P.- ¿Cómo se llama la secta cuyo mal espíritu es el liberalismo y que en todas partes hace guerra a la Iglesia?
R.- La francmasonería.
P.- ¿Conque la francmasonería no es una secta de beneficencia ni menos un partido meramente político?
R.- No es nada de eso, porque su fin es extirpar el culto de Dios y toda autoridad verdadera para establecer el culto de Satanás o Lucifer y la tiranía masónica.
P.- ¿De qué raza son los supremos jefes de esa secta infernal.
R.- Suelen ser judíos, los cuales con la revolución se han hecho los más ricos del mundo.
P.- ¿En qué pena incurre el católico que está en esa secta u otra parecida?
R.- En excomunión de que no puede ser absuelto mientras no salga de la secta.
P.- Y si muere sin querer salir de ella ni confesarse, ¿se condena?
R.- Para siempre jamás.
P.- ¿Qué decís del comunismo, socialismo, democracia moderna, anarquismo y otras sectas así?
R.- Que son contrarias a la fe católica, a la justicia y a toda virtud, y, como tales, reprobadas por la Iglesia.
P.- ¿No dicen que quieren desterrar del mundo los abusos de los ricos y regenerar la sociedad?
R.- Eso dicen; pero sus doctrinas y sus obras prueban todo lo contrario.
P.- ¿A quién se parecen?
R.- A Lutero y otros heresiarcas, que, con pretexto de reformar la Iglesia, enseñaron y practicaron toda suerte de vicios.
P.- ¿Cómo se remedian los abusos?
R.- Con que grandes y pequeños, ricos y pobres, gobernantes y súbditos, crean y practiquen la doctrina cristiana que enseña la Santa Iglesia.
Así como para que se extienda y conserve la verdadera Religión, ha establecido Dios nuestro Señor una sociedad perfecta que es la Iglesia católica romana; así el demonio, para extender y conservar la superstición, procura establecer sus sectas; pero la Iglesia, como obra de Dios, dura y durará hasta el fin del mundo, mientras que las sectas se destruyen y se suceden unas a otras. Ahora, desde hace poco más de siglo y medio, la principal y como centro de las otras, es la francmasonería. Esta secta profesa el naturalismo, que viene a ser el desprecio de toda la Religión, y de ahí la guerra contra la Iglesia, única a que Jesu-Cristo ha confiado la religión verdadera. En esa o con esa secta se juntaron todos los incrédulos y herejes que hicieron la revolución francesa, y proclamaron, guillotina en mano, los derechos del hombre contra los derechos de Dios, el derecho nuevo contra el antiguo; la política liberal en oposición a la católica. Para engañar y seducir a los que todavía no han caído en sus redes, encubren, bajo el velo del secreto, sus horribles planes, y se fingen hipócritamente lo que no son.
Muchos de los mismos masones ignoran toda la malicia satánica de la secta; pero el indiferentismo religioso, la permanente revolución de los Estados, la disolución espantosa de las costumbres, el comunismo y socialismo, frutos espontáneos de la francmasonería; manifiestan bien a las claras que esa raíz nace del mismo infierno. Si los príncipes y pueblos cristianos hubieran oído con fe y docilidad la voz de la Iglesia, no habría la secta causado los estragos que vemos; porque apenas apareció en la superficie de la tierra, dio Clemente XII en 1738 la voz de alarma, y enseñó al mundo la perversidad de la francmasonería, y la condenó con autoridad apostólica. Los demás Papas confirmaron esa condenación; León XIII, en una doctísima Encíclica, ha desarrollado por completo la trama, para que todos vean su horrorosa perversidad, huyan de sus lazos y se unan para desbaratarla; pero la secta infernal, como la serpiente, se escurre y oculta la cabeza para que no la aplasten. En Julio de 1892 se publicó una circular masónica a los militares españoles, diciendo que la masonería no es herética, ni atea, ni revolucionaria, por lo cual podían sin temor los soldados católicos entrar en ella; mientras en 1894, el inmundo papel masónico Las Dominicales, decía el 1 de Mayo «que las logias prepararon los hechos históricos contemporáneos más transcendentales para el progreso patrio»; es decir, la revolución liberal de todo este siglo. «Que se vea –añade– el poder del liberalismo; que no retrocedamos. En ello están interesados todos los patriotas, todos los liberales».
Del 1892 al 1896, algunos librepensadores han inventado y publicado contra la secta crímenes y supercherías inverosímiles, pensando alucinar a los católicos, para luego, cuando se descubriera la calumnia, persuadir al mundo entero que también son falsos los demás crímenes que a los masones se achacan; pero no les ha salido bien la treta, porque los mismos católicos han descubierto la impostura, y en el Congreso antimasónico de Trento (1896), al paso que se han despreciado las mentiras, se ha patentizado más y más, con toda suerte de documentos de la secta, la verdad de los planes y crímenes obscenos, sacrílegos, anticristianos, antisociales y diabólicos, que la Iglesia y los escritores católicos desde muchos años les atribuyen (V. La Civiltà Cattolica, serie 9, vol. V, pág. 717; serie 16, vol. VI, pág. 394). El judío Ernesto Nathan, jefe supremo actual de la masonería en Italia, en la misma defensa que de ella hace, escribe que su lema es libertad, fraternidad, igualdad: el mismo de la revolución francesa (V. La Civiltà Cattolica, serie 16, vol. VIII, pag. 361 y siguientes). Más aún: porque, en el centenario masónico liberal, los masones de varios países, reunidos en París, reformaron los famosos principios de 1789; ¿pero cómo? Descartando de ellos la idea de Dios y el respeto a la Biblia (V. La Civiltà Cattolica, serie 15, vol. II, pág. 644, donde está el nuevo decálogo masónico). Todos, por fin, saben ya que los masones hacen guerra a nuestra patria, y que la hicieron desde que en ella existen, por lo cual, y por haberlos condenado el Papa, los prohibió Fernando VI a mediados del pasado siglo, so pena, entre otras, de la indignación real y privación ignominiosa del empleo (Suplemento a la Novisima Recopilación, lib. 1, título 12, ley 1. Véase, sobre esto, a Reclamaciones legales).
