaventura, existe una semejanza entre el Creador y la criatura.
Es esta similitud la que nos permite elevarnos hasta Dios por medio de
las criaturas, y es en este gran anhelo de elevación que se debe
encontrar el lugar del arte [1]. Como afirma Plinio Corrêa de Oliveira en un texto famoso,
“Dios estableció misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos, perfumes, sabores, y ciertos estados de espíritu”[2].
Pío XII enseñó:
“El hombre en todas sus acciones debe manifestar, en alabanza y gloria del Creador, la perfección infinita de Dios, e imitarlo lo más posible. Por esto, el hombre en su actuar, destinado por su naturaleza a lograr este fin supremo, debe conformarse al divino arquetipo y orientar todas sus facultades de alma y de cuerpo en esta dirección, ordenándolas rectamente entre sí y dominándolas debidamente para conseguir su fin”[3].
Notemos la consecuencia: negar, socavar, mancillar esta similitud es
cortar el hilo que permite elevarnos a Dios. Y el odio militante a Dios
sólo puede conducir a este deseo de cortarlo. Pero en un momento dado
del siglo XIX, esta concepción del arte comenzó a ser socavada
radicalmente.
Así, ya Chateaubriand (1768-1848) observó:
“Este amor a lo feo que nos domina, este horror al ideal, esta pasión por los mancos, estropeados, estrábicos, desdentadados; esta ternura por las verrugas, por las arrugas, por los escupitajos, por la formas triviales, sucias, comunes, son una degradación del espíritu. Este (amor) no nos fue dado por la naturaleza, de la cual tanto se habla”[4].
En ese entonces, el fenómeno estaba sólo empezando, y por su parte Baudelaire (1821-1867) declaró: “El arte moderno tiene una tendencia esencialmente demoníaca”[5].
Gilles Lipovetsky comenta: “De ningún
modo contrario con el orden de la igualdad, el modernismo es la
continuación por otros medios de la revolución democrática”[6].
Se trata de “un proceso de des‒sublimación de las obras,
correspondiendo exactamente a la desacralización democrática de la
instancia política”[7]. Es “la cultura de la igualdad”[8].
Picasso afirmó: “Un cuadro era una suma de adiciones. Los míos son una suma de destrucciones”[9].
Se habla de una “vuelta al ruido como música”. ¡Suena casi como promover el retorno del mal olor como perfume! Nuestros
cinco sentidos tienen diferentes grados de tolerancia para este tipo de
aberraciones: la visión y la audición parecen ser más tolerantes que
los otros sentidos. Esta tolerancia fue lo que permitió una circulación
al arte moderno, aunque sólo limitado al binomio iniciados/bobos, y los
segundos, tal como los conocemos, aplauden cualquier cosa si es sugerida
por los medios de comunicación o por la moda…
Dije mas arriba que pocos, fuera de los
iniciados/bobos, fueron los que apreciaron el arte moderno. La
circulación que consiguió entre el público, se debió al hecho de ser
presentado como un símbolo de la modernidad. “Este se
convirtió en el emblema de los que querían demostrar que eran cultos y
civilizados”[10]. Si no fuera por esta razón, no habría conseguido la
audiencia que alcanzó.
Este fue el camino desde lo deiforme a lo deforme, que consistió en la
apología y la promoción de todo cuanto colisionaba con el verdadero
concepto de belleza. Fue un primer paso.
Luego vino el arte postmoderno, en el que se buscó no simplemente lo deforme, sino lo amorfo, lo amébico.
Se completó el ciclo: deiforme → deforme → informe.
La diferencia de orientación entre el
modernismo y el postmodernismo en el arte puede ser vista en cualquier
cuadro de Picasso. En ellos existe algo impactante, agresivo ‒de algún
modo dramático‒ que puede ser comparado a una estridencia, una
disonancia. El arte postmoderno es diferente: nada dramático. Por
ejemplo, en una Bienal en São Paulo fue expuesto como una obra de arte
un metro de un albañil.
Walcyr Carrasco dijo: “Las exposiciones de vanguardia se transformaron en un parque de diversiones para los intelectuales”[11].
Reducir todo lo que debería ser a
imagen de Dios a algo sin forma, sin color y sin sabor, es chocar de
frente con la finalidad de la Creación. En cierto modo, por lo tanto,
constituye un gran insulto a Dios.
Esta integración a través del pastiche es algo más grave que la agresión
directa, pues quien hace esto realiza un homenaje de un tal o cual
reconocimiento de su importancia. El desprecio de lo bello, que muestra el postmodernismo, va más allá que la agresión: es una gran ofensa, la venganza suma.
No pudiendo aniquilar el orden del ser, trata de reducir todo a una nebulosa “Inánis et vácua”, como dice el libro del Génesis: “La Tierra, sin embargo, era informe y vacía,
y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”[12]. El moderno
muestra aquí un vertiginoso amor al pasado, no a un pasado cualquiera,
sino al de antes de la creación del mundo.
Caminamos hacia una mezcla repugnante ex-deiforme, después deformado, y finalmente sin forma. Aquí nos encontramos.
NOTAS
[1] Ver Hexǽmeron, col. 12, n. 14 y 15.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”. Cap. 10-2.
[3] Encíclica Músicæ Sacræ Disciplína de 25 de Diciembre de 1955.
[4] Essai sur la littérature anglaise, II.
[5] L’Art Romantique, XIX, IV.
[6] Op. cit., p. 125.
[7] Op. cit., p. 127.
[8] P. 128.
[9] Conversations avec Christian Zervos, en Cahiers d’Art, 1953.
[10] Hobsbawm, op. cit., p. 183.
[11] Catolicismo, Nº 530, Febrero de 1995.
[12] Gen. I, 2.
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