El encuentro judío con la Francmasonería comenzó en 1732. En la constitución de la fraternidad moderna de 1723, el clérigo presbiteriano James Anderson declaró que ningún miembro puede ser discriminado por su religión. Este principio universalista, mientras excluye a los ateos, requiere obediencia solamente a “la ley moral”. No parece, sin embargo, que el interés de Anderson del siglo XVIII en dejar de lado las controversias religiosas se extendiese más allá de evitar las diferencias entre denominaciones cristianas. En ese tiempo, los judíos vivían al margen de una sociedad europea en gran medida cristiana. Es dudoso que Anderson pensara incluirlos en la membresía de la fraternidad moderna. Con todo, su declaración “Acerca de Dios y la Religión” provee apoyo a su inclusión.
Los primeros masones judíos vinieron de la pequeña comunidad sefardí de Londres de mercaderes y financistas españoles y portugueses. Posterior a la devastación de las Guerras Civiles inglesas del siglo XVII, Oliver Cromwell invitó a los judíos, que fueron expulsados de Inglaterra en 1290, a restablecerse en el país y ayudar a reconstruir su economía. En 1732, un judío llamado Edward Rose fue admitido a la hermandad de Londres, creando alguna agitación. Se presentaron debates sobre la legitimidad de la membresía judía. El número de nombres judíos en las listas de miembros para 1740, algunos en posiciones de liderazgo, sugieren su aceptación. En 1759, más de la mitad de los veintitrés hombres que solicitaron a la Gran Logia de Londres formar una nueva logia eran judíos. A finales del siglo XVIII, un número creciente de judíos anglicanizantes participaban en la fraternidad.
La admisión de judíos a las logias masónicas fue producto de los grandes cambios sociales que llevaron a la creación de la fraternidad moderna. Como en el capítulo 1 se discutió, tan temprano como a finales del siglo XVII, los patrones tradicionales de la vida de comunidad se disolvieron en Inglaterra y subsecuentemente en toda Europa occidental, llevando a nuevas economías, nuevas formas de gobierno, y a disminuir la autoridad religiosa. A comienzos del siglo XVIII, Londres experimentó un crecimiento poblacional triple y un aumento de la diversidad social. En este nuevo ambiente social, los nobles, burgueses, artesanos y extranjeros se movían sin las restricciones de parentesco o comunidad de la temprana vida de aldea. Nuevas ideas que proclamaban una armonía natural entre los miembros de este mundo social redefinido ayudaron a esta fácil mezcla de población tan diversa. La francmasonería moderna fue una expresión de esta nueva visión social. Esto atrajo a hombres de la clase media en expansión que se habían separado del resto de la sociedad por su formación profesional, educación o mayor riqueza todavía que la que usualmente no tendrían en la burguesía terrateniente o en la nobleza.
Al mismo tiempo, un nuevo tipo de judío aparecía en la sociedad europea y buscaba la admisión en las logias masónicas. Este judío “moderno” rápidamente se ajustó a las actitudes y conductas de los gentiles. Anteriormente, leyes restrictivas habían prohibido a los judíos el participar en la mayoría de los aspectos de la vida social europea, mientras que sus prácticas tradicionales tenían poca afinidad con el universalismo de la francmasonería moderna. La historia de la participación judía en la sociedad europea corresponde con la historia de su ingreso en la fraternidad moderna. Mientras los judíos ganaban la emancipación civil, ellos persiguieron la insignia de respetabilidad social que la membresía masónica confería. En los orígenes de la fraternidad moderna, sólo unos pocos trataron de superar la barrera social de las logias. Después de los años 1780, sin embargo, los judíos aculturados se convirtieron en participantes permanentes en la vida social europea y en la hermandad masónica.
Un atractivo clave de la francmasonería para los judíos fue que buscaba proporcionar un terreno neutral para gentes de diferentes contextos religiosos y sociales para interactuar al tiempo que no violaba sus valores religiosos particulares. Además, el judío que entraba a una logia masónica encontraba aspectos de su herencia religiosa. La historia central del origen de la sociedad identificaba a sus miembros modernos como descendientes de los constructores judíos que edificaron un templo a Dios en el reinado del rey Salomón. Abrahán, Noé, David y otros héroes bíblicos son figuras significativas en esta historia mítica. Además, como Bill Williams escribió sobre el Mánchester dieciochesco, “la francmasonería fue tal vez el único cuerpo de opinión pública organizado en Mánchester que favoreció la integración de los foráneos (incluidos los judíos) en la sociedad local y buscó influenciar actitudes públicas a favor de ellos”. Tal aceptación no siempre fue la regla. Tan temprano como en 1752, logias individuales trataron de excluir a los judíos bajo la base de que la fraternidad era una organización cristiana. De hecho, los santos cristianos estaban en el mismo plano que los héroes judíos en la herencia de la fraternidad. Más notablemente, los masones reclaman a Juan Bautista y a Juan Evangelista como sus santos patronos, y celebran sus días de fiesta anualmente, el 24 de Junio y el 27 de Diciembre respectivamente.