Que los judíos manejan la secta es un hecho histórico (V. La Civiltà Cattolica, serie 14, vol. VI, pág. 14 y 142; vol. VIII, página 640); y un Manual de la masonería, publicado en Nueva York en 1874, dice en la página 372: «No podríamos negar que la masonería actual nos ha sido transmitida por los hebreos». Otro hecho histórico es la inconcebible riqueza que desde la gran revolución han amontonado, empobreciendo a los cristianos (V. Boletín Eclesiástico, de Madrid, tomo VIII, pág. 21).
Por donde el sistema liberal es el arma con que la raza maldecida de los judíos hace guerra a nuestro Señor Jesu-Cristo, a su Iglesia y a los pueblos cristianos. La secta judío-masónica profesa el liberalismo; de modo que todo masón es liberal, y si no todo liberal es masón, por lo menos favorece a los planes de los masones. Hasta el asistir a bailes y diversiones de los masones es pecado mortal; y si con esa asistencia se les presta apoyo, se incurre en excomunión (Acta Sanctæ Sedis, vol. 28, año 1896).
Ahora bien, los errores del liberalismo llevan, como por la mano, a los del socialismo, comunismo, democracia moderna, anarquismo, nihilismo, mano negra y demás sectas monstruosas, que todas son liberales y frutos del mismo sistema impío. A esas sectas aplica León XIII la palabra de Dios, cuando dice que «mancillan su carne con los vicios, desprecian la autoridad y blasfeman de Dios». Se rebelan contra la verdadera autoridad, y ellos quieren imponer por fuerza su tiranía; gritan contra las riquezas, y ellos tratan de usurpar las ajenas; vocean fraternidad, y siembran el desorden y los odios; hablan de moralización, y propalan el amor libre, más ignominioso que el instinto de los brutos, y con que deshonran la unión matrimonial del hombre y la mujer, que hasta los salvajes respetan (La primera encíclica de León XIII, es contra esas sectas. Véase: El Socialismo, por Victor Cathrein SJ.-Madrid, Paz, 6, pral., 1891). Hemos mentado la democracia, y esto nos convida a hacer una observación muy oportunaLa democracia que hoy se quiere, no es una mera forma de gobierno popular y republicano, sino una república impía, atea, tiránica (Véase Los Católicos alemanes, pág. 72); y aunque los demócratas, y en general los liberales, enseñen entre sus errores alguna verdad, como también lo hacen los herejes, peca quien, por defender esa verdad, toma nombres que son contraseña de las sectas para defender sus errores. Todo lo verdadero y bueno que defienden los sectarios, lo defiende, antes y mejor que ellos, la Iglesia y deben defender los católicos, sin mancharse para ello con nombre alguno aborrecible.
La Iglesia predica a grandes y pequeños la verdadera humildad; a los ricos, la misericordia; a los pobres, la paciencia; a los gobernantes, la solicitud en favor de sus súbditos; a éstos la obediencia, y a todos la caridad para con Dios y para con el prójimo. La práctica de esas virtudes es el remedio posible de los males; y para practicar esas virtudes, sirve, más que nada, la devoción al Corazón de Jesús».
P. ÁNGEL MARÍA DE ARCOS SJ, Explicación del Catecismo Católico breve y sencilla, 2.ª edición, Apéndice: Errores relativos al liberalismo de nuestros días. Madrid, Administración del Apostolado de la prensa, 1900, págs. 423-427.
Buenas mi estimado Jorge. ¿Las preguntas y respuestas del principio del artículo son de algún catecismo en particular? y si es así, ¿es posible que publique el enlace del mismo?
ResponderEliminarMuchas gracias y que Nuestra Señora lo acompañe
Con todo aprecio, os indicamos acá el enlace (que también está inserto en el artículo):
Eliminarhttps://books.google.com/books/about/Explicaci%C3%B3n_del_catecismo_cat%C3%B3lico_bre.html?hl=es&id=dH4QAQAAIAAJ#v=onepage&q&f=false
In Christo Jesu et María Immaculáta correspondemos a vuestra amabilidad.
«Queda saber si la masonería es o no una religión. ¿Dejaría de serlo porque los altares de sus Templos están dedicados al culto de la Libertad, de la Fraternidad, de la Igualdad? Tengamos el valor de llamarnos religiosos y de afirmarnos como apóstoles de una religión más santa que todas las otras. Propaguemos la religión de la República que formará el corazón de los ciudadanos y cultivará las virtudes republicanas»
ResponderEliminar- Oswald Wirth, El Libro del Maestro Masón, pág. 22.