Los judíos incómodos con la francmasonería cristiana llevaron a la creación ocasional de lo que será conocido como Logias judías. La aparición en 1756 de una antología de oraciones masónicas, que buscaban remplazar las oraciones cristianas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con oraciones judías que invocaban a Moisés como el maestro de una logia que le enseñó la Torá a sus seguidores, favoreció su desarrollo. La portada declara que las oraciones son para ser usadas en “logias judías”. Investigadores masónicos han señalado que la londinense Logia de Israel Nº 205, fundada en 1793, es la logia judía más antigua existente. Sus fundadores y miembros fueron en su mayoría hombres de negocios del East End. Tales logias característicamente se sujetaron a las leyes dietarias judías, evitaban reunirse durante el Sabbat o festividades judías, desplegaban el Antiguo Testamento y empleaban oraciones hebreas. Adicionalmente, ellas proporcionaban el significativo beneficio de ser un lugar de reunión para judíos de diferentes nacionales y contextos. Aunque los nombres judíos en las listas de miembros de logias prueban que para algunos, ni resoluciones antisemitas [sic] ni símbolos cristianos superaron los beneficios tangibles de participar en un grupo compuesto de miembros prominentes de la sociedad, la presencia de judíos en logias masónicas en este período puede entenderse mejor como la aparición de compromisos para ambos lados. Esto sugiere que las divisiones entre judíos y cristianos estaban debilitándose mientras discurría el siglo XVIII.
La historia de la Francmasonería judía en los Estados Unidos comienza para el tiempo en que los judíos sefardíes de España y Portugal fueron ganando aceptación en las nuevas logias masónicas de Inglaterra y Holanda. Para comienzos del siglo XVIII, la diáspora judía en el Atlántico de centros sefardíes en Portugal, España, Holanda e Inglaterra había establecido asentamientos en Brasil y las Indias occidentales. Los primeros judíos masones en Norteamérica cruzaron el Atlántico desde las comunidades sefardíes de Europa o vinieron hacia el norte desde las nuevas poblaciones en el Caribe y Suramérica. En la población urbana mixta de Nueva York; Savannah, Georgia; Charleston, Carolina del Sur; Filadelfia; y Newport, Rhode Island, los judíos recién llegados encontraron oportunidades económicas y un ambiente de tolerancia religiosa. Para 1790 se estima que casi mil quinientos judíos en Norteamérica, con no más que unos pocos cientos en cada uno de esos asentamientos. Borrando los patrones comunales sefardíes de la Península ibérica, las nuevas comunidades-sinagogas estadounidenses promovieron la identidad de grupo y la solidaridad judía. Al contrario que los sefardíes del Viejo Mundo, sin embargo, ellos recibieron judíos de diversos orígenes, incluyendo un creciente número de asquenazíes del centro y el oriente de Europa. Y a diferencia de las sinagogas medievales, que controlaban todos los aspectos de la vida judía, las comunidades-sinagogas que se desarrollaron en la América colonial, confinaron sus actividades a la esfera religiosa, apartadas del gran mundo social.
Los primeros judíos masones en Norteamérica fueron miembros prominentes de esas comunidades coloniales. En Newport, una oleada de migrantes judíos comenzada en 1740 resultó en la formación de la logia San Juan Nº 1 en 1749, menos de veinte años después de la admisión del primer judío en una logia de Londres. Sus miembros originales incluyeron a Aaron Lopez, Jacob Rodrigues Rivera, Moses Levy, Isaac Hart e Isaac Pollock, representando a cinco de las familias judías más importantes y comercialmente exitosas de la ciudad. Un historiador ha estimado que entre dos tercios y cinco sextos de los varones adultos de la comunidad judía de Newport de finales del siglo XVIII pertenecían a la hermandad masónica.
Moses Seixas, un prominente banquero, fue presidente de la congregación local Yeshuat Isral y maestro de la logia San Juan. Él era nieto de Abraham Mendes Seixas, facilitador de bolsa sefardí de Londres, e hijo de Isaac Mendes Seixas, que llegó a Nueva York en 1720 y casó con la rica familia asquenazí Levy. Su hermano Gershom Mendes Seixas fue el líder religioso de la congregación neoyorquina Sheraith Israel y un líder de la Revolución Americana. Después de la guerra, Moses fue instrumental para formar la Gran Logia de Rhode Island y sirvió como su gran maestro desde 1802 hasta 1807. Él es mejor conocido como el autor de dos cartas de bienvenida en ocasión de la visita de George Washington a Rhode Island en 1790, una de los masones y la otra de su sinagoga. La respuesta de Washington a la carta de la sinagoga cita la línea de Seixas “Ni sanción a la intransigencia, ni asistencia a la persecución”, que se convirtió en una declaración fundante de la libertad religiosa estadounidense.
Un patrón de prominentes inmigrantes participó en o creó tanto sinagogas y logias masónicas mientras se movilizaban en la nueva sociedad americana caracterizaron a los primeros judíos estadounidenses. Diecisiete de sus cincuenta y seis miembros, y la mayoría de los líderes, de la Sublime Logia de Perfección de Filadelfia (fundada en 1781) fueron también miembros fundadores de la sinagoga Mikve Israel de esa ciudad (1782). Ellos incluían a Mordecai M. Mordecai, que, reflejando los impulsos estadounidenses, desafió en varias ocasiones a los líderes de su congregación reclamando interpretar las leyes de Dios como él las entendía; el Teniente Coronel Solomon Bush, el oficial judío de más alto rango en el Ejército Continental; y Solomon Etting, el primer judío elegido como representante en el estado de Maryland. Para citar otro ejemplo, la colocación en 1793 de la primera piedra de la construcción de la nueva sinagoga Beth Elohim de Charleston “fue conducida con las reglas y regulaciones de la antigua y honorable fraternidad de los francmasones”. El comité de planeación incluyó a Moses C. Levy, presidente de la congregación y francmasón. Cuando la congregación Beth Elohim se organizó por primera vez, en 1750, eligió a Isaac Da Costa como lector. Él fue educado para el rabinado en Londres antes de arribar a Charleston en 1749. Miembro de una ilustre familia sefardí que jugó un papel importante en la judería de Londres, participó en la logia Rey Salomón de Charleston para 1753, y sus compañeros, los caballeros ingleses, lo eligieron tesorero en 1758. Un próspero mercader, Da Costa formó una sociedad mercantil con un hermano masón no judío en 1779. Durante la ocupación británica de Charleston, él rehusó tomar el juramento de lealtad británico, perdió sus propiedades y huyó a Filadelfia, donde se unió a la congregación Mikve Israel y a la Sublime Logia de Perfección del Rito Escocés.
La temprana identificación de los judíos estadounidenses con lo que se convirtió en la secuencia de altos grados masónicos del Rito Escocés puede ser rastreada a la influencia del judío sefardí Moses Michael Hays. Luego de llegar a los Estados Unidos desde Europa, él organizó la logia Rey David en Nueva York en 1769 y entonces la transfirió a Newport, donde sirvió como su maestro desde 1780 hasta 1782. En 1788, él fue elegido como gran maestro de la Gran Logia de Massachusetts, con el patriota de la Guerra Revolucionaria Paul Revere sirviéndole como gran maestro encargado. Las conexiones de Hays con la masonería probablemente comenzaron hacia 1768, cuando Henry Andrew Francken, que reclamó el título de “Inspector General Encargado sobre todas las Logias, Capítulos, Consejos y Grandes Consejos de los Grados superiores de la Antigua y Moderna Masonería Libre sobre la superficie de los dos hemisferios”, nombrándole uno de varios inspectores generales encargados para Norteamérica. Esos nombramientos fueron hechos con el objetivo de establecer la Orden del Real Secreto (posteriormente el Rito Escocés) em América, y los encargados tenían la autordad de nombrar a otros con poderes semejantes. Recuérdese que el escocés Andrew Michael Ramsay, que se convirtió el gran orador de la Gran Logia de Francia en 1740, inspiró estos grados (ver capítulo 3). El caballero Ramsay rechazó los orígenes operativos de la francmasonería y en cambio trazó su nacimiento a Palestina en tiempos de las Cruzadas. En 1781, Hays designó varios inspectores generales encargados judíos, incluyendo a Bush y Da Costa, para superintender la Orden del Real Secreto en varias jurisdicciones. En 1801, el Supremo Consejo de la Masonería de Rito Escocés, erigido sobre la Orden del Real Secreto, fue fundado en Charleston, contando entre sus nueve miembros originales con cuatro judíos. El nombramiento de Hays y otros para tales altos honores en América cuando los judíos estaban siendo perseguidos y expulsados a lo largo de Europa es otra indicación de la significación de la francmasonería para los judíos en la época colonial. Además, en lo que se llegó a conocer como la Jurisdicción Sureña del Rito Escocés en América, los judíos influenciaron en la francmasonería para modificar el contenido cristiano de algunos ritos para poder participar en ellos, de acuerdo a los editores del boletín del Supremo Consejo, “sin sacrificar su conciencia”.
David G. Hackett, That Religion in Which All Men Agree: Freemasonry in American Culture, capítulo 8. University of California Press, 2014. págs. 194-199.
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